Desde Bolivia
01-febrero-2014
“Solo
se oye el ruido lamentable de las pequeñas ambiciones y de los grandes
apetitos”
Álvaro García Linera
Intervención ante el IV Congreso del Partido de la Izquierda
Europea, celebrado en Madrid en diciembre de 2013.
Muy buenas tardes a todos ustedes. Permítanme celebrar este
encuentro de la izquierda europea y a nombre de nuestro presidente Evo, y a
nombre de mi país y de nuestro pueblo, agradecer la invitación que nos han
hecho para compartir un conjunto de ideas, de reflexiones, en este tan
importante Congreso de la izquierda europea. Permítanme ser directo, franco
pero también propositivo.
¿Qué vemos desde afuera de Europa?
Vemos una Europa que está abatida. Vemos una Europa
ensimismada y satisfecha de sí misma. Vemos una Europa, hasta cierto punto,
apática y cansada. Son palabras muy feas y muy duras, pero así vemos a Europa.
Atrás ha quedado la Europa de las luces, la Europa de las
revueltas, la Europa de las revoluciones. Atrás, muy atrás, ha quedado la Europa
de los grandes universalismos que movieron al mundo, que enriquecieron al mundo
y que empujaron a los pueblos de muchas partes del mundo a adquirir una
esperanza y movilizarse en torno a esa esperanza.
Atrás han quedado los grandes retos intelectuales.
Esa interpretación que hacían y hacen los posmodernistas,
que se acabaron los grandes relatos a la luz de los últimos acontecimientos,
parece ser que lo único que encubre es a los grandes negociados, y a las
corporaciones y el sistema financiero.
No es el pueblo europeo el que ha perdido la virtud ni ha
perdido la esperanza, porque la Europa a la que me refiero, cansada, la Europa
agotada, la Europa ensimismada, no es la Europa de los pueblos. Esta
silenciada, encerrada y única Europa que vemos en el mundo es la Europa de los
grandes consorcios empresariales, la Europa neoliberal, la Europa de los
grandes negociados financieros, la Europa de los mercados y no la Europa del
trabajo.
Carente de grandes dilemas, de grandes horizontes y
esperanzas solo se oye, parafraseando a Montesquieu, solo se oye el lamentable
ruido de las pequeñas ambiciones y de los grandes apetitos.
Unas democracias sin esperanza y sin fe, son democracias
derrotadas, unas democracias sin esperanza y sin fe, son democracias fosilizadas;
en sentido estricto no son democracias.
No hay democracia válida que sea simplemente un apego
aburrido a instituciones fósiles con las que se cumple rituales cada tres, cada
cuatro, cada cinco años, para elegir a los que vendrán a decidir de mala manera
sobre nuestros destinos.
Todos sabemos, y en la izquierda más o menos compartimos, un
pensamiento común de cómo es que hemos llegado a semejante situación, los
estudiosos, los académicos, los debates políticos nos brindan un conjunto de
ejes interpretativos de lo mal que estamos y de cómo hemos llegado ahí.
Un primer criterio compartido de cómo es que hemos llegado a
esta situación es que entendemos que el capitalismo ha adquirido, no cabe duda,
una medida geopolítica planetaria absoluta. El mundo entero se ha redondeado y
el mundo entero deviene en un gran taller mundial; una radio, un televisor, un
teléfono, ya no tienen un origen de creación sino que el mundo entero se ha
convertido en el origen de creación, un chip se hace en México, el diseño se
hace en Alemania, la materia prima es latinoamericana, los trabajadores son
asiáticos, el empaque es norteamericano y la venta es planetaria.
Esta es una característica del moderno capitalismo, no cabe
duda, y es a partir de ello que uno tiene que tomar acciones.
Una segunda característica de los últimos veinte años es una
especie de regreso a una acumulación primitiva perpetua, los textos de Karl
Marx, que retrataba el origen del capitalismo en el siglo 16/17, hoy se repiten
y son textos del siglo 21.
