DESDE VENEZUELA
29 NOVIEMBRE 2012
Finalizado el “Big Show”
Obama
II, más de lo mismo
Miguel Guaglianone
Acaba de finalizar el proceso de
elecciones presidenciales (y de renovación parcial del Congreso) en los Estados
Unidos, dando como resultado la reelección por un nuevo período de cuatro años
de Barak Obama como inquilino de la Casa
Blanca. Proceso que fue precedido por una campaña electoral
considerada por los propios medios norteamericanos como la más costosa de la
historia (se estima en alrededor de los seis mil millones de dólares la
“inversión” realizada) y que sin embargo culminó prácticamente sin pena ni
gloria y sin dejar ver el entusiasmo de otros procesos similares, proclamando
la victoria holgada del representante del partido Demócrata a pesar de que las
encuestas previas habían dado un panorama de competencia cerrada, de “empate
técnico”.
Frente a los planteamientos fundamentalistas del
candidato republicano Mitt Romney,
un pastor mormón representante directo del pensamiento reaccionario y de los
intereses de los grandes capitales, quien fuera además acompañado con un
postulante a vicepresidente (Pauyl Ryan) dirigente del movimiento de extrema
derecha Tea Party, mucha gente -sobre todo fuera de los Estados Unidos-
depositó sus expectativas en la reelección del candidato demócrata, esperando
que un segundo gobierno de Obama representara un cambio en las políticas
exteriores y una mejoría respecto a las relaciones de los Estados Unidos con el
resto del mundo.
Sin embargo estas expectativas se han basado en falsos
supuestos tales como que es posible hoy en los EE.UU. la elección de un
presidente que sea capaz de modificar sustancialmente las políticas vigentes, y
de que si eso fuera viable, esa persona dispondría realmente del poder para
hacerlo. La universalización de estos supuestos se logró a partir del bombardeo
constante de propaganda durante larguísimo tiempo (y en la contemporaneidad
sobre todo a través de las cadenas corporativas globalizadas de medios de
comunicación), creando y alimentando matrices de opinión convenientes y útiles
a los intereses del Estado norteamericano. La promoción de su “democracia” (que
ha servido, al universalizarla como modelo político como pretexto para intentar
imponerla a través de las ingerencias, intervenciones e invasiones a otros
países que han realizado durante por lo menos los últimos dos siglos); la
creación del mito de la perfección de su sistema (la gran democracia del Norte)
que supuestamente asegura transparencia, representatividad y control por parte
de los ciudadanos, y en general varios otros conceptos de libertad y justicia
que complementan la imagen.
Una imagen que basta analizar seriamente, basándose en
realidades y no en la mitología comunicacional, para descubrir no sólo que no
es verdadera, sino que oculta con eficacia las verdaderas características y los
objetivos del sistema.
Una “democracia”
muy poco democrática
En 1863, Abraham Lincoln pronunció una alocución que se
conoce como el Discurso de Gettysburg,
donde dio una definición magistral de la democracia como el “Gobierno del pueblo, por el pueblo y para el
pueblo”, definición tan adecuada y explícita que se ha universalizado y
mantenido como vigente a lo largo del tiempo cuando se habla de este sistema
social.
