Desde DF,
México
12/Diciembre/2014
Por Una Salida Democrática A La
Crisis Política.
Por
Guillermo Almeyra
El Estado
mexicano no es más que un semi-Estado en descomposición acelerada. En efecto,
ha sufrido mucho más que otros Estados de países dependientes las consecuencias
de la política del gran capital en el desarrollo de la mundialización. Es
decir, la pérdida de soberanía en el establecimiento de su política financiera,
monetaria, militar, jurídica, alimentaria, rural, demográfica y del control del
territorio nacional. Los acuerdos internacionales subordinan el presupuesto y
la moneda nacional a Estados Unidos y a los servicios de la deuda externa. La
compra del armamento se realiza en Estados Unidos, las fuerzas armadas están
supervisadas por Estados Unidos mediante observadores in situ, los procesos
electorales son controlados por Washington al igual que la justicia, el campo
fue colocado al servicio de las necesidades estacionales de los importadores
del Norte y la soberanía alimentaria fue liquidada mediante el Tratado de Libre
Comercio Norteamericano con el resultado del despoblamiento de las regiones
rurales a la opción a la población joven entre la desocupación disfrazada de
empleo informal, la emigración clandestina abandonada a sí misma o la
delincuencia y, finalmente, el ejército de Estados Unidos declara oficialmente
que controla todo el territorio hasta Centroamérica y manda técnicos militares
y policiales a México para intervenir en lo que titula “defensa del orden”.
A eso se agrega
la ilegitimidad y la ilegalidad del personal gobernante. El fraude descarado le
robó la victoria electoral en 1988 a Cuauhtémoc Cárdenas; los asesinatos
masivos crearon las condiciones para imponer un nuevo gobierno del PRI-PAN que
no cumplió con su firma en los Acuerdos de San Andrés y pasó el testimonio al
PAN, que en el 2006 volvió a robarle la elección presidencial a Andrés Manuel
López Obrador, militarizó y ensangrentó al país y en el 2012 devolvió el
gobierno a su aliado priísta para que eliminase por completo en el plano
jurídico, político, económico y social las conquistas de la Revolución mexicana
que aún subsistían.
El resultado
es un aparato estatal sin los atributos de un Estado independiente, coludido
con la parte más sangrienta e inescrupulosa del capital- el narco tráfico y la
delincuencia organizada-, carente de consenso y dependiente por completo de la
represión y los asesinatos para mantener el gobierno de una oligarquía reducida
de socios del gran capital financiero internacional.
El presidente
nacido del fraude carece de consenso y depende de las fuerzas represivas en las
que un sector todavía sano y antientreguista ve con creciente preocupación los
lazos con el narcotráfico del otro sector y del gobierno y teme las
consecuencias posibles de un estallido social preanunciado por la protesta por
las matanzas de Atlatlaya y Ayotzinapa que abarca cada vez más regiones,
sectores sociales y países del mundo.
Esa protesta
democrática inicialmente exigía castigo a los culpables y gritaba sólo “¡Vivos
los llevaron, vivos los queremos!”. Ese reclamo justo y lógico deja en manos
del Estado criminal la reparación de los crímenes que el mismo comete y no
modifica un sistema que descansa sobre la violencia y la delincuencia y el
acuerdo con los narco-lavadores de dinero, los narco-políticos, los
narco-policías o militares. Ahora, en cambio, las últimas manifestaciones
estudiantiles elevan el tiro repudiando el crimen de Estado y exigiendo la
renuncia de Peña Nieto, conscientes de que es necesario un cambio político.
Pero esa exigencia, sin proponer una alternativa, implica un salto al vacío y
no puede convencer a la mayoría de la población que, aunque horrorizada por la
represión, teme un cambio, sigue siendo pasiva y conservadora y no hace en las
grandes empresas ni siquiera paros simbólicos solidarios.
Porque el
problema es quién reemplazaría al presidente títere del gran capital en el caso
de que se lo derribase, qué se podría hacer contra las fuerzas represivas y
contra la violencia del narcotráfico y cuál podría ser la salía democrática y
constitucional a esta situación de ilegalidad generalizada.
En esta tensa
situación social desgraciadamente hay grupos que no han aprendido nada de la
historia nacional y sudamericana y alientan veleidades guerrilleras llevados
por el mesianismo, la impaciencia, la inconsciencia y, algunos, alentados por
la provocación. Una aventura de grupos armados desligados del pueblo sólo
serviría al gobierno para hacer abortar el crecimiento de la protesta y de la
conciencia popular.
En cambio es
necesaria la resistencia civil organizada y generalizada que lleve a un paro
cívico nacional y prepare una huelga general nacional
obrero-campesina-estudiantil. En Bolivia, el pueblo en la calle expulsó al
presidente Sánchez de Lozada e impuso un gobierno de transición que llamó a
elecciones generales y a una Asamblea Constituyente. Es constitucional el
derecho de resistencia a la tiranía y el derecho a una Constituyente que cambie
el país y sus instituciones. Es posible imponer esta salida y la constitución
de un gobierno técnico transitorio compuesto por pocas personalidades
intachables que cierre el Congreso, reorganice el Estado y organice elecciones
generales y una Asamblea Constituyente con delegados elegidos en asambleas populares.
La generalización de las policías comunitarias y grupos populares de
autodefensa apoyados en grandes movilizaciones tendría un fuerte efecto en los
mejores sectores de las fuerzas armadas, como sucedió en los países árabes, y
el control popular reduciría la acción de los narcos. La Asamblea Constituyente
restituiría la propiedad nacional de los recursos naturales privatizados,
castigaría la corrupción y la delincuencia, anularía las leyes y medidas
antisindicales y antiobreras, daría plena vigencia a los derechos democráticos
y podría resolver planes concentrados de apoyo a los campesinos y de creación
de empleos para reducir la emigración y las bases del narcotráfico. Esperar en
cambio que el desgaste de Peña Nieto y de los organismos estatales de mediación
y contención (PRI, PAN, PRD y otros partidos paleros) pueda facilitar próximas
elecciones generales limpias y un eventual triunfo de MORENA es utópico,
desmoviliza la protesta y da tiempo y margen de maniobra a los criminales de
Estado. Un cambio sólo es posible si se movilizan amplias masas por un programa
común inmediato y una alternativa democrática posible.
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