Desde EEUU
10/Octubre/2013
El verdadero problema
fronterizo de Norteamérica
Harold
Meyerson
La ley de
reforma de la inmigración con probabilidades de ser aprobada esta semana en el
Senado recogerá algunos votos más si el gobierno se compromete a construir una
valla más extensa. Gracias a una enmienda de los republicanos, los operarios
levantarán 700 millas [más de 1.000 kilómetros] de vallado a lo largo de la
frontera mexicano-norteamericana.
Pero si vamos
a levantar una valla, ¿es ahí donde debería ir? Si somos aprensivos respecto a
nuestros vecinos, ¿son estos los vecinos — y es ése el sur — que realmente le
plantea los problemas más difíciles a los Estados Unidos?
Por ahora,
hasta la profesión de los economistas reconoce que nuestra apertura al mundo en
desarrollo — llamémoslo el Sur Global —
ha tenido su papel en la depresión de la renta de los trabajadores
norteamericanos. Y deprimidos están: el sueldo por hora ha caído un 3,8% en el
primer cuatrimestre de 2013, el mayor desplome desde que el gobierno comenzó a
medirlo en 1947. El aumento de los beneficios y la caída de los salarios que
definen nuestra “recuperación” no parece que vayan a desaparecer.
Pero, ¿en qué
medida se origina este problema en el Sur Global y en qué medida en el Sur
norteamericano? Los Estados Unidos tenían dos sistemas laborales, regionales,
distintos. Cada uno de ellos ha mutado múltiples veces, pero a lo largo de la
historia norteamericana, uno ha sido el del Norte y el otro el del Sur, y sus
diferencias han estado, hasta hace poco, clara., En el sistema del Norte, los
trabajadores tienen más derechos e ingresos más elevados. En Dixie, tienen
menos derechos e ingresos más bajos.
El modelo
económico del Sur siguió siendo notablemente diferenciado aun cuando la
esclavitud y luego el sistema de aparceros fueran relegados al basurero de la
historia. Durante la época del New Deal, fueron los senadores y representantes
del Sur los que insistieron en excluir a los trabajadores agrícolas y
domésticos – sobre todo afroamericanos – de la nueva legislación sobre salario
mínimo. Una década más tarde, fueron los senadores y representantes del Sur, en
coalición con los republicanos del Norte, los que aprobaron la Ley
Taft-Hartley, que, como ha demostrado documentalmente Rich Yeselson en la
edición de verano de 2013 de la revista Democracy, permitía los estados impedir
que los trabajadores se sindicaran al volver prohibitivamente caras las
campañas organizativas. Poco después, fueron los estados del Sur, a los que se
sumaron los del Oeste montañoso, los que se sirvieron de esta opción aprobando
las llamadas “leyes de derecho al trabajo” [disposiciones antisindicales].
Apuntalaba
todo esto el virulento racismo del sistema de poder del Sur blanco. Su
antisindicalismo hundía sus raíces más en la antipatía derechista por los
derechos de los trabajadores; lo sostenía también el temor a que los sindicatos
industriales realizaran la integración racial y se convirtieran en vehículos de
poder afroamericano, como sucedió en el Norte. Hoy en día, hace ya mucho que
desaparecieron las leyes de Jim Crow [segregacionistas], pero la supresión de
los derechos e ingresos de los trabajadores del Sur - sin que importe su raza- continúa.
Sin embargo,
en años recientes, el sistema laboral del Sur ha empezado a desplazarse hacia
el Norte. A medida que Wal-Mart iba pasando en su evolución de ser una cadena
barata de los Ozarks [región montañosa del Medio Oeste] a convertirse en el
patrono más grande del país en el sector privado, ha ido llevando sus bajos
salarios cotidianos y su feroz antisindicalismo a cada uno de sus
establecimientos. Mientras tanto, la transformación del Partido Republicano en
una organización con base y dominio del Sur blanco ha vuelto más antisindicales
a los republicanos del Norte. Desde que, por ejemplo, los republicanos
derechistas se apoderaron del control de Indiana y Michigan en las elecciones
de 2010, ambos estados han aprobado leyes sobre “derecho al trabajo”.
Pero el Sur
sigue siendo el corazón de la América del trabajo barato. En los informes de
población publicados el pasado septiembre, el Sur sigue siendo la región con la
renta media más baja y las tasas más elevadas de pobreza y carencia de seguro
médico. También es la meca de las corporaciones globales que buscan mano de
obra sumisa y barata. De modo parecido a cómo los empresarios británicos de
confección de ropa favorecieron en buena medida al Sur durante la Guerra Civil
debido a su dependencia del algodón recogido y procesado por el trabajo esclavo
del Sur, así una panoplia de fabricantes europeos y japoneses — entre ellos
Volkswagen, BMW y Nissan — han abierto fábricas carentes de sindicatos y con
bajos salarios en el Sur, aunque trabajen en armonía con las organizaciones
sindicales en sus respectivos países. Cuando se trata de barrios míseros, las
empresas siguen yéndose al Sur.
Con una
población hispana en rápida expansión, el Sur puede experimentar bien pronto un
cambio político de los que hacen época, tal como documentan mis colegas del
American Prospect en el último número de la revista. Sus gobiernos de
reaccionarios republicanos blancos en los estados pueden dejar paso a otros que
reflejen coaliciones más liberales de negros, blancos e hispanos. No obstante,
mientras no llegue ese día, si el gobierno federal quiere construir una valla
que mantenga a salvo a los Estados Unidos de los peligros de bajos salarios y
la pobreza y otros males concomitantes — y de la chifladura de toda laya del
Sur blanco derechista — debería levantar esa valla entre Norfolk [Virginia] y
Dallas [Tejas]. Nada malo hay en las vallas, siempre que se coloquen en el
lugar correcto.
Harold
Meyerson es un veterano y reconocido periodista estadounidense, director
ejecutivo de la revista The American Prospect y columnista de The Washington
Post.
Traducción
pro: Lucas Antón
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