Desde Argentina
Fecha: 28/Jun/2015
Fecha: 28/Jun/2015
El Fruto Del Vacío Ideológico
Alberto
Medina Méndez
Alguna gente
intenta convertir en virtud aquello que, en realidad, es solo un gran problema.
Cierta prédica funcional a la política mediocre de este tiempo se ha arraigado
con mucha fuerza. Demasiada gente supone que es una ventaja no disponer de una
visión ideológica propia y hasta se ufana de esa posición, como si esta fuera
inexorablemente la más acertada.
La recurrente
profecía del "fin de las ideologías", es solo un ardid diseñado por
una dirigencia política mezquina que quiere tener las manos libres para hacer y
deshacer a su antojo. Si tuvieran que fijar posturas públicamente, que brinden
indicios acerca de su pensamiento, eso los obligaría a actuar en consecuencia.
Es por eso que prefieren este vacío categórico, este ámbito completamente
versátil, al que decidieron bautizar como "pragmatismo".
Esa teoría
sostiene que no es indispensable aferrarse a doctrinas y que las decisiones
políticas deben tomarse según lo que convenga en cada momento. Ese esquema es
muy cómodo para hacer lo que sea, en un sentido o en el exactamente opuesto,
siempre según los circunstanciales intereses de la casta política, con
parámetros tan volátiles como inmorales.
Para que esa perspectiva
se imponga como razonable, y al mismo tiempo otorgue cierta sensatez a su
accionar, esos políticos e intelectuales, se han ocupado de presentar a las
ideologías como un dogma, como algo absolutamente cerrado, que no puede ser
debatido de modo alguno.
Si aceptaran que
es solo un conjunto de visiones que se sustenta sobre ciertos mínimos
principios, su tesis difamadora, su estrategia detractora no tendría tantos
adeptos. Para convencer a todos sobre la importancia del pragmatismo precisan
oponerse a meros dogmas que no admiten discusión.
Una ideología no
es más que un sistema de ideas, que con cierto orden, está regido por profundas
convicciones que conforman su columna vertebral. Esas premisas se nutren
siempre de valores elevados que son compatibles con la visión individual. Pero
su flexibilidad es un ingrediente fundamental, porque las situaciones
cotidianas ponen a prueba esa matriz de prioridades y obligan a reordenarlas
frente a cada eventualidad.
La dinámica
contemporánea que plantea este vaciamiento premeditado de las ideas, en la
política y en la sociedad, ha dado nacimiento a un grupo de partidos cuyos
proyectos son una enorme incógnita. Eso explica la convivencia en un mismo
espacio partidario de personajes tan antagónicos que defienden concepciones
diametralmente opuestas. La experiencia reciente muestra a muchos gobernantes
de idéntico partido que derogan lo creado por ellos mismos hace no tanto tiempo
atrás.
Ese pretendido
atributo no es más que una de las causas centrales de tanto desvarío que
llevaron al diseño de relatos retorcidos y de una propaganda que solo aspira a
engañar a la sociedad para edificar un poder eterno.
Es tiempo de que
los ciudadanos se animen a cuestionar ciertas falsas consignas y falacias
establecidas. La sociedad tiene el deber de replantearse casi todo, para
verificar si no ha caído ingenuamente en la trampa que le propone la política
actual, esa a la que solo le interesa el poder y que siente una enorme
incomodidad en el mundo de las ideas porque eso la empuja a una labor integral
en armonía con un itinerario básicamente consistente.
Los ciudadanos
pretenden soluciones concretas, pero al no tener un sistema de ideas
seleccionado previamente, cualquier camino les parece interesante, simpático y
tentador. Y deambula entonces la comunidad, transitando de un lado a otro sin
satisfacer sus anheladas demandas.
Como en la vida
misma. Primero se deben escoger los valores que se desean preservar, para luego
recién recorrer el sendero predilecto. No se puede avanzar, peregrinando sin
trayectoria definida, como en un laberinto infinito, sin encontrar el norte,
sin un faro que muestre la luz, sin brújula.
Una ideología es
como un mapa. No conduce por sí mismo a ninguna parte, pero se constituye en
una guía fundamental, en un orientador vital, en una referencia imprescindible,
para saber si lo que se viene haciendo se encuentra en sintonía con los valores
esenciales que se predican a diario.
Cuando en los
asuntos personales se deben resolver dilemas, se opta de acuerdo a los valores
que han sido sostenidos en el tiempo. Y si, por alguna razón, se toman caminos
que colisionan con esos paradigmas, más tarde o más temprano, esas
determinaciones hacen demasiado ruido. Es allí desde donde se pueden hacer
replanteos y hasta las correcciones del caso, lo que incluye muchas veces el
arrepentimiento y las inevitables disculpas.
La política no
tiene por qué ser diferente. Las sociedades deben primero identificar un
sistema de ideas, una escala de valores explicitada, para luego alinearse con
esa mirada, exigiendo a los políticos de turno, que solo deberían ser meros
representantes, implementadores de esas resoluciones.
Por fastidioso
que le resulte a muchos, es hora de tener definiciones más concretas. Si se
espera que la política sea la proveedora de los cambios, la herramienta
primordial para lograr las transformaciones que la sociedad pretende, primero
habrá que definir rumbos y eso implica tomar decisiones.
Tal vez Séneca
tenía razón cuando decía, en aquella cita que se le atribuye, que "Ningún
viento será bueno para quien no sabe a qué puerto se encamina". Esta frase
describe como un retrato cruel a esta sociedad abúlica, intelectualmente
perezosa, cívicamente apática, que no está dispuesta a la autocrítica oportuna
y adecuada sobre su proceder cotidiano, ni tampoco se encuentra preparada para
asumir su elevada cuota de responsabilidad respecto de lo que sucede.
Lo que hoy se
vive, no es más que la esperable consecuencia de una modalidad que ha sido
deliberadamente elegida por la sociedad. Desentenderse de lo que ocurre no
parece ser la mejor receta. Este presente no es más que el efecto predecible de
una actitud premeditada. Es solo el fruto del vacío ideológico.
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