Desde
Panamá
20/Septiembre/2014
CIEN
AÑOS DEL CANAL DE PANAMÁ: SITUACIÓN Y PERSPECTIVAS
Por Olmedo Beluche
Hace
cien años, cuando el vapor Ancón realizó el cruce inaugural del Canal de
Panamá, el país era muy diferente al actual y, sin embargo, en lo esencial no
ha habido muchos cambios. Parece contradictorio, pero según Hegel, la
contradicción es la esencia de las cosas.
Panamá
era un país recién creado, en 1914. Rural tanto productiva como
demográficamente, con una significativa parte de su población acabada de llegar
como zapadores del canal. Con un gobierno atenazado entre la voluntad soberana de
un presidente (Belisario Porras) que quería fundar una institucionalidad
auténticamente nacional y la constante intromisión de las autoridades de la Zona
del Canal, garantes del protectorado (colonia) en la que nos habíamos
convertido gracias a la separación de Colombia tutelada por el imperialismo
norteamericano y el subsecuente Tratado Hay Bunau Varilla.
Era
un país dislocado. Por un lado, el principal recurso económico, la posición
geográfica y su derivado el canal, controlado por una potencia extranjera para
su beneficio económico, político y militar; por otro lado, el resto del país,
el “interior” (que empezaba cruzando el límite de “ la Zona ”) desarticulado
económica, cultural y administrativamente de ese recurso del cual no recibía
más que algunas migajas muy indirectas (los salarios de los empleados de la vía
acuática que se gastaban “del lado de acá”).
Para
estudiar el caso de Panamá, Guillermo Castro recurre al concepto de
“civilizaciones hidráulicas” de Wittfogel, las cuales se caracterizan por el
manejo del recurso agua (para la agricultura en gran escala, como las antiguas
civilizaciones egipcia, mesopotámica, azteca, etc.), combinando desarrollos
tecnológicos con una administración despótica de ese recurso. En el caso
panameño, el recurso agua (principalmente del río Chagres) fue estructurado en
una civilización hidráulica puesta al servicio del transporte intermarítimo,
mediante una forma de gestión autoritaria con la forma de enclave colonial
impuesta por el ejército de los Estados Unidos de América. Esa forma de gestión
del recurso y de organización social, se ha descrito en Panamá bajo el concepto
de “transitismo” (Castro, 2007).
Por
“transitismo”, categoría creada por Alfredo Castillero C., se entiende el
monopolio del tránsito por una potencia extranjera, que supedita al resto del
país a los intereses de esa zona de
tránsito como proveedor de recursos naturales y mano de obra barata,
sacrificando el “desarrollo” económico del conjunto. Canal que puede subsistir
sin el país, y país que no puede existir sin el canal, a decir de Guillermo
Castro.
Ese
dislocamiento entre una zona de tránsito hipertrofiada respecto a un “interior”
subdesarrollado, esa desigualdad social y económica, constituyó el combustible
de los movimientos sociales del siglo XX, de las grandes conmociones políticas
y de las demandas por soberanía y la exigencia de acabar con el enclave
colonial de “la zona”. Por supuesto, en esa lucha las clases populares pusieron
el sacrificio y el heroísmo, del cual el 9 de Enero del 64 es la mejor
expresión, pero la clase dominante de los especuladores y comerciantes ha
pretendido cosechar los beneficios.
Esa
lucha popular por la soberanía cuajó en los Tratados Torrijos Carter de 1977,
que es la base a partir de la cual se estructura la relación del canal con el
país, y del país con Estados Unidos en la actualidad. Lo diferente respecto a
hace cien años es la desaparición del enclave de la Zona del Canal y sus bases
militares, la integración del territorio bajo “una sola bandera”, el aporte
creciente de la vía acuática a la economía nacional.
Pero
en el sentido descrito, cien años después el transitismo sigue siendo la forma
específica de la formación social panameña. Eso no ha cambiado, pese a que nos
hemos convertido en un país urbano en 80 a 90%, con más de la mitad de la
población concentrada en área metropolitana (zona de tránsito), con una pujante
economía capitalista dependiente, con el mayor crecimiento económico de América
Latina en la última década, fundamentada en el comercio y los servicios
financieros y comerciales, donde la agricultura representa apenas el 3% del
PIB.
La
diferencia estriba en que la administración despótica (antidemocrática) del
recurso agua, a la que se refiere Guillermo Castro, ya no está en manos
directas del enclave colonial norteamericano, el cual sigue controlando y
fiscalizando por vías más sutiles (como los acuerdos de seguridad), y formalmente
ha pasado a manos de la clase social criolla de comerciantes, especuladores
inmobiliarias y financieros, tataranietos de aquellos comerciantes y
especuladores que avalaron el Tratado Hay Bunau Varilla.
