Desde EE.UU.
27/Mayo/2013
Más
allá de bayonetas y acorazados
La guerra espacial y el futuro del poder global de EE.UU
Alfred
W. McCoy*
Estamos en 2025 y
una “cubierta triple” estadounidense de vigilancia avanzada y aviones no
tripulados armados llenan el cielo desde la endosfera hasta la exosfera. Una
maravilla de la era moderna, que puede descargar sus armas en cualquier lugar
del planeta a una velocidad asombrosa, derribar a un sistema de satélites de
comunicaciones enemigo, o seguir a los individuos biométricamente a gran
distancia. Junto con la capacidad de guerra cibernética avanzada del país, es
también el sistema militarizado de información más sofisticado jamás creado, y
una póliza de seguro para el dominio global de EE.UU bien entrado ya el siglo
XXI. Así es como el Pentágono imagina el futuro, está en fase de desarrollo, y
los estadounidenses no saben nada al respecto.
Todavía están
operando en otra época. “Nuestra Armada es menor ahora que en cualquier otro
momento desde 1917″, se quejó el candidato republicano Mitt Romney durante el
último debate presidencial. Con palabras de burla mordaz, el presidente Obama
replicó: “Bueno, Gobernador, también
tenemos menos caballos y bayonetas, porque la naturaleza de nuestro ejército ha
cambiado… ya no estamos ante una guerra de flotas, donde debemos contar los
buques. Lo esencial son nuestras capacidades “.
Obama ofreció
después una pista de lo que esas funciones podrían ser: “Lo que hice fue
reflexionar conjuntamente con nuestros jefes de estado mayor preguntándonos,
¿qué vamos a necesitar en el futuro para asegurar nuestra seguridad…? Tenemos
que pensar en la seguridad cibernética. Tenemos que hablar del espacio “.
En medio de todo el
debate posterior generado en los medios de comunicación, sin embargo, ni un
solo comentarista parecía tener ni idea de cuan profundos son los cambios
estratégicos que se esconden tras palabras dispersas del Presidente. Sin
embargo, durante los últimos cuatro años, trabajando en silencio y el secreto,
la administración Obama ha desarrollado una revolución tecnológica en la
planificación de la defensa, llevando a la nación mucho más allá de las
bayonetas y buques de guerra hacia la guerra cibernética y la militarización a
gran escala del espacio. Ante su menguante influencia económica, este avance
nuevo y audaz en lo que se llama “guerra de la información” podría ser un
factor clave si EE.UU. logra mantener su dominio global entrado ya el siglo
XXI.
Si bien los cambios
tecnológicos que implica no son nada revolucionarios, tienen profundas raíces
históricas en un estilo particular de poder global estadounidense. Ha sido
evidente desde el momento en que esta nación entró por primera vez en el
escenario mundial con la conquista de las Filipinas en 1898. A lo largo de un
siglo, metido en tres infiernos de contrainsurgencia –en las Filipinas, Vietnam
y Afganistán– el ejército de EE.UU. ha sido repetidamente empujado hacia un
punto de ruptura. Ha respondido repetidamente fusionando las tecnologías más
avanzadas del país en nuevas infraestructuras de información de un poder sin
precedentes. Este ejercito creó por primera vez un régimen de información
manual para la pacificación de Filipinas, luego un aparato computarizado para
combatir a las guerrillas comunistas en Vietnam. Por último, durante su otra
década en Afganistán (y sus años en Irak), el Pentágono ha comenzado a fusionar
la biometría, la guerra cibernética, y un potencial futuro escudo aeroespacial
“triple canopy”, creando un régimen de información robótico que podría producir
una plataforma de poder sin precedentes para el ejercicio de la dominación
global – o para el desastre militar en el futuro.
