Desde Colombia
11/Octubre/2013
La paz no debería tener plazos
Sergio Rodriguez Gelfenstein
La guerra como fenómeno político tiene múltiples definiciones. Tal vez
la más conocida es aquella de Clausewitz que dice que “la guerra es la
continuación de la política por otros medios”. Lenin agregó que esos medios son
siempre violentos. Tal aseveración asegura que la política no se agota con la
guerra, sino que la prolonga. Estudiar la guerra en sus multitudinarias
expresiones obliga a ampliar su ámbito desde el estrictamente bélico. Me
permito decir que desde el punto de vista del comportamiento humano, la guerra
desata lo peor y lo mejor del individuo. Por un lado brotan los más bajos
instintos por la necesidad de supervivencia, lo que en ocasiones lleva a que
“todo valga”. Sólo un alto grado de conciencia política y patriotismo de
aquellos que están involucrados en la misma por ideales difíciles de entender
para el común de los mortales, logra limitar los instintos para actuar en
términos humanitarios. Ya el Libertador Simón Bolívar en el Tratado de
Regularización de la Guerra firmado junto al mando español en noviembre de
1820, había establecido que la primera y más inviolable regla entre ambos
gobiernos sería que la guerra debía hacerse como “la hacen los pueblos
civilizados”.
Por otra parte, las dificultades, las ausencias, las carencias y la
monótona convivencia con la muerte hacen de la guerra el más alto estandarte de
solidaridad, fraternidad y afecto entre camaradas que en unos casos dan la vida
por un ideal, y en otros por mezquinos intereses. Sea al servicio del pueblo o
de sus opresores, los combatientes son siempre hijos de las familias más
humildes de la población. En ese marco, las guerras civiles son conflictos
fratricidas, a pesar de lo cual, las heridas causadas son posibles de sanar
sobre la base de una gran voluntad, altura de miras y de una visión de futuro
que no son habitualmente comunes al género humano. Por ello, la vida y la obra
de Nelson Mandela son paradigmáticas en ese ámbito cuando volvió del despojo de
27 años de su vida para fundar una nueva nación sin odios ni revanchas.
La guerra en Colombia dura casi 50 años, es el conflicto armado más
antiguo del planeta. Una conflagración de ese tipo y de tan larga duración
comienza a construir relaciones sociales, comportamientos sicológicos y
establece motivaciones sociológicas que son muy difíciles de revertir. Si bien
es cierto que el contexto internacional se ha transformado radicalmente desde
el momento en que éste se inició, las condiciones de marginación, exclusión y
pobreza de amplios sectores en el país no han variado mucho como lo atestigua
el paro nacional agrario que hoy se desarrolla en casi toda su geografía. Sin
embargo, también es dable decir que los objetivos que los insurgentes se
trazaron no han podido ser conseguidos aunque la oligarquía y sus fuerzas
armadas tampoco han logrado derrotarlos. En ese ámbito pareciera que lo más
recomendable es que -parafraseando a Clausewitz- se le diera nuevamente una
oportunidad a la política fuera de los espacios bélicos. En ese sentido, hace muchos años, el abogado
penalista colombiano Hernando Barreto Ardila
apunto que “la única solución es la paz”, concibiéndose ésta como un
planteamiento de “ética dialógica o dialogante” que entiende a la paz como “el
presupuesto para la realización de los demás derechos fundamentales”. Así
mismo, el sociólogo de la Universidad Nacional de Colombia Ricardo Vargas Meza
apuntó que “mientras la guerra no sea reconocida como la expresión de la crisis
estructural de la sociedad colombiana y la casi inexistencia de la legitimidad
del Estado colombiano, será imposible tomar en serio cualquier paso hacia la
reestructuración institucional en el ámbito regional y nacional que pueda de
alguna forma servir de marco para la resolución del conflicto armado”
El diplomático español Manuel
Montobbio ha dicho que una situación como esta,
exige el planteamiento de “nuevas dinámicas, retos y tendencias que
constituyen el contexto en el que debe plantearse la evolución y construcción
del orden internacional en América Latina”. Para ello propone “consolidar
progresivamente un concepto de paz positiva ligada a la viabilidad política y
socioeconómica, frente al concepto de paz negativa identificado con la mera
ausencia de enfrentamiento armado”. Eso nos lleva a entender que si la guerra
posee múltiples conceptos, la paz también los tiene.
Eso es lo que parece deducirse del desarrollo del proceso de
negociación por la paz en Colombia que se desarrolla en la Habana entre el gobierno
del país y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Resulta
inconcebible que un asunto de tanta importancia que ha generado todos los
consensos nacionales e internacionales tenga tantos contratiempos. Eso solo se
entiende por la existencia de fuerzas opuestas a la negociación, las que
precisamente tienen un concepto ultra reaccionario de la guerra y la paz.
