Desde Argentina
11/Diciembre/2015
La Izquierda Frente Al Balotaje
Claudio
Katz*
En el clima de gran
politización que rodea al balotaje, el debate en la izquierda se intensifica
entre los partidarios de votar a Scioli o en blanco. Esta polémica ha diluido
la convocatoria inicial a posponer cualquier discusión sobre el kirchnerismo.
Los seguidores de
Stolbizer que promueven el apoyo a Macri han quedado fuera de estas
controversias y de cualquier pertenencia al progresismo. La discusión gira en
torno a Scioli, que es visto en forma unánime como un exponente del viraje conservador.
Salta a la vista la responsabilidad del gobierno en este curso. Las
limitaciones políticas del oficialismo, las ataduras al PJ, los fracasos
económicos y el autismo frente al hartazgo social explican este escenario.
El perfil
derechista de Scioli ha quedado ratificado con la difusión de un gabinete que
incluye varios represores (Casal, Berni, Granados). El candidato lanzó también nuevas
advertencias contra los piquetes y propuestas de inclusión del ejército en la
lucha contra el narcotráfico. Sus principales interlocutores son los
capitalistas de IDEA, los bancos del Council of America, los contratistas de
Eurnekian y los viejos adversarios de Clarín. Un ex funcionario del FMI es promovido
como embajador de gran porte (Blejer) y un autorizado vocero de la coalición
oficialista propicia el rápido arreglo con fondos buitres (Urtubey).
Los progresistas
que votan a Scioli no ignoran estos datos. Simplemente consideran que la otra
alternativa es peor. Reconocen que ambos candidatos forman parte del
establishment pero estiman que “no son lo mismo”.
En muchas
discusiones esa distinción se torna bizantina. Es evidente que Scioli y Macri
no son presentan las mismas similitudes que Larreta y Micheti, ni las
diferencias que separan a Cristina de Carrió. Pero en Argentina estas
variedades mutan con vertiginosa celeridad.
Basta observar la
transformación del elenco de ex menemistas y ex aliancistas que puebla el FPV y
el PRO, para notar ese grado de conversión. Scioli agradeció recientemente a
Menen su padrinazgo político y Macri no disimula su entusiasmo con las
privatizaciones de los 90.
Esa comunidad de
antecedentes se extiende al propósito compartido de gobernar con ajustes,
devaluaciones y tarifazos. La mimetización de ambos candidatos con las
propuestas de Massa confirma esa afinidad. Macri prepara un gobierno con jefes
del justicialismo (De la Sota) y acuerdos con los jerarcas sindicales (Moyano).
Scioli promete puestos a todos los derechistas que perdieron el tren del PRO.
Mayores Similitudes Que Diferencias
Los dos bandos ya
vislumbran acuerdos parlamentarios para gobernar sin la mayoría automática que
tuvo el kirchnerismo. Esa convergencia en el Congreso fue anticipada por las
coincidencias que alcanzaron oficialistas y opositores en la Legislatura
porteña. Se suele remarcar las iniciativas gubernamentales que no votó el
macrismo en el Parlamento (YPF, Ley de Medios, matrimonio igualitario). Pero se
habla poco de las medidas regresivas que suscribió junto al kirchnerismo
(anulación de la ley cerrojo a los acreedores, cambios en las ART).
Los parecidos se
verifican en la campaña electoral. Durante la primera parte de la disputa
Scioli y Macri compartieron frivolidades y evasivas. Luego se embarcaron una
competencia de inconsistentes promesas sin financiación (bajar ganancias, pagar
el 82%, reducir el IVA, generalizar la asignación universal). En la semana
final siguen el libreto de los publicistas. Scioli repite la campaña del miedo
que utilizó Dilma en Brasil y Macri reparte sonrisas y mensajes dulcificados.
