Desde México
Fecha: 11/Julio/2016
Reflexiones Tras El Brexit
Jaque
a la Unión Europea y pie cambiado de las fuerzas transformadoras
Por
Daniel Albarracín*
El apenas
esperado acontecimiento de la salida del Reino Unido de la Unión puede
comprenderse como una de las posibles consecuencias no deseadas por quienes
impulsaron la consulta y las luchas tacticistas entre las élites y, más en
particular aquí, las contradicciones en el marco de la disputa por el poder
entre las fuerzas de derecha británica. Si bien detrás de este desencaje de
piezas se encuentran varias placas tectónicas de carácter socioeconómico y
político, que han acabado por desplazar del continente europeo a las Islas
Británicas un poco más de lo que ya lo estaban. Se ha mostrado al mismo tiempo
la crisis del modelo de integración fallido como es el de la Unión Europea y el
divorcio evidente con la población británica, algo que podría replicarse en
otros países si se facilitaran nuevas consultas.
El 23 de Junio
de 2016 pasará a la historia no sólo como la fecha en que el Reino Unido
decidió votar, con un 51,9 %, a favor de la salida de la UE. El 24 Junio no
será sólo el momento en que Cameron anunció que, en tres meses, renunciaría a
su cargo de primer ministro; también será recordado como el inicio de un
proceso de desintegración y caos político que modificó el mapa de Europa, que
hirió de muerte el diseño de la Unión Europea. También puede representar el
inicio del cambio de las propias fronteras y vínculos de un viejo imperio, que
pierde razones para mantener unido a su Reino. Será recordado como un
cataclismo legislativo que aboca a un desafío proverbial para recomponer la
base regulatoria de un país y el retorno de varias competencias. Lo más
preocupante, supone un hito fundamental para el resurgimiento de antiquísimos,
orgullosos y reaccionarios sentimientos nacionalistas y xenófobos porque, por
desgracia, la opción del Lexit (una salida de izquierdas) ha quedado al margen
del debate público en estos últimos meses.
El proceso
político de desvinculación
Ahora se abre un
complejo proceso político institucional. Debemos conocerlo para disponer de los
tiempos en los que se va a mover el curso de lo que está por venir, en el que
hay muchas cosas todavía por definir. El único precedente conocido es el de la
salida de Groenlandia en 1982, una región autónoma de Dinamarca con apenas
50.000 habitantes.
El Referéndum no
es vinculante. Se han abierto dos maneras de gestionarlo. Bruselas quiere
activar el artículo 50 de los Tratados Europeos, invocado de inmediato para
reducir la incertidumbre mientras que el gobierno británico no quiere darse
tanta prisa. Pero, aunque pueda retrasarse, no parece que pueda evitarse el
proceso de desvinculación relativa que supone su concreción política. Cualquier
acuerdo habrá de ratificarse en el Consejo y en el Parlamento en Estrasburgo.
El resto de los 27 países que aún permanecen tienen derecho de veto para
establecer un modelo de salida. Luego se daría el paso a la ratificación por
los parlamentos nacionales y cualquier país puede obstaculizar el proceso.
Sin duda, los
funcionarios británicos en Whitehall van a tener que asumir retos de
envergadura. Varias competencias antes reservadas a la UE, como salud,
seguridad, servicios financieros o aspectos de política de empleo, regresan al
país; habrá que redefinir o redactar numerosas leyes, para evitar vacíos
regulatorios o de gestión política. Un reto fundamental será la negociación de
nuevos tratados comerciales, así que el Ministerio competente se sobrecargará
de tareas.
Activado el
artículo 50, se abre un periodo de dos años de negociaciones donde aún se
seguirán cumpliendo los tratados y leyes de la UE, pero el Reino Unido no podrá
incidir más en sus cambios. Habrá que concretar bajo qué términos se regulará
financieramente la ciudad de Londres, los aranceles a aplicar o los derechos de
circulación de personas de ciudadanos comunitarios y del Reino Unido.
