Desde Guatemala
01-febrero-2014
A 190 años de la Doctrina Monroe
América Latina y el Caribe,
¿Patio trasero o jardín florido?
Sergio Rodríguez Gelfenstein
Cuando escribo estas líneas, es 2 de diciembre. Hoy se cumplen 190 años
desde el día en que en 1823, el Presidente James Monroe en el discurso sobre el
estado de la Unión ante el Congreso de Estados Unidos pronunciara el discurso
que fijara a posterioridad los parámetros fundamentales de la política exterior
de ese país y que ha pasado a la
historia como Doctrina Monroe.
En este discurso quedó proclamada la intención de Estados Unidos de
considerar al hemisferio occidental como zona exclusiva para la realización de
sus intereses, así mismo, estableció la veda de la región para cualquier nueva
aspiración colonialista europea. Expone que “Debemos, en razón de la sinceridad y a las amistosas relaciones
que existen entre los Estados Unidos y esas potencias, declarar que
consideraríamos cualquier tentativa por su parte de extender su sistema a lugar
alguno de este Hemisferio peligrosa para nuestra paz y seguridad”
En el citado documento, después de exponer sus buenas intenciones para con
el gobierno imperial ruso y asegurar a Europa que el gobierno
estadounidense pretende mantener sólidas
relaciones de amistad y respeto y que no existe el mínimo designio del gobierno
de Estados Unidos por inmiscuirse en sus asuntos internos incluyendo los de sus
colonias, al referirse a América, señala con firmeza que “Con los movimientos
de este hemisferio estamos necesariamente conectados de modo más inmediato, y
por causas que deben ser evidentes para todos los observadores ilustrados e
imparciales”, por tanto, alguna
afirmación de control o interferencia en
los asuntos internos de los Estados americanos sería considerada como “la
manifestación de una disposición inamistosa hacia los Estados Unidos”.
Una lectura superficial y descontextualizada del texto de la declaración
del presidente de Estados Unidos podría conducir a pensar que tales
conminatorias frases son expresión de una voluntad altruista y solidaria de
Estados Unidos para con sus pares del continente. Sin embargo, lo que traslucen
sus letras, arropadas con la verdad de la historia vivida en los últimos casi
200 años, dejan ver una visión unilateral de expansión que excluía a las
potencias europeas de tal ambiciosa idea, a fin de reservarse para sí, el
ímpetu hegemónico que ya dominaba los anhelos de la élite gobernante
estadounidense. En ninguna parte del mencionado discurso se hace alusión
implícita o al menos explícita de la intención desinteresada de Estados Unidos
por el dominio neocolonial de las naciones del sur, recién independizadas. El tratadista español Alberto Ulloa en su
manual de Derecho Internacional Público señala que “La doctrina Monroe se apoya
en el más peligroso de todos los fundamentos, pues el derecho de propia
conservación ha sido la fórmula invocada
a través de la historia para justificar los actos más arbitrarios”.
Tal como quedó demostrado durante la agresión británica contra Argentina
en las islas Malvinas en 1982, la Doctrina Monroe, ha tenido siempre las
limitaciones que impone el interés nacional de Estados Unidos y, por cierto, a
partir de su entronización como primera potencia mundial ya en su etapa
imperialista iniciada a finales del siglo XIX, sus intereses globales le hacían
poner el énfasis en el provecho de mantener su supremacía planetaria. En esa medida los beneficios que pudieran
haber significado esta doctrina para América Latina y el Caribe siempre han
quedado pospuestos. Ya lo había advertido Henry Clay, Secretario de Estado
durante el gobierno de John Quincy Adams (que sucedió al de Monroe en 1825) al
afirmar que “Cuando se presentara en el Nuevo Mundo un caso de intervención
extranjera, no tendrían los otros países del Nuevo Mundo derecho a requerir la
aplicación de la Doctrina, ya que la puesta en acción de la misma dependería
exclusivamente de la iniciativa y decisión norteamericana”.
La doctrina Monroe fue el punto de partida para la implementación de la
política intervencionista de Estados Unidos en América Latina y el Caribe.
