Desde EEUU
11/Enero/2015
Surfistas Sin Olas: ¿Ha Muerto
Ahogada La Socialdemocracia?
Neal
Lawson
¿Está ya
muerta la socialdemocracia y, como el proverbial pollo sin cabeza, damos
instintivamente vueltas al patio antes de derrumbarnos definitivamente? Si está
viva la socialdemocracia, resulta difícil saber cómo o por qué. Examinemos las
pruebas.
No hay ningún
partido socialdemócrata a la cabeza en ninguna parte del mundo. Desde luego,
hay partidos en el gobierno – como es el caso en Dinamarca, Suecia, Alemania y
Francia, por sí mismos o formando parte de una coalición – pero esto sucede por
accidente o tiende a ser resultado de los fallos de la derecha. Y en el poder,
los socialdemócratas tienden a seguir las medidas de austeridad o de austeridad
light. Ningún partido socialdemócrata posee un conjunto de ideas intelectuales
y organizativas dotado de contundencia y seguridad que impulse un proyecto político alternativo. El
futuro parece increíblemente sombrío. ¿Por qué?
No es difícil
descubrir las razones. La socialdemocracia es una creación del siglo XIX que
logró algunos éxitos en el siglo XX, pero está irremediablemente mal preparada
para el XXI. Esto se debe a que han desaparecido todas las fuerzas que antaño
hicieron fuertes a los socialdemócratas. La experiencia colectiva de la guerra,
la existencia de una clase trabajadora unificada, organizada y aparentemente en
crecimiento, la inquietante presencia de la Unión Soviética – una amenazadora
alternativa al libre mercado que obligaba a grandes concesiones a los patronos
que temían que se produjeran revoluciones en Occidente – todo ello se combinaba
para garantizar que el capitalismo llegara temporalmente a compromisos
históricos con los partidos socialdemócratas.
A toro pasado,
esta ‘época dorada’ debería contemplarse como una incidencia pasajera, pero los
socialdemócratas han seguido confundiéndola con la norma. Agravan luego este
error con efectos demoledores. Al haber perdido sus fuentes externas de poder,
se centran casi enteramente en elegir a los ‘líderes adecuados’ que, creen
ellos, restablecerán la ‘era dorada’ desde arriba. Se trata de una política
tecnocrática carente de movimientos, de toda comprensión del contexto histórico
o de la geopolítica que configura las acciones cotidianas tanto de los
políticos como de la gente. Los socialdemócratas son surfistas sin olas.
Pero el tiempo
no se ha quedado quieto. Los respaldos de la socialdemocracia en el siglo XX no
sólo se han evaporado sino que han sido reemplazados por otras fuerzas
hostiles. La globalización y la individualización actúan como tenazas que
restringen aún más las posibilidades de cualquier renovación socialdemócrata.
La globalización – la fuga del capital y la presión a la baja sobre los
impuestos y regulaciones que fomenta – señala la sentencia de muerte del
socialismo en un solo país. Entretanto, el individualismo y la cultura del
turboconsumo hacen difícil la solidaridad social, por decir lo mínimo. En un
mundo así, no solo hemos perdido, afortunadamente, el sentido de deferencia que
hizo posible buena parte de la socialdemocracia paternalista sino que la buena
vida se ha convertido en algo que ha de adquirir el consumidor solitario y no
creado colectivamente por los ciudadanos. La inacabable formación y reforma de
nuestras identidades por medio de un consumo competitivo destruye el tejido
social mismo en el que tiene que enraizarse la socialdemocracia. Pareciera que
hoy en día no hay alternativa. .
La breve
mejora de la suerte electoral de los socialdemócratas a mediados de los años 90
en torno a la Tercera Vía, el nuevo centro y el “clintonismo” se consiguieron a
costa de una mayor erosión de una base electoral a la que cada vez se ignoraba
más. En la errada creencia de que no se podía ir a ningún otro sitio, su apoyo
central se trocó por unos valores y una dependencia centrales de un
disfuncional capitalismo financiarizado, lo cual acabó siendo espectacularmente
contraproducente en 2008, pillándose los socialdemócratas los dedos en la caja
neoliberal.
Esta crisis
existencial de la socialdemocracia encuentra su expresión última en la crisis
continuada del capitalismo. Si la meta histórica de la socialdemocracia
consiste en humanizar el capitalismo, entonces la forma en que se han utilizado
las finanzas públicas para rescatar a los bancos a expensas de aquellos que son
víctimas del capitalismo demuestra la insuficiencia de la posición
socialdemócrata.
Allí donde la
crisis ha golpeado con más dureza, han caído los socialdemócratas más abajo y
más rápido. Hoy en día apenas existe el PASOK en Grecia. Al PSOE le va mal en
España y le ha superado Podemos en las encuestas, ¡un partido que tiene menos
de un año de vida! En Escocia, el laborismo se enfrenta a su substitución por
los nacionalistas. En todos los demás lugares, los socialdemócratas forcejean
mientras barren Europa el populismo y el ánimo antipolítico.
