Desde Venezuela
29/Julio/2013
Los Síntomas De La Crisis:
Cuando El Río Suena…
Miguel Guaglianone
Ahora le tocó el turno a Brasil. Unas movilizaciones que comenzaron en San
Pablo protestando contra el aumento del precio del transporte colectivo se han
transformado rápidamente en un mar embravecido, que el día 20 de junio llevó a
más de millón y medio de manifestantes a la calle en varias ciudades del país.
Explosión absolutamente sorpresiva en un país “emergente” que se vende al
exterior como un modelo de desarrollo y capacidad productiva; y en el que los
dos gobiernos de Lula y el de Dilma, parecen ser ejemplo de preocupación por la
justicia social y éxito en el combate a la pobreza. Una vez más comprobamos la
hipótesis que los sistemas sociales son sistemas complejos y caóticos, en los
que no existe la posibilidad real de prever con precisión su desarrollo, ya que
reina en el estado caótico lo que popularmente se conoce como el “efecto
mariposa”, cambios mínimos no detectables en alguna variable menor y a veces
aparentemente insignificante, producen cambios estructurales en el estado
general del sistema.
Claro que si hacemos una mirada detallada, las tensiones sociales que hoy
explotan estaban allí, solapadas y ocultas pero siempre presentes. Brasil es un
país de inmensas desigualdades sociales, a pesar de los éxitos en el combate a
la pobreza y el reconocimiento internacional de ellos. Si bien según las cifras
oficiales los últimos tres gobiernos han logrado sacar entre treinta y treinta
y cinco millones de personas de la pobreza, siguen restando casi cien millones
que todavía sobreviven a duras penas. Y esas personas que salen de la pobreza
hacia una nueva clase media lo hacen motivadas, deslumbradas y dirigidas por el
fantoche del consumo. Otro de los factores es que la corrupción en la clase
política y las instituciones es una realidad generalizada, pública y notoria, y
sigue en aumento. El éxito de los gobiernos progresistas ha estado apoyado en
su pacto con el gran capital nacional.
De esa manera, todo brasilero ve cotidianamente el incremento de
ganancias y poder de las clases altas (fundamentalmente de la alta burguesía)
cuyo lujoso modo de vida es mostrado sistemáticamente por los hegemónicos
medios de comunicación que son propiedad de esa misma clase social, ante los
ojos primero asombrados y después molestos e indignados de los ciudadanos(as)
comunes, que están absolutamente excluidos de los boatos y excesos
desvergonzadamente expuestos.
Lo que explotó por el aumento del pasaje, rápidamente se convirtió en una
protesta generalizada, no embanderada con ningún partido político (más bien
despreciándolos y dejándolos de lado) y con una actitud crítica hacia lo
estructural del sistema (“por un nuevo Brasil”, están diciendo). La marcha
atrás de las autoridades en los aumentos del pasaje no detuvo las protestas,
que cambiaron rápidamente su enfoque crítico, mostrando la verdadera cara de
los disgustos y disconformidades reprimidas. La brutal represión de una policía
militarizada, que es una de las rémoras intactas de la feroz dictadura de la
cual nadie quiere hablar, ha desencadenado algunos casos de violencia que dejan
hasta hoy un saldo de dos muertos, cientos de heridos y pérdidas materiales
considerables. El gobierno de Dilma Rousseff ha reaccionado mostrándose
dispuesto a tener en cuenta las protestas, a dialogar con los manifestantes y a
utilizar el dinero del petróleo para utilizarlo en seguridad social, así como
en a llegar a acuerdos con las autoridades locales (estatales y municipales).
Nadie puede prever en el momento que se escriben estas líneas hacia dónde irán
estos acontecimientos.
Las explosiones sociales
Pero esto que sucede en Brasil parece ser parte de eventos que vienen hace
algunos años recorriendo el planeta en todas direcciones. Desde 2010, una serie
de alzamientos populares recorrió (y aún persiste) toda la zona de África del
Norte y el Medio Oriente. Los medios corporativos de Occidente se apresuraron a
bautizar estos hechos como la “primavera árabe” y configuraron la matriz de opinión
de que su origen estuvo en la búsqueda de esos pueblos de “democracia” y
“derechos humanos”. Unas causas absolutamente fuera de contexto ya el concepto
de “democracia” que pregonan es el de la democracia representativa de partidos,
específicamente europeo y absolutamente ajeno a las culturas islámicas, tanto
como el de “derechos humanos”. Matriz de opinión interesada, que daría apoyo al
ataque a Libia y posteriormente al actual a Siria, justificando la injerencia
guerrerista de la geoestrategia de las naciones centrales, principalmente los
Estados Unidos. Estos alzamientos populares han continuado dándose luego en
otros lugares del planeta, siendo ahora el brasilero el último de una serie que
no parece tender a detenerse.
