25/Abril/2014
Desde Venezuela
La “Batalla de la Victoria” del siglo XXI
Roy
Daza
Toda la estrategia
política dirigida hacia la juventud puesta en marcha por la derecha
contrarrevolucionaria y sus centros de poder en Estados Unidos sufrió una
severa derrota. Aunque utilizaron un vasto arsenal de mensajes mediáticos
manipulados a gran escala, a pesar de que en algunos momentos alcanzaron
imponer algunos “jingles” de su extensa gama de producciones publicitarias,
ninguna de sus políticas pudo convertirse en fuerza.
La más
significativa de las debacles de esta derrotada estrategia es, sin lugar a
duda, la artificial estructuración de “Javu” y algunas ONGs cuya tarea esencial
es recorrer las plantas de televisión de la derecha, los diarios que se
convirtieron en pasquines de baja calaña, como es el caso de El Nacional, la
presencia que lograron en no pocas radios –algunas de ellas comunitarias hay
que decirlo– y el uso masivo del twitter y de las otras redes sociales.
La pregunta es:
¿por qué fracasaron tan estrepitosamente si contaron y cuentan con una
capacidad mediática tan grande y financiamiento a borbotones?
Cualquier joven
chavista responde inmediatamente a esta interrogante, diciendo que lo que pasa
es que esos llamados jóvenes de la derecha son unos “sifrinos” y esa es en sí
misma una definición, porque “sifrino” denota superficialidad, cuando
analizamos la palabra en su acepción política. Pero el mensaje de la derecha
hacia la juventud no es solo superficial, hay otros elementos a estudiar.
Uno de los ejes del
“mensaje” de la derecha es apropiarse de la simbología y del discurso
bolivariano y revolucionario. Eso ya lo hicieron profusamente en diciembre de
2002 y enero de 2003, cuando los poderosos canales de la televisión privada se
encadenaron día y noche, de manera continua durante sesenta y dos días, con el
objetivo de derrocar al gobierno del líder histórico de nuestra revolución, el
Comandante Hugo Chávez, en medio del sabotaje petrolero.
El intento de
apropiarse de la simbología bolivariana choca con una realidad, el mensaje de
la derecha es descaradamente pro–imperialista y pitiyanqui, por lo que se
produce un corto circuito entre la imagen y el contenido de su discurso. Una
gorra con los colores de la bandera nacional tiene significado, cuando el
discurso es en defensa de la independencia nacional, cuando asume el profundo pensamiento de Simón
Bolívar, de Francisco de Miranda, de Simón Rodríguez, de Andrés Bello, de
Antonio José de Sucre, de Argimiro Gabaldón, de
Hugo Chávez.
Pareciera mucho
pedir a los manipuladores de oficio, a los trúhanes de la manipulación
mediática que compartan las ideas de los forjadores de las naciones y de la
cultura de un continente.
Además de trazar su
ruta de acción política por la vía del engaño, la derecha con sus ONGs y Javu,
pretenden imponer un criterio que se ha convertido en una de sus líneas
programáticas, que no es otra cosa que el desprecio a la gente humilde, a los
trabajadores. Los dirigentes de la derecha se creen portadores de un “linaje
aristocrático”, mantienen una actitud despectiva frente a las personas que no
tengan la o las fortunas que ellos detentan.
Para ejemplificar,
basta con hacer mención a la tesis según la cual, los votos de las zonas donde
viven los sectores sociales que las empresas encuestadoras califican como A y
B, es decir, en las zonas urbanas de las grandes capitales, tendrían más valor
que los de los pequeños pueblos, de las ciudades intermedias y de las barriadas
populares. Algunos llegan a la desfachatez de decir por televisión que un voto
de una persona que estudió en un famoso colegio privado tiene mucho más peso
que el de un ciudadano de un barrio o urbanización.
El problema que
tiene esta tesis es que los votos se cuentan, no se pesan. En los últimos
catorce años, –con una sola excepción– las mayorías nacionales apoyan
mayoritariamente el proyecto histórico de Hugo Chávez que hoy lidera Nicolás
Maduro Moros.
