Desde Brasil
07/Diciembre/2013
La proyección de Rusia en la
geopolítica mundial
Bruno Lima Rocha*
El presente artículo aborda el resurgimiento de la presencia de la Rusia
como agente de peso internacional. La teoría hegemónica en los gobiernos del
Partido Demócrata (EUA) y los conceptos empleados por Zibgniew Brzezinski
caracterizan al Estado de los eslavos del norte como un agente geoestratégico,
posición superior a los pivots geopolíticos como Irán (aliado circunstancial y
probable rival ruso en el mediano plazo). En el texto que sigue veremos las
condiciones de reconstrucción de la cohesión de
Rusia y las consecuencias de esta para los 150 millones de ciudadanos
bajo el gobierno Putin. En la secuencia, la parte más relevante aborda el
ascenso ruso a partir del jaque-mate dado en la crisis de las armas químicas en
la guerra civil siria.
Putin y la cohesión interna en
la Rusia
“La disolución de la Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS)
fue el mayor desastre geopolítico del siglo XX” Esta frase es de el ex-agente
de la KGB y hombre fuerte de la resucitada Rusia con pretensiones imperiales,
Vladimir Putin. Su liderazgo incontestable y el brazo de hierro con que rige un
Estado continental hacen de su gobierno una pretensión zarista contemporánea.
Con el ascenso ruso en la crisis de las armas químicas de la Guerra Civil de
Siria queda nítido para el mundo, y en especial para la Unión Europea y la
moribunda Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), la relevancia de
este continente en forma de país en el llamado “ajedrez eurasiano”.
La Rusia actual es la continuidad de la obra imperial de los eslavos del
norte iniciada por Iván el Terrible en el siglo XVI. En su era nace el título
de Zar, así como la estructura de Estado que los gobiernos soviéticos
modificaron poco o nada. Entre sus “virtudes” se encuentra el modelo KGB
(respondiendo antes a otras denominaciones) que iba a servir de inspiración
para que el brujo de la dictadura militar brasileña, el general Golbery del
Couto y Silva, “creara su monstruo”.
El modelo consiste en un mismo aparato para el espionaje interno bajo el
concepto de Seguridad del Estado, donde las áreas sensibles (arsenales
nucleares o mapas de reservas de gas natural) y los enemigos de la institución
(disidentes chechenos o movimientos civiles como los de derechos humanos y
ecológicos) son blancos permanentes de vigilancia. Al tener un ex-cuadro de la
KGB, hoy mayoritariamente renovada como FSB (Servicio Federal de Seguridad), el
Estado Zarista pasa a controlar a los oligarcas que canibalizaron las
estructuras societarias de la ex-Unión Soviética e impone su fuerza en una
semidemocracia. Prudentemente, Putin mantuvo y profundizó las funciones de dos
agencias de inteligencia operando en el exterior: el SVR (Servicio de
Inteligencia Exterior) y el GRU (Directorio de Inteligencia Principal). Así, el
ex-espía y hoy hombre fuerte opera con sus enlaces de confianza dentro de
servicios que obtuvieron sus capacidades especiales en la Guerra Fría y
sobrevivieron al caos ruso de la década de 1990.
Más allá del control político y policial y de la semiautonomía de obclasts
(regiones administrativas, con gobernador), repúblicas (con presidente y primer
ministro, krais (territorios administrados por un gobernador), óblasts (regiones
autónomas con gobernador), 2 ciudades federales con alcaldes (Moscú y Son
Petesburgo) y 1 provincia autónoma judaica (con un gobernador), Rusia también
opera como doce regiones de vocaciones económicas, haciendo con que la
complejidad exija una centralidad decisoria y un poder cohesionado a partir de
una relación orgánica entre el Poder Ejecutivo con Putin (semipresidencialismo)
y la Duma (parlamento).
