Desde Barómetro Internacional
Fecha: 22 / Febrero / 2015
Las urnas abiertas de América
Latina
Por Gerardo Szalkowicz*
El torbellino de elecciones presidenciales que hubo este año en la región
marca un claro continuismo (cinco gobiernos reelectos) y ratifica la hegemonía
de los proyectos populares y progresistas. Además, se mantienen la inercia del
movimiento popular y el retroceso en el proceso de integración que arrancó hace
una década. Apuntes críticos y balance continental de lo que deja el 2014 en las
urnas y más allá.
“Nuestros sueños no caben en sus urnas”. La célebre consigna popular,
masificada en los años de rotundas abstenciones, votos-bronca y desprestigio de
las clases dirigentes, ya suena con un dejo de nostalgia. El cambio de época
que vive Nuestra América, con partida de nacimiento pongámosle a fines del ´98
con la victoria de Hugo Chávez, que tuvo su clímax y gran envión con el
entierro al ALCA en 2005 y que siguió con la irrupción de un variopinto de
gobiernos populares y progresistas, vino de la mano de una recomposición de la
institucionalidad tradicional y su mecanismo electoral representativo. Salvo
algunas excepciones -sobre todo donde todavía comanda el neoliberalismo puro y
duro-, las mayorías latinoamericanas volvieron a las urnas alentadas por las
innegables mejoras sociales, ya sean tibias y parciales en la mayoría de los
casos o con perspectivas transformadoras como en Venezuela y Bolivia.
¿Cómo queda el mapa geopolítico en América Latina y el Caribe tras las
siete elecciones presidenciales y otras tantas parlamentarias que hubo en el
año? ¿Hacia dónde va el proceso de integración huérfano de Chávez y con el
avance de la “restauración conservadora”? ¿Qué pasó con la efervescencia
popular que copaba las calles y tumbaba gobiernos a principios de siglo?
El tetra del PT y el tri del Frente Amplio
Por su gigantesco tamaño, sus más de 200 millones de habitantes, por ser
la mayor economía del continente y por su devenir como potencia emergente,
Brasil es el actor clave en el escenario regional. La magnitud de las
elecciones de octubre trascendía largamente sus fronteras. Dilma consiguió la
reelección y el PT se enrumba hacia su cuarto mandato. En un sentido, el
triunfo en el balotaje frente al socialdemócrata Aécio Neves significa un alivio.
Pero también una señal de alerta. La brecha se achicó y mucho: de los más de 20
puntos de ventaja que sacó Lula en 2002 y 2006 y los 12 en la anterior elección
de Dilma, ahora se ganó apenas por tres.
Es verdad que la carroña mediática puso esta vez toda la carne en el
asador, pero no menos cierto es el desencanto de buena parte de la población
brasileña ante la falta de solución a problemas estructurales (vivienda,
transporte público) y la poca audacia para impulsar cambios de fondo. Aun
habiendo sacado de la pobreza a 40 millones de personas y reducido el desempleo
a cifras históricas, el modelo económico sigue ponderando el agronegocio y la
tan mentada reforma agraria no deja de ser una quimera.
Así y todo, los movimientos populares bancaron la parada y le impregnaron
cierta legitimidad por izquierda a la candidatura de Dilma ante el cuco del
retorno neoliberal. Y la figura de Lula, poniéndose el equipo al hombro,
también fue determinante. Varios desafíos aparecen en el horizonte inmediato
del gobierno petista: los principales, cumplir la promesa de la reforma
política a través de un plebiscito constituyente e impulsar una ley de medios
que revierta la monopolización actual. Como sea, el PT deberá reinventarse,
rescatar sus orígenes y apostar al protagonismo popular si no quiere
profundizar su debacle y terminar como la verdeamarela en el Mundial. Las
recientes designaciones de ministros con perfil neoliberal no son una buena
señal.
Similar escenario vive el Uruguay, con la polarización entre un bloque de
centroizquierda y otro ultraliberal. También allí el primero sigue ganando la
pulseada. Por una ventaja histórica, el Frente Amplio volvió a derrotar a
blancos y colorados y arriba a su tercer gobierno. Sin embargo, la vuelta de
Tabaré Vázquez al centro de la escena vaticina un futuro de políticas aún más
moderadas. El ex presidente representa a los sectores más conservadores de la
coalición gubernamental, de hecho no acompañó los avances más progresivos de la
gestión del Pepe Mujica: la despenalización del aborto, el matrimonio
igualitario y la legalización de la marihuana.
En los comicios, además, el FA logró conservar la mayoría parlamentaria y
la derecha perdió el plebiscito que buscaba bajar la edad de imputabilidad. Se
consolida así la hegemonía de un proyecto con ciertas políticas redistributivas
pero que tampoco apuesta a subvertir el patrón de acumulación.