Hay que reconocer
que con cierta habilidad los
manipuladores mediáticos imponen “jingles” publicitarios, más no planteamientos.
Por ejemplo, el que se refiere al país dividido. “¡Venezuela es una sola!”
vocifera alguno; “¡Chávez dividió al país!” dicen otros.
Ahora, veamos con
cuidado este planteamiento de la derecha. Es verdad que nuestro país está
dividido desde hace mucho tiempo, está dividido en dos partes desde el punto de
vista de las clases sociales: de una parte, una económicamente poderosa
oligarquía, que es apenas el dos por ciento de la población, y por la otra, la
inmensa mayoría del pueblo trabajador.
La profundización
de la brecha social en nuestro país durante las décadas de los años ochenta y
noventa del siglo pasado, fue una de las bases materiales de la insurgencia
revolucionaria del Comandante Chávez y los militares patriotas el 4 de febrero
de 1992, la sublevación popular espontánea de febrero de 1989, sólo para
nombrar momentos estelares de tiempos de lucha contra el neoliberalismo. Esa
diferencia en el orden social está en el sustrato de la Revolución Bolivariana.
El “populismo”.
Para “Javu” y las ONGs todo lo que signifique distribución progresiva de la
renta petrolera es populismo, cualquier iniciativa de carácter social, como las
misiones, es populismo. Es éste uno de los temas recurrentes de toda la derecha
en nuestro país que viene empaquetado con el sello “Made in USA”.
De la misma matriz
viene el término acusatorio y despectivo de “enchufao”, que busca descalificar
a todo aquel ciudadano que por derecho cuenta con los beneficios de las
políticas sociales del gobierno popular o por el hecho de trabajar en alguna
institución estatal. Esta acusación, además de irritante, dejó sin piso social
a la derecha. El pasado ocho de diciembre de dos mil trece, el pueblo se
encargó de poner las cosas en su sitio.
La derecha no
entiende nada sobre dignidad humana, no logra captar que no se trata sólo de la
beca, o de la ayuda para ser atendido en
algún centro de salud o la venta de productos subsidiados en mercal o pdval, o
las aldeas universitarias o la gran misión Vivienda Venezuela. Chávez ha
logrado que la autoestima del venezolano crezca, que los valores de la patria,
de la nacionalidad, de la cultura, de la solidaridad, de la verdad, se vayan
constituyendo en guías del quehacer cotidiano de la sociedad. La cultura
socialista se abre paso en medio del nihilismo de los post modernos y del
conservadurismo del pensamiento neoliberal.
La estrategia
ideológica de la derecha reaccionaria tiene como debilidad intrínseca que no
reconoce hechos claves para la comprensión de la Venezuela del siglo XXI: el
renacer del pensamiento bolivariano, la propuesta socialista de Hugo Chávez, el
carácter democrático de la revolución y la posición antiimperialista asumida
por sin ambages por el movimiento revolucionario.
Una cita ineludible
de Chávez de octubre de 2012, en la que coloca la piedra angular de un
planteamiento estratégico: “Entonces, venimos con el tema de la democracia, el
socialismo y su esencia absolutamente democrática, mientras que el capitalismo
tiene en su esencia lo antidemocrático, lo excluyente, la imposición del
capital y de las élites capitalistas. El socialismo no, el socialismo libera;
el socialismo es democracia y la democracia es socialismo en lo político, en lo
social, en lo económico”.
La revolución
bolivariana se ha propuesto construir una democracia verdadera en medio de la
crisis general del capitalismo, que estalló el 15 de septiembre de 2008 y que
aún está presente en la ralentizada economía estadounidense, que enfrenta el
problema de una deuda creciente, y en la Unión Europea, que sigue viviendo
tiempos de turbulencia, particularmente en los países que bordean al
Mediterráneo. La pobreza extrema, el desempleo, la quiebra de las empresas es
noticia común en la Europa de hoy.
