25/Abril/2014
Desde Panamá
Canal de Panamá: víctima histórica de los “lobos de Wall
Street”
Olmedo
Beluche
Una sensación de
“Deja Vu” se tiene al observar la evolución del conflicto surgido entre el
consorcio Grupo Unidos Por el Canal (GUPC), encabezado por la española Sacyr,
en su demanda por cobrar un excedente de 1.600 millones de dólares por encima
de lo pactado bajo la amenaza, cumplida en un 70%, de paralizar las obras del
tercer juego de esclusas y la ampliación de la vía. Esa voracidad de los lobos
financieros internacionales, como atinadamente les llama la película de Martin
Scorsese, protagonizada por Leonardo DiCaprio, es tan vieja como el “Canal
Francés”, que empezó a construirse aquí en el siglo XIX. De entonces datan las
maniobras financieras por esquilmar al canal, dirigidas desde París, Nueva York
o Washington; de entonces datan las actuaciones claramente displicentes,
irresponsables, desatinadas y hasta veniales de las autoridades locales
(colombo-panameñas) que fallan en la defensa del interés nacional.
Una historia de
estafas, robos y violencias sobre el istmo de Panamá podría remontarse hasta
inicios del siglo XVI, con la conquista española y la decapitación del propio Vasco Núñez de
Balboa, “descubridor del Mar del Sur”. Para no alargarnos más de lo adecuado
centrémonos en el canal, cuya construcción se pactó mediante el contrato Salgar
– Wyse con una empresa francesa en 1878, cuyas obras iniciaron en 1880 y se
paralizaron en 1888. Generalmente se culpa de la paralización de la obra a las
miles de muertes causadas por el moquito transmisor de la fiebre amarilla y la
malaria. Como ahora, también se comentan problemas de diseño, porque Fernando
de Lessepes se empecinó con un canal a nivel, pese a que se le había advertido
que debía ser de esclusas. Pero una tercera razón, tan poderosa como las
anteriores, es que un grupo de ejecutivos de la Compañía Universal del Canal de
Panamá se birlaron fondos millonarios a través de diversas maniobras
financieras y empresas proveedoras. El hijo de Lesseps, entre otros, fue
condenado por ello.
Podemos encontrar
una pormenorizada descripción de las estafas que han girado en torno al Canal
de Panamá, recurriendo al genial libro del panameño Oscar Terán, publicado en
1934, titulado Del Tratado Herrán – Hay al Tratado Hay- Bunau Varilla, con un
muy esclarecedor subtítulo que reza: “Historia crítica del atraco yanqui mal
llamado en Colombia “la pérdida de Panamá” y en Panamá “nuestra independencia
de Colombia”. Libro que ha sido mantenido como tabú en este país que, sin
embargo, debiera ser la referencia obligada de quien quiera conocer la
verdadera historia de Panamá y su canal.
El rejuego con las
acciones de la Compañía del Ferrocarril de Panamá
El primer “atraco”
contra el país, Colombia de la que formaba parte Panamá, se hizo en la génesis
misma del contrato con la Cía. Universal del Canal. Recordemos que, antes del
canal, desde 1855, existía un moderno ferrocarril que era el que hacía el
transporte de carga y personas de un mar a otro. Ese ferrocarril era
administrado por una empresa de capital norteamericano la Panama Railroad Co.
(la Compañía del Ferrocarril de Panamá, dicho en buen panameño). El artículo 6,
del contrato con esta empresa le otorgaba el monopolio sobre la zona
transístmica por cualquier medio que fuera, incluyendo un canal. Una adenda o
nuevo contrato con fecha de 5 de julio de 1867, en su artículo 2, acápite 2,
señalaba que, en caso de un acuerdo con alguna empresa para construir el canal,
ésta última debería indemnizar a la Panama Railroad Co. (PRRC) por la pérdida
del referido monopolio, pagándole una suma cuyo 50% sería para el Estado
colombiano.
