AGE. Barómetro Internacional
01 febrero 2014
La filosofía de Leo Strauss en
el centro de la guerra mediática
Amaury González Vilera
Recuerda Walter Graziano en su popular obra Nadie vio Matrix, que son las
teorías del filósofo de origen alemán Leo Strauss, las que se erigieron en
inspiración y base conceptual de los llamados “neocons” (Neoconservadores) del
Partido Republicano estadounidense, y del CFR, el think tank desde el cual la
elite globalizadora petrolero-financiera maneja los hilos de los
acontecimientos mundiales.
Graziano, recuerda que Strauss emigró a Estados Unidos perseguido por
motivos raciales por el Tercer Reich, y que fue muy bien recibido en la
conocida Universidad de Chicago, casa de estudios fundada y dirigida por los
intereses petroleros, y lugar donde florecieron las teorías monetaristas de
Milton Friedman, base del neoliberalismo, y donde además trabajaron los físicos
que llevaron a cabo los estudios para el desarrollo de la bomba atómica.
Añade el autor de Hitler ganó la guerra, que Strauss se convirtió en una
especie de gurú para los neoconservadores republicanos quienes, después de los
atentados del 11/09 en Nueva York, como lo expone Miguel Ángel Contreras en Una
Geopolítica del Espíritu, configuraron un escenario discursivo “anclado en una
restauración de la teología-política”. Esto implicaba una “filosofía política
como retorno”, lo cual no le venía nada mal a los intereses de la elite
globalizadora, desde siempre darwinista y malthusiana.
Lo interesante del pasaje del libro de Graziano, es que resume el
pensamiento de Strauss, plasmándolo en una premisa básica y tres líneas de
acción estratégicas. Agrega el autor, para más señas, que Strauss es un
continuador de las tesis de Maquiavelo, cuyas conocidas máximas no le
merecieron nunca la más mínima crítica. De tal manera, como esta es la
filosofía-ideología de los neoconservadores en Estados Unidos, de los cuales
por cierto se pueden encontrar algunos epígonos en la ultraderecha de nuestro
país, conviene que nos detengamos en las implicaciones de este pensamiento, una
vez aclarada su base filosófica. Empecemos con la premisa básica, según la
cual:
Por derecho natural, los fuertes deben gobernar sobre los débiles.
La premisa recuerda a los “esclavos por naturaleza” de Aristóteles, un
esencialismo peligroso que evoca la doctrina del “Destino manifiesto”, dotado
de una teleología muy aristotélica; las palabras de Ginés de Sepúlveda en el
debate con el padre De las Casas con las que pretendió justificar la guerra y
exterminio indígena, y las afirmaciones sobre el supuesto “Excepcionalismo” de
EE.UU. con las que Obama sugirió, desde la tribuna de la ONU, que su país puede
atropellar el derecho internacional cuando sus intereses así lo reclamen.
Por otra parte, las líneas de acción, si bien son manejadas por la elite
con fines de dominación mundial, podrían ser también la fuente nutricia del
accionar político de personajes más conocidos por nosotros:
1.- La mentira como necesidad: como no existen verdades absolutas, sino
solo relativas, es necesario que los gobiernos mientan. Las clases dirigentes,
a través de la prensa, deben difundir solo un mínimo indispensable de
información veraz. En términos generales, no cabe otra posibilidad que la
mentira y el engaño, con el fin de mantener bien cohesionada la fe y el
optimismo de las masas en el futuro y en un sistema de valores y creencias.
Así, la mentira y el engaño serían las armas para impedir el mínimo brote de
escepticismo o nihilismo en los pueblos, lo cual podría conducir al desorden.
- Claramente, esta línea straussiana nos habla del perverso papel que la
ideología ―entendida como falsa consciencia o “imagen invertida”― desempeña en
las modernas sociedades capitalistas, mediatizadas y en gran medida
condicionadas por los “mass media”. Como puede verse, son múltiples las implicaciones
de esta “línea”.
- De otro lado, como actitud y comportamiento político, en Venezuela hemos
presenciado hasta la saciedad como los personajes más representativos de la
ultraderecha venezolana, recurren a la mentira y al engaño de manera
sistemática, muchas veces obedeciendo “líneas” de los entusiastas discípulos
que dejó señor Strauss.
2.- Al contrario de lo que establece la mayoría de las constituciones
democráticas modernas, de carácter laico y que por tanto separan Iglesia y
Estado, Strauss pensaba, a la usanza de los neocons estadounidenses con los
Bush a la cabeza, que la fe religiosa y las constantes invocaciones a un dios
todopoderoso (Bush hijo, incluso, hablaba con Dios) ayudan significativamente a
que ese nihilismo y ese escepticismo se mantenga en el mínimo posible. De tal
manera, la religión, cualquiera que sea, es una potente arma de dominio, tal
como la mentira, para lograr meter en cintura, disciplinar, encolumnar, a las
masas tras un líder y tras la clase dominante que, de acuerdo a la premisa
básica, debe gobernar una sociedad o país por “derecho natural”.
Este lineamiento pretendería aprovecharse de la necesidad de trascendencia
presente en el alma humana, dándole un uso convenientemente político.
Recordemos con Ludovico Silva, que los sacerdotes fueron los “primeros
ideólogos”, dotados de autoridad carismática y de conocimiento trascendental.
En 15 años de Revolución bolivariana, si hacemos un repaso del papel de la
iglesia nos daremos cuenta de cómo su autoridad ―hoy bastante maltratada y
socavada― fue utilizada siempre para canalizar intereses políticos criminales y
antipopulares. Estaríamos en presencia aquí de un importante factor
teológico-político, escolástico-medieval, propio de Strauss, capaz incluso de
poner entre paréntesis el supuesto laicismo de nuestras sociedades modernas.
3.- La base de cualquier Estado y de cualquier gobierno es la existencia
de un enemigo. Luchar contra un enemigo común sirve para aglutinar y mantener
cohesionadas a las masas. Si bien un enemigo externo a un Estado puede aparecer
de manera espontánea o imprevisible, según Strauss, y aquellos que siguen y
practican su pensamiento, si ese enemigo no aparece, no existe, es necesario
crearlo. Si no se puede echar mano de uno, este debe ser fabricado, porque sin
la existencia de un enemigo poderoso al acecho se corre el riesgo de que se den
las condiciones para que surjan importantes grados de disenso interno, el cual
podría poner en cuestión la conducción del Estado y el dominio de un país por
la clase “ungida” por derecho natural, es decir, los más fuertes. Lógicamente,
en un sistema capitalista, los más fuertes son por lo general los más ricos.
Una línea aplicable sobre todo a estados territorialmente extensos y
culturalmente heterogéneos, ciertamente como Estados Unidos, pero sobre todo a
aquellos países de vocación imperialista dirigidos desde las sombras por élites
capaces de asesinar presidentes, organizar increíbles auto-atentados y crear
enemigos de la nada, incluso sacarlos de entre el viejo grupo de “aliados”.
En resumen, mentir, usar la fe religiosa, y crear enemigos de la nada, nos
da un resultado interesante: hegemonía, una situación de dominación-dirección
construida en lo esencial por ese conglomerado ideológico-condicionante, hoy en
el ojo del huracán en Venezuela: las empresas de información y
“entretenimiento” llamadas medios de comunicación.
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amauryalejandrogv@gmail.com
@maurogonzag
Publicación Barómetro
27-01-14
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