El progresismo que
vota a Scioli reconoce estas semejanzas, pero no registra que invalidan la
expectativa de completar lo que “dejó pendiente el kirchnerismo”. El universo
sciolista ha taponado todos los resquicios para nacionalizar el comercio
exterior, atenuar el imperio de la soja, controlar la depredación de minerales
o introducir alguna reforma impositiva.
Sus votantes desde
la izquierda igualmente remarcan el peligro macrista, subrayando que no hay
lugar para la “indiferencia” del voto en blanco. Pero esta opción no implica
neutralidad. Supone un mensaje de resistencia contra el ajuste que preparan
ambos candidatos.
En todos los
debates se resalta cuál sería el mejor escenario para confrontar con esa
agresión. Como nadie conoce el futuro sólo existen presunciones. En el terreno
económico se supone que Macri implementará un shock y su adversario optará por
el gradualismo. Pero el pasaje de un curso a otro ha sido muy frecuente en
distintos gobiernos.
Todos los jugadores
del mercado avizoran la proximidad de fuertes ajustes en las tarifas, los
subsidios y el tipo de cambio, cualquiera sea el triunfador. El ritmo de ese
apriete es desconocido por los propios candidatos. Comparten una estrategia de
atemperar la devaluación con endeudamiento, pero esa conjunción dependerá de
variables que ninguno maneja.
El argumento
represivo que se esgrime para votar a Scioli es más impactante, pero menos
consistente a la luz de la mano dura que exhibe el motonauta. Las mayores
amenazas provienen en los hechos de la acción conjunta de oficialistas y
opositores ensayaron durante el desalojo del Parque Indoamericano. Los policías
federales de Berni y los municipales de Montenegro coordinan ese tipo de
operaciones conjuntas.
Un eventual triunfo
de PRO no presenta las connotaciones fascistas que justificarían la opción por
el mal menor. Macri no es Pinochet. El balotaje también difiere del antecedente
francés que opuso a un xenófobo (Le Pen) con un derechista clásico (Chirac).
Macri se asemeja más bien a este segundo contendiente.
El PRO se esfuerza
por ocultar los rostros cavernícolas de su coalición. Ha consolidado una
formación retrógrada en un paradójico contexto de centroizquierda. El macrismo
asciende en un clima muy distante del gorilismo que prevaleció durante los
cacerolazos y la disputa con los agro-sojeros.
La derechización
mayoritaria de la dirigencia política no coincide con el estado de ánimo de la
sociedad. El PRO elude esta contradicción propagando hipócritas mensajes de
tolerancia. Especialmente Vidal se ha calzado un disfraz de monja sensibilizada
por el sufrimiento popular.
Algunos votantes de
Scioli suponen que mantendrá, al menos, la política cultural del kirchnerismo.
Contraponen esta continuidad con el giro retrógrado que avizoran en su rival.
Pero la estética de Pimpinella, Tinelli y Montaner -que precipitó los últimos
lamentos de Carta Abierta- no augura esa preservación. El motonauta es un
consumado conservador que espera el momento oportuno para restaurar los valores
clásicos de las clases dominantes.
Dilemas Externos Y Basamentos Sociales
La política
exterior es ciertamente un terreno de significativas diferencias entre ambos
contendientes. Macri prepara un acelerado realineamiento con Estados Unidos e
Israel junto a un drástico alejamiento de Cuba y Venezuela. Scioli propone
mantener el status quo, mientras apuntala un giro pro-mercado que a mediano
plazo convergería con el sendero de su rival.
El eventual
privilegio de tratados de libre comercio sobre el MERCOSUR es un proceso más
complejo con infinidad de intereses en juego, que ningún presidenciable
abordará al inicio de su gestión.
Muchos promotores
del voto en blanco consideran que las diferencias de política exterior que
separan a Scioli de Macri son irrelevantes. Suponen que todos los procesos
latinoamericanos transitan por el mismo curso regresivo y no reconocen la
existencia de dinámicas radicales en Cuba, Venezuela o Bolivia.