Sin embargo en el caso del sistema de gobierno y de la
forma de elegirlo en los Estados Unidos, las palabras han sido totalmente
contradichas por los hechos. El sistema actual;
No es “del
pueblo”. En
primer término por su baja representatividad. La abstención en las elecciones
norteamericanas oscila normalmente entre el 40 y el 50% de las personas en
capacidad de votar (en esta última ha sido de alrededor del 45%). Las causas
son múltiples, pero el factor principal que justifica estas cifras tiene que
ver con el alto grado de estupidización y
apatía política generado en la población por el sistema de medios
masivos de comunicación y el sistema de “entretenimiento masivo”. Las pocas
cifras disponibles son escalofriantes. Según el film “Zeigest”[1]
el 75% de los estadounidenses se informan y educan exclusivamente a través de
la televisión, sólo el 5% lee libros y el 15% periódicos. El presidente
entonces es elegido por un porcentaje de votantes que oscila entre el 20 y 25%
de los habilitados para hacerlo (1 de cada 4 personas). En segundo lugar, el
sistema de elección es de segundo grado. Es decir que los votantes no eligen
directamente a sus representantes, sino que sus votos determinan a los 538
electores que elegirán al presidente y los congresistas. El Colegio Electoral
que constituyen elige al presidente entre los candidatos de los partidos La
forma de adjudicación de los votos de los electores por Estado es de “todo o
nada”. En cada Estado de la
Unión , el partido que tiene la mayoría de votantes, acapara
todos los votos electores de ese Estado, no existe como sería lógico una
distribución proporcional de los votos en cada caso. Este sistema permite que
pueda ser elegido presidente alguien que no tenía la mayoría de los votos
generales (ya ha sucedido varias veces), y en caso de empate de votos
electorales, es la cámara de Representantes quien elige al presidente y el
Senado al vicepresidente. Finalmente el sistema electoral no tiene ningún tipo
de estandarización ni control. Cada estado determina cual es la forma de
votación en su territorio (manual, electrónica, por correo, etc.) y no existe
ningún tipo de supervisión federal ni sistema homogéneo para todo el país. Esto
permite todo tipo de irregularidades, trampas y errores, como sucediera por
ejemplo con los votos en el Estado de Florida en la elección en que compitieran
George W. Bush y Al Gore. El fraude electoral, en un Estado gobernado por el
hermano del candidato republicano fue tan obvio, que dejó fuera del conteo a
180.000 votantes decisorios (entre los sectores latinos y afroamericanos que
votan tradicionalmente por el Partido Demócrata) y la Corte Suprema de Justicia del
Estado no permitió la revisión del proceso. En esta última elección se dio el
caso hasta curioso, que el ex presidente George W. Bush emitió su voto a través
de una máquina electrónica, la que se equivocó y se lo adjudicó a Obama.
No es “por el
pueblo”. Los
candidatos que serán elegidos en segundo grado son producto de un sistema
rígidamente bipartidista. No existen
a nivel general otras alternativas que Demócratas o Republicanos. Todo intento
de nuevas corrientes políticas es ignorado, perseguido e invisibilizado por las
grandes maquinarias de los sistemas de medios de comunicación, únicas vías por
las cuales se informan los ciudadanos estadounidenses. Como ejemplo, en esta
última elección hubieron seis candidatos más a la presidencia que fueron
absolutamente desconocidos: Gary
Johnson de Nuevo
México del Partido Libertario, Jill Stein
de Massachusetts del Partido Verde, Virgil Goode de Virginia del Partido de la Constitución, Rocky Anderson de Utah del Partido
Justicia, Roseanne
Barr de Utah del Partido Paz y Libertad y Thomas Hoefling del
Partido Americano Independiente. Nadie tuvo oportunidad en la opinión pública
de conocerlos, y se llegó al extremo de que la candidata del Partido Verde fue
detenida por la policía dos días antes de las elecciones por participar en una
manifestación ocupa, sin que ningún
medio registrara el hecho. Por otra parte, la elección de los candidatos, tanto
a la presidencia como a los escaños del Congreso está determinada
exclusivamente por el resultado de las Convenciones en ambos partidos. Allí los
factores que juegan para su designación son la disponibilidad de apoyo en
dinero de cada pre-candidato, las capacidades de lobby o el peso del poder de
las distintas corrientes internas, ninguno de estos factores está relacionado
en absoluto con la posible voluntad popular, sino que responden a lógicas de
poder e intereses absolutamente sectoriales. El pueblo entonces no esta
presente entre quienes van a ejercer el gobierno.