La primera revolución
de la Información de América
Este distintivo
sistema de los EE.UU. de recopilación de información imperial (y las prácticas
de vigilancia y de hacer la guerra que van asociados a ella) tiene sus orígenes
en algunas innovaciones americanas brillantes en el manejo de datos textuales,
estadísticos y visuales. Su combinación creó una nueva infraestructura de
información, con una capacidad sin precedentes para la vigilancia de las masas.
Durante dos décadas
extraordinarias, los inventos americanos como el telégrafo cuádruple de Thomas Alva Edison
(1874), la máquina de escribir comercial de Philo Remington (1874), el sistema
de biblioteca decimal de Melvil Dewey (1876), y la tarjeta perforada patentada
por Herman Hollerith (1889), creó sinergias que dieron lugar a la
militarización de las aplicaciones de la primera revolución de la información
de Estados Unidos. Para pacificar una resistencia guerrillera determinada que
persistió en las Filipinas durante una década a partir de 1898, el régimen
colonial de los EEUU –a diferencia de los imperios europeos con sus estudios
culturales de “civilizaciones orientales”–
utilizaba estas tecnologías de información avanzadas para acumular datos
empíricos detallados sobre la sociedad filipina. De este modo, se forjó un
aparato de seguridad de vigilancia precisa que jugó un papel importante en el
aplastamiento del movimiento nacionalista filipino. La política colonial
resultante y el sistema de vigilancia también dejarían una huella institucional
duradera en el emergente Estado norteamericano.
Cuando los EE.UU.
entraron en la Primera Guerra Mundial en 1917, el “padre de la inteligencia
militar de EE.UU.”, el coronel Ralph Van Deman, se basó en métodos de seguridad
que había desarrollado años antes en las Filipinas para fundar la División de
Inteligencia Militar del ejército. Reclutó a un personal que rápidamente creció
de una sola persona (él mismo) a 1.700 efectivos, desplegó a unos 300.000
ciudadanos-agentes que recopilaban más de un millón de páginas de informes de
vigilancia de ciudadanos estadounidenses, y sentó las bases para un aparato de
vigilancia interna permanente.
Una versión de este
sistema alcanzó un éxito sin precedentes durante la Segunda Guerra Mundial
cuando Washington estableció la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS) que
resultó la primera agencia de espionaje en todo el mundo que tuvo la Nación.
Entre sus nueve ramas, Investigación y Análisis contrató a un personal de cerca
de 2.000 académicos que acumuló 300.000 fotografías, un millón de mapas, y tres
millones de fichas, que se desplegaron en un sistema de información a través de
la “indexación, la indexación cruzada, y
la contra-indexación” para responder a un sinnúmero de cuestiones tácticas.
Sin embargo, a
principios de 1944, el OSS se encontró, en palabras del historiador Robin
Winks, “ahogando bajo el flujo de la información.” Muchos de los materiales que
se habían recogido con tanto cuidado se dejaron pudrir en el almacén, sin leer
y sin procesar. A pesar de su alcance global ambicioso, este primer régimen de
información de EEUU, sin cambio tecnológico, bien podría haber colapsado bajo
su propia dimensión, disminuyendo el flujo de inteligencia extranjera que
resultaría tan crucial para el ejercicio de dominio mundial de los Estados
Unidos tras la Segunda Guerra Mundial.
La informatización
de Vietnam
Bajo la presión de
una guerra sin fin en Vietnam, los que dirigen la infraestructura de
información de EE.UU. organizaron la gestión de datos informatizada, el
lanzamiento de un segundo régimen de información estadounidense. Desarrollado
por los grandes ordenadores más avanzados de IBM, los militares de EE.UU.
compilaban tabulaciones mensuales de seguridad sobre cada una de las 12.000
aldeas de Vietnam del Sur y almacenaban los tres millones de documentos sobre
el enemigo que sus soldados capturaban anualmente en bobinas gigantes de
película. Al mismo tiempo, la CIA
almacenaba datos computarizados diversos sobre la infraestructura civil
comunista como parte de su infame Programa Phoenix. Esto, a su vez, se
convirtió en la base para su sistemática tortura y sus 41,000 “ejecuciones
extrajudiciales” (que, sobre la base de la desinformación de pequeñas rencillas
locales y contrainteligencia comunista, mató a muchos, pero no pudo capturar
más que a un puñado de los mejores cuadros comunistas).