Tenemos una permanente acumulación originaria que reproduce
mecanismos de esclavitud, mecanismos de subordinación, de precariedad, de
fragmentación, que lo retrató excepcionalmente Carlos Marx.
Sólo que el capitalismo moderno reactualiza la acumulación
originaria, la reactualiza, la expande y la irradia a otros territorios para
extraer más recursos y más dinero, pero junto con esta acumulación primitiva
perpetua, que va a definir las características de las clases sociales
contemporáneas, tanto en nuestros países como en el mundo, porque reorganiza la
división del trabajo local, territorialmente y la división del trabajo
planetario.
Junto con eso tenemos una especie de neoacumulación por
expropiación. Tenemos un capitalismo depredador, que acumula en muchos casos
produciendo, en las áreas estratégicas, conocimiento, telecomunicaciones,
biotecnología, industria automovilística, pero en muchos de nuestros países
acumula por expropiación, es decir ocupando los espacios comunes.
Biodiversidad, agua, conocimientos ancestrales, bosques, recursos naturales.
Eso es una acumulación por expropiación, no por generación de riqueza sino por
expropiación de riqueza común que deviene en riqueza privada.
Esa es la lógica neoliberal.
Si criticamos tanto al neoliberalismo es por su lógica
depredatoria y parasitaria. Más que un generador de riquezas, más que un
desarrollador de fuerzas productivas, el neoliberalismo es un expropiador de
fuerzas productivas, capitalistas y no capitalistas, colectivas, locales, de sociedades.
Pero también la tercera característica de la economía
moderna no solamente es acumulación primitiva perpetua, acumulación por
expropiación, sino también subordinación. Marx diría la subsunción real del
conocimiento y la ciencia a la acumulación capitalista, lo que algunos
sociólogos lo llaman la sociedad del conocimiento. No cabe duda, esas son las
áreas más potentes de las capacidades productivas de la sociedad moderna.
La cuarta característica y cada vez más conflictiva y
riesgosa es el proceso de subsunción real del sistema integral de la vida del
planeta, es decir, de los metabolismos entre los seres humanos y la naturaleza.
Estas cuatro características del moderno capitalismo
redefinen la geopolítica del capital a escala planetaria, redefinen la
composición de clase de las sociedades, redefinen la composición de clase y las
clases sociales en el planeta.
No solamente está la externalización, a las extremidades del
cuerpo capitalista de la clase obrera tradicional, de la clase obrera que vimos
surgir en el siglo 19 y principios del siglo 20, que ahora se trasfiere a las
zonas periféricas: Brasil, México, China, India, Filipinas, sino que también
surge en las sociedades más desarrolladas un nuevo tipo de proletariado, un
nuevo tipo de clase trabajadora: la clase trabajadora de cuello blanco,
profesores, investigadores, científicos, analistas, que no se ven a sí mismos
como clase trabajadora, se ven como pequeños empresarios, seguramente, pero que
en el fondo constituyen una composición social de la clase obrera de principios
del siglo 21.
Pero, a la vez, también tenemos una creación de lo que
podríamos denominar en el mundo un proletariado difuso, sociedades y naciones
no capitalistas que son subsumidas formalmente a la acumulación capitalista:
América Latina, África, Asia.
Hablamos de sociedades y de naciones no estrictamente
capitalistas pero que en el conjunto aparecen subsumidas y articuladas como
formas de proletarización difusa, no solamente por su cualidad económica sino
por las propias características de su unificación fragmentada, difícil
fragmentación por su dispersión territorial.
Tenemos, entonces, no solamente una nueva modalidad de la
expansión de la acumulación capitalista, sino que tenemos un reacomodo de las
clases y del proletariado y de las clases no proletarias en el mundo. El mundo
hoy es más conflictivo, el mundo hoy está más proletarizado, solamente que las
formas de proletarización son distintas a las que conocimos en el siglo XIX y
principios del siglo XX. Y las formas de organización de estos proletarios
difusos, de estos proletarios de cuello blanco, no toman necesariamente la
forma de sindicato. La forma sindicato ha perdido su centralidad en algunos
países. Surgen otras formas de unificación de lo popular, de lo laboral y de lo
obrero.
