Desde Panamá
Fecha:
08/Nov./2014
La Crisis de los Estados y los Independentismos
Guillermo
Almeyra
La mayoría de
los estados actuales fueron fraguados artificialmente por las ex potencias
coloniales mediante acuerdos entre ellas y tienen fronteras trazadas con regla
y escuadra que ignoran las divisiones étnicas, culturales e históricas entre
las regiones que arbitrariamente reorganizan. Otros se formaron desde el siglo
XVIII con amputaciones de territorios vecinos y conquistas sucesivas –como Estados
Unidos y después Argentina, Chile, Brasil– o secesiones de unidades mayores,
como los virreinatos de Nueva Granada, de Perú o del Plata. O por último
tomaron forma definitiva tras ser despojados por vecinos más fuertes, como
México, al que Estados Unidos robó la mitad de su territorio o Bolivia,
amputada de enteras regiones por Chile, Brasil y Argentina.
El recuerdo
popular en Escocia, Bretaña, Córcega, Cataluña o los Países Vascos de la
prosperidad y las libertades (convertidas en mito) del periodo anterior a su
absorción por el Estado centralista inglés, francés o español es una de las
bases culturales del latente independentismo que reaparece recurrentemente en
esas regiones.
A eso se
agrega que en el siglo pasado dos guerras mundiales cambiaron la geografía en
Europa, Asia y África, desplazando a millones de personas a estados inventados,
rediseñados o profundamente modificados. Tibetanos y uigures fueron absorbidos
por China; Ucrania y Uzbekistán tienen grandes zonas habitadas por rusófonos;
los eslavos del sur formaron Yugoslavia; los germanos de Polonia y el Volga se
desplazaron hacia Alemania, Sudán se dividió… La reconstrucción después de las
guerras exigió estados cada vez más centralistas pero, al mismo tiempo, la
mundialización del capital les fue quitando a los pueblos y a sus unidades
estatales jirones de soberanía monetaria, tecnológica, alimentaria, financiera,
incluso cultural, y los ató en una maraña de reglamentaciones supraestatales.
El viejo
intento histórico de construir un estado-nación con territorio independiente,
lengua común y mercado autosuficiente fracasó, y el resultado fue la
transformación de países como México en semiestados sólo formales, dependientes
por completo de una potencia imperialista. Las vestiduras culturales, legales y
políticas de los estados en disolución estallaron por todas las costuras,
comenzando por las regiones más débiles (como Chiapas, el último territorio
incorporado a México, o las viejas regiones de la revolución campesina mexicana
en el centro-sur).
La resistencia
basada en el territorio y la cultura de masas remplazó al intento heroico (como
en la guerra de España o en el internacionalismo socialista) de encontrar en la
fraternidad y la unión de los oprimidos una solución a la vez a la conquista de
los derechos nacionales y democráticos y de la liberación social. Ésa es otra
de las bases del estallido del independentismo, que no sólo prospera en los
periodos revolucionarios (como en 1848, la primavera de los pueblos en Europa,
o el periodo de descolonización posterior a la Segunda Guerra), sino también en
los de debilitamiento del sistema capitalista y de sus estados y de los
trabajadores mismos.
El tercer
factor de esta irrupción del independentismo es que la solidaridad de clase no
sólo se ha roto en las clases dominadas, que se refugian en el pasado
regionalista, sino también en las clases dominantes. Enteros sectores de las
burguesías regionales (en Escocia, en Lombardía, en Flandes) quieren defender
sólo sus intereses y no los del conjunto del sistema al que están subordinados.
Que lo que producen quede en la región es su consigna, en vez de ir a entidades
estatales que no dominan, como Italia, el Reino Unido, Francia o Bélgica. Esos
sectores ponen en discusión la redistribución del plusvalor entre las clases
dominantes, tratando de mantener igual todo lo demás.
La unión entre
la visión milenarista de sectores populares, un legítimo afán de luchar por la
liberación nacional y las libertades y derechos culturales pisoteados durante
siglos y la protesta contra la crisis causada por el capitalismo han provocado
esta ola internacional de independentismo, en la que el independentismo escocés
alienta al catalán, al de Quebec y al bretón o al irlandés, y todos son una
forma deformada de protesta democrática y contra el capitalismo.
También da al
proceso un peligroso carácter multiclasista, pues las reivindicaciones de las
burguesías catalana o escocesa no son las mismas que las de los trabajadores de
esas regiones ni, por supuesto, que las de los habitantes no escoceses o no
catalanes de Escocia y Cataluña, que están dispuestos, por ejemplo, a aceptar
la lengua catalana en Barcelona pero no a tener que dejar por completo la suya
propia, y es seguro que las burguesías locales tratarán de negociar con el poder
estatal central a costa de los catalanes o escoceses de a pie.
Por
consiguiente, aun marchando juntos con los sectores burgueses regionales por el
sí independentista o autonomista regionalista, es fundamental que los
trabajadores independentistas se dirijan a sus hermanos de clase en el
territorio nacional, llamándolos a luchar en común por nuevas conquistas
sociales y diciéndoles que no abandonarán la batalla común contra el desempleo,
la reducción de los servicios sociales y el imperio de los bancos.
La conquista
de la independencia es un proceso y no el resultado de un mero referéndum, y
proseguirá incluso con un resultado desfavorable. Ignorar la cuestión nacional
es entregar esta bandera a las burguesías locales que encabezan los referendos
por el sí.
Movimiento de
Bases Torrijistas [MOBAT]
Coordinación
Nacional
No hay comentarios:
Publicar un comentario