Evo-lución
La elección más cantada y contundente se dio en Bolivia. La paliza de Evo
Morales fue una burla a los agoreros del desgaste en el poder: tras nueve años
en el Palacio Quemado, logró el 61% de los votos vapuleando por más de 37
puntos al empresario Samuel Doria Medina. Además de llegar a su tercer mandato,
el MAS consiguió mantener los dos tercios para la mayoría parlamentaria.
Pero quizá el dato más significativo fue el triunfo de Evo en ocho de los
nueve departamentos, logrando hacer pie en buena parte de la otrora Media Luna
secesionista. En palabras del vice Álvaro García Linera, “se logró integrar al
oriente boliviano y unificar el país, gracias a la derrota política e
ideológica de un núcleo político empresarial ultraconservador, racista y
fascista”. Por si acaso, aclaró: “Por supuesto, somos un Gobierno socialista,
de izquierdas y dirigido por indígenas. Pero tenemos la voluntad de mejorar la
vida de todos”.
Un gran espaldarazo a este histórico líder sindical que no terminó la
secundaria y que en 2006 se convirtió en el primer presidente indígena. Pero
sobre todo, el apoyo a un proceso que provocó una inédita metamorfosis: de país
emblema del colonialismo y la miseria a Estado Plurinacional que nacionaliza
los sectores estratégicos, aplica una fuerte redistribución y empodera a las
grandes mayorías indígenas.
Claro que esta voluntad “integradora” que menciona el vice mucho tiene que
ver con el impulso a un modelo de desarrollo que incluye importantes avances en
infraestructura y tecnología (carreteras, red de teleféricos, el satélite Túpac
Katari) pero que también contiene aspectos con tintes contradictorios
(conflicto en el TIPNIS, ley de minería) que ponen en tensión los enfoques
occidentales con las cosmovisiones arraigadas en la Pachamama y el Buen Vivir.
Santos recargado
Otro que logró la reelección en 2014 fue el presidente colombiano. Cuesta
creer que el Juan Manuel Santos modelo 2008, comandando el bombardeo que
aniquilaba a 22 guerrilleros en Sucumbíos como ministro de Defensa de Álvaro
Uribe -violando la soberanía ecuatoriana-, sea el mismo que se impuso este año
ante el candidato uribista con apoyo de buena parte de la izquierda, y que
tiene altas chances de quedar en la memoria histórica como el presidente que
logró poner fin al conflicto armado más largo de la región.
Con el pragmatismo como rasgo principal, Santos desplegó una constante
búsqueda por sacarse la mochila de su antecesor y desmarcarse de esa impronta
guerrerista y entrelazada con el narcoparamilitarismo. Forjó así su fuerza
propia con un perfil más moderado bajo la fachada de la Tercera Vía como
sustento ideológico. Pero su carta central tiene que ver con los Diálogos de
Paz con las FARC y el inminente inicio con el ELN. Ese es el asunto transversal
de su apuesta política. Y gracias a venderse como “el candidato de la paz”
conquistó la reelección imantando apoyos de todo el arco político, en una elección
que rondó el 60% de abstención.
Aun así, vale aclarar que su proyecto económico marca la continuidad
neoliberal y que en materia internacional -al margen de un mejor espíritu
diplomático- mantiene el carnal vínculo con Estados Unidos, siendo principal
motor de la Alianza del Pacífico, el bloque de gobiernos alineados al Norte.
De todas formas, la etapa política en el país está marcada a fuego por la
posibilidad de clausurar una guerra que lleva más de medio siglo y ya se cobró
más de seis millones de víctimas. Ese es el principal desafío de Santos y por
lo que lo juzgará la historia, más allá de si Colombia en 2018 siga siendo uno
de los países más desiguales del planeta.
Centroamérica: cambios y continuidades
La subregión centroamericana, histórico bastión político y militar yanqui,
también viene experimentando una bocanada de aire fresco desde el retorno al
gobierno del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) en Nicaragua en
2007 y el triunfo del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN)
en El Salvador en 2009, aun teniendo ambas experiencias un perfil aggiornado,
lejos de sus orígenes revolucionarios. También aportaron una luz de esperanza
los tres años y medio que duró Mel Zelaya en Honduras hasta que el golpe en
2009 abortó un proceso que se corría hacia la izquierda (hoy, el partido LIBRE
se consolida como segunda fuerza).
Tres procesos electorales se dieron en 2014 en el istmo centroamericano.