¿Qué hacer?
La vieja pregunta de Lenin: ¿qué hacemos?. Compartimos
definiciones de lo que está mal, compartimos definiciones de lo que está
cambiando en el mundo y frente a estos cambios las respuestas que teníamos antes
son insuficientes, sino no estaría gobernando la derecha, acá en Europa.
Algo está faltando a nuestras respuestas, algo está faltando
a nuestras propuestas.
Permítanme, de manera modesta, hacer cinco sugerencias, en
esta construcción colectiva del qué hacer, que asume la izquierda europea.
La izquierda europea no puede contentarse con el diagnóstico
y la denuncia.
El diagnóstico y la denuncia sirve para generar indignación
moral. Es importante la expansión de la indignación moral pero no genera la
voluntad de poder. La denuncia no es una voluntad de poder. Puede ser la
antesala de una voluntad de poder, pero no es la voluntad de poder.
La izquierda europea, la izquierda mundial, ante esta
vorágine depredadora de la naturaleza y del ser humano destructivo que lleva
adelante el capitalismo contemporáneo, tiene que aparecer con propuestas o
iniciativas.
La izquierda europea y las izquierdas de todas partes
tenemos que construir un nuevo sentido común. En el fondo la lucha política es
una lucha por el sentido común, por el conjunto de juicios y pre-juicios, por
la forma como de manera simple, la gente, el joven estudiante, el profesional,
la vendedora, el trabajador, ordena el mundo. Ese es el sentido común. La
concepción del mundo básica con la que ordenamos la vida cotidiana, la manera
de cómo valoramos lo justo y lo injusto, lo deseable y lo posible, lo imposible
y lo probable.
Y la izquierda mundial y europea tiene que luchar por un
nuevo sentido común, progresista, revolucionario, universalista, pero que es
obligatoriamente un nuevo sentido común.
En segundo lugar necesitamos recuperar, como lo hacía
nuestro primer expositor de manera brillante, el concepto de democracia. La
izquierda siempre ha reivindicado la bandera de la democracia. Es la bandera de
la justicia, de la igualdad, de la participación. Pero para eso tenemos que
desprendernos de la concepción de la democracia como un hecho meramente
institucional.
¿La democracia son instituciones? Sí, son instituciones,
pero es mucho más que instituciones. ¿La democracia es votar cada 4 o 5 años?
Sí, pero es mucho más que eso. ¿Es elegir el parlamento? Sí, pero es mucho más
que eso. ¿Es respetar las reglas de la alternancia? Sí, pero es mucho más que
eso.
Aquella es la manera liberal fosilizada de entender la
democracia con la que a veces quedamos encerrados.
La democracia son valores, principios organizativos del
entendimiento del mundo, la tolerancia, la pluralidad. La libertad de opinión,
la libertad de asociación, es también, son principios y valores. pero no sólo
principios y valores; son instituciones pero no solamente instituciones.
La democracia es práctica, la democracia es acción
colectiva, la democracia en el fondo es creciente participación en la
administración de los comunes que tiene una sociedad.
Hay democracia si en lo común que tenemos los ciudadanos
participamos. Si tenemos como patrimonio común el agua, democracia es
participar en la gestión del agua. Si tenemos como patrimonio común el idioma,
la lengua, democracia es la gestión común del idioma. Si tenemos como
patrimonio común los bosques, la tierra, el conocimiento, democracia es
gestión, administración común, creciente participación común en la
administración del bosque, en la gestión del agua, en la gestión del aire, en
al gestión de los recursos naturales.
Hay democracia en el sentido vivo del término, no fosilizado
del término, si la población y la izquierda ayuda, participa de una gestión
común de los recursos comunes. Instituciones, derechos, riquezas.
Los viejos socialistas de los años 70 hablaban de que la
democracia debía tocar las puertas de las fábricas. Es una buena idea pero no
es suficiente. Debe tocar la puerta de las fábricas, la puerta de las empresas,
la puerta de los bancos, la puerta de las instituciones, la puerta de los
recursos, la puerta de todo lo que sea común para las personas.