En
la base de la sociedad ya no prevalece una mayoría de pequeños productores del
campo que practican una agricultura de subsistencia, acompañada de unos pocos
artesanos urbanos junto a una masa de asalariados de origen extranjero. Los
asalariados se han convertido en la clase absolutamente mayoritaria, en una
simbiosis étnica entre los inmigrantes antillanos e interioranos que huyen de
la decadencia del campo.
Transitismo y su
fundamento jurídico actual
La
base jurídica sobre la que se estructura la nueva relación del canal con el
resto del país está, primero en el propio Tratado Torrijos Carter de 1977, que
permite la tutela solapada del imperialismo norteamericano a través de varios
mecanismos, de los cuales el más importante es el llamado Pacto de Neutralidad,
el cual, mediante sus enmiendas, establece el “derecho” de intervención militar
norteamericana cuando, a su juicio unilateral se encuentre en peligro el “libre
tránsito”. Pacto que nos coloca, como reconoció el general Omar Torrijos, “bajo
el paraguas del Pentágono”.
El
otro fundamento jurídico de la nueva relación del canal con el país es el
Título XIV de la Constitución Política de la República de Panamá, “Sobre el
Canal de Panamá”, introducido mediante reforma constitucional por la vía de dos
asambleas legislativas en el año 1994, es decir, sin verdadero debate público
ni referéndum.
El
Título XIV crea la Autoridad del Canal de Panamá (ACP) que, de manera privativa
administra el canal, sus actividades conexas y su cuenca hidrográfica (art.
316); establece su presupuesto de financiamiento anual que “no formará parte
del Presupuesto General del Estado” (art. 320), es decir, como una “zona
aparte”; en un “régimen laboral especial” (en que no se cumple el Código de
Trabajo), que entre otras cosas prohíbe las huelgas (art. 322). Todas estas funciones
son dirigidas por una Junta Directiva, que es la que nombra al Administrador y
al Subadministrador.
El
artículo 318 define la composición de la Junta Directiva de la ACP por once
personas, nombradas así: un director que la preside, con calidad de ministro de
estado nombrado por el Presidente de la República ; un director nombrado por la
Asamblea Nacional ; nueve directores nombrados por el Presidente de la
República , con acuerdo del Consejo de Gabinete y ratificados por el Órgano
Legislativo, nombrados en grupos de 3 cada 3 años. Es decir, la Junta Directiva
está compuesta por personas que han sido nombradas por el rejuego político de
presidentes y partidos.
¿Algún
miembro de la Junta Directiva es nombrado por los representantes del movimiento
obrero organizado? No. ¿Alguno ha sido designado por los profesionales
organizados en la Sociedad Panameña de Ingenieros y Arquitectos (SPIA)? No.
¿Alguno por las universidades? No. Alguno representa a nuestras comunidades
campesinas e indígenas? Tampoco. ¿Cuántos panameños conocen a los integrantes
de la Junta Directiva de la ACP? Casi nadie.
Una
consulta a la web de la ACP muestra que, de los once miembros de la Junta
Directiva de la ACP en 2014, ocho han sido nombrados por el presidente Ricardo
Martinelli y tres por el ex presidente Martin Torrijos. Todos, salvo uno, son
empresarios altamente conocidos vinculados al negocio de construcción e
inmobiliario. El concepto empresario se queda corto, porque en realidad ellos
pertenecen a la elite de los negocios del país.
Algunos
sectores han empezado a plantear que es necesario modificar tanto la
Constitución Política como la Ley Orgánica que crea la Autoridad del Canal para
que el pueblo panameño, quien puso el pecho a las balas del imperialismo
norteamericano en luchas como la del 9 de Enero de 1964, pueda disponer de su administración, su Junta Directiva, su
presupuesto, bajo la custodia real de la nación y sus representantes.
El cuestionado
proyecto de ampliación del canal
En
2006, la Junta Directiva de la ACP, encabezada por el entonces administrador
Alberto Alemán Zubieta, el gobierno del presidente Martín Torrijos y la mayor
parte de los partidos con representación en la Asamblea Nacional , propusieron
al país iniciar la construcción del tercer juego de esclusas que había sido
considerado por los norteamericanos desde la década del 40 y que había sido
dejado de lado. Se presentó un proyecto con un costo aproximado de B/.5.200
millones, que debía inaugurarse justo al cumplirse los cien años de funcionamiento
del canal. El objetivo expresado era el de dar cabida en el canal a los buques
postpanamax a la vez que acelerar el tránsito creciente del comercio mundial
por el Istmo.
En
seguida la sociedad panameña se escindió en un gran debate respecto a si era
oportuna o no la propuesta de ampliación del canal, como se ha llamado a la
construcción del tercer juego de esclusas. Como el tema se sometió a
referéndum, obedeciendo lo establecido por la Constitución Política de 1972, la
opinión pública se polarizó en dos bloques: el Frente por el Sí y el Frente por
el NO.