No es “para el
pueblo”. El
gobierno no se ejerce para los intereses del pueblo, sino para los de un sector
muy definido de la sociedad. Ya la primera parte del film Zeigest que
mencionamos, mostraba como las corporaciones bancarias fueron parte integrante
en la propia creación de los Estados Unidos como nación y han sido un factor de
poder en toda su historia. En el año 1961, en su último discurso como
presidente, el general Dwight
Eisenhower
advirtió del peligro del inmenso y constantemente creciente poder dentro de las
decisiones del gobierno, del sector que bautizó (con un nombre que ha
perdurado) como el “complejo militar-industrial”. El progresivo cambio del
viejo capitalismo industrial, sobre todo durante la última mitad del Siglo XX y
los principios del XXI, hacia nuestro actual neocapitalismo corporativo ha
estado caracterizado por la creciente concentración del capital y el poder en
un número decreciente de grandes corporaciones que se han ido asociando y
entrelazando hasta formar una red compacta de intereses y necesidades. Son
ellas las que determinan la orientación, las decisiones y las líneas políticas
del actual gobierno de los EE.UU. Esto se ha venido dando a partir de un
progresivo proceso de pérdida de protagonismo de la figura presidencial. Si
bien la capacidad de decisión de los presidentes en Estados Unidos siempre ha
sido mucho menor de lo que se muestra en el mito mediático, y esa limitación ha
mostrado que cualquier intento de desviarse de la norma de los intereses
vigentes ha costado desde la pérdida de una reelección (como en el caso de
J.Carter) hasta la vida a través del magnicidio, (institución presente en toda
la historia política estadounidense); hasta Richard Nixon o Ronald Reagan la
figura presidencial tenía una cierta libertad de decisión que permitía por lo
menos dar un toque personal a la gestión de gobierno. A partir de la llegada a
la presidencia de George H. Bush (Bush padre) -un integrante de la dirección de
las grandes corporaciones, vinculado además de los sistemas de “inteligencia”-
la presencia de las entidades corporativas tomó mayor estado público y
condicionó más férreamente las decisiones de Estado. El gobierno Clinton se
caracterizó por tener un aparente discurso liberal y unas acciones (sobre todo
a nivel de política exterior) que mantuvieron la línea imperialista y
guerrerista de tipo Ronald Reagan. Los dos gobiernos de George W. Bush
volvieron a la luz pública a las corporaciones (el mismo y su equipo de
gobierno fueron ejecutivos de ellas) y su verdadero poder. Finalmente, y en
forma más notoria, el primer periodo de gobierno de Barak Obama ha vuelto al
doble discurso y a la distancia entre intenciones y acciones. Dentro de este
análisis se hace evidente que el incumplimiento de las promesas electorales que
se le ha reprochado a Obama puede que no obedezca a una duplicidad intencional,
sino a que se ha encontrado en la imposibilidad de cumplirlas al constatar en
los hechos la poco capacidad de maniobra que tiene hoy como presidente de los
Estados Unidos frente a los intereses de las corporaciones y los grupos de
poder. Así por ejemplo, la ley inmigratoria no le conviene a las grandes
corporaciones que pueden perder el uso de una mano de obra semi-exclava, o el
cierre de la Base
de Guantánamo despojaría a los oscuros intereses militares y de inteligencia
(socios del complejo militar-industrial) de la posibilidad del ejercicio impune
de la desaparición forzosa o la tortura.
Conclusiones
En definitiva, cuando lo analizamos en profundidad, el
sistema electoral y de gobierno de los Estados Unidos es indefendible desde el
punto de vista de la democracia. Tanto es así que veíamos el otro día unos
sesudos análisis del proceso eleccionario en la televisión española, y alguien
daba como único argumento de defensa que “El sistema estadounidense es bueno
porque les sirve”.
Demócratas y Republicanos, las únicas opciones posibles
son entonces dos caras de los mismos grupos de poder y de los mismos intereses
básicos. Sus diferencias son sobre todo de forma del discurso, y posiblemente
radiquen también en el tratamiento a factores sociales internos tales como las
políticas impositivas o el rol del Estado en el proceso económico o la
importancia de los proyectos de ayuda social. Pero en lo fundamental -y los
gobiernos de Clinton y Obama son una prueba de ello- la política exterior,
sobre todo lo relacionado con ingerencia, invasiones y frentes de guerra, está
determinada por unos lineamientos que no varían.
Como decíamos antes, el sistema no permite la elección de
un presidente que tenga la intención de generar cambios estructurales, y aunque
así fuera hoy este cargo no dispone del poder real para realizarlos.
Por lo tanto no tenemos razones para tener expectativas
de que un segundo gobierno de Obama mejore las cosas. Lo más probable es que se
mantengan e incluso se potencien las políticas exteriores de guerras,
agresiones, reestructuración del Medio oriente, injerencias e intervenciones en
todo el planeta, a pesar que algunos consideren que Obama podría realizar
cambios al no tener sobre sus hombros el peso de la reelección, creemos haber
mostrado fehacientemente que el problema no está allí, sino que reside en
factores estructurales del sistema.
Y finalmente otro elemento a considerar. La creciente y
aparentemente indetenible crisis económica agrega leña al fuego y acelera las
decisiones de tipo cortoplacista que manejan las grandes corporaciones. Así que
el futuro inmediato solo parece ofrecernos más
de lo mismo.
Publicación
Barómetro 12-11-12
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Gracias. barometrointernacional@gmail.com
[1] Disponible
en la Web en “Google video”
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