Desde Venezuela
Fecha: 28/Jun/2015
Fecha: 28/Jun/2015
Inteligencia 3.0 Y Lectura: El
Desafío De Las Redes Sociales
Por Amaury González V.
El novelista y psicólogo Robert Anton Wilson, en su libro Prometeo
Ascendiendo nos dejó una concisa y vigente definición sobre nuestra habilidad
cognitiva por excelencia: “La inteligencia es la capacidad de recibir,
decodificar y transmitir información de manera eficiente”. Al leer tal tesis,
de inmediato podemos preguntarnos ¿Recibir, decodificar y transmitir
información no es lo que hacemos a diario en nuestro mundo signado por las
tecnologías de la información y la comunicación?
Efectivamente, uno de los efectos de la irrupción de la internet en
nuestra vida, ha sido el haber incorporado a multitudes enteras en los procesos
de recepción, interpretación, análisis, producción y difusión de información,
transformando sensiblemente al periodismo tradicional en la medida en que mucha
gente se convirtió en “Prosumer”, neologismo que significa que ahora el sujeto
no solo es consumidor sino productor y difusor de información, indistintamente
de su profesión. El escritor Ignacio Ramonet, aludió esta realidad cuando se
preguntó ¿Si hoy todos estamos haciendo periodismo, qué es hoy el periodismo?
De otro lado, en los años 90 el psicólogo evolutivo Howard Gardner planteó
la teoría de las inteligencias múltiples, como un conjunto de habilidades
cognitivas en distintos campos de la experiencia humana, y que se desarrollan
durante toda la vida. ¿Qué quiso decir Gardner? Entre otras cosas, que es un error
pensar que el término de una carrera de pregrado significa haber alcanzado la
máxima condición de desarrollo de la inteligencia, o de “persona culta” o
“intelectual”. De la misma forma, en lo que concierne a los cuadros de
cualquier organización política, constituye un craso error pensar que se
alcanzó algún estatus importante de “formación”
después de leer tales o cuales obras o terminar tal o cual taller. Estas
son dinámicas importantes, y pueden ser muy enriquecedoras siempre que sean
permanentes y se consideren, más que los puntos de llegada, los recorridos.
No en balde, una de las inteligencias más importantes es la inteligencia
lingüístico-verbal, que es la que está relacionada con el pensamiento y el
lenguaje. Evidentemente, el tema reviste vital importancia en un contexto
signado por la guerra mediática y la batalla de las ideas, como lucha simbólica
de interpretaciones sobre la realidad social, pautas de conducta y visiones de
mundo, en tanto que esta lucha se desarrolla ―y siempre se ha desarrollado― en
todos los espacios del sistema educativo, pero sobre todo en los medios
informativos impresos, audiovisuales y, ahora, en el universo mediático 2.0,
donde las redes sociales se han convertido en un escenario de pugnas y desafíos
lingüístico-verbales, enrumbado hacia la red 3.0.
Evidentemente, nuestro contexto tecno-informativo, propenso siempre a caer
en fetichismos tecnológicos, nos exige cada vez mayor eficiencia en los
procesos de recepción, interpretación y transmisión de información, para lo
cual es necesario el desarrollo constante de nuestras habilidades
lingüístico-verbales. Ahora bien, todo este universo de posibilidades
informativas, de caminos abiertos a la difusión e intercambio permanente de
datos, implica también algunos riesgos; digamos que tiene su lado oscuro. Pero
antes de discurrir sobre estos aspectos negativos, es necesario destacar que la
herramienta más poderosa para el desarrollo de la inteligencia
lingüístico-verbal, individual y colectiva, no es otra que la que usted ya
imagina: la lectura. En principio, digamos que leer es a la mente, lo que el
ejercicio físico al cuerpo.
Destacados estudios en el campo de la neurociencia y la cognición, han
visto en la lectura un proceso de construcción de significados que tiene lugar
cuando los contenidos del texto que leemos se condensan con nuestro
conocimiento previo, en el contexto de un proceso de interacción mediada con el
mundo (Michael Cole y Bárbara Means, 1986).
Estas teorías, han encontrado confirmación en los últimos años a partir
del concepto de “Plasticidad neuronal”, el cual plantea que nuestro cerebro no
es un órgano estático, sino que es una unidad cuyo interior vive procesos
permanentes de cambio y adaptación de redes sinápticas, las cuales organizan y
re-organizan nuestra visión del mundo y
percepciones de la realidad.
En otras palabras, cuando en el campo de las guerras mediáticas entre las
instancias comunicacionales soberanas, independientes, públicas, comunitarias o
alternativas, y las grandes corporaciones mediáticas mundiales, se ha dicho que
se trata de una batalla por las mentes y los corazones de la gente, es así en
la medida en que se trata de una batalla por darle forma a nuestras redes
sinápticas, dada nuestra “plasticidad neuronal”, que si bien nos da capacidad
de cambio y adaptación, también puede ser aprovechada para encolumnar a
comunidades y naciones enteras tras una idea, una causa, una marca, o para la
mera manipulación. Todo esto nos recuerda, por supuesto, la famosa novela de
Orwell 1984, donde se ilustran ideas como la maleabilidad del pensamiento y la
percepción, y la capacidad de controlar y reducir la capacidad cognitiva del
ser humano a través del control de la palabra.