El
Frente por el No, compuesto por organizaciones como Frenadeso, Fuerza Política
Alternativa y el Movimiento Popular Unificado, se opuso al proyecto de
ampliación presentado señalando: 1. Que era un proyecto sostenido sobre
argumentos falsos, como que el canal estaba "obsoleto"; 2. Tenía
debilidades en sus proyecciones financieras y los costos terminarían siendo
superiores a los proyectados; 3. Que se desviaban recursos multimillonarios que
deberían usarse para saldar la deuda social con el pueblo panameño, que sí
luchó por la soberanía.
El
resultado del referendo fue ambiguo aunque fue interpretado por el gobierno y
las autoridades como un aval a la ampliación, pues se abstuvo de votar el 70% de
los electores y, de los que votaron, el 40% lo hizo por el NO.
En
2009, cuando la ACP adjudicó la obra al consorcio "Grupo Unidos por el
Canal" (GUPC), compuesto por cuatro empresas, surgieron nuevas críticas
que fueron desechadas por la ACP y el gobierno. Principalmente se señaló que
Sacyr, la empresa española líder del consorcio GUPC, era una empresa que ya
estaba tocada por la crisis inmobiliaria española y que existía un conflicto de
intereses porque la empresa panameña CUSA (parte de GUPC) pertenece a la
familia del entonces administrador Alberto Alemán Zubieta.
La
obra se desarrolló con aparente normalidad hasta que Sacyr anunciara que el 20
de enero de 2014 se cumpliría el plazo impuesto por GUPC para suspender las
obras de la ampliación del Canal de Panamá si la ACP no se comprometía a
pagarles 1.600 millones de dólares de sobrecostos, equivalentes al 50% de lo
pactado originalmente. Según el nuevo administrador del canal, Jorge Quijano el
problema de Sacyr es que se encontraba "sin flujo de caja", "sin
liquidez", es decir, descapitalizada.
Esto
dio paso a una nueva ola de cuestionamientos: ¿Cómo era posible Si la ACP le ha
adelantado 2.831 millones de dólares de los 3.118 millones pactados en el
contrato de 2009? GUPC había recibido a enero de 2014, el 76.4% de los fondos
comprometidos, pero sólo había garantizado el 65% de las obras en la nuevas
esclusas. Aún así, GUPC debía a subcontratistas, al menos, 238 millones de
dólares.
La
crisis se saldó provisionalmente con un acuerdo cuyas partes medulares
permanecen en secreto, al igual que el contrato original y sus adendas. De lo
que el público conoce, a parte de que la ACP debió adelantar algunos millones
más para saldar la crisis de liquidez del consorcio, queda claro que GUPC no ha
renunciado a recurrir a tribunales internacionales en demanda de sus pretendidos
sobrecostos.
La soberanía sí se
come
Pese
a todas las controversias respecto a las formas más sutiles, pero no menos
efectivas, de la tutela del imperialismo norteamericano sobre el país; pese a
todos los debates que ha generado la forma administrativa que ha adoptado la
ACP en el título XIV de la Constitución y en la ley orgánica; pese a las
diferencias respecto al tema de la ampliación del canal; en lo que sí hay
acuerdo entre los panameños y panameñas de todos los espectros es en los
efectos positivos de la reversión del canal sobre el conjunto del país y su
economía. Se han acallado las voces reaccionarias que se oponían a la retirada
de los norteamericanos alegando que “la soberanía no se come”, pues se ha
demostrado lo contrario.
Al
momento de conmemorarse el primer siglo de funcionamiento del Canal de Panamá
el país vive bajo el signo de un boom económico sustentado, por un lado, en la
especulación inmobiliaria, por otro, en el alto endeudamiento público para
financiar grandes obras públicas, como la propia ampliación del canal o la
construcción del metro y la mejora del sistema vial. Esta prosperidad relativa,
encuentra gran parte de su fundamento en la reversión del canal en el año 2000
al estado panameño. El canal, en particular a partir de 2007 ha entregado miles
de millones al erario que han servido para catapultar las inversiones públicas,
a la vez que, aunque no se lo reconozca expresamente, sirve de garante en
última instancia (de prenda) al rápido crecimiento del endeudamiento estatal.
Desde
la reversión del canal en el año 2000 hasta 2013, su administración ha
entregado entre aportes directos e indirectos más de B/. 7000 millones, sobre
los 6000 millones desde 2007, cuando inició el proyecto de ampliación. Compárese esa cifra con los 1.877 millones de
dólares aportados por el canal entre 1913 y 2000 cuando su administración
estaba bajo custodia del gobierno de Estados Unidos de América (ACP, 2013:
67-68).