Por apenas siete mil votos, Salvador Sánchez Cerén logró la relección del FMLN
en El Salvador. A diferencia de su antecesor Mauricio Funes, un periodista sin
pasado en la organización, Sánchez Cerén proviene del propio riñón del FMLN y
hasta fue uno de los máximos comandantes de la guerrilla durante el conflicto
armado que vivió el país entre 1980 y 1992. Sin embargo, los meses que lleva en
el gobierno marcan más continuidad que profundización, con políticas sociales
activas y cierta retórica latinoamericanista pero sosteniendo una firme alianza
con Estados Unidos y con los vecinos reaccionarios de Guatemala y Honduras.
En Costa Rica, el dato central fue el fin del bipartidismo que reinó
durante más de cinco décadas. El historiador y académico Luis Guillermo Solís
llevó por primera vez al poder al Partido de Acción de Ciudadana (PAC) y, con
un discurso renovador, logró destronar a su ex partido (el PLN) luego de una
gestión ultraneoliberal de Laura Chinchilla. En pocas palabras, Costa Rica
experimenta un corrimiento desde la extrema derecha hacia el centro.
Otro sillón presidencial que cambió de color (pero no de rumbo) fue el de
Panamá. El empresario y miembro del Opus Dei Juan Carlos Varela le ganó la
pulseada a José Arias, delfín del exmandatario proestadounidense Ricardo
Martinelli. La elección confirmó el lugar de retaguardia que ocupa el país en
la etapa de cambios que vive la región: los tres primeros candidatos, todos de
derecha, concentraron el 98% de los votos. El ínfimo atisbo de oxígeno lo
aportó el debut del Frente Amplio por la Democracia (FAD) que, si bien no llegó
al 1%, se convirtió en la primera apuesta electoral panameña impulsada por
movimientos sociales, sindicales e indígenas.
Balance y destino nuestroamericano
Echando una mirada global, a todas luces fue un año de revalidación de las
fuerzas progresistas y de derrota para las tropas más retrógradas del espectro
político regional. Sin embargo, el panorama electoral no refleja la profundidad
de la realidad: mientras los primeros parecen haber pasado a la defensiva, se
percibe una paulatina recomposición de las derechas autóctonas, que adoptaron
la estrategia de fabricar líderes jóvenes y marketineros con perfiles más
moderados y discursos desideologizados, buscando reactualizarse y desmarcarse
de su responsabilidad en los malos viejos tiempos. Y -por si fuera poco- aún
cuentan con el poderío económico, la gran artillería mediática y la bendición
norteamericana.
Al mismo tiempo, el proceso latinoamericanista que parió el ALBA, la
Unasur y la Celac pareciera haber entrado en una especie de amesetamiento y
pérdida de entusiasmo. Con la ausencia de Chávez, su líder y motor, ningún
mandatario intentó agarrar el guante, casi todos abocados a resolver los
incendios y disputas locales.
Trascartón, la irrupción plebeya y los movimientos populares que
protagonizaron la escena a comienzos de siglo resistiendo al colapso neoliberal
quedaron atrapados en la encrucijada del cambio de etapa. En su gran mayoría,
sufrieron la cooptación y/o institucionalización o perdieron potencia,
capacidad organizativa y fuerza en las calles. Mayor vitalidad registran en
algunos países con gobiernos conservadores, como las organizaciones campesinas
e indígenas en Colombia, los estudiantes en Chile o la oleada de protestas que
generó en México el caso Ayotzinapa.
Para concluir, bien vale desmenuzar la generalidad de los gobiernos pos
neoliberales y diferenciar entre el proyecto de relegitimación capitalista “con
rostro humano” encarnado en los gobiernos neodesarrollistas y el proyecto de
ruptura sistémica que aún se mantiene latente en el horizonte en Venezuela y
Bolivia.
La doctora en filosofía Isabel Rauber hecha luz sobre este dilema: “La
disyuntiva es clara: convierten a sus gobiernos en herramientas políticas para
impulsar procesos populares revolucionarios de cambios raizales o se limitan a
hacer un `buen gobierno´ conservador, reciclador del sistema (…) mantenerse en
los cauces fijados por el poder y cambiar ´algo` cuidando que ´nada` cambie o
colocarse en la senda de las revoluciones democrático culturales e impulsarlas.
Esta opción revolucionaria está marcada por un factor político clave: la
participación protagónica de los pueblos (…) Se puede ser `la izquierda´ del
sistema capitalista y gobernar para reflotarlo. Pero como lo ejemplifican
Bolivia y Venezuela, se puede optar por otro carril e impulsar procesos
revolucionarios de cambios sociales, creando y construyendo día a día avances
de la civilización superadora del capitalismo”.
entoncesque666@gmail.com
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