25/Abril/2014
Desde Brasil
Relación entre protesta y
violencia
Bruno Peron Loureiro
Entre los dichos “Dios escribe derecho en renglones torcidos” y “Dios es
brasilero”, no sé cuál de ellos es más susceptible a ser mal interpretado en
Brasil. Ambos difieren en que el primero es consolador ante los dolores
interminables, mientras que el segundo es adulador porque masajea nuestro ego.
Pero también se asemejan: Brasil es el lugar donde el error y el acierto, el
dolor y el placer se alternan desde siempre en su territorio.
Pasada la euforia del fin del mundo, que de hecho llenó a mucha gente de
asombro y precaución, en Brasil sucede lo mejor y lo peor del mundo. Habiendo
recibido el cetro de la modernidad europea, el transcurrir de pocos siglos ha
mostrado combinaciones étnicas, culturales y sociales que ningún otro país
experimenta. Con todo, estamos todavía por derivar el resultado de las
expansiones ultramarinas, mientras que como civilización nueva, distinta e
imprevista, hemos tenido motivos para creer que “Dios es brasilero” como
resultado del orgullo de la nueva tierra y de la nueva sangre.
Pero la peor parte de este relato histórico quedaría acreedora de
explicación, ¿por qué, en una tierra de gente alegre y tierra fértil, reside
también lo peor del mundo, donde también
la violencia tiene expresiones creativas? Como contrariando todo progreso las promesas
de la modernidad se alargan frente a las sombras. No se oculta la existencia de
un lado oscuro, que aturde las expectativas y los optimismos.
El objetivo de este texto es proponer una discusión sobre la relación
ilegítima y nebulosa que se establece en Brasil entre protesta y violencia. Las
demandas de las protestas no solo ocurren en forma lúdica, al son de tambores y
“gritos resonantes”. No es de extrañar que la población de este país viva en un
escenario frecuente de lo peor del mundo. Narrativas periodísticas revelan los
éxitos y fracasos del crimen en sus variados aspectos: estaciones de bicicletas
de Bike Sampa cierran debido al vandalismo; matones amedrentan a propietarios y
parroquianos de restaurantes, conductores reciben tiros dentro de sus vehículos
luego de ser asaltados, indígenas desaparecen de sus aldeas.
Hay una crisis de competencias (quien hace que, quien es responsable por
hacer que) en la cual la pólvora se dispersa con rapidez, pero todos se apartan
cuando se enciende la chispa. Deberes
laborales se convierten en una lucha por la garantía de sobrevivencia. No es
por azar que los autobuses continúan siendo quemados en varias ciudades
brasileras como una forma de protesta del tipo “tiro en un pie”. O sea, se
vandalizan bienes necesarios y propios y se dejan centenares de personas sin
transporte público para llamar la atención a las autoridades que los autobuses
no funcionan.
Porque las formas de protesta han variado de acuerdo con la creatividad,
tenemos ejemplos desde los afiches de brasileros contra el sexismo y la
xenofobia en la Universidad de Coimbra, hasta los “rolezinhos” en los centros
comerciales. Esta última modalidad de protesta es todo lo que las clases altas
y medias no querían, jóvenes de las periferias frecuentando los mismo espacios
de consumo de “madames” y “sociedad”.
En la medida que las protestas asumen contornos nuevos de acuerdo con la
creatividad –la que los brasileros tenemos en exceso, por cierto– acompañamos
la falacia de los discursos oficiales y se revela una crisis de gobernabilidad
en Brasil.
Hay primero que entender los motivos de las protestas para luego proponer
medidas que atiendan las necesidades de quien protesta y no sus caprichos. Esto significa que no
toda protesta el legítima o pertinente, así, un “rolezinho” por las escuelas
brasileras sería más interesante que en los centros comerciales a fin de
promover los espacios educativos para todos en lugar de celulares caros para
muchos.
En este ínterin, se trabaja para reducir la violencia en los movimientos
de protesta a despecho de la dificultad de evitar la infiltración de personas
malintencionadas. La justicia y la paz imperarán donde el deseo del bien
colectivo sea mayor que el de saciar los instintos primitivos. Una vez que se
disipe la oscuridad, creo que Brasil triunfará como escenario de lo mejor del
mundo, dónde cualquier dios va a querer ser brasilero.
http://www.brunoperon.com.br
Publicación
Barómetro 17-02-14
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