Con mayor ambición,
la Fuerza Aérea de EE.UU. gastó 800 millones de dólares al año para atar el sur
de Laos con una red de 20.000 sensores acústicos, sísmicos, térmicos y
sensibles al amoníaco bajo la fronda selvática para localizar los convoyes de
camiones de Hanói que provenían de la Ruta Ho Chi Minh. La información
proporcionada se reunía entonces en los sistemas informáticos para la
focalización de los incesantes bombardeos. Después de que 100.000 soldados de
Vietnam del Norte pasaran a través de la red electrónica con camiones, tanques y artillería pesada sin
ser detectados para lanzar la ofensiva Nguyen Hue en 1972, la Fuerza Aérea de
los EEUU en el Pacífico juzgó este audaz
intento de construir un “campo de batalla electrónico” como un rotundo fracaso.
En esta olla a
presión de lo que pasó a la historia como la más grande guerra aérea, la Fuerza
Aérea también aceleró la transformación de un nuevo sistema de información que
tomaría protagonismo tres décadas después: el blanco teledirigido Firebee. Al
final de la guerra, se había transformado en una aeronave no tripulada cada vez
más ágil que haría 3.500 misiones de vigilancia altamente secretas a través de
China, Vietnam del Norte y Laos. En 1972, el aparato no tripulado SC / TV, con
una cámara en su parte anterior, era capaz de volar 2.400 millas mientras
tomaba imágenes de televisión de baja resolución.
En definitiva,
todos estos datos computarizados ayudaron a fomentar la ilusión de que los
programas americanos de “pacificación” en el campo estaban venciendo a los habitantes
de las aldeas de Vietnam, y la ilusión de que la guerra aérea estaba
destruyendo con éxito los suministros del Vietnam del Norte. A pesar de una
sucesión triste de fracasos a corto plazo que ayudaron a minar la confianza del
poder americano, toda esta automatizada recolección de datos resultó ser un
experimento trascendental, aunque sus avances no se harían evidentes hasta al
cabo de 30 años cuando los EE.UU. comenzaron a crear un tercer Régimen robótico
de información.
La Guerra Global
contra el Terror
Viéndose al borde
de la derrota en el intento de pacificación de dos sociedades complejas,
Afganistán e Iraq, Washington respondió, en parte, mediante la adaptación de
las nuevas tecnologías de vigilancia electrónica, la identificación biométrica,
y la guerra de los aviones no tripulados – todo ello fusionándose en lo que
puede convertirse en un régimen de información mucho más poderoso y destructivo
que cualquier cosa que haya existido antes.
Después de seis
años fracasando es sus esfuerzos de contrainsurgencia en Iraq, el Pentágono
descubrió el poder de la identificación biométrica y la vigilancia electrónica
para pacificar las extensas ciudades del
país. Luego construyó una base de datos biométrica con más de un millón de
huellas de escaneo de iris de iraquíes a los que las patrullas estadounidenses
en las calles de Bagdad podían acceder instantáneamente por enlace por satélite
con un centro de computación en West Virginia.
Cuando el
presidente Obama asumió el cargo y lanzó su “oleada”, aumentando el esfuerzo de
guerra de EE.UU. en Afganistán, ese país se convirtió en una nueva frontera
para probar y perfeccionar dichas bases de datos biométricos, así como para la
guerra de aviones no tripulados a gran escala, tanto en ese país como en las fronteras tribales de Pakistán, el última
agujero en una guerra tecnológica ya lanzada por la administración Bush. Esto
significó la aceleración de los avances tecnológicos en la guerra de aviones no
tripulados que había sido en gran parte suspendida durante dos décadas después
de la guerra de Vietnam.
