Desde Argentina
Fecha:
05/Marzo/2016
La
Revolución Como Alegoría
El Gobierno De Mauricio Macri Y El Escenario Que Se Abre
En La Argentina
Por
Florencia Prego
A casi dos meses de
haber asumido, una concatenación de medidas y acciones comienzan a mostrar los
intereses que representa el nuevo gobierno de Mauricio Macri. La victoria del
PRO es todo un desafío: por primera vez un partido de derecha, melange entre lo
conservador y lo liberal, gana las elecciones con fuerza electoral propia. Y lo
hace al unísono, también como novedad, tanto a nivel nacional, como en la
Provincia de Buenos Aires y en la Ciudad de Buenos Aires desplazando a actores
de la política tradicional, con la concentración de poder y recursos que eso
implica.
En el siglo XX el
modus operandi de acceso al poder de la derecha se alternaba entre el fraude y
los golpes de Estado y su participación directa o indirecta en los mismos. Casi
un siglo después de ese período infame la conformación de este partido
sustanciado por expertos y tecnócratas, y miembros de ONGs y CEOs de
multinacionales, se hace del poder en nuestro país a través de las urnas. Lo
singular radica en que no solo desplaza al peronismo del poder, sino que lo
hace en un contexto de cierta estabilidad económica y social, sin grandes
alteraciones ni conflictos sociales.
Con un gabinete
(tanto en Nación, como en provincia y ciudad) integrado por los CEOs de las
principales multinacionales (Techint, Shell, JP Morgan, General Motors,
Monsanto por mencionar solo algunos) hacen una apuesta sin parangón en nuestra
historia y en la de Nuestra América. Podríamos exceptuar los casos de Piñera en
Chile, de Fox en México y de Uribe en Colombia, aunque así y todo su presencia
fue más solapada o indirecta en comparación con la propuesta del actual partido
de gobierno. De esta forma se inaugura en nuestro país una etapa signada por el
neo gerencialismo sustanciado en un novedoso (o reformulado) ciclo político.
Política
Internacional: de la integración regional a la subordinación imperial
El escenario
nacional es complejo como así también lo es el contexto nuestro americano que
transita de forma cada vez más acelerada el repliegue de los gobiernos pos
neoliberales, siendo la victoria de Macri proclive a agudizar los tiempos
políticos y la correlación de fuerza a nivel regional. Hay expectativa mundial
por lo que sucederá en nuestro país -de un lado y del otro- con este nuevo
gobierno, dado el lugar estratégico que ocupamos en la región con la
posibilidad real de inclinar la balanza.
Otro pilar lo
constituye Brasil, donde el gobierno del PT se encuentra asediado por una
crisis económica que aceleró una crisis política, tanto en la dimensión
institucional como así también al interior del partido de gobierno. Tampoco
podemos dejar de mencionar a la República Bolivariana de Venezuela que ha sido
un faro en el proceso que se desató en la región tras la crisis neoliberal y la
emergencia de los gobiernos populares en Nuestra América, y que viene
enfrentando una guerra económica y mediática impulsada por la derecha local e
internacional, cuyo paroxismo se alcanzó en las elecciones a la Asamblea
Nacional el 6 de diciembre pasado, cuando la oposición integrada en la Mesa de
Unidad Democrática logró obtener las 2/3 de la misma, gozando de mayoría
absoluta.
En relación a la
política regional e internacional, Macri dio claras señales. Antes de asumir,
había anunciado que promovería la suspensión de Venezuela del Mercosur
aplicando la carta democrática por supuesta violación a los derechos humanos y
a las libertades democráticas. Hacía referencia al caso de Leopoldo López,
condendo por la justicia venezolana no solo por promover “guarimbas” a los
efectos de desestabilizar el gobierno, sino por las muertes que las mismas
genaron. Pero la suspensión de Venezuela del Mercosur promueve otra empresa,
que obedece a una reconfiguración de las relaciones geopolíticas y
geoeconómicas que tienen su correlato en la dimensión política e ideológica,
como también simbólica. Macri, al igual
que el presidente Cartes de Paraguay, cree que hay que avanzar en un proceso de
“desideologización” del Mercosur y en ese sentido, la presencia (o no) de
Venezuela, es determinante.
