Desde Venezuela
23/Marzo/2013
Crisis de la investigación científica: La generación de conocimiento en
peligro
Miguel Guaglianone
La crisis que va cubriendo
globalmente el planeta es muy
profunda y va mucho más allá de la espectacularidad de
la crisis económica que cotidianamente los medios de comunicación corporativos
a través de su hegemonía comunicacional nos van reportando en todos sus
detalles, por supuesto advirtiéndonos en cada caso de que esta caída
indetenible está siempre a punto de ser solucionada y que en el futuro cercano
se podrá volver en los países centrales a la perdida situación de constante
expansión económica y producción creciente que fuera hasta ahora una
característica de nuestra cultura occidental motorizada por el capitalismo.
Cuando analizamos en detalle sin
embargo, observamos que se manifiestan simultáneamente distintas facetas de esa
crisis global. Todas ellas se desarrollan,
se entrelazan y giran en una loca danza, constituyendo el nudo del
momento coyuntural que está viviendo nuestra sociedad contemporánea. Junto a la
crisis económica coexisten –para mencionar algunas de ellas– una crisis
cultural, una crisis de valores, una crisis política (y geopolítica), una
crisis educativa, una crisis ecológica y una en la cual hoy queremos ahondar,
que es la crisis del conocimiento.
La ciencia fue desde el
Renacimiento, una de las herramientas fundamentales que permitieron establecer
nuestra cultura occidental contemporánea. Desde Galileo Galilei, pionero en el
descubrimiento y sistematización de los principios del método científico, se
fue desarrollando y consolidando una metodología de trabajo y unas instituciones
sociales que permitieron durante casi quinientos años la progresiva y acelerada
acumulación de nuevos conocimientos. A grandes rasgos, la evolución del
conocimiento era abastecida a través de un sistema de libre investigación en lo
que se llama “ciencia básica” o “conocimiento básico” y a partir de las nuevas
ideas, descubrimientos y de la generación de modelos teóricos producto de esas
investigaciones, se consolidó un proceso de aplicación de esos conocimientos
generales, orientado hacia el área de la tecnología que finaliza concretándo en
nuevos sistemas de trabajo (técnicas), infraestructuras y aparatos, las ideas
establecidas primero en los centros de investigación. Estos centros de
investigación estuvieron en su mayoría ubicados en las universidades que a
partir del Renacimiento fueron incorporando a su rol de atesoradoras del
conocimiento religioso, el de creadoras y organizadoras del conocimiento
general. A las universidades se fueron agregando centros de investigación
estatales o financiados por fundaciones privadas, existiendo siempre como
excepcionales las investigaciones individuales (el Efecto Fotoeléctrico –por el
cual se le diera el premio Nobel– y la primera Teoría de la Relatividad,
surgieron de las investigaciones particulares de Einstein mientras era
funcionario de la Oficina de Patentes de Zurich)
Este sistema funcionó a la
perfección durante mucho tiempo, e hizo eclosión entre el siglo XVIII y el XIX,
convirtiéndose en soporte de la Revolución Industrial que cambiaría
radicalmente la sociedad occidental y sería la base de nuestra
contemporaneidad. Su punto más álgido
estuvo en el período de entreguerra, (1918-1939) dónde surgieron avances
notables, destacadamente en el terreno de la Física, con las Teorías de la
Relatividad y la Teoría Cuántica. La Segunda Guerra Mundial y la posterior
Guerra Fría constituyeron períodos de una notable aceleración del proceso de desarrollo tecnológico, de la
aplicación en la práctica de los modelos teóricos establecidos en aulas y
laboratorios.
El máximo exponente de este
proceso fue el logro que convirtió (lamentablemente para la elaboración de un
arma con un grado de letalidad desconocido hasta ese entonces por la humanidad)
transformar el principio establecido en la Relatividad Restringida que relaciona
masa con energía (E = mc2) en armas nucleares, primero la bomba A (bomba de
fisión) y luego la bomba H (bomba de fusión, mucho más poderosa que la
primera).