Lanzada como una
aeronave experimental en 1994, la vigilancia sin armas del avión no tripulado
Predator fue desplegado por primera vez en 2000 para la vigilancia de combate
bajo la “Operación Ojos a Afganos” de la CIA. Ya en 2011, el avión no tripulado
avanzado MQ-9 Reaper, con “persistentes capacidades de cazador asesino”, estaba
fuertemente armado con misiles y bombas, así como sensores que podían reconocer
tierra removida a 5.000 pies y seguir las huellas del enemigo hasta sus
instalaciones. Para mostrar el intenso ritmo de desarrollo de aviones no
tripulados, basta señalar que entre 2004 y 2010, el tiempo total de vuelo de
todos los vehículos no tripulados aumentó de tan sólo 71 horas a 250.000 horas.
En 2009, la Fuerza
Aérea y la CIA ya estaban desplegando una flota de aviones no tripulados de al
menos 195 Predators y 28 Reapers en Afganistán, Irak y Pakistán, y ese número no ha hecho más que crecer desde
entonces. Estos aparatos recogen y transmiten 16.000 horas de vídeo cada día, y
desde 2006 hasta 2012 queman cientos de misiles Hellfire que ya han matado a
unos 2.600 supuestos insurgentes dentro de las áreas tribales de Pakistán.
Aunque los aviones no tripulados Reaper de segunda generación puedan parecer
increíblemente sofisticados, un analista de defensa los ha descrito como
“bastante parecidos a Fords modelo T.” Más allá del campo de batalla, en la
actualidad hay unos 7.000 aviones de la armada de EE.UU. no tripulados,
incluidos los 800 más grandes con capacidad para descargar misiles. Al
financiar su propia flota de 35 aviones y tomando prestados de la Fuerza Aérea
otros tantos, la CIA ha ido más allá de la recolección pasiva de inteligencia
para construir una capacidad robótica permanente paramilitar.
Durante esos mismos
años, otra forma de guerra de información apareció, literalmente, a través de
la red. A través de las dos últimas administraciones, ha habido continuidad en
el desarrollo de una capacidad de guerra cibernética en el país y en el extranjero.
A partir de 2002, el presidente George W. Bush autorizó ilegalmente a la
Agencia de Seguridad Nacional para analizar incontables millones de mensajes
electrónicos con su altamente secreta base de datos “Pinwalw”. Del mismo modo,
el FBI inició la “Investigative Data Warehouse” que en 2009 ya poseía mil
millones de registros individuales.
Bajo los
presidentes Bush y Obama, la vigilancia digital defensiva se ha convertido en
una capacidad ofensiva de “guerra cibernética”, que ya ha sido desplegada en contra
de Irán en la que es considerada la primera gran guerra cibernética de la
historia. En 2009, el Pentágono formó en EE.UU. al Comando Cibernético
(CYBERCOM), con sede en el Ft. Meade, en Maryland, y un centro de guerra
cibernética en la Base Aérea Lackland en Texas, que cuenta con 7.000 empleados
de la Fuerza Aérea. Dos años más tarde, declaró el ciberespacio un “dominio
operacional” igual que el aire, la tierra o el mar, y empezó a concentrar sus
energías en el desarrollo de un grupo de ciberguerreros capaces de lanzar
operaciones ofensivas, con una serie de ataques contra las centrifugadoras
informatizadas en las instalaciones nucleares de Irán y contra bancos en Medio
Oriente que manejan dinero iraní.
Más allá de
bayonetas y acorazados
Un régimen robótico de la información
Igual que con la
insurrección filipina y la Guerra de Vietnam, las ocupaciones de Iraq y
Afganistán han servido de catalizador para un nuevo régimen de información,
fusionando lo aeroespacial, lo ciberespacio, la biometría y la robótica en un
aparato de poder potencial sin precedentes. En 2012, tras años de guerra
terrestre en ambos países y la expansión continua del presupuesto del Pentágono,
el gobierno de Obama anunció una futura estrategia de defensa más austera.