El actual gobierno
no solo pretende volver a las relaciones meramente económicas y comerciales con
los países del bloque, sino que apuesta a ampliar el abánico de relaciones
comerciales bajo otras lógicas, como es la del libre mercado. El guiño a la
Alianza del Pacífico, a los países que la intergran (socios principales de
EEUU) como la promoción de acuerdos comerciales con EEUU y la UE bajo las
viejas formas de relaciones asimétricas, dan cuenta del nuevo rumbo que va
adquiriendo nuestro país en materia de política exterior. Las relaciones
económicas y financieras vuelven a uniteralizarse, esfumando cualquier vestigio
de multilateralidad emergente. La idea de promover e impulsar tratados de libre
comercio, las políticas concretas de apertura de importaciones en detrimento de
la industria nacional, quedó plasmada en una contundente declaración del
presidente Macri: “tenemos que ser el supermercado del mundo”.
Tras 12 años de
ausencia, Mauricio Macri llevó nuevamente a nuestro país al Foro de Davos, para
reunirse con los dueños del mundo. Con una agenda que implicó reuniones con la
derecha internacional más nefasta, como el Primer Ministro británico Cameron y
el ultraderechista Netanyahu, marcó el nuevo rumbo que va a tener la política
de nuestro país en los próximos años. Macri fue a demostrar que Argentina
vuelve a ser un “país confiable y previsible” para las inversiones extranjeras
y abrió la fronteras al gran capital en detrimento de la soberanía nacional.
Una de las medidas anunciadas desde Davos por el Ministro de Hacienda Prat Gay
fue que el FMI volverá a monitorear nuestra economía mientras que, como
contracara de la misma moneda, Macri confirmaba que habría más despidos en el
Estado, que ya se cuentan por miles, y parecen no tener techo.
En síntesis, un
cambio regresivo en materia de integración y la reconfiguración de las
relaciones internacionales que retoman su condición de uniteralidad respecto a
las potencias mundiales, con la desigualdad que eso implica, tendrá efectos no
solo sobre las economías de los países sino que también condicionará la
supervivencia de los procesos políticos que enfrentan simultáneos y múltiples
frentes de tormenta. Esto no se desacopla del complejo contexto internacional y
de la crisis que atraviesa el capitalismo que conllevará a un reajuste de las
medidas macroeconómicas que, complementadas con políticas económicas serviles
respecto al capital financiero internacional, repercutirá negativamente en los
procesos políticos de la región.
Un “cambio” al
pasado
El anuncio del
gabinete del Mauricio Macri simbolizó la recuperación del poder político en
manos de parte de la elite económica, de los poderes de facto tanto nacionales
como trasnacionales. De esta forma, viejos y nuevos nombres reaparecieron en la
escena política, muchos de los cuales fueron parte de los gobiernos
neoliberales que llevaron a nuestro país a la bancarrota. El gabinete que
propuso el presidente de la Nación está integrado por quienes han sido CEO de
las principales multinacionales que operan en nuestro país. Hoy ocupan lugares
estratégicos dentro del gobierno.
Desde su asunción,
Macri anunció una catarata de Decretos de Necesidad y Urgencia (DNU) salteando
al Parlamento, a los efectos de avanzar sobre políticas concretas y
resoluciones sin que sean debatidas ni definidas a nivel parlamentario.
Dos medidas
principales definieron de forma tajante la naturaleza de este gobierno y los
intereses de que van a defender. En primer lugar la devaluación de la moneda
que favorece a los sectores agroexportadores y a las grandes industrias, y que
recae negativamente sobre el poder adquisitivo de los argentinos, dado que en términos
reales significó una pérdida del 40%. Sin embargo, como de traficar sentido se
trata, esta medida de “sinceramiento económico” se reformuló bajo la nominación
“levantamiento del cepo cambiario”. La devaluación de la moneda tiene un doble
efecto: en términos económicos, sobre los ingresos y el poder adquisitivo, y en
términos políticos, donde el mercado le gana la pulseada a la intervención del
Estado.
