Desde Portugal
12/Diciembre/2014
El Poder Popular Ante El Nuevo
Ciclo Electoral
Por
Antoni Aguiló*
Durante la
Transición, la sociedad sufrió un proceso de vaciamiento del poder popular por
parte de las élites que tutelaron el régimen del 78. La toma de las plazas en
mayo de 2011 fue el disparador de una conciencia expansiva de ruptura con el
consenso constitucional heredado. La cultura de la Transición comenzaba a
resquebrajarse y el poder popular resurgía tras décadas de domesticación.
El clamor del
15-M volvió a poner sobre la mesa el desarrollo de un poder popular autónomo
capaz de subvertir los viejos códigos políticos e invertir el poder de las
clases dominantes. Tras su débil impacto en las elecciones de 2011, algunos se
apresuraron a desacreditarlo e incluso a darlo por muerto. Sin embargo, desde
sus inicios el 15-M advirtió que “vamos despacio porque vamos lejos”. Cuatro
años después, las consecuencias electorales del 15-M muy probablemente se
dejarán sentir en los comicios de 2015. El nuevo ciclo electoral significa una
oportunidad de diálogo con el poder surgido en calles y plazas para
fortalecerlo, pero también para debilitarlo. Así, y en vista del probable
cambio en la correlación electoral de fuerzas señalado por la mayoría de
encuestas y sondeos publicados, ¿cuáles son, a mi modo de ver, los principales
desafíos a los que se enfrenta el poder popular?
El reto de
articular lo insurreccional con lo electoral. En el 15-M conviven dos grandes
corrientes: una insurgente, autogestionaria, centrada en una perspectiva de
largo alcance que hace hincapié en la participación extrainstitucional y en las
tendencias horizontales comprometidas con la democracia radical, asamblearia y
sin líderes; y otra más inmediatista con formas de participación híbridas que
combinan tendencias horizontales con otras de carácter vertical
(jerarquización, burocratización, centralización, etc.). Esta última permite entender por qué han surgido formaciones como Podemos,
Ganemos o el Partido X, que optan por la política institucional incorporando
novedosos elementos de carácter horizontal.
El reto
consiste en aprovechar la ventana electoral de oportunidad para llevar a cabo
el cruce del poder institucional con el radical-popular. La radicalización
democrática tiene que combinar ejercicios de democracia radical (prácticas de
autoorganización desde abajo, autogestión, asambleas populares, etc.) con
procesos de democracia participativa y representativa. La PAH y la CUP son
ejemplos de ello. La PAH reúne a activistas antidesahucios, abogados,
desempleados y trabajadores migrantes, y combina la acción directa (escraches,
ocupación de sucursales bancarias, acciones de sensibilización, etc.), con
medidas de presión tradicionales, como la ILP, desbordando la lógica clásica de
movilización. La CUP, por su parte, ha sabido conjugar presencia institucional
con presencia en la calle, situándose en la primera línea parlamentaria en
cuestiones como la lucha contra los desahucios, la corrupción, las balas de
goma, etc., y llevando a la cámara catalana tanto las reivindicaciones como el
vocabulario de los movimientos sociales.
El reto de
mantener la autonomía. Las victorias recientes no han venido de las
instituciones representativas, sino de la organización popular y la lucha en
las calles. No hay que olvidar que las conquistas más importantes para la
democracia se consiguen mediante lo que Boaventura Santos llama la acción
rebelde, subalterna y colectiva. ¿Quién ha logrado cambiar el sentido común
político de buena parte de la sociedad? El 15-M. ¿Quién consiguió que Islandia
juzgara a los responsables de la crisis? El movimiento ciudadano. ¿Quién frenó
la privatización de la sanidad pública en Madrid? La Marea blanca y el TSJM.
¿Quién se enfrentó al uso indiscriminado y superfluo del dinero público en
Gamonal? El movimiento vecinal.
El poder
popular tiene que evitar dejarse instrumentalizar o acaparar por siglas. Cabe
recordar el fracaso del proyecto Suma de IU, denunciado por asambleas del 15-M
como un intento de fagocitación, así como la pérdida de fuelle de Alternativas
desde abajo, diluida en fenómenos como Podemos y Ganemos. Si Podemos aspira a
ser una palanca del poder popular habrá que arrastrarlo hacia la radicalización
democrática promoviendo, por un lado, la autonomía de sus círculos como
contrapoderes sociales que hagan política desde la calle y contribuyendo, por
otro, a crear instituciones que construyan poder comunitario, fracturen la
partidocracia y asuman como suyas las aspiraciones de los movimientos
emancipadores.
El reto de
desarrollar una sabiduría del nosotros. Dice un proverbio ewe que “la sabiduría
es como un baobab: nadie puede abrazarla solo”. Conceptos como asamblearismo,
ruptura democrática, horizontalidad, autogestión, etc., no serán realmente
efectivos sin una pedagogía de la escucha, del consenso y la complementariedad
que permita modificar nuestros hábitos arraigados en el individualismo, el
conformismo y la competitividad.
La
consolidación de un proyecto colectivo de transformación (que dispute las
elecciones pero vaya más allá) pasa por crear las bases de una nueva cultura
política capaz de materializar el poder popular en los ámbitos cotidianos: la
educación, la salud, el trabajo, etc. La conquista del Estado no significa la
conquista del poder social. El barrio, la calle y la plaza pública se han
reconstituido en los últimos años como epicentro del antagonismo social y de
clase. Por eso el mayor reto de este próximo ciclo electoral consiste en crear
nuevas narrativas políticas que supediten el poder de las urnas al poder
institucionalmente huérfano de la calle. ¿Podremos?
*Filósofo
político y profesor del Centro de Estudios Sociales de la Universidad de
Coímbra, Portugal. Columnista del diario
Público.es, España
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Saludos Torrijistas
Movimiento de
Bases Torrijistas [MOBAT]
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