Desde Argentina
27/Enero/2013
ONCE AÑOS
Gustavo Roble
Hace 11 años el pueblo, harto
de la agresión de las políticas neoliberales, explotó de ira y salió a las
calles desafiando el estado de sitio decretado por el entonces presidente
Fernando De La Rúa, un impresentable personaje de la UCR que sólo dos años
antes había ganado las elecciones por amplio margen y con el 48% de los votos
positivos. El engendro político que llevó a ese individuo al sillón de
Rivadavia fue la Alianza.
La consigna popular característica
de aquella época fue el “Que se vayan todos”. Pues bien, no sólo no se fue casi
nadie (más allá de don Fernando y su helicóptero), sino que casi todos los
responsables de la ira popular se quedaron y hoy muchos cumplen funciones en la
institucionalidad del Estado Burgués argentino. Por empezar, la hoy presidenta
era senadora en aquella época. El entonces vicepresidente renunciado, Chacho
Álvarez, es hoy un “delegado” del gobierno en distintas organizaciones de
integración de los países de Latinoamérica: fue presidente del Mercosur
encargado por Néstor Kirchner, y hoy lo es del ALADI. El corrupto Amado Boudou
andaba correteando por el Anses por esos días. La ministra Nilda Garré, era
viceministra del Interior en el 2001, por lo que le cabe más específicamente la
responsabilidad de la represión que asesinó 39 seres humanos en las jornadas
del 19 y 20 de diciembre.
Abal Medina, hoy jefe de
gabinete, era en aquel entonces director ejecutivo del Instituto Nacional de la
Administración Pública. Julio De Vido fue parte del gobierno santacruceño
durante todo el periodo kirchnerista, del 91 al 2003; en Santa Cruz, en el
2001, también se gritaba el “que se vayan todos”. Aníbal “baulito” Fernandez,
hoy senador, era ministro de trabajo de la pcia de Buenos Aires del gobierno
del fascista Ruckauf. Abel Fatala, subsecretario de obras públicas, estaba en
el mismo cargo en la CABA. Gustavo López, hoy subsecretario general de la
presidencia de la nación, un ex sushi que fue interventor del Comfer en aquella
época. La petardista Diana Conti, hoy diputada-felpudo del kirchnerismo,
subsecretaria de DDHH de De La Rúa. La lista por supuesto sigue, incluso con
gobernadores e intendentes municipales que lucen orgullosos su impunidad: nadie
ha pagado el costo del desastre, más que el pueblo argentino. Es decir, SE
QUEDARON TODOS.
El gran problema de todo esto
es que la estructura desigual de la sociedad no ha cambiado. Muchas de las
consignas de aquellas heroicas jornadas clamaban por un cambio en ese sentido.
La institucionalidad del Estado Burgués se puso en jaque. La desobediencia
civil era el denominador común, y las autoridades tenían tan frágil
legitimación que poco podían hacer para contenerla. Y al cuestionar las
privatizaciones y sobre todo a los bancos y el sistema financiero en general,
lo que en realidad se cuestionaba -de manera inconsciente, lamentablemente- era
la esencia misma del sistema capitalista. Sin embargo, al no existir una
herramienta revolucionaria que pudiera dirigir toda esa bronca popular hacia un
horizonte de cambio social profundo, las expectativas que algunos teníamos se
diluyeron rápidamente.
Y para recomponer la
institucionalidad burguesa, como siempre lo ha hecho, llegó el peronismo, con
Duhalde primero, y sobre todo con los Kirchner después y hasta ahora, quienes
le hicieron el trabajo sucio a las corporaciones para que sigan teniendo las
tasas de ganancia que no sólo les aseguran sus privilegios, si no que perpetúan
la desigualdad intrínsenca que caracteriza al capitalismo. Hoy se sigue pagando
una Deuda que se ha comprobado como ilegal, ilegítima y fraudulenta, se sigue
dependiendo del financiamiento y las inversiones extranjeros, los bancos
privados y extranjeros -saqueadores legales de entonces y de ahora- son columna
fundamental y beneficiarios del “modelo”, se permite y se fomenta el saqueo de
nuestras riquezas, la mayoría de los servicios públicos están privatizados, la
diferencia entre los que más ganan y los que menos tienen es abismal, los
salarios de los trabajadores están lejos de la canasta familiar, el trabajo en
negro abarca al 40% de la fuerza laboral del país, el 80% los jubilados cobran
una miseria menor a la tercera parte de la canasta familiar, la inflación sigue
trasladando recursos de los bolsillos de los asalariados hacia los de los
patrones, se sigue pagando un IVA del 21% en el marco de una política
impositiva regresiva, se fomenta la concentración de la tierra para lo cual se
desalojan de las suyas a campesinos pobres y pueblos originarios y se
criminaliza la protesta social.
Sin embargo, algo queda de
aquellos días, como una llama encendida: si bien el nivel de conciencia popular
no dio para “dar vuelta la tortilla”, la impronta de la lucha quedó firme. Y
hoy, ante el menor reclamo, cualquier sector de la población sale a la calle y
arma un piquete. Es por todo lo antedicho que la tarea de la hora para las
organizaciones de izquierda no es, como hacen algunos vergonzantemente,
constituirse en furgones de cola de esta burguesía mamporrera de los
monopolios, haciéndose cómplices de los que intentan apagar las llamas todavía
vivas de la rebelión. Y mucho menos de los que quieren engañarnos haciéndonos
ver que hay “corpos” malas y corpos buenas. En realidad, nunca lo es: la
obligación de todos los que luchamos por una sociedad sin miseria ni
explotación es jamás quedarnos detrás de las aspiraciones populares, bregar
para lograr una herramienta revolucionaria que se legitime ante las masas y que
permita concretar nuestros sueños de un mundo justo de verdad. Si no lo
hacemos, es que no hemos aprendido nada.
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