Sin embargo, procesos que ya
estaban gestándose en nuestra sociedad fueron convirtiéndose en poderosos
factores de cambio, y la situación de la ciencia y el avance del conocimiento
comienzan a modificar su panorama. Algunos de estos procesos fueron:
1) La Instauración del neocapitalismo corporativo. El
capitalismo industrial que fuera el sistema económico–político sobre el cual se
produjera la Revolución Industrial, fue cambiando hasta convertirse en nuestro
actual neocapitalismo corporativo. La acumulación de capital fue centrándose y
concentrándose en corporaciones transnacionales que se siguen haciendo hasta
hoy cada vez más poderosas y que van a producir una redistribución del poder en
un mundo cada vez más globalizado, cuyas consecuencias están hoy siendo cada
vez más graves y a la vista.
2) La crisis de las universidades. Las instituciones
universitarias en todo el planeta vienen sufriendo una transformación,
motorizada por esos grandes cambios sociales. Están abandonando su condición de
centros de “creación” de conocimiento, hacia un nuevo rol que las convierte
exclusivamente en instituciones formadoras de técnicos especializados para
abastecer todo el aparato de desarrollo tecnológico.
3) La mercaderización de los hechos culturales. El cambio en el sistema capitalista ha
generado como subproducto un proceso creciente de conversión de los hechos
culturales en mercancías con valor monetario, capaces de ser consideradas un
producto de mercado. En el caso del conocimiento, la herramienta legal de la
“propiedad intelectual” (creada en y universalizada desde los EE.UU.) ha
permitido que los conocimientos puedan comprarse y venderse, y ser de la
“propiedad exclusiva” de personas jurídicas.
4) La privatización de la investigación. Conjuntamente, la investigación
de los conocimientos básicos ha sufrido (junto con otros muchos rubros en la
sociedad) los embates de la privatización. La generación y prestación de
recursos sociales, a partir del proceso popularmente llamado neoliberalismo, ha
ido pasando progresivamente de manos del Estado o de instituciones sin fines de
lucro, directamente hacia las grandes corporaciones. El ejemplo más destacado y
escandaloso es el de la industria farmacéutica, donde un puñado de empresas
transnacionales acaparan prácticamente el grueso de la investigación
médico–biológica. Son las direcciones de estas empresas quienes deciden qué y
cómo se investiga, ya que son ellas quienes contratan a los científicos y
poseen los centros de investigación. De esa manera toda investigación se
orienta al objetivo corporativo principal y único: el lucro rápido. De esta
manera se truncan o se prohíben las investigaciones que puedan ir dando
resultados que no respondan a esa lógica (o se ocultan los resultados que no
producen rentabilidad inmediata). Igualmente, esos conocimientos generados
dentro de las corporaciones son de su “propiedad” lo que las avala legalmente
para disponer de ellos en forma directa acorde a sus intereses. Les permite
además una completa impunidad para fijar precios de los medicamentos y
productos, de acuerdo a sus propias directivas. En algunos casos el “secreto
industrial” en que se mantienen sus investigaciones (obligado hasta por los
contratos de trabajo) ha tenido algunas fisuras que han permitido revelar las
abismales y desaforadas diferencias entre sus precios de comercialización y sus
costos reales. El ejemplo más sonado se dio cuando el gobierno de Sudáfrica,
presionado por el grave problema social de ser el país con mayor porcentaje de
SIDA, decidió fabricar por su cuenta (sin observar patentes ni propiedad
intelectual) los medicamentos para atacar esta grave enfermedad. La batería de
medicamentos retrovirales que permiten detener la acción del virus VIH estaba
valorado en ese momento en U$ 8.000 mensuales para cada paciente por las
farmacéuticas que los desarrollaron. El gobierno sudafricano comenzó
proporcionándolo a su costo de U$ 600. Las compañías farmacéuticas demandaron
judicialmente al gobierno sudafricano, pero debieron retirar las demandas
cuando sus asesores de imagen les mostraron el descrédito que tales acciones
les traían. Otro de los ejemplos monstruosos de este proceso fue la carrera
para contabilizar el genoma humano. Los capitales privados estaban dispuestos a
lograrlo primero para poder “patentar” este conocimiento y así poder
monopolizar su comercialización. Afortunadamente la carrera fue ganada por
científicos que todavía pertenecían a instituciones tradicionales de
investigación.