Si uno los analiza en profundidad, descubre que cada uno de los
movimientos de rebelión que los medios masivos consignan con bastante ligereza,
obedece a factores específicos de la sociedad en la cual se dan (factores que
solo se hacen transparentes luego del estallido), de allí lo sesgado de esa
matriz de opinión de la “primavera árabe”, que los engloba rápidamente como
producto de una causa común.
Sin embargo, lo que sí parece ser cierto es que todas estas explosiones
sociales (y las anteriores en nuestra historia) tienen características comunes
que podemos establecer. Todas parecen comenzar a partir de una protesta contra
una causa absolutamente local y muchas veces de aspecto insignificante. El
movimiento estudiantil de mayo de 1968, que estuvo a punto de derribar el
gobierno de Francia, comenzó con una protesta sobre las condiciones del comedor
universitario de Nanterre, el Caracazo de 1989 en Venezuela, que está
considerado como el detonante del proceso de la Revolución Bolivariana, se
inició por la protesta frente a un aumento de pasaje público en una de las
ciudades periféricas de Caracas, las imparables protestas actuales en Turquía
comenzaron resistiendo un decreto que pretendía convertir un parque público en
un centro comercial, y así parece suceder en casi todos los casos. Es como si
una mínima protesta específica fuera la chispa que incendiara todo el pastizal
reseco.
Una vez ocurrida la explosión, ella produce el desconcierto de los
factores políticos tanto de la derecha como de la izquierda. Las derechas
manejan inmediatamente (con lo cual justifican toda represión) las teorías de
la subversión, de las conspiraciones de la izquierda, del caos, o buscan
rápidamente chivos expiatorios y otros
despropósitos. Las izquierdas tradicionales se apresuran a criticar estas
explosiones porque no responden a sus teorías políticas de cambio social, se
las tacha de “espontáneas” o “espontaneístas”, se las acusa de no tener una
vanguardia que las guíe o una organización que les garantice el triunfo. Pero
lo cierto es que contra toda teoría política y sin partidos organizados, las
explosiones sociales se producen y a veces tienen consecuencias desmesuradas.
Nuestro compañero, amigo y colaborador
en Río Grande del Sur escribiendo en un primer artículo sobre el tema de las protestas en Brasil,
decía que ellas tienen una inspiración libertaria. Estamos de acuerdo, si
alguna inspiración tienen es libertaria. Cuando analizamos todas esas
explosiones descubrimos allí la más pura manifestación de autogestión. La gente
se autoorganiza, genera en la marcha de las manifestaciones sus propios
objetivos, su propia estrategia, sus propias acciones, se hace protagonista de
su propio poder. No necesita de organizaciones porque va creando su propia
estructura de combate en el proceso del hacer colectivo.
En un estudio comenzado en 1938 y completado en 1965 llamado Anatomía de
la Revolución , el sociólogo e historiador norteamericano Crane Brinton
investigó en forma comparada cuatro procesos revolucionarios históricos y
descubrió parámetros comunes entre ellos. Uno de esos parámetros es que las
revoluciones parecen iniciarse siempre a partir de uno de estos estallidos
sociales “espontáneos” generados por las gentes comunes y no por las
organizaciones políticas. Sin embargo, si bien toda revolución parece iniciarse
a partir de un estallido social, no todo estallido social precede a una
revolución. Es como si fuera necesario que las condiciones estuvieran “maduras”
para que cuaje la revolución a partir del primer detonante de la gente
protestando en la calle, tomando la Bastilla, o desobedeciendo el orden
establecido. Esto sucedió con un proceso social del que participamos en nuestra
juventud. El movimiento estudiantil que en 1968 atravesó el planeta, no logró
convertirse en un proceso revolucionario. Los poderes constituidos, con métodos
que fueron desde recurrir a la figura señera de De Gaulle para restituir el
“orden” en Francia, hasta la masacre de la Plaza de las Tres Culturas en
México, pasando por todo tipo de represión intermedia, lograron frustrar los vientos
de cambio que ese movimiento traía, “las condiciones no estaban dadas” para
decirlo en términos de alguna izquierda convencional.
La crisis civilizatoria
Lo cierto es que esta sucesión de explosiones sociales parece ser un
síntoma. Y sospechamos que es un síntoma más, que apoya nuestra hipótesis de
que la sociedad global está viviendo una grave crisis de civilización. Lo
venimos analizando desde hace tiempo, el estudio de las distintas facetas de la
crisis que el
sistema-mundo viene atravesando parece indicar finalmente que estamos en
medio del proceso que Arnold Toynbee, en el Estudio de la Historia definiera como la “desintegración de una
civilización”.