Ahora bien, es
imprescindible conocer a fondo las naturaleza de la crisis actual del
capitalismo, los cambios se producen día a día, lo que significa que el
movimiento revolucionario está obligado a contar con las estructuras analíticas
que puedan estudiar su evolución y las tendencias. Lo cierto es que el
capitalismo actual, de signo neoliberal se identifica por volver a una
“acumulación originaria primitiva” de la que nos habla Carlos Marx en ‘El
capital’, en la que se aplica la explotación al extremo, en la que desaparecen
las políticas de bienestar social y las conquistas de la clase obrera son
desechadas. Es éste un fenómeno que puede verse en países del otrora llamado
“tercer mundo” y ahora también, en algunas de las economías europeas.
Asimismo, el
capitalismo de hoy es expropiador de los recursos naturales, bien sea por la
vía de la acción directa a través de invasiones militares, ocupaciones,
promoción de guerras, como por la vía del control político de las instituciones
financieras y jurídicas internacionales, que le sirven de base para la
expropiación de aquellos recursos que son fundamentales para el sostenimiento
del complejo industrial capitalista.
El capitalismo de
hoy es globalizado, aplica la sobre–explotación de la fuerza de trabajo y la
expropiación de naciones enteras, además de haber llegado al límite, en lo que
se refiere a la relación con la naturaleza.
Una definición de
estas características ratifica la necesidad objetiva de la acción internacional
de la clase trabajadora, de la solidaridad de todas las fuerzas que se oponen
al neoliberalismo, es posible hablar de tres tareas: la primera de ellas: el
enfrentamiento a la expropiación de los recursos naturales de las naciones, que
impone el capitalismo globalizado, desde sus consorcios y desde sus Estados.
Está planteada una lucha unificada a escala internacional por que se cumpla la
resolución 1806 de las Naciones Unidas, en la que se establece el derecho de
los Estados sobre los recursos naturales, aprobada en 1962.
En segundo término,
es necesario luchar por los derechos de los trabajadores en todos los
continentes. La precarización del trabajo y el desempleo son práctica común del
capitalismo neoliberal globalizado. Está claro que en muchos países, el
sindicalismo ya no constituye la centralidad de la lucha popular, nuevas formas
de organización y de movilización vienen surgiendo y hay que estar atentos a
estos procesos.
Y, en tercer lugar:
la lucha por la preservación de la “madre tierra” es una tarea que tiene
importancia capital, no desde el punto de vista de la llamada “economía verde”
que es una trampa de los capitalistas, sino de la puesta en marcha de la una
nueva política ecológica que tenga al ser humano como centro.
En estos tiempos de
bicentenarios, donde las ideas se reinventan, no podemos dejar de dar una
estocada fulminante a las fuerzas pro–imperialistas, se pongan el disfraz que
se pongan, con la carga histórica de la “Batalla de La Victoria”, rayo que
estremece las conciencias de los más jóvenes. Ese 12 de febrero de 1814 es
barricada y arcabuz, es lanza y trompeta, es resistencia y valor extremo, es
símbolo de lo que hay que hacer ahora mismo. Sí, porque lo que se escucha en la
calle es que por estos días libraremos nuevas batallas, porque están pendientes
los objetivos históricos de la revolución que nos legó Chávez.
La Batalla de la
Victoria en sus 200 años no puede ser entendida sin la derrota sufrida por las
fuerzas patriotas en La Puerta y sin la inmaculada bondad de los bravos que
ofrendaron su vida en Bárbula con Atanasio Girardot a la cabeza, o el ejemplo
de Antonio Ricaurte en San Mateo, por cierto, donde se conmemora el
Bicentenario no de una, sino de dos batallas en estos días. Vale decir que son
los tiempos de Vicente Campo Elías, el más valiente de los valientes, de Rivas
Dávila, de Montilla, de Soublett…
Nadie diría mejor
que José Félix Ribas cuál es el clarín de la Batalla de La Victoria del siglo
XXI: “En esta jornada que ha de ser memorable, ni aún podemos optar entre
vencer o morir: necesario es vencer. ¡Viva la República!”
dazaroy@gmail.com
Publicación
Barómetro 27-01-14
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