Desde México
Fecha: 10/Nov./2014
Otra Perspectiva Sobre El Soborno
Alberto
Medina Méndez
Una mirada
excesivamente moralina suele aparecer cuando de sobornos se trata. Los que
alzan la voz, las más de las veces con una enorme hipocresía, despotrican contra
las prácticas corruptas e intentan explicar el fenómeno desde lo estrictamente
ético.
Una reciente
encuesta realizada entre hombres de negocios en un tradicional foro empresario,
confirmó que poco menos de la mitad de los consultados manifestó que no sería
censurable un acto de esta naturaleza.
Si bien el
muestreo contempla matices en esa mitad de los entrevistados entre los que
dicen que esa sería una situación aceptable solo en casos extremos y los que
afirman que nunca sería un acto condenable, lo que preocupa finalmente no es
esa porción, sino la elevada cuota de falsedad de la otra, esa que se espanta
frente a esta realidad, ocultándose, negándolo y hasta repudiando conductas
habituales propias en lo cotidiano.
La corrupción,
en cualquiera de sus grados, tiene un origen concreto y su resolución no pasa
ni por aterrarse, ni por negar su existencia. Una de las claves del asunto
tiene que ver con que la sociedad toda, frente a situaciones como estas, se
coloca, con absoluta ausencia de autocrítica, en una posición repleta de
incongruencias y cargada de prejuicios.
Son muchos los
ciudadanos que defienden la vigencia de aquella creencia que dice que para que
exista un cohecho se requieren dos actores, el que cobra y el que paga. Esa
visión pretende, intencionadamente, quitarle responsabilidad al funcionario que
solicita el pago de dinero a cambio de un favor. Lo plantean como si fuera una
cuestión menor e intrascendente.
Con inusitada
virulencia se inculpa con fuerza a quien está dispuesto a pagar a cambio de un
beneficio irregularmente otorgado. Es solo en ese caso en el que se califica al
protagonista como una persona corrupta. Para esa caricaturesca descripción, ese
privado, ese particular es alguien que incita al ingenuo y desprevenido
funcionario estatal a cometer un delito en el que no desearía incurrir, pero
que dadas las circunstancias no tiene otra salida más que aceptar de mala gana
y con culpa semejante despropósito.
Lo habitual es
que este tipo de razonamientos surja de gente que reivindica, desde la derecha
autoritaria a la izquierda socialista, el protagónico rol del Estado como
contralor de la vida ciudadana, despreciando el papel de los individuos y el
empresariado genuino en el desarrollo. Se trata de personas que atacan
ideológicamente al capitalismo y descreen de sus bondades.
Es frecuente
que quienes critican en los demás estas conductas sean los mismos que en su
vida cotidiana, evaden impuestos, utilizan tecnología sin pagar licencias,
fotocopian literatura y contratan servicios de personas sin registrarlas. Son
los cultores de la doble moral de este tiempo.
La corrupción
forma parte de la realidad y está presente de diversas formas en la vida
terrenal. En el mundo empresario, como en todas las actividades, se puede
encontrar a aquellos que disponen de un comportamiento ético, progresan
asumiendo riesgos y compiten en el mercado ofreciendo talento.
Pero no menos
cierto es que otra importante cantidad de personas viven a la luz de negocios
espurios, de prebendas estatales, de privilegios otorgados desde las sombras
del poder. Obviamente esos individuos obtienen sus ingresos gracias a la
influencia circunstancial de empleados que trabajan para la sociedad desde el
Estado y que con atribuciones desmedidas más una absoluta discrecionalidad,
deciden los destinos de esos fondos.
Es peligroso
generalizar, pero más hipócrita es hacerse el distraído y hacer creer a los
demás que la corrupción incluye a unos pocos cuando la realidad muestra a
diario exactamente lo contrario. En todo caso, la tarea consiste en entender lo
que sucede y asumir las verdaderas implicancias de defender ciertas ideas. Un
Estado grande en el que los funcionarios tienen atribuciones inmensas gracias a
regulaciones impulsadas inocentemente por personas que creen en las
benevolencia de sistemas intervencionistas, solo genera más corrupción y de eso
también hay que hacerse cargo.
Cuando alguien
"puede" pagar por un favor a un funcionario, es porque previamente
alguien creó un texto legal que lo habilita. Nadie abona dinero extra por algo
que no resulta necesario. Cuando el Estado exige requisitos, allí nacen los
sobornos. Sin regulaciones, simplemente, eso no sería posible.
Son los
votantes y sus ideas políticas, los que han generado esta dinámica interminable
de múltiples controles e infinitas regulaciones. Son esas normas, esa excesiva
burocracia estatal, la que multiplica los hechos de corrupción. Allí está la
causa y no en la falsa moral que se pretende de los demás cuando en la vida
propia se hace algo demasiado parecido.
No se resuelve
nada con retórica y voluntarismo moral. El problema no es que la mitad de los
empresarios reconozcan que están dispuestos a cometer cohecho, sino que la otra
mitad no asuma que también lo hace. La solución pasa por comprender lo que ocurre,
eliminar la inmoral burocracia, los excesos regulatorios y terminar con la
cultura de pretender controlarlo todo.
Sin esa acción
decidida todo seguirá igual y los políticos continuarán creando normativas,
porque ellos sí saben como se consiguen recursos adicionales con esa modalidad.
Por eso estimulan estas ideas, para poder crear reglas que les permitan
utilizarlas para su provecho personal.
Para que un
inconveniente no encuentre solución precisa de un diagnóstico equivocado. Si la
evaluación de la situación es errónea, las chances concretas de resolverlas son
nulas. Es por eso que no hay que cometer el infantil error de quedarse con la
mirada simplista de observar las consecuencias de los hechos, sino en todo
caso, si se está disconforme con el presente, comprender como funciona todo y
actuar sobre las verdaderas causas que lo originan. Solo así se puede cambiar
la historia. El resto es solo una versión más del cinismo contemporáneo.
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