Desde Agencia Rebelión
29/Octubre/2012
¿Motor de cambio o camisa de fuerza?
"La Izquierda” como etiqueta
Javier Arias
Hace mucho que las grandes batallas
sociales, políticas y económicas se juegan en el campo del lenguaje. Quién
consigue imponer su diccionario, con su propio catálogo de términos y
definiciones, ha conseguido el triunfo por adelantado. Cuando has logrado que
el adversario utilice tu propio repertorio lingüístico para describir y
comprender la realidad habrá perdido el combate sin tan siquiera haberse dado
cuenta de ello. Más tarde comprobará con angustia su derrota porque habrá
quedado cercado, encerrado dentro de un laberinto cognitivo en el que todos los
caminos le conducen frente al muro.
Algo así ha
sucedido con esa manida etiqueta política conocida como “Izquierda”. Cuando la
supuesta izquierda asume una categoría sociológica fabricada por los ideólogos
del estado moderno, juegan a perdedores desde el primer momento. La democracia
liberal capitalista creó un concepto, funcional a sus intereses, para definir
el arco parlamentario que tomaba asiento en una determinada zona de la cámara
de delegados de la Francia post-revolucionaria. Diseñada por los futuros
grandes propietarios occidentales de finales del S. XVIII para dar legitimidad
a sus revueltas antimonárquicas, aquella cámara nunca atendió las necesidades y
anhelos de las clases trabajadoras porque sencillamente no fue creada para
ello.
Nadie jamás escucharía a K.Marx o M.Bakunin (por poner como ejemplo
las 2 voces de referencia incuestionables del socialismo moderno) definir sus
planteamientos como “de izquierdas”. ¿En qué lugar de los anales que
recogen los debates teóricos de la Primera Internacional puede encontrarse
alguna mención a algo expresamente definido como “Izquierda”?. Aquellos
importantes revolucionarios no se hubiesen reconocido en esa hueca y difusa
categorización. Seguramente ellos se hubiesen mofado de esa etiqueta, tachándola
de “invento burgués” o quizás de “juego de bengalas del reformismo contrarrevolucionario”.
Esa etiqueta se hubiese quedado inmensamente pequeña para dar cabida a su
mensaje y a su propuesta política. Marx y Engels trascendían claramente con su
“Manifiesto Comunista” el concepto político que conocemos
hoy como “Izquierda”. De hecho expresan en el citado documento la frase “¿Qué
oposición, a su vez, no ha lanzado a sus adversarios de derecha o izquierda el
epíteto zahiriente de comunista?”.
Se autodefinían por tanto como “comunistas”
no como “izquierdistas”. Evidentemente la “Lucha de clases” que ellos
proclamaban no era cuestión de izquierdas y derechas sino, nada más y nada
menos, que la lucha entre los ricos y los pobres, los explotadores y los
explotados, los de arriba contra los de abajo. En este sentido, como en tantos
otros, el 15M y el movimiento “occupy” han conseguido captar con mucha más
precisión el núcleo real de nuestros problemas que los partidos de izquierda.
En el caso de los libertarios aún resultaría más ridículo, incluso pueril,
definirlos como “gente de izquierdas” porque esa categoría estaba pensada para
operar dentro de un juego partidocrático parlamentarista que ellos siempre
rechazaron de manera furibunda. Definir a los comunistas marxistas o a los
anarquistas como de “Izquierdas” los empequeñece y los desdibuja, en cierta
forma casi podríamos decir que los jibariza, los diseca, les clava alfileres en
las alas para presentarlos, cual mariposas, en un capitalista panel expositivo
de insectos curiosos.
Bajo nuestro
punto de vista harían bien los partidos que utilizan esa etiqueta en sus siglas
en transformarla ya que de otra forma están adoptando una descripción política
creada por sus adversarios para arrinconarlos en un apartado segmento de la
línea del posicionamiento electoral, línea en la que el poder y su lenguaje ya
han reservado para si mismos el lugar dorado del podium, un lugar de privilegio
que define a los “más limpios, puros y eficientes” partidos capitalistas de
centro-centro. Un lugar distante de los “extremismos indeseables que siempre
terminan por tocarse” según reza en los diccionarios oficiales del pensamiento.
Se trata de todo un espacio euclídeo pensado desde, por y para la legitimación
de un poder ideológico omnímodo, abarcante e implícito, que no por invisible
resulta menos totalitario.
Si la opción
de los partidos de esa designada y autoasumida “izquierda”, tales como la
“Izquierda Anticapitalista” de Esther Vivas o la “Izquierda Unida” de Cayo
Lara, es competir en el mercadeo electoral harían bien, bajo nuestro humilde
punto de vista, en cambiar ya el fallido “hashtag”, emulando a otros partidos
como la Syriza griega o el Bildu-Amaiur de Euskalerría, claros modelos de éxito
mercadotécnico más adaptados para participar con soltura en el juego de los
partidos que la falsa democracia liberal ha preparado para nosotr@s. Ellos al
menos parece que sí pueden llegar a tener opciones de convertirse algún día en
“trending topics” de sus respectivos ámbitos geoparlamentarios.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una
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