Desde Argentina
Fecha: 11/Julio/2016
La Controversia Sobre Uber
Alberto
Medina Méndez
La llegada a
estas latitudes de este novedoso sistema instaló un apasionante debate con
múltiples aristas, que merecen ser abordadas para comprender con mayor claridad
los prejuicios, paradigmas y contradicciones con los que la sociedad
contemporánea decidió convivir en la actualidad.
No es un
fenómeno estrictamente local. Esta polémica ya es global y poco tiene que ver
con los parámetros culturales domésticos de cada país. Esto ya no es noticia,
porque ha ocurrido, hace muy poco tiempo, en otros lugares distantes, con
diversos matices pero idénticas características.
Algunos
argumentos se repiten hasta el cansancio y ocupan el centro de la escena en
estas discusiones. Sin embargo, no son las únicas enseñanzas que quedan como
herencia de éste particular ida y vuelta.
Los
relevamientos más serios afirman que la mayoría de la gente prefiere estar del
lado de Uber aduciendo que se trata de un servicio de mayor calidad, cómodo,
seguro y más barato que el que ofrece un taxi.
Los usuarios han
inclinado la balanza apelando siempre a
motivos de absoluto orden práctico, con un alto grado de sensatez y sin
recurrir a sofisticados razonamientos ideológicos, jurídicos ni morales.
Los detractores
de Uber, por el contrario, alegan que es un servicio ilegal, intentando de ese
modo custodiar los intereses económicos de los taxistas, que intimidan desde
esa prerrogativa formal que hace viable su actividad.
Es este el
debate de fondo entre la legalidad y la moralidad. Sin entrar en pormenores
jurídicos, los usuarios que prefieren esta moderna alternativa sostienen, con
mucho criterio, que ellos solo invocan su legítimo derecho a concretar un
acuerdo voluntario entre individuos que pactan un valor monetario a cambio de
un servicio y cuestionan enérgicamente la supuesta potestad del Estado de
restringir este tipo de posibilidades.
Esta visión
objeta aquella trillada frase que dice que "las leyes están para
cumplirse". Es la moralidad de una decisión la que realmente legitima la
vigencia de las normas. Ellas no se convierten en buenas y sabias por el solo
hecho de haber sido redactadas y aprobadas por los legisladores.
Es importante
entender que los gobiernos tampoco son
neutrales en estas disputas, porque sus propios intereses son parte central del
debate. El sistema de licencias otorgados a los medios de transporte les
generan cuantiosos ingresos al Estado y, entonces, los funcionarios también son
protagonistas de esta maraña de beneficios que prioriza lo recaudatorio.
Ni hablar de los
taxistas, que pagan impuestos al fisco y cumplen requisitos formales para
circular a cambio de esa retorcida protección con la que pretenden sojuzgar a
los consumidores cercenándoles su capacidad de elección. Ellos son cómplices y
no víctimas. Pagan tributos a los gobiernos para obtener una "concesión
monopólica", alquilando un zoológico para cazar dentro de él a su
voluntad, eliminando cualquier competidor externo.
Los gobiernos
nacieron para asegurar derechos a los ciudadanos. No brotaron para prohibir
actividades que los ciudadanos desean hacer ejerciendo su libertad, sin dañar a
terceros. Una persona decide que otra lo traslade hasta su destino y lo
compensa con una suma de dinero acordada, sin perjudicar a nadie. Proteger a
los que cobran más caro y prestan un peor servicio no es función del Estado.
Los circunstanciales "perdedores" podrían mejorar sus prestaciones y
bajar sus precios para ser elegidos genuinamente en vez de obligar a todos a
consumir su patético servicio.
Es increíble que
aún algunos individuos estén dispuestos a fomentar monopolios artificiales
engendrados a la sombra de normas inmorales, que preservan inocultables
intereses sindicales para el provecho de personas que viven a expensas del
esfuerzo de los demás, solo porque instrumentaron un perverso régimen de
onerosos permisos especiales que les permiten recaudar dinero espurio
cobrándole mayores precios a los indefensos consumidores finales.
El circuito
pergeñado se desmoronará cuando se eliminen regulaciones, se supriman
privilegios y se quiten impuestos. Eso colocará a los que deseen ejercer esta
actividad de transportar personas, en igualdad de condiciones. En ese libre
juego de competencia los mejores sobrevivirán, y los que no traten bien a sus
pasajeros y cobren más caro, no tendrán clientes.
No se puede
tapar el sol con un dedo. El progreso tecnológico y la creatividad humana
emergen cotidianamente y permiten a la sociedad desarrollarse. Impulsar
arcaicos sistemas que fueron superados no tiene ningún sentido. Aducir que se
pierden fuentes de trabajo es una gran falacia porque cuando unas desaparecen
germinan nuevas mucho más eficientes.
Si se aceptará
esa pérfida lógica, habría que regresar al correo postal y eliminar los envíos
electrónicos, renunciar a la tecnología y volver a la época de las
cavernas. Solo se debe avanzar en
libertad, incentivando el talento creador del hombre. La mayoría de los
adelantos del presente permiten a la humanidad vivir más y mejor, por lo que no
parece inteligente despotricar contra todo lo que se usa a diario con enorme
satisfacción.
Aun persisten
igualmente algunas contradicciones. No se entiende porque mientras se apoyan
este tipo de interesantes iniciativas, no se razona de igual modo cuando los
gobiernos justifican medidas proteccionistas obligando a los consumidores a
pagar más por lo mismo. Las barreras arancelarias gozan aún de muchos
promotores, inclusive de quienes se perjudican pagando en exceso por cosas de
menor calidad, solo para proteger a industriales ineficientes. Es un debate
pendiente en la sociedad.
La discusión de
estas semanas no gira alrededor del presente de un original medio de
transporte. Es acerca del cuestionable valor moral de las leyes, es sobre la
libertad de emprender y también de elegir sin restricciones, pero
fundamentalmente es sobre el nefasto poder de las corporaciones en alianza con
los gobiernos de turno, de cualquier color político. Son los mismos que siempre
priorizan sus conveniencias sectoriales por encima de las decisiones de los
individuos. Las discusiones no fueron en vano porque ha quedado en evidencia el
gran legado de la controversia sobre Uber.
albertomedinamendez@gmail.com
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