Con el objetivo de
no pagar ni un centavo de compensación a Colombia, los altos ejecutivos yanquis
de la Compañía del Ferrocarril, junto a los altos ejecutivos franceses de la
Cía. Universal del Canal, decidieron que, en vez de pagar la compensación
establecida, la empresa francesa comprara 68.887 acciones (“por el triple de su
valor” – 20 millones de dólares de la época) de las 70.000 que constituían el
capital accionario de la empresa ferrocarrilera. De este modo, no se pagó nada
a Colombia, la Cía. Universal pasó a ser copropietaria de la PRRC, pero ésta
“no dejó de seguir siendo de hecho y de derecho norteamericana, como tampoco su
equipo, su asiento o domicilio y todo su personal directivo”.
La quiebra
fraudulenta de la Compañía Universal del Canal de Panamá
El segundo “atraco”
fue contra los miles de pequeños accionistas franceses que invirtieron sus
pequeñas fortunas en acciones de la Cía. Universal. Lejos de la ilusión que les
habían vendido, por la que sus francos se transformaban en millones gracias a
la prosperidad comercial que pasaría por el canal, de golpe se enteraron que la
Cía. Universal se declaraba en quiebra en diciembre de 1888. “Había gastado, y
en parte malversado, un capital de más de $254.000.000 sin que lo construido
hasta entonces ofreciese otro aspecto que el de tierras a medio removidas y
escavadas por algún cataclismo”, nos dice Oscar Terán.
Terán especifica
cómo se gastó el dinero (254 milllones): 2.188.00 en la compra de la concesión
al sindicato Wyse y pagos a Colombia; 20.046.117 por las acciones del
ferrocarril; 88.616.000 pagados a proveedores y contratistas; 3.906.000 en
materiales y edificios; y 140 millones malversados sin provecho para la
Compañía Universal (Págs. 21 y 22). Algunos de esos suplidores o contratistas
sobrefacturaron abusivamente hasta hacer enormes fortunas. Uno de ellos fue
Philippe Bunau Varilla quien junto a su hermano Maurice crearon la “Compañía de
Culebra” especializada en dinamitar y excavar el Corte Culebra. La
sobrefacturación y las triquiñuelas financieras convirtieron a Bunau Varilla de
simple empleado de la Cía. Universal en un potentado y uno de los accionistas
principales en la Compañía Nueva del Canal (que la sustituyó), jugando un papel
clave en la secesión de Panamá y la firma del Tratado el 18 de Noviembre de
1903.
La transfiguración
tramposa de la Compañía Universal en la Compañía Nueva del Canal
El tercer atraco lo es contra Colombia, de
nuevo. Como el contrato original con la Cía. Universal del Canal vencía en
1893, año en que supuestamente debía estar funcionando, los financistas
franceses lograron del gobierno colombiano una prórroga (la primera de un año y
la segunda de 10 años, que vencía en 1904) a cambio de que se constituyera una
nueva compañía que tendría como objetivo juntar capital suficiente para
terminar la obra. Asía nació la Compañía Nueva del Canal de Panamá (Compagnie
Nouvelle) que sustituyó a la “Universal”, en 1894. Pero la estafa contra
Colombia consistió en que sus directivos nunca tuvieron por objetivo terminar
la obra, ni lograron juntar capital suficiente, lo que violaba claramente el
contrato. Su objetivo desde el inicio fue vender al gobierno de Estados Unidos
los “derechos” de construcción, lo que también violaba el contrato.
Dice Terán que la
Cía. Nueva se constituyó con 650.000 acciones de a 100 francos cada una, pero
la aplastante mayoría de las acciones si giraron contra facturas de cobro y
papeles especulativos y sin capital real, repartidos de la siguiente forma:
40.620.700 francos en manos de los “accionistas del panóptico o carcelarios”
(especuladores que tenían demanda por sobrefacturación contra la primera empresa
y que se les permitió presentarse como “aportadores” en la segunda para seguir
lucrando); 10 millones de francos en manos de un grupo de bancos encabezados
por el Credit Lyonnais; 10 millones en manos del Sr. Eiffel; 8 millones de los
ex administradores de la primera compañía; 12.6 millones en manos de Maurice y
Philippe Bunau Varilla y sus socios; 3.4 millones de seis mil pequeños
accionistas poseedores de entre 1 y 5 acciones (que fueron los únicos que en
realidad pusieron dinero); y 5 millones en acciones para el estado colombiano.
