PALABRAS SUELTAS SOBRE LA CULTURA - MON



Cortesía De MOBAT
Desde Panamá
11/Diciembre/2015


Palabras Sueltas Sobre La Cultura
Manuel Orestes Nieto
(Poeta Y Escritor)

Pasan los años y nada pasa. Este texto lo escribí en mayo de 1999 y fue publicado en la prensa nacional. Compartirlo ahora, quince años después, quizás sea útil, aunque parezca que se ha congelado el tiempo de la cultura, o mejor, que se ha derretido en este horno tropical, donde somos menos nación y más sofisticados mercaderes.

Ocurre que lo que denominamos la cultura nacional ha sido mal entendida entre nosotros; en parte por una aceptación generalizada del falso concepto de que lo artístico es un elemento accesorio, en parte por prejuicios repetidos de concebir la cultura solo referida a las artes y sus oficiantes, en parte por desconocer que la cultura es, ante todo, una acumulación humana vasta y que producimos todos.

Estos sesgos y distorsiones llegan a identificar, en general, a los mismos artistas como gente extraña o incomprendida y al ejercicio cultural como un ámbito periférico y desligado de la vida práctica, asociado al ocio y las horas fatuas, ajeno a la economía concreta, incluso a la política.

Sin embargo, creo que los intelectuales panameños -no solo los artistas- debemos precisar, mínimamente, algunas categorías básicas sobre ese desdibujado quehacer cultural, su función en la sociedad y discernir sobre su realidad.

Así mismo, valdría sanamente precisar dónde se complementan cultura nacional y Estado, deslindar responsabilidades y llegar al fondo de un problema viejo e irresoluto que, lamentablemente en nuestro medio, ha sido denigrado, por no decir envilecido: la cultura como simples eventos artísticos de relleno, para colorear las inauguraciones, saludar visitantes, decorativa y, prácticamente, desechable.

Si nos referimos a una política cultural desde el estado, debemos entenderla como aquella que impulsa -desde la institucionalidad de gobierno- el desarrollo cultural de la nación; entendiendo por tal desarrollo la consolidación, crecimiento y trasmisión de los valores permanentes en que se fundamenta la nacionalidad y la patria común.

Esos valores permanentes de la nacionalidad son aquellos en los que el panameño se reconoce como parte de un conglomerado, en los que hornea su identidad como individuo y como componente social, con los que se vincula con el mundo y con los que expresa sus más hondas raíces y procedencias.

Son valores dinámicos que se afirman y robustecen en la medida en que la creación humana es asumida como propia. Así, lo propio tiene signos identificables, funda una idiosincrasia, proyecta coincidencias en valores entrañables, orgullo nacional y permite a los ciudadanos de un país reconocerse entre sí.

Una política de desarrollo cultural no deberá servir para insistir en el estancamiento y la prolongación de los falsos conceptos que sobre esta materia sobreabundan, sino procurar un robustecimiento coherente de la nacionalidad, maximizar su universo creador, rescatando sus troncos y raíces, organizando su circulación general, propiciando su producción, dignificando a sus creadores y saneando al país de sus alienaciones y desarraigos. Concordaremos que se trata de lo nacional entendido como lo plural, abierto, participativo, amplio y factible.

Sus formas de expresión como las bellas artes, constituyen un ámbito imprescindible y básico del quehacer cultural; pero también lo es la investigación y, sobre todo, la valoración y elevación de la calidad de vida del panameño.

Si bien interesa lo que llamamos artes, debe interesarnos aún más la dimensión humana del panameño en su integralidad. Dotarle de opciones y vías, personales y sociales, para ampliar su radio de participación, asimilación y despliegue de su propia vida, historia y destino.

Respecto a las acciones prácticas para impulsar esa política cultural deberá entenderse, ante todo, que hay que erradicar la desidia oficial como método, la abulia y el burocratismo estéril; todos sabemos que la nula gestión se concreta en maleza alrededor del decoro histórico y se impone, sobre todo, una incultura a nombre de lo culto y un protagonismo vanidoso, de marquesinas, a nombre del arte.

Correspondería a las instituciones responsables ampliar el diálogo entre las partes y coordinar con los sectores y organizaciones de la sociedad que intentan contribuir al desarrollo cultural. Ello abarca una gama de amplio espectro en el terreno de lo nacional. Incluye, obviamente, a los creadores y artistas, así como aquellas entidades de promoción privada propiamente dichas que tienen de hecho un espacio participativo importante.

La cultura tiene que ser reconocida como una esencia común que nos une e identifica; que nos pertenece y nos incumbe a todos. Por tanto, debemos procurar que ella sea esencialmente democrática y no superflua.

La exclusión en nada contribuye a la elevación de la vida y el espíritu del panameño. En todo caso, prolongaremos la brecha de la incomprensión, la minusvaloración de lo que el pueblo con su ingenio y sabiduría construye, el desprecio a nuestros valores más hondos y genuinos en nombre de falsificadas concepciones sobre la cultura, desvirtuada como simple animación y divertimento, pero siempre ajenas y remotas a nuestra vida.

Y que conste que ello tiene un riesgo y un precio: una nación que puede terminar sin encontrarse consigo misma, desfondada y expuesta a la dispersión, por obra y gracia de nuestra propia incapacidad para preservarla.

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