La
relación desigual impuesta por el enclave colonial era todavía peor, ya que la
mayor parte los mil ochocientos dólares que entraron al erario panameño fueron
posteriores a la firma de los Tratados Torrijos Carter de 1977. Entre 1914 y
1970 Panamá sólo había recibido de las operaciones del canal 67 millones de
dólares, mientras que la armada de los Estados Unidos, gracias a los peajes no
pagados, obtuvo ahorros superiores a los 20000 millones de dólares (Beluche,
1994: 16-17).
Tan
sólo en 2013, el aporte representó 981,8 millones de balboas, representando el
6% del PIB. De ese total, B/. 610,5 millones corresponden a excedentes de
operación y B/. 371,2 millones corresponden a derechos por toneladas netas.
Otros aportes indirectos (que incluyen salarios, impuestos y compras, entre
otros rubros) suman otros B/. 1.755,1 millones ese año (ACP, 2013: 69).
Según
la propia ACP, al momento de conmemorarse el centenario del Canal de Panamá,
laboran en la vía 10.098 trabajadores (98% panameños). La ampliación genera
otros 32.000 empleos directos e indirectos. La ACP declara poseer activos por
B/. 9.429 millones, que generaron ingresos en 2013 por B/. 2.411,3 millones
contra gastos de operación de B/. 733,8 millones para generar una utilidad neta
de B/. 1.213 millones (50 centavos por cada balboa de ingreso) (ACP, 2013:
69-74).
Perspectivas
El
problema de fondo, en este momento preciso de nuestra historia, es que la
administración de la Autoridad del Canal de Panamá, y de la burguesía panameña,
se resisten a una integración de la vía acuática que resuelva los
desequilibrios sociales y ambientales que hemos heredado del enclave
norteamericano. De hecho la ACP sigue funcionando como un enclave, sin soldados
norteamericanos, y el transitismo sigue siendo el mal que agobia la producción
de los medios de vida, y la vida misma, del pueblo panameño.
El
agua entre los mares, de Guillermo Castro Herrera, da cuenta de cómo la
política de la ACP y sus decisiones al margen de la sociedad panameña, es la
que ha inaugurado a partir de los años 90 la resistencia de las comunidades
campesinas panameñas y los sectores populares contra las formas de apropiación
de la naturaleza, los ríos, los embalses e hidroeléctricas puestos en función
de intereses oligárquicos, extranjeros y del transitismo. Esa creciente
conflictividad social, generada por la persistencia del esquema transistista,
amenaza la existencia misma del tránsito interoceánico, nos advierte G. Castro.
De
ahí la necesidad urgente de que los sectores sociales emergentes, movimiento
obreros y populares, construyamos una nueva propuesta de país en el que la zona
de tránsito y el canal estén en función del desarrollo sostenible de la
colectividad panameña. Desde nuestro punto de vista, esa propuesta tiene
forzosamente que expresarse como proyecto político alternativo, popular,
antioligárquico y antineoliberal.
Para
hacer realidad lo sostenido por Federico Engels, citado en uno de los epígrafes
del libro: “Sólo una organización consciente de la producción social, en la
que se
produzca y distribuya con arreglo a un plan, podrá elevar a los hombres, en el campo de las relaciones
sociales, sobre el resto del mundo animal en la misma medida que la producción
en general lo ha hecho con arreglo a la especie humana. Y el desarrollo
histórico hace que semejante organización sea cada día más inexcusable y, al
mismo tiempo, más posible” (Engels, 1961: 16-17).
La
crisis que padece la sociedad humana en el siglo XXI, más que una crisis
ambiental es una crisis social, que sólo puede resolverse por la vía política,
que transforme la relaciones sociales capitalistas imperantes para que,
transformando a la sociedad, pueda salvar a la naturaleza, superando la
irracionalidad de la producción basada en la búsqueda desmedida la ganancia,
dando lugar a formas más armoniosas de relación entre el sistema social y el
sistema natural.
Referencias
- Autoridad del canal de Panamá-ACP. Informe anual 2013. http:www.micanaldepanama.com/nosotros/sobre-la-acp/rendicion-de-cuentas/presupuesto-y-proyectos/informes-anuales/
- Beluche, Olmedo. Diez años de luchas políticas y sociales en Panamá (1980-1990). Impresos Tavial, S.A. Panamá, 1994.
- Castro H. Guillermo. El agua entre los mares. Editorial Ciudad del Saber. Panamá, octubre de 2007.
- Engels, Federico. Dialéctica de la naturaleza. Editorial Grijalbo, S.A. México, D.F. 1961.
- Pérez Morales, Carlos. El Canal de Panamá: Geopolítica y hegemonía de Estados Unidos hacia Panamá a partir de los Tratados Torrijos-Carter. Editorial Universitaria “Carlos Manuel Gasteazoro”. Panamá, 2011.
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