Desde Panamá
29/Octubre/2012
COLÓN: LA MISERIA DEL PAÍS HANSEÁTICO
Olmedo Beluche
Diez días de tenaz lucha en las calles
duramente reprimida por la policía, con un saldo de, por lo menos, 4 muertos de
bala, decenas de heridos y centenares de detenidos, es el resultado del
alzamiento popular del pueblo de Colón, segunda ciudad en importancia económica
y demográfica de la república de Panamá.
Esta sublevación incontenible tiene dos
causas, una manifiesta e inmediata y otra que se hunde en lo profundo de las
razones sociales: la primera, la imposición de la Ley 72, que autoriza la venta
de terrenos en el área de la Zona Libre de Colón, la mayor área de
reexportación del continente americano;
la otra, la extrema miseria en que vive la población de esta ciudad que
habita al lado del negocio más próspero del país. La ciudad de Colón es la
fotografía viva y desgarrante del capitalismo panameño con su extrema
polarización de la riqueza en pocas manos y la pobreza más insultante para las
mayorías.
Es un deber de los sectores más concientes de
la sociedad panameña no perder de vista el problema de fondo en Colón que
explica las verdaderas causas de este "octubre rojo" panameño, rojo
de sangre y banderas. Porque la sola derogación de la Ley 72, que puede ser
conveniente para los comerciantes que han controlado por décadas el negocio de
reexportación, no solucionará el problema de fondo, la injusticia social que
mueve a los colonenses a las calles, dirigidos por el Frente Amplio de Colón
(organismo que agrupa a sindicatos, gremios y organizaciones civiles).
Mientras que, respecto a la motivación
inmediata, la derogación de la Ley 72, la posición firme del Frente Amplio de
Colón ("no hay negociación, sin derogación") está clara y ya ha
empezado a resquebrajar la posición del gobierno; respecto de la segunda causa,
ni el FAC, ni ningún otro sector de la izquierda y el movimiento popular hemos
propuesto todavía una fórmula clara.
Por ello, junto a la demanda de derogación de
la Ley 72, impuesta y sancionada en menos de 6 horas por la Asamblea nacional y
el Ejecutivo, habría que formular una respuesta a la siguiente pregunta: ¿Cómo
la Zona Libre de Colón va a compartir sus enormes ganancias con el pueblo
colonense?
Un poco de historia
La historia de Panamá está marcada por un
determinismo geográfico: un istmo que une los océanos Atlántico y Pacífico que,
desde la aparición del mercado mundial, con la conquista española, se le asignó
el papel de puente de mercancías y gentes. Primero, del oro y la plata del
Perú; luego de paso de la comunicación entre las costas este y oeste de los
Estados Unidos; más recientemente, de las mercancías "baratas" de
Asia (China-Taiwán-Hong Kong-Japón) y América Latina (Colombia, Venezuela,
Brasil, etc.).
Ese peso de la posición geográfica y su
articulación al mercado mundial, dio origen a un concepto formulado por el
historiador Alfredo Castillero Calvo en los años sesenta, que lo define bien: el transitismo.
El transitismo describe un país volcado a la
zona de tránsito (hoy el eje Panamá-Colón, antes, Panamá-Portobelo), controlado
por ávidos comerciantes agentes de intereses comerciales foráneos. Ese
transitismo ha producido un país
dislocado, en el que la zona de tránsito concentra la mayor parte de la
riqueza, dejando casi en el olvido al resto del estado nacional. Un país con un
80% del PIB cargado hacia el comercio y los servicios financieros y de
transporte, carente casi de agricultura e industria, cuyo resultado social es
una de las peores polarizaciones de la riqueza social, con altas tasas de
desempleo y pobreza.
El transitismo nos habla de un comercio que
no proviene ni está dirigido a la población panameña que, dada su baja densidad
demográfica y escasa industria, no posee un atractivo mercado interno. Ese
comercio está en función de intereses extranjeros, mientras que el panameño y
el colonense sólo ve pasar la riqueza, como antes vio pasar el oro y la plata
del Perú.
Pero el transitismo ha tenido sus períodos de
decadencia. Entre mitad del siglo XVIII y mitad del XIX, los comerciantes
panameños en varias ocasiones soñaron abiertamente con la construcción de un
"país hanseático" que, al estilo de las ciudades comerciales europeas
del medioevo, realizara una alianza comercial con Inglaterra y su base
jamaiquina, para que fuera puente mercancías inglesas hacia Sudamérica.