Con esa mirada
tampoco distinguen a los gobiernos que promueven el capitalismo (lulismo,
kirchnerismo) de las administraciones que enuncian proyectos socialistas.
Equiparan las políticas de expansión del consumo de los primeros con las
estrategias favorables al empoderamiento popular de los segundos. Este
equivocado enfoque conduce a soslayar las serias consecuencias regionales de un
triunfo de Macri.
¿Pero el
reconocimiento de esos efectos justifica el voto a Scioli? Si la pertenencia a
la izquierda se redujera a desenvolver acciones de solidaridad con el ALBA
correspondería una respuesta afirmativa. Pero esas iniciativas constituyen sólo
un aspecto de la acción política.
La construcción de
la izquierda en Argentina se asienta principalmente en la batalla por las
reivindicaciones inmediatas de la población. Cualquiera que haya participado en
alguna experiencia militante significativa conoce la centralidad de estas
demandas. En el escenario actual estas urgencias implican preparar la
resistencia contra el ajuste de Macri o Scioli.
No es la primera
vez que la izquierda debe lidiar con un conflicto de prioridades. Las
conveniencias diplomáticas externas y las exigencias de la lucha política
interna no siempre transitan por el mismo carril. Las tensiones entre ambas
esferas fue un rasgo permanente del siglo XX. Las necesidades de estado del
“bloque socialista” frecuentemente chocaban con las estrategias revolucionarias
de la izquierda en numerosos países. No existe una receta universal para lidiar
con esta contradicción pero conviene aprender del pasado.
La mayoría de los
partidos comunistas solía colocar en primer lugar las consideraciones
geopolíticas y en segundo término lo requerido en el plano interno. Razonaban
como cancilleres y no como militantes. Esta experiencia enseña que nuestro mejor
aporte a los procesos radicales de la región será el reforzamiento de una
opción de la izquierda en el país.
El apoyo a Scioli
es también justificado por el perfil social de sus adherentes. Se contrapone
ese basamento popular con el elitismo porteño del Macri. Este contraste retoma
una tradición del peronismo. Los cimientos más plebeyos de Luder, Menen o
Duhalde aportaban en el pasado el gran argumento de voto contra el radicalismo.
Pero ese supuesto
de eternidad justicialista entre los desamparados fue desmentido por Alfonsín y
por la Alianza. El peronismo ya no cuenta con la identificación popular
inmediata que mantuvo durante mucho tiempo. Por esa razón afronta periódicos
naufragios electorales. Estos temblores ilustran la erosión de sus viejos pilares.
El fundamento sociológico popular para sostener a Scioli es un artificio.
La divisoria de
votantes por clases sociales ha perdido la nitidez del pasado. Esta mutación
salta a la vista en la Capital Federal y fue visible en la primera vuelta de la
elección presidencial. El PRO se impuso en los viejos bastiones del peronismo.
Una fuerza derechista reinventada con globitos, evasión y moralismo hipócrita
le arrebató al justicialismo la gobernación de Buenos Aires, muchas
intendencias y localidades, manejadas por el PJ desde el 83 (como Jujuy).
La pugna
Scioli-Macri no expresa contraposiciones sociales, ni choques entre
antagonistas. Sólo el mecanismo del balotaje crea esa ficción. La confrontación
de la Unión Democrática con Perón no será resucitada el próximo 22 de
noviembre. Tampoco habrá recreación de la pelea inicial del PT con la derecha
brasileña o del desafío que introdujo Syriza en Grecia, antes de la
capitulación de Tsipras.
Conductas Y Resentimientos
El voto a Scioli es
asumido por muchos sectores de la izquierda como una acción autodefensiva.
Consideran que es la forma de preservar la organización popular. ¿Pero esa
resistencia se prepara apuntalando al motonauta?