Un cataclismo para
la historia política del Reino Unido.
Cameron ha
dimitido “en diferido” para gestionar la transición en su partido y los que
aspiren a sucederle, posiblemente un pro-Brexit, tendrán una patata bien
caliente.
Entre las
candidaturas a ser nuevo primer ministro, si no hay convocatoria de elecciones,
cabe hablarse de Boris Johnson, ex alcalde de Londres que lideró entre los
Tories al Brexit; George Osborne, que apoyó la permanencia; y los candidatos de
compromiso como Theresa May, Ministra del Interior.
El próximo líder
tendrá que hacer frente a un partido dividido, asediado por el ascenso del UKIP
de Farage. El partido conservador británico puede verse desbordado por su la
derecha xenófoba y populista, o bien quedarse absorbido por tener que aplicar
las políticas que la derecha más reaccionaria exige.
Mientras tanto,
en Escocia e Irlanda del Norte, donde triunfó el voto por la permanencia, o en
Gibraltar, puede haber consecuencias de calado a medio plazo. El Partido
Nacionalista Escocés activará, si los cálculos le favorecen, una próxima
consulta, que podría derivar en la salida de Escocia del Reino Unido y su
reinserción en la UE. E Irlanda e Irlanda del Norte podrían asistir a nuevos y
reforzados movimientos políticos para alcanzar su reunificación.
Las razones para
un Reino Unido se agotan. El viejo imperio que anexionó a varios pueblos y pudo
sostenerlos en su interior por su actitud hegemonista ante el resto del mundo y
su represión interna, queda muy mal parado de cara a darles razones para mantener
a irlandeses o escoceses bajo la Corona Británica, una de las instituciones más
poderosas económica y políticamente del mundo.
Las posibles
repercusiones económicas
Los mercados
financieros han sobrereaccionado cayendo más de un 15 %. Está cundiendo la alarma
por las potenciales repercusiones económicas. Estas se materializarán, pero más
allá del histrionismo de corto plazo de los mercados financieros, no tendrán un
alcance mayor. No al menos por esta causa. No nos olvidemos que vivimos una
crisis global como pocas veces hemos atravesado y eso sí que es el problema. La
libra esterlina se va a devaluar, ya lo está haciendo en torno a un 10 %
respecto a otras grandes monedas. Podría hacerlo próximamente hasta el 20 %,
aunque a medio plazo se restablecerá parcialmente. Ha perdido parte de su
atractivo como moneda refugio, pero la economía británica es poderosa, con la
principal industria financiera y con un aparato productivo sólido, con
influencia comercial en varios espacios económicos internacionales. No sólo el
norte de la UE (Dinamarca, Holanda, Alemania, Irlanda, etcétera) sino también
en EEUU y la Commonwealth. No es un país aislado ni débil. Y puede jugar aún
sus bazas como gran plaza financiera. Aunque el peligro es que caiga en la
tentación de emprender una partida arriesgada: una carrera de devaluación
competitiva.
A corto plazo,
algunos sectores se verán afectados porque la ventaja de la industria
financiera, que le aporta excedentes rentistas, para poder abordar sus
transacciones internacionales, puede verse durante un periodo perjudicada por
el deterioro de la libra y la retracción del inversor internacional. Así, que,
mientras no se disipen algunas dudas, puede haber un impacto recesivo en Reino
Unido.
Como siempre, la
incertidumbre afecta a la histeria de los rentistas, pero parece que los bancos
centrales europeo, suizo o japonés, proveerán nueva liquidez para dar
estabilidad a los mercados financieros. Si persiste la crisis, como decimos,
será más bien fruto de la decadencia del capitalismo que por esta reordenación
económico-comercial.