El sueño "hanseático" empezó a
tomar forma a partir de la "fiebre del oro" de California, cuando
Panamá fue descubierta por la potencia emergente, Estados Unidos, como el
puente más corto y seguro entre sus costas. El sociólogo Marco Gandásegui ha
dicho en alguna ocasión que Panamá se transformó en una extensión del río
Mississipi que desembocaba en San Francisco.
Así nació la ciudad de Colón, cuando en 1850,
la Pacific Mail empezó la construcción del ferrocarril de Panamá, el primero
que unió ambos océanos. Por su trazado, el ferrocarril necesitaba una terminal
en la costa caribeña de Panamá, así que se procedió a rellenar la isla de
Manzanillo, dando origen a una ciudad que los norteamericanos llamaron al
principio Aspinwall (en honor a uno de los gerentes de la Panama Railroad Co.).
Como el trazado del posterior Canal de Panamá
corre paralelo al del ferrocarril, Colón se convirtió en el polo caribeño de
asentamiento de los trabajadores antillanos, en su mayoría afrodescendiente,
traídos para excavarlo. La población de Colón pasó de 3.000 habitantes en 1900,
a más de 30.000 en 1920.
La construcción del canal por Estados Unidos
trajo aparejada la separación de Panamá de Colombia, de la que era una
provincia, dada la resistencia a aceptar un tratado que imponía la segregación
de una Zona del Canal bajo soberanía norteamericana. Pese a que los
comerciantes panameños creyeron ver cumplido su sueño "hanseático", y
lo pusieron en la divisa del nuevo escudo nacional ("Pro Mundi
Beneficio"), la realidad dura fue su exclusión del negocio canalero por
los norteamericanos, quienes controlaron todo bajo un estricto esquema militar.
De manera que a mitad del siglo XX, el sueño
"hanseático" de nuestros comerciantes era proveer de cantinas y
burdeles a los soldados acantonados en las bases militares norteamericanas.
Pero, al final de la Segunda Guerra Mundial, esa economía de cantina entró en
crisis, degenerando en una continua serie de conflictos sociales y políticos,
incluso interburgueses, por disputarse el control de los pocos negocios que
producían algo de plusvalía.
El gobierno de Enrique A. Jiménez, en 1945,
contrató los servicios de un grupo de asesores norteamericanos para que
sugirieran algunos remedios a la crisis económica y fiscal. Uno de ellos,
Thomas E. Lyons, funcionario del Departamento de Comercio de EE UU, realizó un
informe en el que propuso la creación de una zona franca de comercio. Así
nació la Zona Libre de Colón, mediante
el decreto Ley No. 18 de 17 de junio de 1948, vigente hasta el viernes 19 de
octubre de 2012, cuando fue aprobada y promulgada la Ley 72.
¿Zona Libre para beneficio de quién?
Las empresas que se establecen en la Zona
Libre de Colón no pagan ningún tipo de impuestos, ni nacionales, ni
municipales. La última vez que un gobierno intentó cargarles con un leve
impuesto, bajo el gobierno de Ernesto Pérez Balladares (1994-99), los poderosos
comerciantes pegaron el grito al cielo y el gobierno tuvo que retroceder. Lo
único que pagan es un arrendamiento por las instalaciones que usan a un precio
catastral subvalorado.
La Zona Libre de Colón cuenta en este momento
con 1.751 empresas asentadas que reciben 250.000 visitantes al año. Aunque hay
en ella todo tipo de empresas, predominan poderosos capitales judíos y árabes
(que allí se llevan muy bien). Entre los primeros destaca la familia Motta
(cuyas ramificaciones se extienden a la Compañía Panameña de Aviación, COPA;
TVN-Canal 2; y el Banco General, el mayor de capital panameño). Entre los
segundos destaca la familia Waked (con ramificaciones en todos los puertos
libres del continente a través de los almacenes La Riviera y en los diarios La
Estrella y El Siglo).
Se estima que en 2012 la Zona Libre de Colón
manejará un movimiento comercial de 12.447.646 millones de dólares, 5.785.202
en importaciones y 6.662.443 en exportaciones, según la Contraloría General de
la República. Otros cálculos elevan estas cifras por encima de los 16 mil
millones de dólares. En un país cuyo Producto Interno bruto Total fue ponderado
en 2011 en 23.253.6 millones de dólares, estamos hablando de una cifra
significativa.
