Desde AGE. Barómetro Internacional
01-febrero-2014
A veinte años del TLCAN
A México le pudo haber ido peor,
pero no está claro cómo
Mark Weisbrot
Fue hace 20 años que el Tratado de Libre Comercio de América del Norte
(TLCAN) entre EE.UU., Canadá y México fue implementado. Acá en Washington,
D.C., la fecha coincide con un brote de la bacteria criptosporidio en el
suministro de agua de la ciudad, que obligó a los residentes a tener que hervir
el agua antes de beberla. La broma en la ciudad era, “¿Ves lo que pasa? El
TLCAN entra en efecto y aquí no se puede beber el agua”.
Dejando a un lado nuestra descuidada infraestructura, es fácil ver que el
TLCAN fue un mal negocio para la mayoría de estadounidenses. Los prometidos
superávits comerciales con México resultaron ser déficits, se perdieron unos
cientos de miles de trabajos y los salarios en EE.UU. sufrieron una presión a
la baja – lo cual, a fin de cuentas, era el propósito del acuerdo. No sucedió
como con la integración económica de la Unión Europea (previo a la eurozona),
la cual asignó cientos de miles de millones en ayuda al desarrollo para los
países más pobres de Europa con el objetivo de que sus niveles de vida
alcanzaran el promedio. La idea era poner presión a la baja sobre los salarios,
en dirección a los de México, y crear nuevos derechos para las corporaciones en
la zona comercial: estas afortunadas empresas multinacionales podían ahora
demandar a los gobiernos directamente ante un tribunal internacional, pro
empresas y sin obligación de rendirle cuentas a ningún sistema judicial
nacional, por implementar normas (p. ej., ambientales) que infringieran sobre
su capacidad de generar ganancias.
Pero ¿qué fue México? ¿No se benefició al menos México del acuerdo? Bueno,
si consideramos los últimos 20 años, no es una bonita imagen. La medida más
básica del progreso económico, especialmente para un país en desarrollo como
México, es el crecimiento del ingreso (o PIB) por persona. De 20 países
latinoamericanos (Centro y Sudamérica más México), México se ubica en el puesto
número 18, con un crecimiento anual de menos del 1 por ciento desde 1994. Es
posible argumentar, desde luego, que a México le hubiera ido peor sin el TLCAN,
pero entonces la pregunta sería, ¿por qué?
Entre 1960 y 1980, el PIB por persona de México tuvo un crecimiento de
casi el doble. Esto significó un enorme aumento en los niveles de vida para la
gran mayoría de mexicanos. Si el país hubiera continuado creciendo a ese ritmo,
hoy tendría niveles de vida europeos. Además, no había ninguna barrera natural
que detuviera ese tipo de crecimiento: esto fue lo que sucedió con Corea del
Sur, por ejemplo. Pero México, al igual que el resto de la región, inició un
largo período de cambios de política neoliberales que, comenzando por la manera
en que afrontó la crisis de la deuda a inicios de los años 80, se deshicieron
de las políticas industriales y de desarrollo, le dieron un papel más
importante a un modelo desregulado de comercio internacional e inversión y le
dieron mayor prioridad a una política fiscal y monetaria más restrictiva
(incluso, en algunas ocasiones, durante recesiones). Dichas políticas pusieron
fin al período anterior de crecimiento y desarrollo. La región en su conjunto
creció a un ritmo de apenas 6 por ciento por persona entre 1980 y 2000, y
México tuvo un crecimiento del 16 por ciento, muy lejos del 99 por ciento
registrado durante los 20 años anteriores.
Para México, el TLCAN contribuyó a consolidar las políticas económicas
neoliberales y anti desarrollo que se habían implementado en la década
anterior, consagrándolas en un tratado internacional. También ató a México, aún
más, a la economía de EE.UU., la cual no tuvo mucha suerte durante las dos
décadas posteriores al tratado: los incrementos en la tasa de interés de la
Reserva Federal en 1994, el colapso del mercado de valores (2000-2002) y la
recesión (2001) en EE.UU., y especialmente el colapso de la burbuja
inmobiliaria y la Gran Recesión de 2008-2009, tuvieron un mayor impacto en
México que en casi cualquier otro lugar de la región.
Desde el año 2000, la región latinoamericana en conjunto ha tenido un
incremento en su tasa de crecimiento anual por persona de alrededor de 1,9 por
ciento –no como el de la era previa a 1980– pero sí una importante mejora en
comparación con las dos décadas anteriores cuando experimentó uno de apenas 0,3
por ciento. Como resultado de este rebote en el crecimiento, y también de las
políticas anti pobreza implementadas por los gobiernos de izquierda electos en
la mayor parte de Sudamérica durante los últimos 15 años, los niveles de
pobreza en la región han disminuido considerablemente. Dichos niveles tuvieron
una caída desde un 43,9 por ciento en 2002 hasta el 27,9 por ciento en 2013,
luego de dos décadas sin progreso alguno.
Pero México no ha participado en este tan esperado rebote: su crecimiento
se ha mantenido por debajo del 1 por ciento, menos de la mitad del promedio
regional, desde 2000. Y no sorprende que México haya tenido una tasa nacional
de pobreza de 52,3 por ciento en 2012, manteniéndose básicamente al mismo nivel
que registraba en 1994 (52,4 por ciento). Sin el crecimiento económico resulta
difícil reducir la pobreza en un país en desarrollo. Es probable que las cifras
fuesen aún peor si no fuera por la migración que ocurrió durante este período.
Millones de mexicanos fueron desplazados de la agricultura, por ejemplo, luego
de que se vieran forzados a competir con la subsidiada y altamente productiva
agroindustria de Estados Unidos, gracias a las normas del TLCAN.
Es difícil imaginar que México estuviera en peor estado sin el TLCAN.
Quizás esto sea parte de la razón por la cual la propuesta de Washington de un
“Área de Libre Comercio de las Américas” fue rotundamente rechazada por la
región en 2005 y la propuesta de la Alianza Transpacífica se encuentra en
problemas. Es interesante que cuando los economistas que promovieron el TLCAN
desde un inicio son llamados a defender el acuerdo, el mejor resultado que
pueden ofrecer es que produjo un aumento en el comercio. Pero el comercio no
es, para la mayoría de humanos, un fin en sí mismo. Ni tampoco lo son los muy
mal llamados “acuerdos de libre comercio”.
weisbrot@cepr.net
Publicación Barómetro
13-01-14
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