Suponer que el conflicto armado va a tener un vencedor en el terreno bélico es
prolongar el sufrimiento de un pueblo que ya está cansado de seguir sosteniendo
lo que en el fondo se ha transformado en un gran negocio de las élites y de las
cúpulas de las fuerzas armadas.
Como dije el apoyo al proceso es casi unánime. Los alcaldes reunidos en
Barranquilla han dicho que “Apoyamos de manera decisiva el proceso de paz que
adelanta el Gobierno nacional con las FARC” y agregaron “Estamos seguros de que
los tiempos de guerra deben quedar atrás. Colombia debe avanzar. No podemos
seguir viendo, generación tras generación, cómo se destruye nuestro país. Hay
que darle esta oportunidad a la paz”, aseguraron en un pronunciamiento que leyó
el alcalde de Manizales, Jorge Eduardo Rojas Giraldo.
Por su parte, la iglesia católica a través de un documento dado a
conocer por el Arzobispo de Bogotá y Presidente
de la Conferencia Episcopal, Monseñor. Rubén Salazar, expresó que "A pesar
de las dificultades que puedan presentarse en la mesa de negociaciones o fuera
de ella, tenemos que apoyar las complejas gestiones de este proceso. No podemos
permanecer atrincherados en la lógica de la guerra por temor al fracaso.
Podemos y debemos derrotar, unidos, la desesperanza y el escepticismo".
Así mismo, en la Cumbre de Gobernadores denominada “Preparémonos para
la paz” que se realizó en Medellín, los
30 gobernadores del país, le manifestaron al presidente Juan Manuel Santos su
apoyo a los diálogos de paz y su disponibilidad para cooperar en el
posconflicto. Luis Alberto Monsalve, gobernador del Cesar y presidente de la
Federación de Departamentos, expresó que están listos para cooperar, ante un
eventual acuerdo de paz en Cuba: “El fin del conflicto no es sólo silenciar las
armas, es igualmente importante afrontar el posconflicto para lo cual los
gobernadores estamos listos como soldados para cooperar”.
Los miembros de la Asociación Nacional de Empresarios de Colombia
expresaron, a través de una resolución, su apoyo al proceso de paz, afirmaron
que “unánimemente respaldamos las conversaciones para la terminación del
conflicto”.
Sobre el mismo tema, se han manifestado gobiernos latinoamericanos y de
otras regiones del mundo expresando su total apoyo al proceso que se adelanta
en Colombia. Desde líderes de derecha como Bill Clinton, Tony Blair, Felipe
González y Ricardo Lagos hasta de izquierda como Lula da Silva, presidentes en
ejercicio como Cristina Fernández y José Mujica. Así mismo organismos
multilaterales como UNASUR, MERCOSUR, ALBA, OEA y la ONU han dado su vertical
respaldo a Colombia. El Presidente Hugo Chávez fue un entusiasta auspiciador de
las negociaciones. La presencia de Venezuela junto a Chile como acompañantes y
de Cuba y Noruega como garantes, da cuenta de un abanico amplio de apoyo
internacional al proceso.
Por su parte, en un sondeo hecho por la empresa Gallup el 28 de junio
pasado, se manifestó una insistencia a favor de la continuidad de los diálogos
con la guerrilla hasta lograr un acuerdo de paz. El 66 % de los colombianos
mantiene un apoyo constante y creciente al proceso adelantado en La Habana.
Jairo Delgado, especialista en Ciencia Política y director de Análisis del
Instituto de Ciencia Política Hernán Echavarría Olózaga, consideró que
"Tanto en la guerrilla como en los colombianos hay un agotamiento por la
confrontación armada y la violencia que genera. Por eso la gente quiere la paz".
La misma encuesta arrojó que solo el 32%
de los colombianos opinó que no debe haber un diálogo y por el contrario, se debe "tratar de derrotarlos
militarmente".
Sin embargo, es evidente que las presiones al gobierno de parte de los
sectores guerreristas encarnados en el ex presidente Uribe son muy fuertes. Ese
factor, aunado a las intenciones reeleccionistas del Presidente Santos
conspiran para un normal desenvolvimiento de las conversaciones. El afán
permanente de poner plazo al fin de las mismas, da cuenta de una visión
cortoplacista de cara a la solución de un conflicto ancestral. Como
habitualmente apunta el Doctor en ciencias Políticas de la Universidad de los
Andes en Mérida, Vladimir Aguilar, los tiempos políticos no siempre coinciden
con los tiempos electorales. En este caso, es más que patente tal aseveración.
Suponer que una conflagración de 50 años debe terminar antes de las próximas
elecciones y que la reelección del presidente Santos es más importante que
finalizar con el desangre de un país es no tener altura de miras ni comportarse
como un estadista. La guerra debe terminar, a la paz no se le debe poner
plazos.
sergioro07@hotmail.com
Publicación
Barómetro 29-08-13
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