En un articulo reciente, el economista
colonense y precandidato presidencial, Juan Jované, ha estimado el valor
agregado generado por la Zona Libre de Colon en 2.042,6 millones en el año
2010. Este año la cifra será mayor según los indicadores.
Pese a toda esa riqueza que se mueve dentro
de las 240 hectáreas que ocupa la Zona Libre, la ciudad de Colón es, a la vista
del peor miope, una urbe paupérrima, en que la población camina en aceras
decrépitas por donde corren aguas cloacales, malvive en edificios a medio
caerse, cuya juventud padece el desempleo crónico (15%, según Jované) y se
refugia en las pandillas; con hospitales decadentes y clínicas mal equipadas;
ni hablemos de las escuelas. El desempleo general puede estar cerca del 25%.
Según datos del propio Ministerio de Economía
(y estimados a la baja por una metodología alevosamente construida), el 3,2 %
de los colonenses sobrevive en la indigencia y el 15,8% en la pobreza.
A todo lo cual hay que agregar el desprecio
racista de gobiernos, policías y empresarios contra la población colonense, en
su mayoría afrodescendiente. Ese racismo desembozado se expresa no sólo en el
abandono de la provincia (de 220.000 habitantes) pese a su importancia
económica, sino en que los empresarios de la Zona Libre prefieren traer
trabajadores de Panamá a contratar colonenses. Además de que, por supuesto, los
dueños y gerentes no tienen sus residencias en Colón sino en la ciudad de
Panamá.
Como nos comentaba Alberto Barrow, dirigente
de la etnia negra, ese racismo descarado también está en las cabezas de los
policías, y sus jefes que le han ordenado disparar directamente contra la gente
que protesta en Colón, como han mostrado las cámaras de la televisión. Es el
mismo racismo con el cual hace dos años, en julio de 2010, dispararon a
mansalva contra los trabajadores bananeros, en su mayoría del pueblo
Gnabe-Buglé, en Changuinola; y en 2011, de nuevo contra ellos mismos que
luchaban contra el Código Minero y las hidroeléctricas, en el área de San
Félix.
Ese racismo ha sido consuetudinario en las
élites panameñas, pero ha llegado al paroxismo bajo el gobierno integrado por
comerciantes blancos de Ricardo Martinelli y su ministro de Seguridad José Raúl
Mulino. Habría que preguntarle a los organismos de derechos humanos si no
estamos ante una conciente práctica genocida por parte de estos gobernantes.
Los intereses inconfesables
En la crisis actual se mueven aviesos
intereses. Los intereses del grupo gobernante, que ha impuesto la Ley 72, con
la que pretenden matar dos pájaros de un tiro: hacerse con una cifra de entre
200 y 400 millones de dólares en venta de activos estatales para cuadrar un
presupuesto exorbitante (el mayor de la historia) con el que quieren cerrar el
año preelectoral, con mucho clientelismo y una impresión de bienestar; a la vez
que se apropian para su grupo de valiosas tierras nacionales a precios de
regalo y entran al negocio que les faltaba.
Pero no hay que perder la perspectiva de que
a la oligarquía comercial que controla la Zona Libre de Colón le conviene que
se derogue la Ley 72, no porque ellos tenga algún aprecio por la propiedad
pública, sino porque el decreto de 1948 les permite seguir lucrando sin
compartir un centavo con el pueblo colonense, como han hecho por sesenta años.
De ahí que no basta con exigir la derogación
de la Ley 72, hay que buscar una propuesta que obligue a esos comerciantes a
compartir un pedazo de la riqueza que genera la Zona Libre de Colón. Propuesta
que debe salir de la dirigencia popular del Frente Amplio de Colón y de sus
mejores intelectuales comprometidos con la causa popular. Propuesta que, aún
manteniendo el negocio capitalista, haga algo de justicia al pueblo colonense y
permita resolver las enormes disparidades sociales que padece.
Colón es la punta del iceberg, la vanguardia
de un conflicto social que atraviesa todo el país (de ahí que la solidaridad y
las protestas se hayan extendido por todos lados), entre la riqueza de una casta
comercial que ha empezado a ver su sueño hanseático cumplido, a partir de la
reversión del Canal en el año 2000, y esa masa popular que vegeta en la pobreza
más allá de los edificios de la bahía de Panamá. El problema de fondo que
amenaza con estallar, es el capitalismo transitista panameño y su sueño
hanseático, cada vez más inequitativo, injusto y antidemocrático.
Panamá, 25 de octubre de 2012.
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