Sentencia Terán:
“Únicos, los pequeños suscriptores vertieron íntegramente el valor de las
acciones que tomaron, montante a algo más de tres millones de francos”, todo lo
demás fueron “cuentas insolutas, recibos y otros papeles...”. El capital real
que juntó la Compañía Nueva no excedió los 13 millones de dólares (65 millones
de francos). Con lo cual los financistas franceses violaban a sabiendas el
artículo primero, acápites 1 y 2 del Contrato Prórroga de 1890, que los obligaba
a terminar la obra y juntar capital suficiente para ello.
Entre lo poco de
valor que poseía la Cía Universal y que no se traspaso a la “Nouvelle”, pues
fue objeto de otra tramoya, estaban las 68 mil acciones de la Cía del
Ferrocarril de Panamá. Estas acciones fueron depositadas en calidad de garantía
en Comptoir National d’Escompte de Paris, del acuerdo entre la “nueva” y la
“vieja” de que sólo pasarían a la “nueva” si se concluía el canal, de lo
contrario la “nueva” pagaría a la “vieja” 4 millones de dólares (20 millones de
francos) por las acciones.
“Pero había que
echarle tierra en los ojos a la Nación colombiana para que no viera la verdad,
o para que la disimulara bonachonamente; y así la Compañía Nueva del Canal de
Panamá, de ahí en adelante, se limitó a conservar mal que bien el material
existente en el Istmo, aparejó un campamento de unos 3.500 trabajadores en el
Corte Culebra y construyó el Muelle de la Boca”, dice Terán.
Cómo se fusionaron
los intereses de los lobos franceses con los lobos de Wall Street
La verdad que se
escondía, para la cual realmente fue constituida la “Nouvelle”, fue el contrato
con el influyente abogado neoyorkino William N. Cromwell para que convenciera a
las autoridades de ese país a comprar la obra y los derechos, sacándole un
juguito más al negocio. En 1893, el agente de la Cía. Universal en Estados
Unidos, Sr. Boyard, sugirió al abogado Cromwell hacerse con 1.113 acciones que
habían quedado del lado norteamericano. Hecho lo cual, de un solo golpe,
Cromwell se convirtió en accionista decisivo de la Compañía del Ferrocarril,
miembro de su Directorio, en su abogado y gerente, y en socio de los
especuladores franceses de la Cía Nueva.
Oscar Terán
considera a William Cromwell como el cerebro maligno detrás de todo el juego de
los especuladores de la Cía. Nueva del Canal, pues un año antes de su
constitución ya era parte de la trama. Trama que buscaba, estafar a Colombia y
los derechos sobre sus acciones y trama que pretendía estafar a los tenedores
de bonos de la Cía. Universal, quienes habían pagado 20 millones de dólares por
las acciones del ferrocarril, y que ahora sólo recibirían, cuando más 4 ó 5
millones por ellas (incluyendo la parte de las 1.113 acciones del mismo
Cromwell).
“De esta forma, los
intereses de los especuladores franceses agazapados a la sombra de la Compañía
Nueva del Canal de Panamá, y los intereses norteamericanos que pelechaban al
amparo de la Compañía del Ferrocarril, habían quedado amalgamados; una misma
suerte de ahí en adelante los conduciría o al éxito financiero o a la ruina
pecuniaria”, sentencia Terán. Quedaron casados los intereses de los Cromwell y
E. A. Drake y los otros directivos de la PRRC, junto con los Bunau Varilla, los
Eiffel, los Oberdoerffer y demás accionistas carcelarios, añade. Relación que
se perfecciona en enero de 1896, cuando la Cía Nueva contrata formalmente a
Cromwell como su abogado en Nueva York (Págs. 29-30).