La
desvinculación formal de Gran Bretaña de la UE es relativamente sencilla,
dentro de su complejidad regulatoria. Más complicado será acordar una nueva
relación comercial, estableciendo lo que se permiten los aranceles y otras
barreras a la entrada, y ponerse de acuerdo sobre las obligaciones tales como
la libre circulación. Tal proceso podría tomar al menos cinco años.
La opción por
defecto es establecer el comercio con la UE en virtud de las normas de la Organización
Mundial del Comercio como Estados Unidos, China o cualquier otro país. Se
baraja que los productos británicos se encontrarían con la posible desventaja
de tener que hacer frente a un 10% de aranceles en sus exportaciones. Pero lo
más presumible es que UK buscase un status comparable al de Noruega, que es
miembro del Espacio Económico Europeo (EEE), a cambio de lo cual se requiere
contribuir al presupuesto de la UE y permitir la libre circulación de personas.
Aunque caben otras opciones como las que ofrecen el caso suizo o turco. Pero
hay que constatar que cualquier acuerdo comercial tarda muchos años en
alcanzarse.
Quizá un status
como el de Noruega sería una base insuficiente para las aspiraciones
británicas. Aún hay que ver si el Reino Unido quiere asomarse al TTIP o si opta
por esperar a que Trump pudiera alcanzar la Casa Blanca, y hacer migas con él.
Los conservadores británicos saben que si Trump ganase la Casa Blanca, éste
pondría al Reino Unido como prioridad, justo lo contrario de lo que harían
China o Canadá.
El atractivo
financiero británico se va a ver deslucido porque el capital que allí buscaba
su refugio y un bue negocio rentista tendría que restar de sus cálculos los
beneficios indirectos del acceso al mercado único europeo.
Un nuevo mapa
político y geoestratégico.
Mientras Reino
Unido aspira a recuperar su pretérito hegemonismo, aunque al final acabe
cayendo en brazos de alguno de los bloques económicos en ascenso, también su
mapa interno, como hemos indicado, puede verse alterado. Ni que decir tiene que
esta experiencia va a dar razones añadidas a aquellos que persiguen una
restauración de los refugios nacionales y exaltará viejos prejuicios
patrióticos.
La Unión
Europea, se encuentra atravesada por diferentes movimientos contradictorios.
Mientras se consagra una Unión intergubernamental con múltiples acuerdos fuera
de los Tratados Europeos, en los que las relaciones asimétricas otorgan cada
vez más poder a Alemania, la Comisión Europea insiste en poner sobre la mesa un
nuevo proyecto federalista, tecnócrata, intervencionista y, al mismo tiempo,
neoliberal, como es el que se idea en el Informe de los 5 presidentes. Sin
embargo, el actor decisor radica en el Consejo, y el bloqueo político allí es
más que evidente. Para casi todo se necesita unanimidad. Y por eso, el monstruo
de la Unión Europea se ve esclerotizado. Al mismo tiempo, han crecido a su
alrededor multitud de acuerdos e instrumentos económicos entre grupos de países
que, bajo la alfombra y de manera más bien siniestra, pueden estar sentando las
bases para futuros acuerdos que dejen obsoleta la institucionalidad existente.
Ese proceso “constituyente” lo están desarrollando las élites, mientras que las
clases populares se dirimen entre el escepticismo, el aburrimiento o la ingenuidad
respecto a lo que es el devenir supranacional, un debate poco formado y maduro
entre las mayorías sociales y completamente metido en una urna en el marco de
las instituciones europeas.
Las tentaciones,
por tanto, pueden inclinarse a la formación de una Europa a múltiples
velocidades, o la desintegración a plazos del proyecto, merced al ascenso de la
extrema derecha y populismo nacionalista reaccionario. Estos ya han mostrado
sus dientes en Austria, Francia u Holanda, sin detenernos en muchos de los
países del Este europeo.
Un nuevo
internacionalismo y una estrategia para la recomposición para otra Europa.
