Fecha: 27/Jun/2015
A Merced De Los Asalariados De La
Política
Alberto
Medina Méndez
El tema es tan
incómodo como políticamente incorrecto para la inmensa mayoría. La política
está hoy en manos de demasiados inescrupulosos, personajes de escasa formación
y dudosa moral, individuos con más aptitudes para la ingeniería electoral que
para gobernar eficazmente. Claro que existen excepciones a la regla, lo que
solo confirma la norma general.
En ciertos
países, los políticos son personas que han triunfado previamente en sus
profesiones, que han logrado ser exitosos en lo suyo, que han construido un
capital intelectual y económico significativo digno de ser elogiado y
aplaudido. Ellos llegan a la política solo para completar el círculo, por prestigio
o bien para aportar algo a su comunidad, pero ya no para enriquecerse o
conseguirse una remuneración que les permita sobrevivir.
Eso no los hace
intrínsecamente mejores que el resto. No es que esa circunstancia garantice que
harán lo óptimo, pero se constituye en una diferencia vital para poder
comprender el mecanismo que regirá las decisiones que impactarán en todos.
Cuando la política está plagada de personas que buscan en esa actividad una
compensación económica, se tomarán determinaciones que no priorizarán sus
consecuencias en los ciudadanos, sino en como afectará sobre su propia
"continuidad laboral".
Los que llegan a
la política con ese propósito, el que consigue un cargo para acceder a una
retribución, sabe que cuando culmine su ciclo deberá buscar en otro lugar esos
ingresos que le permitan ganarse la vida y sustentar a los propios. Si ese
sujeto depende de ese sueldo para mantener su estándar de vida, si obtiene más
renta en la función pública que fuera de ella, sus decisiones estarán siempre
condicionadas por su situación personal.
El no pretenderá
favorecer a la gente, sino conservar su puesto, sostenerse en el poder para
asegurar su espacio y por lo tanto sus beneficios. Su futuro personal y el de
su familia dependen de ese esfuerzo, por lo tanto, siempre se concentrará en
asegurar votos. El mejor modo de lograrlo
será apelar a la interminable demagogia populista. No vino a esa función
para pasar a la historia ni para generar los cambios que la sociedad necesita.
Está ahí solo para subsistir por todo el tiempo que le sea posible.
La cuestión va
más allá. Su dependencia salarial lo subordina tanto que ni siquiera siente la
libertad de renunciar cuando así lo desee y volver a lo de siempre con
dignidad. Eso lo condena a asumir con mucha cobardía las órdenes que emanan de
su jefe político, a riesgo de quedarse en la calle.
Cuando se
seleccionan dirigentes, resulta primordial conocer sus logros en la labor
profesional. Si esas personas no han alcanzado la excelencia en lo elegido, si
en el pasado no han realizado lo suficiente para mantenerse por sus propios
medios, sin favores estatales, prebendas o privilegios, pues difícilmente hagan
lo correcto cuando les toque en suerte gobernar.
Ellos solo
esperan llegar al poder para cobrar una mensualidad. Eso podría empeorar si su
objetivo incluye premeditadamente alcanzar compensaciones
"adicionales" de la mano de la omnipresente corrupción estructural,
esa que le ofrecerá inconfesables ganancias desproporcionadas.
Muchos sostienen
que la política es para cualquiera y que todos deben tener esa posibilidad. En
realidad, lo saludable sería que los mejores en los negocios, en sus
actividades, en cualquier profesión, pudieran estar dispuestos a contribuir en
la búsqueda de las soluciones necesarias.
Si el que
ingresa a la política lo hace solo para "ganar" más, para construirse
un salario, para progresar individualmente, pues entonces la que está en
problemas es la sociedad toda. Cuando los que gobiernan son los que solo saben
vivir del Estado, y sus posibilidades fuera de ese ámbito son escasas, pues se
corre un enorme peligro y el resultado es predecible.
Ese funcionario,
solo espera estar cerca del "tesoro", ese que sueña con administrar
discrecionalmente y que pretende depredar sin piedad. Si su meta es esa, si
espera cobrar más allí que fuera de la política, pues entonces la sociedad será
su próxima víctima por demasiado tiempo.
Lamentablemente,
los que son un ejemplo en lo suyo, los que aprendieron a generar ingresos
genuinamente, demostrando ser útiles a sus comunidades, no desean ser parte de
la política. Al menos no en una cantidad suficiente como para evitar que la
política haya sido cooptada por los energúmenos que ingresan a ella para
saquear sin miramientos a los contribuyentes.
Los votantes
tienen una gran responsabilidad en esto que no sucede por casualidad. Si los
exitosos, se sintieran respaldados, si se estimulara a los más capaces a
comprometerse con las soluciones, otra sería la historia. La visión infantil de
suponer que la "política grande" es territorio de todos y que
cualquiera puede conducir el barco, es tremendamente nefasta.
Como en todos
los ámbitos de la vida, como en casi cualquier actividad, algunos han
demostrado una habilidad superior al resto. Los mejores son los que deben estar
en el juego y ser protagonistas, lo que debe poder verificarse de antemano, con
credenciales y evidencias demostrables.
El aterrizaje,
en el mundo de la política, de los improvisados, de los amigos del poderoso de
turno, de los que solo buscan un empleo para salir del paso y ganarse algo de
dinero, no conseguirá que esta sea una sociedad mejor. Creer en eso, no solo es
ingenuo, sino también, un verdadero despropósito.
Más grave es
rechazar públicamente esas premisas, para luego validarlas con actitudes
personales cotidianas. Eso tampoco ayuda. Es imprescindible mejorar la
política. Pero para eso hay que ocuparse, como sociedad, de alentar a diario,
sin mezquindad, a los sobresalientes, a los que pueden exhibir con orgullo sus
victorias y estimularlos para que reemplacen pronto a los parásitos de siempre,
esos que pululan en el Estado. Si se esperan resultados superlativos, es
indispensable extirpar a los mediocres, para que los ciudadanos no queden a
merced de los asalariados de la política.
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