Desde Brasil
Fecha: 28/Jun/2015
Fecha: 28/Jun/2015
Cultura Y Amor
Bruno Perón
Ciertamente, temas culturales proveen combustible para mi pensamiento. No
es solo porque mi formación posgraduada en esa área de estudios (referente a
cultura) lo exige y lo motiva sino por las combinaciones provocadoras que hago
entre cultura y algo más. Sin embargo, y sin pretensión aquí de ensayar un
punto de vista instrumental (cultura como medio para), quedo un poco intrigado
cuando cotejo la abrangencia de cultura con la de amor.
Primeramente, es necesario aclarar que las nociones de cultura comúnmente
aceptadas tienen su contenido espiritualista (ideas, imaginaciones, prejuicios,
valores) en realce, pero ellas no prescinden de las características
espiritualistas (costumbres, formas de vida, estética, gusto) de cultura.
Luego, cualquier expresión cultural transmite una mancha de nacimiento, un
sello de origen, algo que atesta que ella es hecha en tal lugar para tal
individuo. Culturas se reproducen y se transforman de acuerdo con el desarrollo
material de un grupo, una institución, una sociedad, un país. Es decir, ellas
reflejan lo que es y también cambian sus condiciones de existencia.
Siendo así, quiero llegar al punto de que toda cultura es relativa y
particular porque ella indica un conjunto de procesos sociales que la generaron
dentro de circunstancias determinadas. No tarda mucho para que tengamos la
impresión de que “valores universales” a través de bienes patrimoniales y de
otros objetos y prácticas simbólicos son disparates en cabeza francesa.
Así, ya propuse en otras publicaciones que la diplomacia (por lo menos la
brasileña) debe tener en cuenta esas variaciones culturales para que no sea
trágica como la EUAna, belicosa como la Cool Británica (en donde sus ciudadanos
usan el “red poppy” en la chaqueta en simpatía por los soldados Cool Británicos
que murieron en combate), o un valor universal como a La Francesa. Hay que
entender mejor los códigos que sitúan naciones juntas para, en seguida,
discutir temas de importancia global, como paz y medio ambiente.
Pese a que temas culturales merecen tal expansión, este texto hace una
comparación breve entre el relativismo de cultura y la universalidad de amor.
De ese modo, me veo incentivado a revelar algunas intuiciones sobre el
alcance mucho más espiritualista y profundo de amor que el de cultura.
Amor es una virtud preceptuada en muchas religiones y que se revela, de
poco a poco, en interacciones sinceras entre seres que se entienden antes de
destruirse. Amor es la anti-pasión aún poco comprendida y hasta desentendida
entre quienes la confunden con apetencias carnales y materialistas, como el
noviazgo celoso, el sexo egoísta y el drama de telenovela.
Lo que más me intriga en los fulgores de amor es la universalidad de su
práctica y su percepción, al contrario de lo que acabo de argumentar sobre
cultura.
No importa en qué lengua se exprese, o cuál es el nivel evolutivo de quien
ama, o qué tan brevemente el amor se manifieste, el acto de amar resplandece en
una autenticación consensual entre todos los que testimonian su energía.
Por eso, la prestación de auxilio a los necesitados, la palabra amiga a
los sobredores, la sonrisa que calienta, y la renuncia del interés propio para
mejorar la comodidad de otros involucran a los seres en un sentimiento
universalmente benévolo, gratificante y vivificante.
Agrego que el amor es inefable.
No es por casualidad que el alfabeto chino sea complicado para el lector
occidental y la belicosidad EUAna sea pueril frente a la sabiduría milenaria
tibetana. Esos ejemplos merecen espacio mientras hago una comparación entre lo
relativo y lo universal respectivamente en las expresiones de cultura y amor.
El amor es una virtud muy
difícil de entender y de practicar.
Es porque cultura es
lingüística, mientras amor es del alma.
El brillo del amor prosperará
tan luego se lo aprendamos.
Publicación Barómetro
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