Me preguntaba nuestro delegado, de Grecia, sobre el tema del
agua. ¿Cómo comenzamos nosotros en Bolivia?: por temas básicos de
sobrevivencia, el agua. Es una riqueza común que estaba siendo expropiada. El
pueblo llevó adelante una guerra y recuperó el agua para la población y luego
recuperamos no solamente el agua, hicimos otra guerra social y nos lanzamos a
recuperar el gas, el petróleo, las minas, las telecomunicaciones; y falta mucho
más por recuperar. Pero en todo caso éste fue el punto de partida, la creciente
participación de los ciudadanos en la gestión de los comunes, de los bienes
comunes que tiene una sociedad, una región.
En tercer lugar, la izquierda tiene que recuperar la
reivindicación de lo universal, de los idearios universales de los comunes, la
política como bien común, la participación como una participación en la gestión
de los bienes comunes.
La recuperación de los comunes como derecho, el derecho al
trabajo, el derecho a la jubilación, el derecho a la educación gratuita, el
derecho a la salud, el derecho a un aire limpio, el derecho a la protección a
la madre tierra, el derecho a la protección de la naturaleza, son derechos,
pero son universales, son bienes comunes universales frente a los cuales la
izquierda revolucionaria tiene que plantearse medidas concretas objetivas y de
movilización.
Leía en el periódico como se estaban utilizando en Europa
recursos públicos para salvar bienes privados. Eso es una aberración. Están
utilizando el dinero de los ahorristas europeos para salvar la quiebra de los
bancos, están usando lo común para salvar lo privado: el mundo está al revés.
Tiene que ser al revés: usar los bienes privados para salvar
y ayudar los bienes comunes, no los bienes comunes para salvar los bienes
privados. Los bancos tienen que tener un proceso de democratización y de
socialización de su gestión, porque sino los bancos le van a quitar no
solamente su trabajo, sino también su casa, su vida, su esperanza y todo. Eso
es lo que no se puede permitir.
Pero también necesitamos reivindicar en nuestra propuesta
como izquierda una nueva relación metabólica entre el ser humano y la
naturaleza.
En Bolivia es nuestra herencia indígena, la llamamos eso,
una nueva relación entre el ser humano y naturaleza. El presidente Evo siempre
dice, la naturaleza puede existir sin el ser humano, el ser humano no puede
existir sin naturaleza.
Pero no hay que caer en la lógica de la economía verde que
es una forma hipócrita de ecologismo. Hay empresas que aparecen ante ustedes
los europeos como protectoras de la naturaleza y con el aire limpio, pero esas
mismas empresas nos llevan a nosotros a la Amazonia, nos llevan a América o
África todos los desperdicios que aquí se generan. Aquí son defensores y allá
se vuelven depredadores, han convertido a la naturaleza en otro negocio.
La preservación radical de la ecología no es un nuevo
negocio ni una nueva lógica empresarial. Hay que restituir una nueva relación,
que es siempre tensa, porque la riqueza que va a satisfacer necesidades
requiere transformar la naturaleza y al transformar la naturaleza modificamos
su existencia, modificamos el bíos; pero al modificar el bíos como
contrafinalidad muchas veces destruimos al ser humano y también a la
naturaleza. Al capitalismo eso no le importa porque eso es un negocio para él,
pero a nosotros sí, a la izquierda sí, a la humanidad sí, a la historia de la
humanidad sí le importa.
Necesitamos reivindicar una nueva lógica de relación, no
diría armónica pero sí metabólica, mutuamente beneficiosa entre entorno vital
natural y ser humano, trabajo, necesidades.
Por último, no cabe duda de que necesitamos reivindicar la
dimensión heroica de la política, Hegel veía la política en su dimensión
heroica y siguiendo a Hegel, supongo, Gramsci decía que en las sociedades
modernas la filosofía y un nuevo horizonte de vida tiene que convertirse en fe
en la sociedad; pues solamente puede existir como fe al interior de la sociedad.