Todo esto
resulta evidente. Pero los socialdemócratas parecen incapaces de hacer otra
cosa que no sea encogerse de hombros y volver a las mismas ortodoxias. Se dan
contra los bordes de los límites fiscales y regulatorios, pero nunca rompen con
las constricciones del neoliberalismo. Actúan como si continuaran existiendo
las mismas divisiones de clase, siguen dando por hecho su núcleo de votantes y
se comportan como si el planeta no fuera finito. Rivalizan por llegar al poder,
por empujar palancas que llevan mucho tiempo oxidadas y detenidas. El bagaje
del pasado parece demasiado pesado para desprenderse de él. Adoptan la
definición de Einstein de estupidez: hacer lo mismo una y otra vez y esperar un
resultado distinto.
Así pues, ¿qué
hay que hacer? Los socialdemócratas van a tener que ser valientes – valientes
de verdad – o arrostrar la irrelevancia en el mejor de los casos, o la
extinción en el peor. Hay tres retos clave.
El primer reto
consiste en redefinir el significado de la buena sociedad. La socialdemocracia
lleva centrada demasiado tiempo en lo material. Si, queremos una mayor
igualdad, pero ¿significa eso cada vez más consumo en una carrera en la que no
se puede vencer? Si el televisor de plasma de los trabajadores no puede ser lo
bastante grande, entonces el capitalismo siempre gana. Sencillamente, la cinta
del consumo competitivo socava cualquier esperanza de solidaridad social lo
mismo que destroza el medio ambiente. En lugar de más cosas que no sabíamos que
queríamos, pagadas con dinero que no tenemos, para impresionar a gente que no
conocemos, los socialdemócratas van a tener que hablar más de otras cosas: más
tiempo, más espacio público, aire limpio, comunidad y autonomía. Esto sugiere
una política de límites al horario laboral, de democracia y propiedad en el
puesto de trabajo, de renta básica y estrictos controles sobre las emisiones de
carbono..
El segundo
reto consiste en un desplazamiento radical en términos de internacionalismo. Si
el capitalismo ha rebasado la nación, entonces la socialdemocracia no tiene
otra opción que hacer lo propio. Tiene que regular y controlar los mercados
allí donde dañen a la gente o el planeta. Sí, esto resulta difícil y, sí, significa
entregar soberanía. Pero el poder es vacuo si se blande a escala nacional
cuando las decisiones económicas se toman en otros países y en otros
continentes. Esta política se iniciaría a escala europea en torno a cuestiones
como un salario mínimo en todo el continente y la armonización de los tipos
impositivos empresariales.
El tercer
desafío es cultural. Los socialdemócratas van a tener que dejarlo correr. No
hay lugar para vanguardias elegidas, que hacen cosas por la gente y para sí
mismos. Los socialdemócratas van a tener que descubrir su nueva ubicación como
una de las fuentes tan solo de empoderamiento para los ciudadanos. En lugar de
mover palancas políticas, la tarea consiste en crear plataformas para que la
gente pueda cambiar las cosas colectivamente por sí misma. Se trata de un papel
más humilde, pero esencial y enteramente posible en la sociedad en red en la
que Internet se ha convertido en el nexo principal de la cultura humana. Los
partidos tienen que abrirse y desplegarse. Tienen que verse a sí mismos como
parte tan solo de alianzas mucho más amplias en favor del cambio, no como
depósito único de todo el saber y la acción. Los partidos van a tener que
volverse verdaderamente democráticos, restringiendo el poder y creando
programas de colaboración en asuntos como energía, préstamos y nuevos medios de
comunicación.
Estos desafíos
son inmensos y la escala de la transformación enorme. Pensemos en el súbito
hundimiento de Kodak y el ascenso de Instagram. ¿Se puede hacer frente a estos
retos? Sencillamente, no lo sabemos. Lo que no debemos es subestimar nuestra
capacidad de cambio. El declive no es inevitable. La energía está ahí, pero los
socialdemócratas van a tener que descubrir nuevas formas de aprovecharla. Todo
depende de las decisiones políticas que tomemos. Se puede construir una nueva
alianza política entre los pobres en recursos y sus alter egos pobres en
tiempo. Pero el reloj sigue su tic-tac y estamos advertidos. .
Neal Lawson
(1963) es presidente de Compass, un grupo de presión progresista, y miembro de
la consultora de comunicación Jericho Chambers. También pertenece a la junta de
organizaciones como UK Feminista y We own it!. En los años 80 trabajó como
investigador de los sindicatos y fue asesor de Gordon Brown. Colaborador regular
del diario The Guardian y el semanario The New Statesman, es director de
colaboraciones en la revista socialdemócrata Renewal y miembro asociado del
Instituto Bauman de la Universidad de Leeds. Entre sus libros se cuentan título
como Dare More Democracy, The Advertising Effect (con Zoe Gannon) y All
Consuming, este último sobre los efectos sociales destructivos del consumismo.
Traducción
para www.sinpermiso.info: Lucas Antón
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