5) La visión pragmática. El otro factor importante es que esa
conducción de la investigación en manos privadas e interesadas económicamente,
ha ido constituyendo una matriz de opinión generalizada (consolidada a través
de los medios corporativos, socios de las transnacionales farmacéuticas y
demás) del “pragmatismo” que debe guiar toda investigación científica. O sea
que sólo debe realizarse aquella que esté orientada hacia objetivos específicos
de utilidad inmediata. Esta matriz de opinión contradice toda la historia de
generación del conocimiento en los últimos cuatrocientos años. La investigación
básica siempre estuvo orientada fundamentalmente por la curiosidad intelectual
y la percepción de quienes la realizaron, y dio siempre finalmente resultados
sociales notables. En una entrevista que realizamos hace poco tiempo a un
destacado científico uruguayo , él nos relataba la anécdota de Faraday, cuando
el Primer Ministro le preguntó para que servía el efecto electromagnético que
había descubierto y el científico le contestara “No tengo la menor idea, pero
Ud. va a cobrar impuestos gracias a él” y cinco años después aparecía el motor
eléctrico que se basa en ese principio.
Conclusiones
Estos factores que señalamos
marcan una peligrosa tendencia. Las crecientes restricciones a la libre
investigación básica y la determinación por objetivos materiales de la búsqueda
del conocimiento, vienen produciendo ya, a nuestro modo de ver, consecuencias
muy graves. Si echamos una ojeada general e intentamos evaluar la generación de
nuevos conocimientos, podemos encontrarnos con un panorama nada halagador.
Aparentemente en los últimos cincuenta años, mientras por un lado se produce un
acelerado avance de la tecnología (que realiza perfeccionamientos constantes en
conocimientos ya establecidos), no parecen existir (con las excepciones de rigor,
como por ejemplo la Teoría del Caos) nuevos descubrimientos ni nuevos modelos
generales. Posiblemente un ejemplo claro lo constituya el desarrollo
automotriz. En lo básico, ningún automóvil contemporáneo se diferencia de un
“Ford T” de 1918, meramente se le han ido incorporando sucesivos recursos
tecnológicos, ningún nuevo principio ha sido aplicado.
Hay algo antes de concluir que es
necesario aclarar. Este proceso que intentamos mostrar, como todos los procesos
socio–culturales, es siempre un proceso complejo y no lineal. A pesar que
establezcamos la progresiva desaparición de la investigación básica libre y el
ascenso de la investigación orientada por principios pragmáticos y sus graves
posibles consecuencias, estamos solamente marcando una tendencia. Por supuesto
que siguen existiendo instituciones y científicos que todavía están en
posibilidad de generar conocimientos nuevos, lo que queremos hacer presente es
que la propensión es hacia la restricción progresiva de ese proceso, y que eso
constituye una parte de nuestra crisis cultural.
Mientras la búsqueda de
innovación esté cada vez más dirigida por el interés de la ganancia
corporativa, o por el criterio “utilitario” de que toda investigación debe
restringirse a áreas de “necesidad”, creemos que esa tendencia hacia la pérdida
de la posibilidad de “saltos cuánticos” en nuestro sistema de conocimiento,
será cada vez más preponderante y que solo se proseguirá como hasta ahora
desarrollando nuevos recursos meramente tecnológicos. Y sus consecuencias son
impredecibles, sobre todo si las medimos con nuestros parámetros hasta ahora
habituales del desarrollo humano y social.
miguelguaglianone@gmail.com
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