Incluía un recorte del 14% de la fuerza de infantería que iba a ser compensada
con un mayor énfasis en las inversiones en los dominios del espacio exterior y
el ciberespacio, en particular en lo que el gobierno llama “capacidades
críticas en el espacio”.
En 2020, esta nueva
arquitectura de defensa debería teóricamente ser capaz de integrar el espacio,
el ciberespacio, y el combate terrestre a través de la robótica para, aseguran,
la entrega de información sin fronteras que permita la acción letal. Cabe
destacar que el espacio y el ciberespacio son nuevos dominios de conflicto militar sin regular, en gran
parte fuera del derecho internacional. Y Washington espera usar ambos, sin
limitación alguna, como palancas de Arquímedes para ejercer nuevas formas de
dominación global muy entrado ya el siglo XXI, al igual que el Imperio
Británico una vez gobernó los mares y el imperio estadounidense de la Guerra
Fría ejerció su poder global a través del su fuerza aérea .
Mientras Washington
trata de vigilar al mundo desde el espacio, el mundo podría preguntarse: ¿Qué
altura tiene la soberanía nacional? En ausencia de un acuerdo internacional
sobre la extensión vertical del espacio aéreo soberano (desde que fracasó una
conferencia sobre derecho aéreo internacional, celebrada en París en 1910),
algún travieso abogado del Pentágono podría contestar: tan alta como usted la
pueda ejercer. Y Washington ha llenado este vacío legal con una matriz
ejecutiva secreta –operada por la CIA y el Comando de Operaciones Especiales
clandestino– que asigna nombres arbitrariamente, sin ningún tipo de supervisión
judicial, para una “Lista de la Muerte”
clasificada que implica la muerte en silencio, de repente y desde el cielo,
para los sospechosos de terrorismo en todo el mundo musulmán.
Aunque los planes
de Estados Unidos para la guerra espacial siguen siendo altamente clasificados,
es posible unir esas piezas de este rompecabezas aeroespacial rastreando las
webs del Pentágono, y encontrando muchos de los componentes clave descritos
técnicamente en la Defense Advanced Research Projects Agency (DARPA). Ya en
2020, el Pentágono espera patrullar todo el globo sin cesar, sin descanso, a
través de un escudo “tryple canopy” que va desde la exosfera hasta la
estratosfera, impulsado por aviones no tripulados armados con misiles ágiles,
vinculados por un sistema por satélite modular flexible, controlados a través
de un panóptico telescópico, y operado por controles robóticos.
En el nivel más
bajo de este emergente escudo aeroespacial de EEUU, a corta distancia de la
Tierra en la estratosfera inferior, el Pentágono está construyendo una flota de
99 aviones no tripulados Global Hawk equipados con cámaras de alta resolución
que pueden vigilar todo el terreno dentro de un radio de 100 millas, con
sensores electrónicos para interceptar comunicaciones, con eficientes motores
para 24 horas de vuelo continuas y eventualmente con misiles Triple Terminator
para destruir a continuación los objetivos. A finales de 2011, la Fuerza Aérea
y la CIA habían rodeado ya la masa de tierra de Eurasia, con una red de 60
bases de drones armados con misiles Hellfire y bombas GBU-30, permitiendo
ataques aéreos contra objetivos en cualquier lugar de Europa, África o Asia.
La sofisticación de
la tecnología en este nivel fue expuesta en diciembre de 2011 cuando uno de los
RQ-170 Sentinel de la CIA cayó en Irán. Fue revelado un avión no tripulado
equipado con alas de murciélago con capacidad de evadir el control radar, con
un radar activo de barrido electrónico y óptica avanzada “que permite a los
operadores identificar positivamente a sospechosos de terrorismo a partir de
decenas de miles de metros en el aire.”
