Desde
Age. Internacional
20/Septiembre/2014
Una alimentación adicta al petróleo
Por Esther Vivas
Comemos
petróleo, aunque no lo parezca. El actual modelo de producción, distribución y
consumo de alimentos es adicto al "oro negro". Sin petróleo, no podríamos
comer como lo hacemos. Sin embargo, ante un escenario donde cada vez va a ser
más difícil extraer petróleo y éste resultará más caro, ¿cómo vamos a
alimentarnos?
La
agricultura industrial nos ha hecho dependientes del petróleo. Desde el
cultivo, la recolección, la comercialización y hasta el consumo, necesitamos de
él. La revolución verde, las políticas que nos dijeron modernizarían la
agricultura y acabarían con el hambre, y que se implementaron entre los años 40
y 70, nos convirtieron en "yonquis" de este combustible fósil, en
parte gracias a su precio relativamente barato. La maquinización de los
sistemas agrícolas y el uso intensivo de fertilizantes y pesticidas químicos
son el mejor ejemplo. Estas políticas significaron la privatización de la agricultura,
dejándonos, a campesinos y consumidores, en manos de un puñado de empresas del
agro negocio.
A
pesar de que la revolución verde insistió en que aumentaría la producción de
comida y, en consecuencia, acabaría con el hambre, la realidad no resultó ser
así. Por un lado, sí que la producción por hectárea creció. Según datos de la
FAO, entre los años 70 y 90, el total de alimentos per cápita a nivel mundial
subió un 11%. Sin embargo, esto no repercutió, como señala Jorge Riechmann en
su obra 'Cuidar la (T)tierra', en una disminución real del hambre, ya que el
número de personas hambrientas en el planeta, en ese mismo período y sin contar
a China cuya política agrícola se regía por otros parámetros, ascendió,
también, en un 11%, pasando de los 536 millones a los 597.
En
cambio, la revolución verde tuvo consecuencias muy negativas para pequeños y
medianos campesinos y para la seguridad alimentaria a largo plazo. En concreto,
aumentó el poder de las empresas agroindustriales en toda la cadena productiva,
provocó la pérdida del 90% de la agro y la biodiversidad, redujo masivamente el
nivel freático, aumentó la salinización y la erosión del suelo, desplazó a
millones de agricultores del campo a las ciudades miseria, desmantelando los
sistemas agrícolas tradicionales, y nos convirtió en dependientes del petróleo.
Una agricultura 'yonqui'
La
introducción de maquinaria agrícola a gran escala fue uno de los primeros
pasos. En Estados Unidos, por ejemplo, en 1850, como recoge el informe Food,
Energy and Society, la tracción animal era la principal fuente de energía en el
campo, representaba un 53% del total, seguida de la fuerza humana, con un 13%.
Cien años más tarde, en 1950, ambas sumaban tan solo el 1%, ante la
introducción de máquinas de combustible fósil. La dependencia de la maquinaria
agrícola (tractores, cosechadoras, camiones...), más necesaria si cabe en
grandes plantaciones y monocultivos, es enorme. Desde la producción, la
agricultura está "enganchada" al petróleo.
El
sistema agrícola actual con el cultivo de alimentos en grandes invernaderos
independientemente de su temporalidad y el clima muestra, asimismo, su
necesidad de derivados del petróleo y el elevado consumo energético. Desde
mangueras pasando por contenedores, acolchados, mallas hasta techos y
cubiertas, todo es plástico. El Estado español, según datos del Ministerio de
Agricultura y Medio Ambiente, está a la cabeza del cultivo bajo plásticos en la
Europa mediterránea con 66 mil hectáreas cultivadas, la mayor parte en
Andalucía, y en particular Almería, seguida, a más distancia, de Murcia y
Canarias. Y, ¿qué hacer con tanto plástico una vez finaliza su vida útil?
