Desde
Brasil
20/Septiembre/2014
Creemos que no es con nosotros
Bruno Peron Loureiro
Algunas
voces sinceras dicen que uno de los motivos por los que Estados Unidos no
ratificó el Protocolo de Kioto (que prescribe metas de reducción de los gases
que perjudican el medio ambiente) es su recelo a perjudicar algunos de los
sectores de su economía. Tal vez se refieran a las industrias estadounidenses
que poluyen el aire, el agua y el suelo. Por analogía es posible deducir que el
Brasil no termina con la deforestación de una vez por todas a causa de la
expansión descontrolada de la agricultura y la pecuaria en el interior.
Mientras
tanto, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) declaró recientemente que
esos sectores agrícolas y pecuarios en Brasil encontraron maneras de prosperar
sin deforestar. Este ritmo de sustentabilidad se une al elogio de la ONU
durante una reunión sobre cambios climáticos el 5 de junio de 2014, a los
esfuerzos de Brasil en el combate a a la deforestación y en la reducción de la
emisión de los gases que causan el efecto invernadero.
Brasil
es un caso emblemático para la ONU debido a la colosal extensión de la Amazonia
y del papel “emergente” que algunos liderazgos brasileros creen que el país
tiene en las relaciones internacionales. La ONU comparó el caso de Brasil con
el de los países africanos, asiáticos y sudamericanos.
Es
verdad que algunas situaciones de deforestación se deben a cambios climáticos
que prolongan los períodos de sequía. En Brasil sin embargo está claro que
nuestra deforestación tiene origen en un modelo de desarrollo económico
corrosivo y predador. Sustentabilidad es una ropa nueva que esconde un cuerpo
sucio. De este modo, los que más hablan de sustentabilidad son los que menos
hacen para conseguirla.
El
pronunciamiento de la ONU de que la intensidad de la deforestación en Brasil ha
disminuido es alentador, pero digo que el escenario ambiental todavía es
preocupantemente grave en este país. Extensos bosques se transforman en
parcelas para la agricultura y pasturas para la pecuaria. Pero no por un acto
de magia. Luego, la disminución del ritmo de deforestación no es una invitación
a celebrar, porque los árboles continúan siendo derribados.
No
hay duda que dos medidas gubernamentales han tenido efectos positivos: demarcación
de tierras de protección ambiental y punición a las empresas que
deforestan para explotar tales áreas.
Las advertencias, leyes y medidas del gobierno fortalecen, pero dependen
también de la aprobación de empresarios y neo-bandeirantes.
Es
necesario que los brasileros nos desarrollemos con todo el respeto a la
naturaleza y al prójimo. Y no sólo porque la ONU se pronunció o por el mensaje
de algún otro organismo internacional es que Brasil sigue los Twits del
desarrollo. Basta observar que más desechamos de lo que reponemos, pocas
ciudades brasileras tienen planes de reciclaje de residuos y nuestras
metrópolis se expanden con muy poca arborización.
Tenemos
así santuarios forestales vírgenes por un lado, y zonas urbanas sedientas de
expansión descontrolada por otro. El encuentro entre estas dos entidades (la
natural y la humana) más tarde o más temprano ocurre a partir de una
sustentabilidad fraudulenta.
Por
fin, aprovecho para finalizar este artículo recordando al lector que el Brasil
se impone metas ambiciosas. Una de ellas es reducir la deforestación en un 80%
en los próximos seis años. Los bosques suspiran de alivio. La ONU se regocija.
Los agricultores pecuaristas son acorralados contra la pared. Y nosotros,
medio-ciudadanos creemos que no es con nosotros.
http://www.brunoperon.com.br
Publicación Barómetro 30-06-14
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