Eso significa que necesitamos reconstruir la esperanza, que
la izquierda tiene que ser la estructura organizativa flexible, crecientemente
unificada, que sea capaz de revitalizar la esperanza en la gente: un nuevo
sentido común, una nueva fe, no en el sentido religioso del término sino una
nueva creencia generalizada por lo que las personas apuestan heroicamente su
tiempo, su esfuerzo, su espacio, su dedicación.
Yo saludo, me comentaba mi compañera cuando nos decía que
hoy nos estamos reuniendo treinta organizaciones políticas, ¡excelente!, quiere
decir que es posible unirse, es posible salir de los espacios estancos. La
izquierda, tan débil hoy en Europa, no puede darse el lujo de distanciarse de
sus compañeros. Podrá haber diferencias en diez o veinte puntos pero
coincidimos en cien. Esos cien que sean los puntos de acuerdo, de cercanía, de
trabajo, y guardemos los otros veinte puntos para después.
Somos demasiado débiles como para darnos el lujo de seguir
en peleas de capilla y de pequeños feudos, distanciándonos del resto.
Hay que asumir una lógica nuevamente gramsciana: unificar,
articular, promover.
Hay que tomar el poder del Estado, hay que luchar por el
Estado. Pero nunca olvidemos que el Estado, más que una máquina, es una
relación; más que materia es idea. El Estado es fundamentalmente idea y un
pedazo es materia.
Es materia como relaciones sociales, como fuerzas, como
presiones, como presupuestos, como acuerdo, como reglamentos, como leyes. Pero
es fundamentalmente idea como creencia de un orden común, de un sentido de
comunidad.
En el fondo la pelea por el Estado es una pelea por una
nueva manera de unificarnos, por un nuevo universal, por un tipo de
universalismo que unifica voluntariamente a las personas. Eso requiere entonces
haber ganado previamente las creencias, haber derrotado a los adversarios
previamente en la palabra, en el sentido común, haber derrotado previamente las
concepciones predominantes de derecha en el discurso, en la percepción del
mundo, en las percepciones morales que tenemos de las cosas.
Esto requiere un trabajo muy arduo. La política no solamente
es una cuestión de correlación de fuerzas, capacidad de movilización, que en su
momento lo será. Es fundamentalmente convencimiento, articulación, sentido
común, creencia, idea compartida, juicio y prejuicio compartido respecto al
orden del mundo y ahí las izquierdas no solamente tienen que contentarse con la
unidad de las organizaciones de izquierda. Tienen que expandirse hacia el
ámbito de los sindicatos, que son el soporte de la clase trabajadora y su forma
orgánica de unificación. Pero también hay que estar muy atentos, compañeras y
compañeros, a otras formas inéditas de organización de la sociedad.
La reconfiguración de las clases sociales en Europa y en el
mundo va a dar lugar a formas diferentes de unificación, formas más flexibles,
menos orgánicas, quizás más territoriales, menos por centros de trabajo. Todo
es necesario: la unificación por centro de trabajo, la unificación territorial,
la unificación temática, la unificación ideológica. Es un conjunto de formas
flexibles frente a las cuales la izquierda tiene que tener la capacidad de
articular, de proponer, de unificar y de salir adelante
Permítanme a nombre del Presidente, a nombre mío,
felicitarlos, celebrar este encuentro y desearles y exigirles de manera
respetuosa y cariñosa luchen, luchen, luchen. No nos dejen solos a otros
pueblos que estamos luchando de manera aislada en algunos lugares, en Siria,
algo en España, en Venezuela, en Ecuador, en Bolivia.
No nos dejen solos. Los necesitamos a ustedes, más aun en
Europa, no que solamente vea a la distancia lo que sucede en otras partes del
mundo sino una Europa que nuevamente vuelva a alumbrar el destino del
continente y el destino del mundo.
Felicidades y muchas gracias.
Álvaro García Linera es vicepresidente del estado
plurinacional de Bolivia
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