Si las cosas salen
según lo planeado, en este mismo nivel inferior a alturas de hasta 12 millas
aviones no tripulados, como el “Vulture”, con paneles solares que cubren su
enorme envergadura de 400 pies, estarán patrullando el mundo sin cesar por
periodos de hasta cinco años todos a la vez con sensores para una “imperturbable” vigilancia, y posiblemente
misiles para ataques letales. El establecimiento de la viabilidad de esta nueva
tecnología, con energía solar del avión Pathfinder de la NASA, con una envergadura
de 100 pies, alcanzó una altitud de 71.500 pies de altitud, en 1997, y su
cuarta generación que la sucedió, el “Helios”, voló a 97.000 pies con una envergadura de 247 pies en 2001, dos millas
más alto que cualquier otro avión anterior.
Para el siguiente
nivel por encima de la Tierra, en la estratosfera superior, DARPA y la Fuerza
Aérea están colaborando en el desarrollo del Vehículo Crucero Falcon
Hypersonic. Volando a una altitud de 20 kilómetros, espera “soltar 12.000 libras de carga útil a una
distancia de 9.000 millas náuticas desde el territorio continental de Estados
Unidos en menos de dos horas.” Aunque la primera prueba se inició en abril de
2010 y en agosto de 2011 se estrelló pleno vuelo , lograron alcanzar la
increíble velocidad de 13.000 millas por hora, 22 veces la velocidad del
sonido, y mandando de vuelta “datos únicos” que permitirán resolver problemas
aerodinámicos pendientes.
En el nivel
superior de esa cubierta aeroespacial de tres niveles, la era de la guerra
espacial amaneció en abril de 2010 cuando el Pentágono lanzó en silencio el
drone espacial X-37B, una nave no tripulada de sólo 29 metros de largo, a una
órbita de 250 millas sobre la Tierra. Mientras su segundo prototipo aterrizó en
la Base Aérea Vandenberg en junio de 2012 después de un vuelo de 15 meses, esta
misión clasificada representó una exitosa prueba de la “nave espacial robótica
controlada reutilizable” y estableció la viabilidad de drones espaciales
tripulados en la exosfera.
En el vértice de la
triple cubierta, a 200 kilómetros sobre la Tierra, donde los drones espaciales
pronto vagarán, los satélites orbitales son los principales objetivos, una
vulnerabilidad que se hizo evidente en 2007, cuando China usó un misil
tierra-aire para derribar a uno de sus propios satélites. En respuesta, el
Pentágono está desarrollando el sistema F-6 satelital que “desplegará desde una
gran nave espacial monolítica un grupo de elementos ligados de forma
inalámbrica, o nodos que aumenta la resistencia a … la disfunción de una de sus
partes o al ataque de un adversario”. Y tenga en cuenta que el X-37B tiene una
bodega de carga de gran capacidad para transportar misiles o armas láser futuro
para destruir satélites enemigos – en otras palabras, la capacidad potencial de
paralizar las comunicaciones de un futuro rival militar, como China, que tendrá
su propio sistema de satélite operacional mundial en 2020.
En última
instancia, el impacto de este tercer régimen de información estará determinado
por la capacidad de los militares de EE.UU. para integrar su arsenal de
armamento aeroespacial global en una estructura de mando robótico que sea capaz
de coordinar las operaciones de combate en todos los dominios: el espacio, el
ciberespacio, cielo, mar y tierra. Para gestionar el torrente creciente de
información dentro de este delicado equilibrio de la triple cubierta, el
sistema, al final, tiene que convertirse en autosuficiente a través de
“tecnologías robóticas de manipulación”, tales como el sistema de FREND del
Pentágono que algún día podría entregar combustible, proporcionar reparaciones
o cambiar la posición de los satélites.