En esta tesitura
hay que constatar que a las fuerzas políticas transformadoras la situación les
ha pillado con el pie cambiado. Se ha optado por acumular fuerzas defendiendo
una idea de Europa que, no cabe lugar a dudas, no existe y que es completamente
opuesta a lo que promueven las instituciones europeas. Las instituciones
europeas ponen a competir a las clases trabajadoras entre sí y devalúan sus
condiciones de existencia y derechos, al mismo tiempo que abren las puertas al
capital y su movilidad depredadora, con políticas que instauran la dictadura de
las finanzas y que promueven una industria ecológicamente insostenible.
Creo que es un
acierto insistir en la necesidad de la construcción de modelos supranacionales
solidarios, democráticos, que articulen a los diferentes pueblos en un esquema
cooperativo. Creo que, posiblemente, algunas ideas surgidas del proyecto de la
UE podrían tomarse en cuenta, como el método comunitario o algunas prácticas
institucionales que pudieron haber dinamizado la cooperación. Pero debe
afirmarse que como proyecto en su conjunto se basa en dar alas y soporte al
capital transnacional y la banca privada centroeuropea contra el mundo del
trabajo y los derechos de los pueblos.
De tal manera
que, aun siendo comprensible que se defienda un modelo europeísta, debe dejarse
constancia que un esquema semejante como el descrito no cabe en la
institucionalidad de la Unión Europea.
Algunas
izquierdas defienden acumular legitimidad, razones y gobiernos que se sienten
en el Consejo. Es preciso recordar que los tratados fundamentales requieren de
la unanimidad. Entraña un blindaje del modelo en vigor. Esta ruta sólo cabe
transitarla si somos conscientes de que cualquier cambio en la UE no se
conseguirá por la vía procedimentalmente establecida. Será precisa una gran
conmoción política, exterior a su carácter blindado y esclerotizado. Así que la
opción de la permanencia crítica también debiera tener previsto algún ejercicio
de desobediencia y ruptura concertada entre varios países.
En el otro polo
hay quien ha querido insistir en la salida unilateral para rearmarse con viejos
instrumentales económicos keynesianos. Pero esa opción, de manera aislada,
preparará muy mal los retos por venir. Porque el terreno de juego global exige
amplios espacios económicos y una institucionalidad democrática y políticas
supranacionales y no sólo políticas económicas nacionales.
En el caso
británico muy pocos han optado por la siguiente ruta: desvincularse para
recomponer relaciones con aquellos que se pueda y con las políticas e
instituciones necesarias para construir un área socioeconómica y política
supranacional que, entonces sí, pusiese en pie acuerdos comerciales justos y
regulados, políticas de inversión pública conjuntas, políticas tendentes a una
convergencia real, lo que implica redistribuciones, una política monetaria
esbozada con otro banco central y otros criterios, y la definición de un modelo
productivo y una distribución internacional del trabajo complementaria entre
equivalentes. Para el Reino Unido, por su capacidad y potencial, cabía esta
opción. Aunque, es cierto, la ausencia de debate y madurez de este tipo de
orientación allí hacía muy difícil el reto, dado el retroceso en este terreno
en la sociedad británica.
En el caso de
las periferias europeas, difícilmente podría plantearse de inmediato la
desvinculación. Pero caben otras opciones. La opción de la desobediencia al
Pacto de Estabilidad y Crecimiento, avanzar en el control de movimiento de
capitales y la regulación del sistema financiero, al mismo tiempo que se
abriesen los brazos a otros países o regiones para una estrategia cooperativa
en extensión, daría tiempo, mientras reacciona la contraparte, a preparar las
mejores condiciones e instituciones, para, en caso, de expulsión, poder hacer
frente a un periodo excepcional, y poner en pie las condiciones de desarrollo
endógeno y supranacional necesarias para construir un espacio socioeconómico y
político internacional favorable a las clases trabajadoras y populares.
prtmexico@yahoo.com.mx
*Daniel
Albarracín es sociólogo y economista. Es miembro del Consejo Asesor de VIENTO
SUR.
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