La crisis económica indetenible que comenzara en 2006 con la burbuja hipotecaria
en EEUU y que hasta hoy sigue deteriorando progresivamente la economía de los
países centrales de la cual no es necesario hablar mucho porque el tema es
moneda común cotidiana, la crisis política que determina una nueva
reconfiguración del poder en el mundo a partir de la aparición en la escena
internacional de los países emergentes y el fracaso del intento de unipolaridad
hegemónica; y que se trasluce también por el colapso del sistema de “democracia
representativa y partidista” que naciera con el Iluminismo y la Revolución
Francesa en el Siglo XVII . Colapso que se manifiesta en los países centrales
por el absoluto aislamiento de las clases políticas respecto a sus pueblos, y
que en nuestra Latinoamérica produjo a partir del ocaso de los partidos tradicionales
la posibilidad del ejercicio del voto para elegir a outsiders, como Hugo
Chávez, Rafael Correa o Evo Morales, convertidos en los conductores de procesos
de cambio en toda la región. La crisis cultural, expresada a través de la
pérdida de los valores asociados a la sociedad burguesa tradicional hija del
humanismo, y su sustitución por los antivalores del individualismo, el afán de
posesiones materiales y el lucro, el predominio de los más fuertes, la
indiferencia ante la injusticia social, o el consumo sustituyendo la calidad de
vida. Crisis cultural articulada además por la crisis del conocimiento, frente
a una ciencia que privatizada y aplastada por el peso del desarrollo de la
tecnología, no ha logrado en el último medio siglo proseguir haciendo lo que la
hiciera exitosa desde el Renacimiento, la producción de conocimiento nuevo.
Igualmente sucede en el terreno del Arte, esta actividad humana, imprescindible
en toda sociedad, que ha llegado al extremo –luego de un prolongado período de
decadencia– de que hoy no tiene ningún rol social importante. Se ha convertido
en el refugio de algunos exquisitos, o en una forma de inversión financiera.
Y finalmente la crisis ecológica. En los últimos años se vienen
produciendo cambios en el sistema climático que alteran continuidades y
regularidades registradas desde por lo menos hace dos siglos, que parecen estar
potenciadas por la civilización industrial que genera desde hace casi dos
siglos un subproducto del uso de maquinarias y factorías, que es la contaminación
industrial. A esa contaminación producida directamente por el proceso de
producción (hollín, ácidos, CO2 y otros elementos física y químicamente
agresivos liberados a la atmósfera) se
agrega progresivamente la acumulación de desechos no biodegradables (no
posibles de reabsorber por la naturaleza) resultado de un sistema productivo
basado en el consumo creciente de bienes y servicios desechables. El otro
subproducto de los modos de producción de nuestra sociedad de consumo que
potencia la crisis ecológica es el progresivo agotamiento de los recursos
finitos del planeta. Ya desde los años setenta los dos primeros estudios que
realizara el MIT para el Club de Roma
(hoy muy cuestionado políticamente) mostraron la inevitabilidad de la
finitud inminente a corto plazo de las materias primas y recursos básicos que
utiliza nuestra civilización. Se está haciendo evidente además la escasez de
recursos mucho más vitales, como los alimentos y el agua. Ya el hambre
constituye un sistema global de devastación crónica.
Todas estas facetas (no son las únicas, existen otras más) definen una
realidad fundamental: vivimos un proceso de descomposición social tan profundo,
que insisto en calificarlo como de desintegración de nuestra civilización. Dice
Toynbee que en este último ciclo de la vida de las civilizaciones, los Imperios
(que son la forma política final de este proceso) sólo conservan el recurso de
la fuerza. El colapso civilizatorio sucede cuando las grandes mayorías dejan de
creer en la “propuesta espiritual” que hiciera una minoría creativa y alrededor
de la cual creció la civilización. Cuando eso sucede, la minoría creativa se
convierte en minoría dominante e intenta con la fuerza mantener lo que había
logrado por la convicción. La historia dice repetidamente que está condenada al
fracaso, el mero recurso de la fuerza no sirve como factor cohesionador de una
sociedad. Es necesario que sus miembros crean y participen en sus supuestos
comunes, para que una sociedad siga manteniéndose como una unidad colectiva coherente.
Por eso nos atrevemos a insinuar que estos estallidos sociales son también
síntoma del colapso. Es como que los jóvenes (que en todos los casos son la
columna central de estas protestas) han dejado de creer en los supuestos
comunes que recibieran de las generaciones anteriores. Estos supuestos comunes
han dejado de ser válidos y legítimos en la medida que han sido
sistemáticamente traicionados y usados para engañar a los pueblos, y las nuevas
generaciones rechazan el intento de que se los impongan. Están creando así la
matriz del futuro, echando las raíces para la creación de una nueva propuesta
civilizatoria, que sustituya a la hoy decadente e ineficaz de nuestra ya vieja
Civilización Occidental y Cristiana.
miguelguaglianone@gmail.com
Publicación Barómetro
24-06-13
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