Para una nueva
óptica global, DARPA está construyendo el telescopio espacial de gran angular
de Vigilancia (SST), que podría estar situado en bases rodeando el planeta para
dar un salto cuántico en la “vigilancia del espacio.” El sistema permitiría a
los futuros guerreros espaciales ver la totalidad del cielo que envuelve todo el planeta mientras se está
sentado delante de una pantalla, lo que permite un seguimiento de cada objeto
en la órbita de la Tierra.
El funcionamiento
de este complejo aparato en todo el mundo requerirá, tal y como explicó un
oficial del DARPA en 2007, “una colección integrada de los sistemas de
vigilancia del espacio –una arquitectura a prueba de fugas”. Así, en 2010, la
National Geospatial-Intelligence Agency tenía 16.000 empleados, un presupuesto
de 5 mil millones de dólares, y una enorme sede de 2 mil millones de dólares en
Fort Belvoir, Virginia, con 8.500 empleados envueltos en seguridad electrónica–
todo ello encaminado a coordinar el flujo de datos de vigilancia llegando de
los Predators, Reapers, aviones U2 de espionaje, Global Hawks, drones del
espacio. Para el año 2020 o después –este sistema tecnológico es poco probable
que cumpla con el calendario previsto– esta triple cubierta debería ser capaz
de atomizar un solo “terrorista” con un ataque con misiles de seguimiento
después de localizar su retina, su imagen facial, su firma de calor a cientos
de millas a través de cielo y tierra, o incomunicar a todo un ejército al
noquear todas sus comunicaciones
terrestres, aviónicas, y su navegación naval.
¿Dominio o desastre
tecnológico?
Mirando hacia el
futuro, un equilibrio de fuerzas aún inciertas ofrece dos escenarios de
competencia para la continuación del poder global de EE.UU.. Si la totalidad o
gran parte va según lo previsto, en algún momento de la tercera década de este
siglo, el Pentágono completará un sistema integral de vigilancia global de la
tierra, el cielo y el espacio utilizando la robótica para coordinar un
verdadero aluvión de datos desde el control biométricos a nivel de calle, datos
cibernéticos, una red mundial de telescopios espaciales de vigilancia y
patrullas Triple Canopy aeronáuticos. A través de la gestión ágil de datos de
una potencia excepcional, este sistema podría permitir a los Estados Unidos un
veto de letalidad global, un elemento que equilibraría cualquier pérdida
suplementaria de fuerza económica.
Sin embargo, como
en Vietnam, la historia ofrece algunas comparaciones más pesimistas cuando se
trata de que EE.UU. mantenga su hegemonía mundial únicamente a través de la
tecnología militarizada. Incluso si este régimen de información robótico de
alguna manera podría contrarrestar el creciente poderío militar de China, los
EE.UU. todavía podrían tener las mismas oportunidades de controlar las fuerzas
geopolíticas más poderosas con su tecnología aeroespacial como el Tercer Reich
tenía de ganar la Segunda Guerra Mundial con sus “super armas” - cohetes V2 que llovieron sobre Londres o los
aviones Messerschmitt Me-262 que hacían estallar bombas aliadas en los cielos
europeos. Para complicar aún más el futuro, la ilusión de omnisciencia de la información podría
inclinar a Washington hacia más desventuras militares como Vietnam o Iraq,
aumentando las posibilidades de crear conflictos aún más caros desde Irán hasta
el Mar del Sur de China.
Si el futuro del
poder mundial de Estados Unidos se está configurando a partir de los
acontecimientos reales en lugar de hacerlo por las tendencias económicas,
entonces su destino podría estar determinado por lo que llegue primero en este
ciclo secular: la debacle militar causada por la ilusión del dominio de la
tecnología, o un nuevo régimen tecnológico lo suficientemente potente como para
perpetuar la dominación global de EE.UU.
*Alfred W. McCoy es profesor de historia en la
Universidad de Wisconsin-Madison
Publicación
Barómetro 08-04-13
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