Desde Chile
27/Mayo/2013
El caso Neruda
Eduardo
Contreras
En septiembre
próximo se cumplirán cuarenta años desde la muerte del poeta mayor, y, por esas
cosas de la vida, dentro de pocos días,
en mérito de lo resuelto en el expediente rol nº 1038 – 2011 a cargo del
Ministro Mario Carroza, en querella del Partido Comunista por el probable
asesinato de Neruda, se llevará a efecto en Isla Negra la exhumación de sus
restos para que sean sometidos a pericias dentro y fuera de Chile a objeto de
establecer -en la medida de las posibilidades de la tecnología de
nuestro tiempo- la existencia de
sustancias extrañas en su organismo como la causa real de su muerte aquel
domingo 23 de septiembre de 1973.
¿Cómo se explica
esta situación después que todo mundo aceptara calladamente que el Premio Nobel
había muerto a causa de un cáncer a la próstata del que efectivamente padecía,
agravado por el dolor que le causaran los crímenes de los golpistas y en
especial las muertes de Salvador Allende y Victor Jara?¿Cómo es que nadie
sospechara nada? ¿Por qué ahora?
Lo cierto es que su
muerte por enfermedad estaba certificada por médicos y por esos mismos días el
único que podía hablar, su chofer y guardaespaldas Manuel Araya, había sido
detenido y trasladado al Estadio Nacional. Lo que explica que se haya dado por
verdadera una versión oficial que de algún modo calzaba aparentemente con los
antecedentes. Por otro lado el terror masivo de aquellos terribles días inhibía
cualquier tentativa de pedir una investigación sin más antecedentes la que por
demás los tribunales no habrían aceptado como tantas otras denuncias y recursos
de amparo.
Fue el reportaje
del periodista chileno Francisco Marín en la revista mexicana “Proceso” que
reprodujo las denuncias de Manuel Araya, el hecho que cambió las cosas. El
denunciante aludía a una extraña inyección puesta en el abdomen de Pablo Neruda
y por la que el poeta se había alarmado y llamado a Matilde y al propio Araya
que se encontraban en su casa de Isla Negra por encargo del propio Neruda en
vísperas de su inminente viaje a México que se realizaría el lunes 24. El testimonio de Manuel Araya desmintió lo
afirmado por los médicos que expidieron el certificado de defunción nº 622 de
la circunscripción de Recoleta en el que se afirmaba que el escritor falleció a
causa de una “caquexia cancerosa”, que en estricto rigor nunca jamás existió.
Fue entonces que
junto al colega abogado Pedro Piña y otras personas fuimos rápidamente a
entrevistar a Manuel Araya a fin de convencernos de la veracidad de su versión.
Un intercambio convincente que aportó mucho y abrió paso a otros
antecedentes. Entre ellos la revisión de
la prensa de la época y descubrir que El Mercurio, nada menos que un periódico
tan próximo a la dictadura, informaba que Pablo Neruda había fallecido de un paro cardíaco y que éste le fue a su vez
provocado por un shock causado por una inyección que se le puso en la clínica
para calmarle dolores.
Es decir, quedaba
de inmediato demostrado que el certificado de defunción de los médicos de la
dictadura era falso, alteraba la verdad. En concreto : es mentira que Neruda
murió del cáncer que padecía. Jamás estuvo en ese supuesto estado caquéxico. Es
la opinión además de médicos consultados y cuyo testimonio consta en el proceso
así como el de personas indubitables, como el entonces embajador de México en
Chile Gonzalo Martínez Corbalá, todos los que dan fe que Neruda nunca se
encontró en el estado terminal que se le atribuyó.
Era suficiente como
para solicitar a los tribunales que se investigara la causa verdadera de la
muerte de uno de los chilenos más ilustres de todos los tiempos y así surgió la
querella criminal iniciada el año 2011 por el Partido Comunista del que el
poeta fue militante de toda su vida además de miembro de su Comité Central,
senador, y candidato a la presidencia de la república. Era un deber hacerlo por
más que a la Fundación Neruda le hubiera parecido que estas diligencias eran
“una profanación”.
Tiempo después, el
abogado Rodolfo Reyes, sobrino del gran poeta, se hizo también parte
querellante en el mismo proceso convencido como está de las más que legítimas
dudas respecto de la muerte de su ilustre tío.
Ha pasado el tiempo
y hoy podemos afirmar que, independientemente de los resultados de las pericias
técnicas de comienzos del próximo mes de abril, que depende de factores imponderables, tenemos la certeza
que Pablo Neruda no murió de muerte natural como sostuvieron los médicos de la
dictadura que avalaron el certificado de defunción y como, muy lamentablemente
sostuvo un funcionario del Servicio Médico Legal, German Tapia, en el curso del
proceso judicial y que hoy es parte del equipo de expertos…
Las declaraciones
de su chofer y las graves contradicciones entre el certificado de defunción y
lo que informó la prensa de la fecha, con lo contundente que son, no
constituyen sin embargo las únicas evidencias que hacen presumir razonablemente
la intervención de terceras personas en la muerte del poeta. Escritores,
periodistas e investigadores, chilenos y extranjeros, que han seguido muy de
cerca el proceso, han encontrado incluso declaraciones a la prensa españolas de
la propia viuda, Matilde Urrutia, en que plantea, pocos años después del
suceso, claras dudas respecto de la muerte de su compañero. Así lo ratificó a
un periodista una enfermera del litoral central que lo escuchó de labios de
Matilde, aunque en el proceso no se atrevió a confirmarlo.