Hay dos peligros en
ciernes. La obvia amenaza que representa Macri y el desengaño que puede generar
Scioli. Si esta última decepción provoca rabia por abajo, el enfado se
extenderá a todos los auspiciantes de su candidatura. Pero los atropellos del
sciolismo también podrían potenciar la resignación. Frecuentemente el giro
conservador de los gobiernos arrastra a los pueblos y generaliza el desánimo o
la apatía.
El ejemplo de
Brasil está a la vista. Dilma ganó asustando con el ajuste de su rival y
gobierna aplicando esos recortes, en un clima de desmoralización popular.
La definición de la
izquierda frente al balotaje tiene más importancia política que numérica. En la
primera vuelta el FIT obtuvo el cuarto lugar con 800.000 votos (un millón para
diputados). Es un caudal llamativo pero no inclina la balanza. Los seguidores
de Massa son los árbitros de la elección. El voto en blanco podría ser
significativo pero no alcanzará porcentajes determinantes.
Esta opción fue
utilizada hace muy poco por el kirchnerismo en la Capital Federal frente a la
definición entre Lousteau y Larreta. Rechazar ambas candidaturas fue una
decisión lógica a la luz del alineamiento posterior de ambas figuras con Macri.
El peronismo porteño no ha recibido sin embargo por esa actitud, el alud de
críticas que actualmente recae sobre la izquierda.
Según las encuestas
una porción mayoritaria de los votantes del FIT optará por la boleta en blanco.
Este comportamiento es natural entre electores que aprobaron un mensaje de
impugnación del trío (ahora dúo) del ajuste.
La izquierda
simplemente mantiene sus banderas previas. Si convocara al sostén de Scioli
sería vista como otro agrupamiento de panqueques, que salta de una lista a otra
según las conveniencias del momento. A pocos años de su creación el FIT ha
resuelto no suicidarse.
Pero incluso si
decidiera apoyar a Scioli, lo ocurrido en la primera vuelta ha demostrado cuán
vulnerada está la fidelidad del electorado. En las coyunturas de gran viraje
los votantes desbordan la ingeniería electoral. Por eso socavaron el armado
para favorecer al oficialismo a través de las PASO.
Es importante
registrar el significado del giro en curso. Si Scioli pierde en el balotaje
quedará ratificado el hastío con el gobierno kirchnerista y con la gestión del
gobernador de Buenos Aires. Ninguna campaña por el voto útil puede disimular
esa disconformidad. Hay fastidio con la situación de los hospitales, las
escuelas y las localidades inundadas de la provincia.
En lugar de
comprender esta realidad, varios intelectuales del peronismo ya preparan sus
dardos contra la izquierda si el oficialismo es derrotado. Algunos incluso
suponen que “los trabajadores reprocharán al FIT” una eventual victoria de
Macri. Esa tortuosa deducción oculta que el único culpable de ese desenlace
sería el kirchnerismo.
El resentimiento en
gestación con la izquierda también anticipa un despecho más extendido hacia
toda la población. Ciertos oficialistas sugieren que nadie los entendió (“les
dimos todo y ahora nos votan en contra”). Reivindican con fervor las elecciones
victoriosas (“el pueblo nunca se equivoca”) y se irritan con los resultados
adversos (“la sociedad perdió el rumbo”). Entre los pecados de la izquierda no
figuran estos devaneos.
Estrategias Y Lenguajes
La postura frente
al balotaje es un peldaño de las estrategias en disputa. Todos se preparan para
el día siguiente del desenlace electoral. Especialmente el kirchnerismo
anticipa su política ulterior. Aceita una corriente propia bajo el férreo
liderazgo de Cristina, asentada en bloques parlamentarios ampliados y en una
desaforada ocupación de cargos antes de abandonar el estado.
El desmesurado
protagonismo de CFK durante la campaña apunta a consolidar ese espacio en
desmedro explícito de Scioli. Cristina prepara todos los cañones para influir
dentro o fuera del partido justicialista.
La izquierda puede
converger con el bloque K o trabajar por una construcción propia y contrapuesta
a ese alineamiento. Son dos cursos de acción muy distintos, que inducen a
posturas diferentes frente a la segunda vuelta.
