25/Abril/2014
Agencia
Informativa
RUSIA, ESTADOS UNIDOS Y LA UNION
EUROPEA TRAS EL CASO UCRANIANO
Guillermo
Almeyra
Desde el
derrumbe de la ex Unión Soviética los gobiernos de Estados Unidos buscan
redimensionar el poderío ruso y acorralar a Moscú con una red de bases
agresivas en sus fronteras y extendiendo la Organización del Tratado del
Atlántico Norte (OTAN) cada vez más hacia Oriente. Rusia, se recordará, ya
reaccionó cuando EE.UU y la OTAN intentaron instalarse en Georgia, en el
Cáucaso, en la bisagra con las ricas repúblicas petroleras y gasíferas que
giran en la órbita de Moscú, y ahora volvió a reaccionar cuando, mediante el
intento de ingreso de Ucrania a la Unión Europea, Estados Unidos trató de
correr el radio de acción de la OTAN hacia el Este y de cerrarle el acceso al
Mediterráneo a la flota rusa del Mar Negro, basada en Sebastopol, en la
península de Crimea.
Esta
reacción, totalmente previsible, tiene
que haber sido calculada por Washington y ese papel provocador de la diplomacia
estadounidense choca con los intentos anteriores de cooptar a Rusia, con su
participación en el G8, separándola de China y de las llamadas “potencias
emergentes”, como la India. Dicho sea de paso, estos dos últimos países rechazan las medidas anti rusas y llaman a
actuar con cautela y a resolver todo por la vía diplomática.
Los
capitalistas mafiosos de Moscú sostuvieron al régimen impopular, corrupto y
servil del presidente ucraniano Víktor Yanukóvich, depuesto por un golpe
parlamentario que se montó sobre grandes manifestaciones populares a las que se
sumaron los fascistas y neonazis
ucranianos (que no las dirigieron, pero las utilizaron). Esa movilización
popular fue alentada efectivamente por la Unión Europea que capitalizó el
repudio a la corrupción e incapacidad de la oligarquía ucraniana subordinada a
Moscú y el recuerdo de los crímenes de Stalin y sus seguidores en Ucrania (el
stalinismo deportó a todos los tártaros de Crimea y pisoteó los derechos
nacionales ucranianos) y canalizó esos sentimientos detrás de la ilusión sobre
mejores condiciones de vida si Ucrania entraba en la Europa unida del gran
capital.
A esas masas
democráticas se unieron las minoritarias bandas fascistas, ultranacionalistas y
antirusas, de Svoboda y otros grupos de extrema derecha que tratan de llevar
agua para su propio molino pero que, contrariamente a lo que afirma Moscú, ni
fueron ni son la base de la caída de Yanukóvich y del actual gobierno
heterogéneo, fragilísimo, de la oligarquía prooccidental ucraniana.
No estamos
pues ante la alternativa fascismo o Putin, éste no es ni anticapitalista, ni
antiimperialista ni democrático y medidas como la incorporación de Crimea a
Rusia (independientemente de los lazos históricos pluricentenarios entre la
península y Moscú) sólo sirven para unir a los demócratas ucranianos contrarios
al régimen títere de Yanukóvich con los fascistas de todo tipo manipulados por
los servicios de inteligencia occidentales cuando, por el contrario, es
indispensable separar la protesta legítima y de izquierda de las maniobras
belicistas anti rusas de la OTAN.
La U.E. y
EE.UU. podrían verse más afectados que Rusia por sus sanciones contra el
gobierno de Putin. Europa, en efecto, depende en un 30 por ciento del gas y del
petróleo ruso, Francia construye dos portahelicópteros para Moscú y Ucrania no
podría vivir sin Rusia. Moscú reforzará inevitablemente sus lazos políticos,
económicos y militares con China, a la que Estados Unidos quiere también cercar
en el mismo Mar de China y provoca desde hace años utilizando sus marionetas de
Taiwán y de Japón. Los países petroleros también miran con preocupación las amenazas a Rusia, que pesa
mucho en el mercado energético.
El apoyo, en
este caso de Ucrania como en Siria o Libia, de países como Argentina a la
diplomacia de Estados Unidos, la U.E. e Israel muestra la evolución hacia la
derecha de sus gobiernos, pero la mayoría de los llamados “emergentes” ve con
preocupación el reinicio, por iniciativa de Estados Unidos, de la Guerra Fría,
que podría tener efectos multiplicadores de la crisis económica mundial tanto
en la U.E. como en Estados Unidos mismos, o sea, en los principales mercados.
El
nacionalismo gran ruso o el auge del chauvinismo ucraniano como reacción a la
política de Moscú causan un daño enorme a la defensa de Rusia y de la misma paz
mundial. La realpolitik tiene siempre efectos contrarios: Napoleón, con la
invasión de las decenas de Estados de Alemania, creó el nacionalismo alemán,
fortaleció el nacionalismo ruso y austríaco y forjó la Santa Alianza de todas las
monarquías reaccionarias hasta que la lucha de clases irrumpió en las
barricadas obreras de 1848.
Rusia sólo
podrá defenderse del imperialismo si los pueblos se diferencian de los
gobernantes capitalistas, incluyendo entre éstos al mismo Putin, quien quiere
que los ucranianos opten entre su autocracia y el capitalismo mafioso ruso o el
capitalismo dependiente y servil de la U.E. y sus servidores ucranianos.
Sólo una
movilización democrática y por la reorganización de Ucrania puede impedir la
maniobra de la U.E. y de las bandas fascistas a su servicio y de los aprendices
de brujo del Departamento de Estado.
Los pueblos de
Europa (y el mismo pueblo de Estados Unidos) rechazarán la preparación de la
guerra y la escalada político-militar si ven en Ucrania y en Europa oriental
una movilización masiva por una política anticapitalista y antiimperialista en
vez de la lucha entre diversos sectores oligárquicos que se disputan el poder
para hacer que los trabajadores paguen los costos de la crisis.
No hay sólo dos
opciones –Putin o los imperialismos occidentales- sino tres porque es posible
organizar una respuesta mundial de los trabajadores a los fabricantes de
guerras.
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