Con más razón aún, en un contexto como el nuestro, la lectura, puesta al
servicio de la inteligencia lingüística, de ese “logos” que para Aristóteles
era la cualidad esencial que nos distinguía de los animales, se hace un
instrumento de liberación. De ahí, las teorías pedagógicas, filosóficas y
comunicacionales que surgieron durante todo el siglo XX, cuyos planteamientos
tienen en la palabra, en el lenguaje, el centro de sus sistemas. No en balde, desde
la Sociedad Española de Neurología, nos dicen que “la lectura es una de las
actividades más beneficiosas para la salud, puesto que se ha demostrado que
estimula la actividad cerebral y fortalece las conexiones neuronales”. Mejoras
en la capacidad de razonamiento, agilidad mental, concentración y memoria, se
suman al universo de beneficios para la vida que nos brinda la lectura
constante, para no destacar el enriquecimiento de nuestro vocabulario para
nombrar ―y transformar― al mundo, o el aumento del alcance y profundidad de
nuestras ideas.
Aspectos negativos a considerar
Si bien la tecnología moderna ha ampliado tremendamente nuestras
posibilidades educativas, informativas, comunicacionales, no deja de ser cierto
que, paralelamente, existen riesgos significativos que nos previenen de
degenerar en un discurso ditirámbico sobre estas maravillas tecnológicas,
particularmente sobre el universo de las TIC y las redes sociales
contemporáneas como twitter y facebook.
Consideremos, ante todo, el peligro que significa aceptar ciertas
mitologías sobre el desarrollo tecnológico que no ven en este proceso más que
la vieja marcha del progreso indetenible que, más temprano que tarde, provocará
el advenimiento de la llamada “era de la singularidad” (Ray Kurzweil), tema
sobre el cual se hizo una película que recomiendo ver: Trascendence (Jhonny
Deep). De acuerdo a este planteamiento, en los próximos 15 años el mundo será
protagonista de la superación del test de Turing y, por tanto, del advenimiento
de la IA (Inteligencia artificial), en la que máquinas inteligentes ―y hasta
espirituales― igualarán y superarán la inteligencia humana impactando
sensiblemente la vida de la sociedad mundial, tal como la hemos conocido hasta
ahora.
Por ejemplo, el mismo Anton Wilson, plantea que estamos en plena época de
aumento significativo de la inteligencia y de expansión de la consciencia, un
proceso que se ha acelerado al mismo paso de los progresos tecnológicos
relacionados con nuestra mediación simbólica con el mundo: escritura, imprenta,
cine, radio, televisión, internet, etc. Sin embargo, el mismo Anton Wilson
advierte sobre los peligros que la censura y la concentración del poder
mediático encierran para este desarrollo de la consciencia y la inteligencia
que venimos comentando. Aprovechándose de esta maleabilidad del cerebro que
hemos comentado, los potentados mediáticos han venido impulsando estrategias
para colonizar la subjetividad de las masas, e instalar en sus mentes visiones
funcionales a sus intereses. Desembocamos así, inevitablemente, en el campo
político.
Como ya se ha discutido bastante, las clases dominantes, para mantener su
poder, han transformado el proceso cultural en pura ideología, en coacción
ideológica, y aunque parezca ciencia ficción, la televisión y los nuevos medios
digitales y redes sociales en plena expansión parecen ser la punta de lanza de
este proceso. Todo aquí parece depender de nuestra consciencia, aunque si lo vemos detenidamente, la
formidable democratización de la información mundial que significó la red de
redes, activó las alertas de los potentados del mundo quienes, ante el auge
prometeico de pueblos cada vez mejor informados y, por tanto, menos
manipulables, se inventaron las redes sociales para encadenar de buena gana al
viejo héroe mitológico del conocimiento.
Entonces, ¿Están la internet y las redes sociales sirviendo de complemento
de la riqueza de los textos escritos, o estamos en presencia de su trágico
reemplazo? La novela Fahrenheit 451 es
de 1953, y sin embargo Ray Bradbury se pregunta en ella si hace falta quemar
libros en una sociedad que se llena de gente que no lee.
Finalicemos, por ahora, destacando el valor de la lectura para poder
cabalgar las complejidades del mundo de hoy, citando las palabras de Christian
Bronstein:
“Surfear en el océano de la información, aprendiendo a distinguir lo
significativo de lo intrascendente y lo auténtico de lo espurio; volvernos
lectores activos de la información, no receptáculos pasivos de los discursos
monolíticos del poder; volvernos lectores críticos, profundos, abiertos,
poéticos; cultivar nuestro pensamiento, nuestro lenguaje y nuestra inteligencia
discursiva… quizás sean algunos de los mayores desafíos y de las mayores
esperanzas de nuestro tiempo. La lectura, con su infinito abanico de
desconocidos mundos e impensadas perspectivas, sigue siendo uno de nuestros
principales recursos para lograrlo”.
@maurogonzag
Publicación Barómetro
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