Y hay otras
presunciones. ¿O puede considerarse normal, por ejemplo, que la clínica Santa
María –adonde Neruda fue llevado no por su salud sino para sacarlo del riesgoso
aislamiento de Isla Negra– hasta hoy no entregue al tribunal la ficha clínica
del paciente? Era no sólo su obligación legal conservarla, sino además un deber
ético y de respeto hacia un grande de este continente.
Pero es que la
clínica es la misma en donde falleció en extrañas circunstancias que investigan
hoy los tribunales el ex presidente Eduardo Frei Montalva. Y algo más : pese a
la solicitud del tribunal, la clínica no ha entregado el listado completo de
aquellos de sus trabajadores que se desempeñaban en septiembre de 1973. Ha
entregado sólo la lista de aquellos que trabajaban en septiembre del 73 y que
todavía son empleados del establecimiento. ¿Porqué no el total?¿Porqué no el
listado de aquellos que ya no trabajan allí? La diferencia es obvia. Los que
siguen laborando no pueden declarar contra su empleador en cambio los que ya no
trabajan allí tienen más libertad para contar su verdad.
De hecho así ha
sucedido en al menos un caso y esa
persona ha dicho que el día de la muerte del poeta en la clínica se rumoreaba
que le habían muerto porque le habían inyectado “aire”.
Suma y sigue: Pablo
Neruda fue ingresado a la clínica el 19 de septiembre de 1973. El médico Sergio
Draper, que habría dispuesto la inyección, entró a trabajar a la clínica un día
después, el 20 de septiembre, como él
mismo cuenta. Curiosa coincidencia. El mismo profesional, mencionado
también en el caso del ex presidente Frei, señala en sus declaraciones la presencia de un médico que sería el último
profesional de esa institución que estuvo con Neruda.
Lo malo es que no
hay constancia que un médico de ese nombre haya pasado nunca por las facultades
de medicina del país. Entonces, ¿fue un extranjero?¿quién fue? ¿Por qué tanta
oscuridad? Esta afirmación del médico de
la clínica no coincide con lo que dijo el 23 de septiembre de 1975 al diario La
Tercera.
Digamos además que
entre el médico de que hablamos y la enfermera que atendía el domingo 23 a
Pablo Neruda hay contradicciones respecto de algo tan fundamental como es el de
establecer quién dio la orden de inyectar al Premio Nobel. Eso definitivamente
no está claro. Y mucho menos claro todavía está saber qué fue exactamente lo
que se le inyectó, quién dio la orden y quién o quiénes estaban tras las
bambalinas articulando cada paso. ¿Fue dipirona, bacterias, aire, sustancias
tóxicas, gas zarín, ácidos, qué?
¿Terminará todo con
la exhumación de los próximos días? Improbable. Hay puntos oscuros, necesidad
de aclararlos, interrogatorios y careos solicitados. Pero además hasta el
momento que escribo estas líneas no está precisado el papel que jugarán los
peritos, nacionales e internacionales, proporcionados por la parte querellante.
¿Podrán presenciar la exhumación, ver qué piezas precisas, qué parte de los
huesos serán llevados a laboratorio, y a qué laboratorios? ¿Podremos los
propios querellantes presenciar esa diligencia?
Todavía más, no
está claro si, como debe ser, habrá previas pruebas para determinar si los
restos de Isla Negra corresponden en verdad a Pablo Neruda?¿Qué pasó con esos
restos entre la fecha del entierro en el Cementerio General y su traslado a
Isla Negra en 1992? Fueron muchos años y recuérdese que durante la dictadura se
instauró la siniestra práctica de ocultar y trasladar cadáveres para confundir
a los familiares y evitar sus identificaciones, ¿o alguien olvidó ya la llamada
“operación televisores”?
Además lo que debe
establecerse no es la existencia de un cáncer prostático que nadie niega, no es
eso lo que se busca y sería un error fatal
- que aumentaría las dudas - irse por ese solo camino. De lo que se
trata es de descubrir la existencia de sustancias nocivas que provocaron el
desenlace.
Tal vez no sepamos
nunca toda la verdad, aunque sí sabemos perfectamente que la tecnología médico
forense actual en los mejores niveles mundiales, permite establecer verdades a
más de un siglo de ocurrido hechos
dudosos. ¿Se empleará esta vez la mejor tecnología disponible? ¿Habrá esta vez
una total objetividad e imparcialidad en los peritajes? ¿Se permitirá la ayuda
de los peritos de los querellantes? Ojalá así sea. Lo contrario sería muy grave
y habría que considerar hasta la posibilidad de solicitar una suspensión de una
diligencia con tales dudas.
Con todo, la
investigación ha dado frutos impensados hace tiempo atrás. Pablo Neruda no
murió de cáncer ni estaba en el estado “caquéxico” que le adjudicaron los
médicos de la dictadura y lo más probable, a la luz de lo ya avanzado, es que
nuestro inolvidable compatriota sea, tal como Salvador Allende, como Victor
Jara, como el general Bachelet, como Orlando Letelier, Carmelo Soria, Eduardo
Frei Montalva, Victor Díaz, Fernando Ortiz, Waldo Pizarro, Mario Zamorano, Miguel
Enríquez, Bautista Van Schowen, Ricardo Lagos Salinas, Ezequiel Ponce, Carlos
Lorca, Marta Ugarte, Parada, Guerrero y Nattino, Rodrigo de Negri, los hermanos
Vergara Toledo y tantos miles de chilenas y chilenos, una víctima más del peor
de los terrorismos, el terrorismo de Estado.
No le faltaban
motivos a Pinochet para decretar la muerte de quien, desde su México lindo y
querido, habría sido una de las grandes figuras de la lucha por la recuperación
de la democracia en Chile.
rvergarah@entelchile.net
Publicación
Barómetro 28-03-13
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