Desde Venezuela
27/Mayo/2013
Tensión
al máximo en Corea
Resuenan los tambores de la guerra
Miguel
Guaglianone
Una vez más los
acontecimientos se precipitan. La loca carrera de la administración Obama hacia
una guerra indiscriminada contra el mundo, no conforme con los frentes abiertos
en Afganistán, Siria, Irán, Pakistán, etc. ahora –con sus maniobras militares
conjuntas con Corea del Sur– reaviva uno de los más peligrosos (porque implica
el riesgo de armas nucleares) en la Península de Corea. El gobierno de Corea
del Norte ha declarado que no está dispuesto a seguir aceptando esas maniobras
anuales, que considera un peligro constante para su nación, y entonces se
coloca en “estado de guerra”, amenazando no sólo a su vecina Corea del Sur,
sino también a las bases norteamericanas en el Pacífico y hasta la costa Oeste
de los Estados Unidos, que estarían al alcance de sus ojivas nucleares.
La península
coreana había estado ocupada por Japón desde 1910 y cuando finalizó la Segunda
Guerra Mundial con la rendición incondicional nipona (después de haber sido
bombardeados con armas atómicas), los Aliados –con Estados Unidos determinando
el nuevo mapa de esa parte de Asia– dividieron ese territorio en dos, con el
paralelo 38 como límite, quedando ocupada la parte Norte por tropas soviéticas
y la parte Sur por tropas norteamericanas. El Norte establece en 1948 un
gobierno comunista, y el Sur un gobierno “protegido” por los Estados Unidos. En
1950 se declara la guerra entre ambas partes y Corea del Norte invade la parte
Sur, logrando un espectacular triunfo que se ve contrarrestado por una
contraofensiva por parte de Estados Unidos y los Aliados, que la hace
retroceder hasta más al Norte del paralelo 38. La intervención armada de China
en el conflicto vuelve a llevar la frontera hasta ese límite luego de una
sangrienta guerra de más de tres años (y más de dos millones de muertos), donde
estuvieron implicadas todas las grandes potencias. En 1953 se acuerda un alto
al fuego, que deja nuevamente la frontera en el paralelo 38 y crea una zona
desmilitarizada de 4 km de ancho entre ambos territorios. Curiosamente nunca se
logró un tratado de paz, por lo cual técnicamente la guerra ha continuado
durante 60 años.
Esta área
geopolítica ha sido desde entonces un foco constante de tensión, primero
durante toda la Guerra Fría, y luego al fin de ésta, ya que Corea del Norte se fue
convirtiendo en una potencia militar que ha logrado desarrollar no solo armas
atómicas sino también misiles que pueden portarlas a grandes distancias. Esta
capacidad militar le ha permitido enfrentarse por su cuenta a Occidente (con un
cierto respaldo de China) luego de la caída de la Unión Soviética.
Durante todo este
tiempo las cosas han ido tensándose y aflojando cíclicamente en la región
(dependiendo sobre todo de quien ha manejado la política exterior
estadounidense). Bill Clinton logó bajar mucho la tensión en el área,
suspendiendo varias veces las maniobras anuales que hoy son causa de la
reacción de Corea del Norte. Pero la presencia de George W. Bush volvió a
complicar las cosas, sobre todo con la imposición de sanciones económicas a
Corea del Norte para intentar que abandonara sus investigaciones nucleares, y
la reanudación de las maniobras militares anuales. El gobierno Obama –como lo
viene haciendo en todo el mundo– no sólo no ha mejorado la situación, sino que
más bien la ha empeorado, endureciendo las sanciones, proporcionando a Corea
del Sur mayor ayuda militar e intentando presionar de múltiples formas sobre el
Norte.
Esta política es
parte de la “huída hacia adelante” de esta administración, cuya única respuesta
hacia su crisis interna (y la de sus aliados) que no logra detener, parece ser
la intervención y la exportación de la guerra al resto del mundo. Quien se
frota las manos de gusto es el complejo militar–industrial, que aumenta sus
ventas de armas y equipos (y que agrava la crisis económica interna de los EEUU
y de Europa y acelera el desmontaje de todo tipo de asistencia social).
Lo cierto es que se
sigue jugando con fuego, y esto sucede mientras se aplica una nueva vuelta de
tuerca sobre Siria en el intento de tumbar su gobierno, se mantiene el
estancamiento en Afganistán y se paralizan las incipientes conversaciones con
Irán. Pareciera que usar el puño de hierro es la única alternativa de un
gobierno norteamericano prisionero de los intereses de las corporaciones
transnacionales, e incapaz de afrontar sus graves problemas estructurales. Ya
el gobierno anterior de George W. Bush mostró que –a diferencia de lo sucedido
en crisis anteriores del sistema– de la crisis presente aparentemente no se
puede salir recurriendo a la guerra. Sin embargo, el extravío parece ser una
condición congénita. Un presidente demócrata encabeza la mayor ofensiva bélica
de los últimos tiempos (dirigida hacia objetivos múltiples), a la vez que
públicamente justifica el asesinato selectivo (no sólo de supuestos enemigos,
sino hasta de compatriotas estadounidenses) y la tortura institucionalizada,
para “proteger los mejores intereses de los EEUU”.
En definitiva, la
loca carrera hacia el abismo parece seguir acelerándose, la ceguera y el ánimo
suicida son las características de la política imperial. No importa poner en
peligro la seguridad del planeta, lo único importante es seguir adelante sin
mirar hacia dónde.
Increíblemente los
medios reproducen un cierto menosprecio de Occidente (ver artículos de la BBC
al respecto) sobre la seriedad de la posición de Corea del Norte. Esta visión
es el producto directo de las limitaciones de la mirada eurocéntrica (sobre
todo la británica) que tiende a subvalorar a las culturas no Occidentales y que
deja fuera en este caso la historia de Asia y los roles jugados por Corea en
otras épocas. No caigamos en esta posición facilista elaborada para
tranquilizar la “opinión pública” de los países centrales, la amenaza está
allí. Corea puede ser la chispa que haga estallar el polvorín en que se está
convirtiendo nuestro mundo.
Todos estamos en
peligro. Que por ahora nuestra Latinoamérica no parezca ser el foco principal
de atención de la escalada bélica (aunque no por ello nos olvidan, siguen
conspirando en las sombras para dominarnos, sino preguntémosle a los gobiernos
de Venezuela, Bolivia o Ecuador, por ejemplo) no significa que no compartamos
los riesgos con el resto del mundo. En un sistema complejo y en estado caótico,
cualquier mínima alteración en variables que no parecen ser importantes, es
capaz de producir profundos cambios en el estado general del sistema. Un
conflicto con posibilidades del uso de armas atómicas no será nunca –en nuestro
mundo interdependiente y globalizado– un hecho aislado. Puede generar un efecto
de bola de nieve que arrastre a tirios y troyanos, de consecuencias
imprevisibles para todo el planeta.
Debemos entonces
estar muy alertas e intentar todos los esfuerzos en todos los niveles para
prevenir las consecuencias de un conflicto de este orden. El futuro de todos
está en juego, en riesgo por las acciones desenfrenadas de quienes tienen hoy
el mayor poder militar de la Historia.
miguelguaglianone@gmail.com
Publicación
Barómetro 01-04-13
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