No nos extendernos
demasiado en la historia que ha sido tratada en miles de páginas (y una
bibliografía elemental que referimos al final) de cómo Cromwell, los lobos del
Wall Street, el garrote de Roosevelt y los especuladores franceses tramaron la
separación de Panamá, la imposición de un tratado a perpetuidad (Hay-Bunau
Varilla) que violaba el derecho internacional, para sacar de ello su parte de
los 40 millones de dólares que pagó el gobierno norteamericano a la Cía. Nueva,
además de los 4 millones por las acciones del ferrocarril.
Las confesiones del
lobo
Para finalizar
basta con citar en extenso al propio William N. Cromwell quien describió en
detalle sus funciones y explica cómo trabajan los “lobos de Wall Street”, o,
mejor dicho, como funciona el sistema capitalista internacional incluso hoy (a
confesión de parte, relevo de pruebas):
“Bien está, dice,
explicar aquí también que en más de de treinta años de activa y dilatada
carrera profesional, la firma “Sullivan y Cromwell” se había creado íntimas
relaciones, susceptibles de ser aprovechadas ventajosamente, con hombres
colocados en posiciones de poder e influencia en todos los círculos y en todas
partes de Estados Unidos; ... que habían llegado a conocer y a poder sobornar
por la influencia de un número considerable de hombres públicos figurantes en
la política, en los círculos financieros y en la prensa. Y todos estos
prestigios y relaciones fueron de utilidad grande y a veces decisiva y un
enorme auxiliar en el descargo de sus deberes profesionales para con el asunto
de Panamá... Ni sería posible ni quizás conveniente detallar y enumerar los
modos y maneras innumerables con que fueron aprovechados en dicho asunto
nuestra posición influyente y nuestro poder... No quiere esto decir que la
remuneración por nuestros servicios deba basarse en esta consideración
únicamente, pero fue ella en parte la que añadió peso y potencia a nuestras
actividades profesionales, la que contribuyó substancialmente al resultado
obtenido y la que nos permitió, durante los críticos trances que atravesó este
gran negociado, apartar lo que en varias ocasiones pareció el golpe de gracia
de la empresa de Panamá, y cambiar en victorias decisivas los casos más
desesperados” (citado por Terán Págs. 31 y 32).
Cromwell llegaría a ser cónsul general en
Nueva York de la recién creada República de Panamá, bajo el protectorado de
Estados Unidos, en 1903, nombrado por un gobierno conformado sustancialmente
por quienes habían sido sus empleados en el Istmo en la Compañía del
Ferrocarril, que además le nombraron agente fiscal para que administrara la
inversiones inmobiliarias en Norteamérica de 6 de los 10 millones que le
correspondían a Panamá según el Tratado Hay-Bunau Varilla. Millones que
reclamaban sucesivos gobiernos panameños 50 años después.
Cuidado con los
lobos del siglo XXI
Los lobos no se han
extinguido, al menos éstos a los que nos referimos. En el cuento de la
sobrefacturación del Grupo Unidos Por el Canal (GUPC) los lobos proceden de
Madrid y Roma principalmente, pero encuentran sus cómplices en el Istmo igual
que sucediera en las coyunturas referidas. Debemos estar vigilantes porque,
cualquiera que sea el desenlace, sea que continúe GUPC o la obra sea asumida
por la Autoridad del Canal de Panamá, ya hay pérdidas financieras para el país,
que se pagarán con una reducción a futuro
de los ingresos del canal al fisco nacional. Por esa razón es necesario
exigir tanto una comisión investigadora independiente que determine lo que en
realidad sucedió, y si hay responsabilidades legales de algunos, así como un
control genuinamente nacional y popular sobre las actuaciones de la Junta Directiva
de la ACP.
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