El
uso intensivo de fertilizantes y pesticidas químicos son una muestra más de la
adicción del modelo alimentario al petróleo. La comercialización de
fertilizantes y pesticidas ha aumentado un 18% y un 160%, respectivamente,
entre los años 1980 y 1998, según el informe Eatingoil: foodsuply in a
changingclimate. El sistema agrícola dominante necesita altas dosis de
fertilizantes elaborados con petróleo y gas natural, como amoniaco, urea, etc.,
que sustituyen los nutrientes del suelo. Multinacionales petroleras, como
Repsol, Exxon Mobile, Shell, Petrobras cuentan en su cartera con inversiones en
producción y comercialización de fertilizantes agrícolas. Los pesticidas
químicos de síntesis son otra fuente importante de dependencia de este
combustible fósil. La revolución verde, como analizábamos, generalizó el uso de
plaguicidas y, en consecuencia, la necesidad de petróleo para elaborarlos. Y
todo esto, sin mencionar el impacto medioambiental del uso de dichos
agrotóxicos, contaminación y agotamiento de tierras y aguas, y en la salud de
campesinos y consumidores.
Alimentos viajeros
La
necesidad de petróleo la observamos, también, en los largos viajes que realizan
los alimentos desde donde son cultivados hasta el lugar en que se consumen. Se
calcula que la comida viaja de media unos 5 mil kilómetros del campo al plato,
según un informe de Amigos de la Tierra, con el consiguiente menester de
hidrocarburos e impacto medioambiental. Estos "alimentos viajeros",
según dicho informe, generan casi 5 millones de toneladas de CO2 al año,
contribuyendo a la agudización del cambio climático. La globalización
alimentaria en su carrera para obtener el máximo beneficio, des localiza la
producción de alimentos, como ha hecho con tantos otros ámbitos de la economía
productiva. Produce a gran escala en los países del Sur, aprovechándose de unas
condiciones laborales precarias y una legislación medioambiental inexistente, y
vendiendo, posteriormente, su mercancía aquí a un precio competitivo. O produce
en el Norte, gracias a subvenciones agrarias en manos de grandes empresas, para
después comercializar dicha mercancía subvencionada en la otra punta del planeta,
vendiendo por debajo del precio de coste y haciendo la competencia desleal a la
producción autóctona. Aquí reside el porqué de los alimentos kilométricos:
máximo beneficio para unos pocos; máxima precariedad, pobreza y contaminación
ambiental para la mayoría.
En
el año 2007, se importaron en el Estado español más de 29 millones de toneladas
de alimentos, un 50% más que en 1995. Tres cuartas partes fueron cereales,
preparados de cereales y piensos para la ganadería industrial, la mayor parte
llegados de Europa y América Central y del Sur, como recoge el informe
Alimentos kilométricos. Incluso comestibles típicos, como el garbanzo o el
vino, los acabamos consumiendo de miles de kilómetros de distancia. El 87% de
los garbanzos que comemos aquí vienen de México, en el Estado español su
cultivo ha caído en picado. ¿Qué sentido tiene dicho ajetreo internacional de
alimentos desde un punto de vista social y medioambiental? Ninguno.
Una
comida típica dominical en Gran Bretaña con patatas de Italia, zanahorias de
Sudáfrica, judías de Tailandia, ternera de Australia, brócoli de Guatemala y
con fresas de California y arándanos de Nueva Zelanda de postres genera, según
el informe Eatingoil: foodsuply in a changingclimate, 650 veces más de gases de
efecto invernadero, debido al transporte, que si dicha comida hubiese sido
cultivada y comprada localmente. La cifra total de kilómetros que el conjunto
de estos "alimentos viajeros" suman del campo a la mesa es de 81 mil,
el equivalente a dos vueltas enteras al planeta tierra. Algo irracional, si
tenemos en cuenta que muchos de estos productos se cultivan en el territorio.
Gran Bretaña importa grandes cantidades de leche, cerdo, cordero y otros
alimentos básicos, a pesar de que exporta cantidades similares de los mismos.
Aquí, pasa lo mismo.
Comiendo plástico
Y
una vez los alimentos llegan al supermercado, ¿qué sucede? Plástico y más
plástico, con derivados del petróleo. Así, encontramos un embalaje primario que
contiene el alimento, un empaquetado secundario que permite una atractiva
exhibición en el establecimiento y, finalmente, bolsas para llevártelo del
"súper" a casa. En Catalunya, por ejemplo, de los 4 millones de
toneladas de residuos anuales, un 25% corresponden a envases de plástico. Los
supermercados lo empaquetan todo, la venta a granel ha pasado a la historia. Un
estudio encargado por la Agencia Catalana del Consum concluía que comprar en
comercios de proximidad generaba un 69% menos de residuos, que haciéndolo en un
supermercado o una gran superficie.
