Desde EE.UU.
07/Diciembre/2013
Las derrotas del presidente
Obama podrían ser más importantes que su probable victoria sobre los
republicanos
Mark Weisbrot
Si nos apartamos un momento del cierre del gobierno –que representa un
ataque en contra de los millones de empleados federales y de las personas que
necesitan de los servicios del gobierno nacional en estos momentos– y de la
amenaza por parte de los republicanos, exagerada y en gran parte poco creíble,
de desencadenar un impago de la deuda pública nacional, existen sucesos
políticos recientes de mayor importancia que prevalecerán después de que este
teatro político haya llegado a su fin.
El mes pasado, el presidente Obama sufrió dos derrotas en materias de
importancia nacional e internacional, por la oposición y resistencia desde las
bases de su propio partido. La primera fue en relación a sus planes de
bombardear a Siria; la segunda fue su intento de nombrar a Larry Summers como
presidente de la Reserva Federal.
El bloqueo del bombardeo contra Siria representó una victoria histórica
con profundas repercusiones y quizás haya sido la primera vez en los últimos 50
años en que el pueblo estadounidense fuera capaz de prevenir una anunciada
intervención militar al presionar al Congreso. Aunque algunos políticos y
medios de comunicación intentaron afirmar que las amenazas militares de Obama
conllevaron a que se diera el acuerdo sobre Siria para la destrucción de sus
armas químicas, es más probable que exactamente lo contrario haya sucedido.
Obama no tenía amenaza militar alguna cuando entró en las negociaciones con
Siria – claramente no tenía los votos en el Congreso para aprobar tal amenaza.
Y fue así como se decidió por la diplomacia, la cual es para Washington, con
demasiada frecuencia, un recurso de última instancia. El movimiento anti guerra
y el pueblo estadounidense también pueden reclamar el mérito por los
acercamientos recientes y de vital importancia con Irán: a pesar de las
continuas amenazas ilegales de Obama de que “todas las opciones siguen estando
sobre la mesa”, la opción militar acarrea un mayor riesgo político en casa a
medida que el público se vuelve cada vez más consciente de que nuestras guerras
e intervenciones militares tienen poco o nada que ver con la llamada “seguridad
nacional”.
La derrota en el nombramiento de Summers también no tiene precedentes, en
el sentido de que la selección hecha por un presidente fue rechazada por
oposición populista. Summers tuvo un papel importante en la desregulación y los
fracasos regulatorios que contribuyeron a la Gran Recesión, a la crisis
financiera asiática (y el consiguiente déficit comercial de EE.UU.) y a varios
abusos de un sector financiero estadounidense excesivo y corrupto.
Ha tomado unos cuantos años, pero esto representa la reafirmación de la base
de los votantes que llevaron a Obama al poder. Cuando Obama nombró su primer
gabinete, casi se podía escuchar el quejido colectivo de la desilusión por
parte de los millones que conformaban el movimiento de masas que lo eligió.
Eran Goldman-Sachs (Tim Geithner) en el Tesoro, la permanencia en su cargo del
secretario de Defensa de Bush y Hilary Clinton como secretaria de Estado. El
cambio parecía haber desaparecido casi por completo y la esperanza no se
quedaba muy atrás.
Irónicamente, los republicanos del Tea Party, que al presente mantienen
como rehén al gobierno, desean deshacerse del programa Obamacare, la reforma
verdaderamente importante con la que el presidente sí cumplió – aún cuando
fuera mucho más limitada de lo que sus partidarios exigían con justa razón. La
desesperación de los republicanos tiene algo de lógica; la mayoría de
estadounidenses aún no aprecia las mejoras que se han logrado en los seguros de
salud, pero sí lo hará cuando la ley sea implementada. Los republicanos están
luchando una batalla perdida y es casi seguro que el cierre del gobierno
incremente sus pérdidas.
Pero de cara al futuro, la contribución de mayor importancia del Tea Party
se dará en relación a temas en torno a los cuales la mayoría de estadounidenses
está en contra de una élite corrupta que domina ambos partidos: el Estado de
vigilancia nacional y su prima, la interminable guerra. Y es allí, al igual que
lo sucedido con la oposición en el Congreso al bombardeo contra Siria, donde
ese movimiento tiene una contribución positiva para realizar la transición
lejos de un régimen, engañoso, violento y cada vez más represivo a nivel
nacional, de la llamada “guerra contra el terror”.
Fue la terca defensa de la guerra en Irak por parte de Hillary Clinton la
que le costó su derrota frente a Obama en 2008, y la oposición anti guerra
también jugó un papel decisivo en la toma del Congreso por los demócratas en
2006. La organización de ocho millones de miembros, Moveon.org, fue un
importante contribuyente de base a estos dos cambios; sus miembros votaron tres
contra uno a favor de oponerse activamente a que el presidente Obama se fuera a
la guerra con Siria, y así lo hicieron. Los miembros – junto con organizaciones
menos conocidas pero también influyentes del movimiento anti guerra – han
modificado la ecuación política para cualquier presidente estadounidense que
contemple una guerra.
Mi propia opinión es que los años 2006 y 2008 marcaron el fin de casi
cuatro décadas de un giro a la derecha en Estados Unidos. Éste incluye al gobierno
de Clinton, el cual abandonó sus promesas de campaña y en su lugar, trajo el
TLCAN (NAFTA), la “reforma de la asistencia social” y la OMC. Las
contrarreformas de Clinton fueron enmascaradas por la expansión económica de
mayor duración en la historia de EE.UU., gracias a la burbuja en el mercado de
valores y al cambio de política de Alan Greenspan, los cuales permitieron que
el crecimiento continuara más allá de 1996. Pero Clinton hizo lo mismo que lo
que un gobierno republicano hubiera podido hacer para que continuara una
redistribución récord de la riqueza y el ingreso hacia los niveles más
altos y que ha convertido a Estados
Unidos en una sociedad muchísimo más injusta.
De cierta manera, la elección de Obama en 2008 fue similar a la elección
de gobiernos izquierdistas que ha arrasado a lo largo de toda Latinoamérica, y
especialmente en Sudamérica, durante los últimos 15 años. Esas elecciones
fueron impulsadas primordialmente por el fracaso de las políticas económicas
neoliberales (conservadoras). En Latinoamérica, el fracaso se manifestó como un
colapso del crecimiento económico sin precedentes durante más de 20 años; en
Estados Unidos, sí hubo crecimiento, pero las ganancias fueron percibidas en su
mayoría por los hogares más ricos, y culminó en el desastre de la Gran
Recesión. Pero en ambas partes del hemisferio occidental, los votantes
rechazaron estos fracasos económicos neoliberales a largo plazo y desearon algo
diferente.
Mientas que los votantes latinoamericanos obtuvieron muchas de las promesas
por las que votaron, incluyendo una política exterior mucho mejor, nosotros en
Estados Unidos hemos tenido menos éxito. Pero esto está empezando a cambiar. El
movimiento Occupy Wall Street tuvo el éxito que ningún experto o político ha
tenido anteriormente, en colocar el tema de la desigualdad en los medios y la
agenda política; y el éxito de Bill De Blasio en la carrera electoral por la
alcaldía de Nueva York es otro indicador de que será un tema electoral serio en
los años por venir. Es posible que las derrotas de Obama el mes pasado se
conviertan en una parte más importante de los futuros cambios políticos en este
país que su probable victoria sobre los republicanos en el enfrentamiento
actual.
weisbrot@cepr.net
Publicación
Barómetro 07-10-13
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