La cohesión interna en la Rusia contemporánea implica el refuerzo del
aparato de seguridad; la vuelta de la expansión de su industria bélica, la
agresividad de la empresa Gazprom (de capital mixto, pero controlada por el
Kremlin); la ofensiva diplomática junto a los Estados que componían la extinta
URSS (para formar la Comunidad Eurasiana); un vigoroso sistema de relaciones
públicas con medios de comunicación oficiales (como el Pravda y Voz de la
Rusia) y oficiosos (a ejemplo de la Russian TELE); y en el renovado discurso
multilateralista, prestigiando al casi vaciado Consejo de Seguridad de la ONU.
El ascenso de Rusia en el
Sistema Internacional
La guerra civil en Siria y la consecuente amenaza de la superpotencia de
atacar la fracción de territorio aún bajo control de la alianza de soporte del
gobierno Assad, ha proporcionado al Kremlin una oportunidad única. En el inicio
de la llamada Primavera Árabe y la escalada de conflictos en el interior de
países gobernados por regímenes y déspotas autocráticos, Rusia se mantenía
distante de la región, dejando al Oriente Medio, la Península Arábiga y Asia Céntrica
bajo el “control” de los Estados Unidos y su único aliado incondicional,
Israel.
Los problemas relativos del gobierno de Vladimir Putin se concentraban en
la región del Cáucaso, específicamente con los llamados chechenos étnicos,
hegemonizados por el integrismo vinculado a Al-Qaeda. La amenaza contra el
régimen en Siria y su composición de gobierno alauíta liderado por el clan
Assad, con miembros dirigentes del Partido Baath (una facción político-militar
laica) y apoyado por cerca de 35% de los grupos minoritarios del país colocaron
el antiguo Imperio Zarista delante de una doble vía. O se ponían en medio del
conflicto, sirviendo de dique a las acciones prácticamente unilaterales de los
EUA, o se concentraba totalmente en la reanudación de la hegemonía en Europa
del Este, avanzando su área de influencia sobre la Europa Central y proyectando
la Gazprom a través del gasoducto Nord Stream, en el Mar Báltico.
Si el gabinete de Putin abandonaba a su último aliado en el Oriente Medio
a su propia suerte, abriría la mano de su última base naval en el Mediterráneo
(precisamente en Mar Egeo), localizada en el puerto de Tartus, segundo en
importancia en Siria. Cuando una parte de la 6ª flota de la Marina de los EUA
se habría posicionado para bombardear las instalaciones de Bashar Al-Assad a
través del lanzamiento de misiles Tomahawks, los barcos de guerra rusos
navegaron al encuentro, en una maniobra disuasoria.
Más allá de la maniobra naval, Rusia no reconoció la responsabilidad de
Assad como autor del crimen de guerra en el uso de gas contra la población de
un suburbio de Damasco. Levantando sospechas sobre Arabia Saudí (como
financiadora del arma química), amenazó retallar la dinastía de los Saud,
aliados de los EUA y socios de la familia Bush. En paralelo, avanzó en la
acción diplomática, buscando una solución multilateral a través del
fortalecimiento del Consejo de Seguridad de la ONU donde el país tiene poder de
veto.
El avance ruso es concomitante la hesitación de la Casa Blanca, careciendo
de apoyo del Congreso para el ataque y con un fuerte rechazo de su opinión
pública. Los dos aliados militares de los Estados Unidos en Europa/OTAN,
Francia e Inglaterra, fueron reposicionándose en la medida en que los
parlamentos y gran parte de los electores se decían contra una posible acción
de bombardeo contra Siria.
El jaque mate contra los EUA vino inmediatamente después de la realización
de la reunión de la G-20, en San Petesburgo, en el inicio de septiembre de
2013. Cuando el régimen sirio aceptó la solución rusa de entregar su arsenal
químico a la salvaguarda de la ONU, Rusia avanzó en el Sistema Internacional,
como el único país del globo con reales pos8ibilidades de contener las
intenciones de la superpotencia.
www.estrategiaeanalise.com.br
blimarocha@gmail.com
*Bruno Lima Rocha es politólogo (phd) y profesor de relaciones
internacionales
Publicación Barómetro 07-10-13
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