Una
anécdota personal ilustra bien esta tendencia. De pequeña, en casa compraban el
agua embotellada en grandes garrafas de vidrio de ocho litros, hoy casi toda el
agua que se comercializa está embotellada en envases de plástico. Y se ha
puesto de moda, incluso, comprarla en packs de seis unidades de litro y medio.
No es de extrañar, pues, que de los 260 millones de toneladas de residuos de
plástico en el mundo, la mayor parte sean envases de botellas de agua o leche,
como indica la Fundación Tierra. El Estado español, según dicha fuente, es el
principal productor en Europa de bolsas de plástico de un solo uso y el tercer
consumidor. Se calcula que la vida útil de una bolsa de plástico es 12 minutos
de media, pero su descomposición puede tardar unos 400 años. Saquen
conclusiones.
Vivimos
en un planeta de plástico, como retrataba brillantemente el austríaco Werner
Boote en su film 'PlasticPlanet' (2009), donde afirmaba: "La cantidad de
plástico que hemos producido desde el principio de la edad del plástico es
suficiente para envolver hasta seis veces el planeta con bolsas". Y no
sólo eso, ¿qué impacto tiene en la salud su omnipresencia en nuestra vida
cotidiana? Un testimonio en dicho film decía: "Comemos y bebemos
plástico". Y esto, como denuncia el documental, tarde o temprano, nos pasa
factura.
La
gran distribución no solo ha generalizado el consumo de ingentes cantidades de
plástico sino, también, el uso del coche para ir a comprar. La proliferación de
hipermercados, grandes almacenes y centros comerciales en las afueras de las
ciudades ha obligado al uso del coche privado para desplazarse hasta estos
establecimientos. Si tomamos como ejemplo Gran Bretaña, y como indica el
informe Eatingoil: foodsuply in a changingclimate, entre los años 1985/86 y
1996/98 el número de viajes a la semana por persona en coche para hacer la
compra pasó de 1,7 a 2,4. El total de la distancia recorrida, también, aumentó,
de los 14km por persona a la semana a 22km, un ascenso del 57%. Más kilómetros,
más petróleo y más CO2, en detrimento, además, del comercio local. Si en el año
1998, existían en el Estado español 95 mil tiendas, en el 2004 esta cifra se
había reducido a 25 mil.
¿Qué hacer?
Según
la Agencia Internacional de la Energía, la producción de petróleo convencional alcanzó
su pico en 2006. En un mundo, donde el petróleo escasea, ¿qué y cómo vamos a
comer? En primer lugar, es necesario tener en cuenta que a más agricultura
industrial, intensiva, kilométrica, globalizada, más dependencia del petróleo.
Por contra, un sistema campesino, agroecológico, local, de temporada, menos
"adición" a los combustibles fósiles. La conclusión, creo, es clara.
Es
urgente apostar por un modelo de agricultura y alimentación antagónico al
dominante, que ponga en el centro las necesidades de la mayoría y el
ecosistema. No se trata de una vuelta romántica al pasado, sino de la imperiosa
necesidad de cuidar la tierra y garantizar comida para todos. O apostamos por
el cambio o cuando no quede más remedio que cambiar, otros, como tantas veces,
van a hacer negocio con nuestra miseria. No dejemos que se repita la
historia.Ecoportal.net
www.esthervivas.com
Publicación Barómetro 26-05-14
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a nuestro correo el Link de la pagina donde esta publicado.
Gracias. internacional.barometro@gmail.com
La produccion agricola campesina de baja productividad, deforesta, y nos causaria un problema mayor menguando la biodiversidad. a estas alturas no podemos abolir la tecnologia, el planeta de colecta y caza como en la fase primitiva solo puede mantener 14 milllones de personas, ¿que hacemos con el resto?, la solucion es la energia limpia y productos biologicos biodegradables.
ResponderEliminarFelicitaciones, sigan adelante con la discucion.
Saul Guerra Gutierrez
Ingeniero Agronomo,
departamento de Investigacion en Recursos Naturales y Ambiente.
Universidadd de San Carlos de Guatemala