Obviamente el
sostén de Scioli desde la izquierda favorece el primer camino. Crea un empalme
inmediato con todas las consignas actuales del kirchnerismo (“hay dos modelos”,
“no da lo mismo”, “avanzar por lo que falta”).
Pero este
acompañamiento obstruye la apertura de un rumbo alternativo en plena crisis del
peronismo. No es muy sensato socorrer al kirchnerismo cuando es cuestionado por
la población. Este auxilio potencia la canalización del descontento por parte
del PRO.
Lo ocurrido con
Nuevo Encuentro debería ser aleccionador. Sabatela se aproximó con cautela al
oficialismo pero terminó subordinado a Cristina. Su grupo votó a libro cerrado
todas las leyes que envió el Ejecutivo, avaló al PJ y aceptó a los barones del
Conurbano. Coronó finalmente esta regresión secundando a Aníbal Fernández y
perdiendo el bastión de Morón.
Esta involución
ilustra como el mal menor desemboca en capitulaciones mayores. Se baja una
bandera tras otra. Primero había que sostener a Randazzo, luego al proyecto y
ahora a Scioli. La derecha recupera terreno con estas incongruencias que vacían
al progresismo de políticas propias. Si la izquierda repite esa conducta
obtendrá los mismos resultados.
Al cabo de una
década de intensa cooptación estatal se han afianzado los razonamientos
exclusivamente centrados en modelos, políticas y gobiernos. La gravitación de
la acción callejera es ignorada o aludida con puros formalismos.
Con esa mirada se
atribuye a la gestión de Néstor y Cristina las conquistas obtenidas como
resultado de la rebelión popular del 2001. También se supone que con “Macri se
perderán derechos” y con “Scioli se mantendrán las conquistas”, como si la
lucha fuera un ingrediente irrelevante en ambos escenarios. Recuperar la
primacía de la resistencia es una meta insoslayable cualquiera sea el desenlace
del balotaje.
La embrionaria
presencia del FIT es útil para retomar ese objetivo. Ese frente ha servido,
además, para introducir temas e ideales de la izquierda en la contienda
electoral. Su postura frente al balotaje intenta reforzar una construcción
explícitamente diferenciada del justicialismo. Difunden los mensajes
anticapitalistas que el progresismo olvida, ignora o rechaza.
En su configuración
actual de tres organizaciones trotskistas, el FIT bloquea la ampliación del
frente diverso que se necesita para forjar una izquierda popular. Pero esa
limitación coexiste con la disposición a la lucha que requiere el momento
actual.
De hecho el FIT
ocupa el lugar que dejaron vacantes otras formaciones. La centroizquierda
anti-K quedó deglutida por los partidos que alimentaron al macrismo y el
progresismo K sepultó las viejas rebeldías de la J.P.
Las posibilidades
de la izquierda suelen reaparecer suelen reaparecer en contextos inusuales a
través de vertientes imprevistas. Mantener una actitud abierta contribuye a
registrar el surgimiento de variantes distintas a la propia. Esta tendencia ha
sido captada por todos los participantes del debate sobre el balotaje que
adoptan una actitud fraternal.
Otros pensadores
han retomado, en cambio, acusaciones heredadas de la noche de los tiempos. Es
tan absurdo afirmar que el “voto en blanco es un voto por el imperialismo”,
como desconocer que intenta confrontar con dos candidatos estrechamente
vinculados a la embajada estadounidense. Incluso si fuera un gran error debería
ser objetado con el lenguaje que la izquierda recuperó luego de la pesadilla
stalinista.
Equivocar el
enemigo es más grave que fallar en una decisión electoral. La izquierda se
construye junto a los militantes de todas las corrientes y se destruye haciendo
buena letra con los popes del justicialismo.
*Economista,
investigador del CONICET, profesor de la UBA, miembro del EDI.
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