Después vinieron el Corolario Roosevelt; la concreción de la idea panamericana
a través de la realización de las Conferencias Interamericanas, la primera de
las cuáles tuvo lugar en Washington en 1889; la estrategia del “gran garrote” y
la diplomacia del dólar a comienzos del siglo XX; la política del Buen Vecino
ante la necesidad de buscar aliados durante la segunda guerra mundial; el
surgimiento del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) en 1947 y
de la Organización de Estados Americanos (OEA) en 1948; la creación de condiciones para el
derrocamiento del Presidente Arbenz en Guatemala en 1954; la expulsión de Cuba
de la OEA en 1960 y la fallida invasión de mercenarios a la isla
caribeña con apoyo militar y logístico de Estados Unidos en 1961; la Alianza
para el Progreso en el mismo año; el apoyo a los golpes militares que
instauraron gobiernos dictatoriales en Nicaragua, República Dominicana, Paraguay, Brasil,
Bolivia, Uruguay, Chile y Argentina y el sostenimiento de tales regímenes con
el asesoramiento a las fuerzas de seguridad para la represión, el asesinato, la
tortura y las desapariciones a través
del Plan Cóndor; la invasión a Granada en 1983; el apoyo a las bandas contra
revolucionarias en Nicaragua durante la década de los 80, así como a las
represivas juntas democratacristianas que gobernaron en El Salvador; la
invasión a Panamá en 1989, la Iniciativa para las Américas (IPA) de Bush padre
en la última década del siglo pasado; El Plan Colombia, el Plan Puebla-Panamá y
la Iniciativa Mérida como instrumentos modernos de intervención regional; la
reactivación de la IV Flota de las Fuerza navales de Estados Unidos y la
intención de construir una gran Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA)
se inscriben entre algunas de las acciones que han surgido a través de la
historia de la Doctrina Monroe.
Con todo este historial, deberíamos sentir beneplácito del reciente
anuncio del Secretario de Estado de Estados Unidos John Kerry, quien a mediados
de noviembre en un discurso en la OEA dijo que “La era de la doctrina Monroe ha
terminado” según cita “The Wall Street
Journal”. Kerry agregó que “La relación que buscamos, y para cuyo impulso hemos
trabajado duro, no se trata de una declaración de Estados Unidos acerca de cómo
y cuándo van a intervenir en los asuntos de los Estados americanos. Se trata de que los países se
perciban unos a otros como iguales, de compartir responsabilidades, de cooperar
en cuestiones de seguridad y no adherirse a la Doctrina, sino a las decisiones
que tomamos como socios para promover los valores y los intereses que
compartimos”.
Parece increíble esta declaración, viniendo de un funcionario que solo 7
meses antes, el 28 de abril, durante un discurso ente el Comité de Asuntos
Exteriores de la Cámara de Representantes, había tildado a América Latina como
“el patio trasero de Estados Unidos”, agregando que planeaba cambiar la actitud
de algunas de estas naciones. Fue muy preciso al señalar que “El hemisferio
occidental es nuestro patio trasero, es de vital importancia para nosotros. Con
mucha frecuencia, muchos países del hemisferio occidental sienten que Estados
Unidos no pone suficiente atención en ellos y en ocasiones, probablemente, es
verdad. Necesitamos acercarnos vigorosamente, planeamos hacerlo…”. En ese mismo
discurso y como prueba de tal retórica aseguró que no reconocería el triunfo
que había obtenido Nicolás Maduro en las elecciones presidenciales del 14 de
abril en Venezuela.
Ahora, en noviembre y con solo unos días de diferencia respecto de su
declaración de cese de la Doctrina Monroe, su
vocera Jean Psaki, en una clara injerencia en los asuntos internos de
Venezuela manifestó “su preocupación” por el otorgamiento de poderes habilitantes
al presidente Maduro, a pesar que dicha resolución se tomó en el marco de la
Constitución y las leyes que rigen el funcionamiento jurídico del país.
En el colmo de la hipocresía y sólo una semana después de tales
declaraciones, una desvergonzada intervención de la Embajada de Estados Unidos
produjo un descarado fraude electoral rechazado por al menos dos candidatos y
por las organizaciones sociales y populares
de Honduras.
Cabe recordar que durante el gobierno de Barack Obama que ahora propugna
el fin de la Doctrina Monroe, se produjo el fallido golpe de Estado contra
Rafael Correa en Ecuador y el derrocamiento de los presidentes constitucionales
de Honduras y Paraguay a través de acciones típicas del influjo de tan nefasta doctrina.
La vigorosa y unánime respuesta latinoamericana ante tales intentos
imperiales y oligárquicos de retrotraer el rumbo de la historia, la
extraordinaria voluntad del pueblo
hondureño que lucha en las calles en defensa de su maltratada democracia y la
contundente oposición de los gobiernos progresistas de la región a los intentos
avasalladores de los voceros de la administración estadounidense, tal vez
señalen que América Latina y el Caribe dejó de ser patio trasero, para
transformarse en jardín florido de la esperanza de sus pueblos.
sergioro07@hotmail.com
Publicación Barómetro
05-12-13
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