Desde
Venezuela
Fecha:
10/Nov.2014
Terrorismo y Revolución
Sergio Rodríguez Gelfenstein
La
trayectoria revolucionaria de mi padre Mariano Rodríguez, me llevó desde niño a
conocer a una gran cantidad de personajes, muchas veces sin saber quiénes eran.
En algunos casos, pasaron muchos años antes de conocer la verdadera identidad
de estos amigos que pasaban transitoriamente por casa.
En
el alba de mi vida, cuando apenas tenía 8 años fuimos a vivir a Maturín. Las
actividades políticas de mi padre nos encaminaron a su ciudad natal a la que
volvía después de muchos años. Era una época en que la lucha armada arreciaba
en el país. Las fuerzas revolucionarias se enfrentaban a la voracidad represiva
de los fundadores de la deformada democracia representativa surgida tras el derrocamiento de la dictadura de
Marcos Pérez Jiménez.
Mi
hermana Valentina tenía 1 año e Iván, apenas algunos meses, los dos menores,
Marianela y Mauricio aún no habían
nacido. Era inevitable que –sobre todo
yo- me diera cuenta que mi papá desarrollaba actividades políticas en contra
del gobierno y que eso era peligroso. La consigna que nos inculcó –y que
todavía hoy recordamos- fue “ver, oír y callar”. Eran tiempos en que Radio
Habana Cuba se escuchaba en un tono muy bajo para evitar que los vecinos
pudieran saber que auscultábamos la voz
de lo que el sistema denominaba “la tenebrosa dictadura cubana”.
De
esa época, recuerdo dos amigos que llegaron a casa donde permanecieron varios
días, tal vez semanas. No se podía saber que estaban allí. Ante tal dificultad
me transformé en su enlace, llevando y trayendo comunicaciones. Muchos años
después (tal vez 30) supe que uno de ellos había sido Alfredo Maneiro, uno de
los más preclaros líderes de la izquierda revolucionaria venezolana, fundador de
la Causa R, organización que puso en entredicho el poder corrupto de la alianza
de social demócratas y demócrata cristianos.
Era
muy niño, como para recordar con detalles a Maneiro, pero aún resuenan en mi
mente su convocatoria cada vez que regresaba de la escuela, para preguntarme
qué cosas nuevas había aprendido y conversar
de Venezuela, su historia y geografía. Maneiro trasuntaba humanidad y
paz a pesar de las condiciones difíciles en que vivía.
Años,
después, viviendo en Santiago de Chile, pasaban por casa muchos venezolanos
quienes compartían junto al pueblo chileno los avatares del gobierno de la
Unidad Popular y su presidente, Salvador Allende. Uno de ellos (que para variar
supe su nombre muchos años después) fue el hoy tan recordado Baltasar Ojeda
Negretti. Trasuntaba alegría, felicidad de vivir, tenía una risa alegre que
nunca le abandonaba. Con mi padre hacían planes de futuro y añoraban el regreso
a la Venezuela querida. Nunca escuché (aunque escuché mucho) que en su lenguaje
o en sus pensamientos se barruntara alguna idea destructiva, alguna
manifestación de odio o de resentimiento personal respecto del enemigo. Ya era
un joven en plena adolescencia que participaba activamente en las luchas
estudiantiles en apoyo a la Unidad Popular y podría haberme dado cuenta de lo
contrario e incluso “nutrirme” de ello.
Con
el transcurso del tiempo, me tocó conocer en persona a combatientes, de varios
países que asumieron la lucha armada para enfrentar las feroces dictaduras
militares que asolaban sus países. En distintos niveles de
responsabilidad, ninguno de ellos
portaba ideas de odio personal o de búsqueda de la muerte sin sentido.
Recuerdo
a Laureano Mairena, ese extraordinario campesino de Solentiname en Nicaragua
que fue mi jefe de columna, el más valiente entre todos los valientes que he
conocido, jovial, dicharachero, cumplía su misión al lado de los pobres de la
tierra que luchaban por su libertad, como la más sencilla de las encomiendas.
Combatir junto a él fue un privilegio que atesoro como lo mejor de mi vida.
Cayó combatiendo, ya con grados de capitán del Ejército Popular Sandinista, a
las bandas contra revolucionarias que devastaban Nicaragua bajo mandato de
Estados Unidos a comienzos de los años 80 del siglo pasado.
Podría
hoy también recordar al Comandante Fidel
Castro y la formación que tuvo el contingente internacionalista que partiendo
de Cuba dio su apoyo al derrocamiento de la dictadura de Somoza, cuando bajo el
influjo de la revolución cubana adquirimos estilos, hábitos y comportamientos
respecto del trato con nuestros compañeros, con los heridos y los prisioneros
de guerra, si llegábamos a tenerlos. En el caso de Cuba, fue norma permanente
del ejército desde los días de la Sierra Maestra.
Estos
recuerdos y reflexiones vinieron a mi pensamiento al ver la cobardía y bajeza
moral de los dos terroristas venezolanos capturados en Colombia. La desfachatez
de su discurso violento sólo puede tener sustento en mentes desquiciadas que
gozan de gran apoyo de la ultra derecha colombiana actuando como cabeza de
lanza de un conglomerado de fuerzas nacionales e internacionales que supone la
intención de reconquistar a cualquier precio el poder perdido. “Restauración
conservadora” la denomina el presidente Rafael Correa.
El
valor que significa asumir formas de lucha que pueden significar la pérdida de
los más preciado del ser humano: su vida, solo puede ser enarbolado por
ciudadanos que sienten verdadero amor por su patria y su pueblo, se hace de
cara al sol, enfrentando al enemigo armado, no a inermes ciudadanos inocentes
como pretendían estos falaces y desvergonzados hijos del fascismo. Esto es puro
y burdo terrorismo, hágalo quien lo haga y en el lugar que lo haga.
Los
revolucionarios enfrentarán exitosamente y lograrán derrotar al enemigo empuñando
valores, principios y un comportamiento superior. En lo financiero, lo
tecnológico y lo militar, el adversario casi siempre es superior, pero jamás podrán derrotar a los
pueblos si estos son conducidos por líderes capaces de blandir las banderas de
una ética y una moral superlativa. Es la única bandera que el pueblo hará suya
para transitar el camino de la victoria. Su carencia augura una derrota segura
Publicación Barómetro 02-10-14
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