LA INDUSTRIA SUCIA - FPM

Desde México
29/Julio/2013


La Industria Sucia
Fernando Pineda Ménez

Nadie puede ignorarlo ni hacerse el sordo o de la vista gorda: desde su nacimiento la industria, la fábrica, la producción en grandes cantidades de cualquier cosa que se les ocurra, ha sido una calamidad para la naturaleza, para el hombre, para su entorno. En tan mayor o menor medida según el lugar, los insumos que emplee, las regulaciones y los gobiernos que las propician. La corrupción tiene su parte, sí, pero no lo es todo porque existen industrias contaminantes, depredadoras por su misma naturaleza. ¿O alguien podrá extraer petróleo del subsuelo sin que nada cambie en el entorno?

Nuestro país, como todos los dependientes o colonizados a lo largo de su historia, una historia infame, ha sufrido tal devastación que el tema ha sensibilizado en gran medida ya a la opinión pública. A todos nos duelen los cerros pelones, nuestros arroyos cubiertos por envases de plástico y mil tropelías más. No queremos, por lo tanto, madereros taladores sin conciencia, mineros que sólo dejan tierra yerma, refresqueras que en la competencia producen más y más contaminando y destruyendo sin remedio nuestros cuerpos de agua.

En fin, sería una larga lista de agravios que hemos sufrido a manos de empresas transnacionales, nacionales, estatales, municipales, de todo tipo, que sin mayor regulación o vigilancia hacen de las suyas. Pero no sólo los empresarios o industriales sino todos contaminamos. ¿No es a regañadientes que el automovilista lleva su carro al taller para controlar la emisión de gases? ¿No somos reacios a la cultura de la separación de basura? ¿No han devastado al monte los tlacololeros y nos llenan de humo haciéndonos toser e irritando los ojos, restándonos incluso visibilidad provocando enormes incendios al prepararse para la siembra?

La lista sería larga, infinita, aburrida y, cierta. Pero tampoco podemos pasar al otro extremo y decir: no a la industria, no a la minería, no a las fuentes de trabajo ni al automóvil porque son contaminantes. Le diríamos, en una palabra, no al desarrollo, al progreso. Sería absurdo.

Carlos Reyes Romero, por favor no confundirlo: me refiero a un entrañable amigo, un intelectual que se desempeña, muy bien por cierto, como asesor en el Congreso del estado, escribió un artículo “indignado” por la invitación abierta que funcionarios estatales hacen a las empresas mineras para que inviertan en la entidad. Carlos tiene razón en “indignarse” porque, como demuestra en el mismo artículo, las ganancias de las empresas han sido estratosféricas en relación al capital invertido, los beneficios a las comunidades han sido nulos o escasos. Pichicateados, corrompiendo en muchos casos a las autoridades campesinas, municipales y estatales. La depredación ha sido terrible y para colmo de los colmos los impuestos que pagan, si es que pagan, son bajísimos, perdonados por las autoridades que en la angustia de generar empleos brindan exenciones, reducciones y canonjías que terminan por reducir a nada los ingresos que se obtienen de esa industria, muy cuestionada, por cierto.

Alguien, leyendo por encimita el excelente artículo de Carlos, podría pensar que se está en contra de la inversión misma. Nada de eso: es enemigo de los daños que ocasionan, de los escasos beneficios, de las muchas prebendas que se les otorgan y de la explotación sin medida de los recursos naturales sin que al Estado le llegue mayor cosa y a los campesinos dueños de la tierra menos. Alguna escuelita, algún caminito, unos cuantos empleos y a cambio, la depredación y tantos estragos que sería largo de contar.

Desde luego, otra cosa sería si la inversión se hiciera con beneficios para todos y sin la desolación que en muchas partes deja. Porque Guerrero, con una vocación turística de siempre, puede encontrar en la industria minera una de las palancas del desarrollo que necesita. Una muy importante.

¿Seremos capaces de hacerlo? Porque si por todas las razones negativas enunciadas nos negamos a la inversión, estaríamos, como decía mi tía Fausta, la Güera, la de Zirándaro, tirando el agua sucia de la bañera junto con el niño. Ni San Lenin lo quiera.


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