En segundo lugar,
otras de las medidas económicas centrales fue la quita y/o baja de las
retenciones a los sectores agroexportadores; es decir, la disminución cuando no
eliminación de la carga impositiva. En términos reales, esto tiene un doble
impacto también: disminuyen los ingresos del Estado y maximiza las ganancias de
los sectores agroexportadores, quienes entre la nueva política de retenciones y
la devaluación obtuvieron ganancias de un 100%. Como consecuencia directa, se
disparó la inflación y el precio de los alimentos y de los productos básicos
tuvieron aumentos de hasta un 60%.
En esta dirección,
no podemos dejar de mencionar otra medida anunciada por el gobierno como es la
quita de subsidios a los servicios de luz y gas con sus respectivos aumentos
(hasta un 700% en el caso de la luz), llevando en poco tiempo el costo de vida
a niveles inalcanzables en relación a los ingresos de los trabajadores
asalariados, sin mencionar el impacto que genera sobre los sectores informales
y precarizados, cuando no desocupados.
Estas son algunas
de las “medidas de sinceramiento económico” que había anunciado Macri. Nosotros
preferimos llamarlo por su nombre: ajuste.
Sin embargo esto se
inscribe dentro de un plan mayor, un pilar vertebrador que es necesario
intervenir: el Estado. Desde que asumió la nueva gestión la cifra de
trabajadores estatales despedidos ascendió a casi 20.000. So pretexto de
considerarlos “ñoquis” (vale decir, que cobran sin trabajar), no solo se impulsó un pesquisa ideológica
sobre los trabajadores, sino que además se justificó el achicamiento del Estado.
Una especie de reminiscencia de la década neoliberal de los años noventa, y de
aquellos mecanismos discursivos de deslegitimación del Estado y de legitimación
de las políticas neoliberales que construyeron en función del vaciamiento que
llevaron adelante, momentos en los cuales “achicar el Estado era agrandar la
Nación”.
En vísperas de las
negociaciones paritarias de los trabajadores sindicalizados, el gobierno
amenaza con más despidos en el sector público y fue le mismo Prat Gay quien le
propuso (o impuso) a los gremios la opción “salario o empleo” retomando las
viejas recetas de la ortodoxia neoliberal. Sin embargo, los despidos y
conflictos laborales no son exclusivos del Estado, sino también del sector
privado, donde rondan los 23.000. La apertura de las importaciones en
detrimento del desarrollo de la industria nacional empieza a tener sus efectos
sobre las pequeñas y medianas empresas. A su vez, la inflación y la pérdida del
poder adquisitivo que generan las políticas macroeconómicas del gobierno merman
el consumo y el mercado interno alimentando el círculo vicioso que conllevará
más temprano que tarde a la dilapidación del capital social acumulado.
El gobierno buscará
construir consenso en torno a sus políticas de gobierno cerrando filas “por
arriba”, mientras por abajo acudirá a mecanismos de deslegitimación y
estigmatización de la protesta y de la pobreza en Argentina. En poco tiempo,
las fuerzas de seguridad reprimieron dos protestas de trabajadores y hasta a
una murga que ensayaba en la Villa 1-11-14, y encarcelaron -en connivencia con
el Poder Judicial- a la dirigente política y diputada del Parlasur Milagro
Sala.
Finalmente llegó el
cambio prometido. Un cambio que nos lleva de regreso a un pasado infame que,
con sus diferencias, ya atravesó nuestro país: aquel que privilegia los
intereses de los grupos económicos y los sectores de la alta sociedad y condena
a las mayorías a un derrame que nunca llega.
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Publicación
Barómetro
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