Desde Argentina
Fecha:
20/Abril/2016
La Codicia Como Sinónimo De
Ineptitud
Alberto
Medina Méndez
Cuando se
trabaja con esmero, se pueden lograr brillantes resultados. El corolario de la
tarea bien hecha, de la capacidad de resolver los problemas de la sociedad en
el marco de un mercado competitivo, de satisfacer necesidades de un modo
óptimo, muchas veces permite generar riquezas.
En cambio, en el
ámbito estatal, el único modo de acumular mucho dinero es apelando a la
corrupción. Los salarios en el sector público pueden ser inclusive elevados,
según la posición que se ocupe, pero jamás se comparan con las significativas
ganancias que se pueden lograr en el sector privado.
Sin embargo, en
estos países, en el ranking de hombres más acaudalados, invariablemente
aparecen dirigentes políticos que ostentan fortunas sin ningún pudor. No es
necesario abrir una investigación judicial para darse cuenta de que esos
dineros se han logrado recurriendo a negocios espurios.
Nadie puede
acumular tantos recursos, en un cargo público con su salario formal. A lo sumo,
siendo austero y administrándose muy bien, puede llevar adelante una vida
acomodada pero jamás tan ampulosa como la que se le conocen a tantos personajes
siniestros por estas latitudes.
La mayoría de
los analistas intentan explicar el flagelo de la corrupción enfocándose en sus
causas y consecuencias, pero tal vez valga la pena detenerse un poco en
comprender como funcionan sus protagonistas.
Es posible
entender, aun sin compartir sus criterios, la actitud de algunos que creen que
su llegada a las oficinas públicas se constituye en su gran oportunidad para
hacerse ricos. Ellos toman esa ocasión como la gran chance para salvarse. Saben
que esa circunstancia durará poco tiempo y que si hacen negociados pueden cambiar
su situación actual para siempre.
Es evidente que
no tienen escrúpulo alguno y que les importa muy poco su eventual desprestigio
personal. Algunos apuestan a pasar desapercibidos y que nunca nadie registre
sus andanzas, pero su destreza para el disimulo es invariablemente efímera.
Tarde o temprano terminan desplegando un patrimonio que jamás podrán
justificar.
Indudablemente,
su descredito no los incomoda tanto. En su escala de valores disponer de dinero
es más relevante que su propia honra. Los tiene sin cuidado lo que opine la
sociedad sobre ellos, ni siquiera lo que sus amigos y familiares piensen o la
indigna herencia que le dejarán a sus hijos.
Una arista que
no se analiza con suficiente profundidad es la otra cara de esa actitud
lamentablemente tan cotidiana, de ir por lo ajeno sin pudor alguno, de quedarse
con el fruto del esfuerzo de otros, y hacerlo con el descaro y la impunidad que
tantas veces se ejercita sin recato.
Ese corrupto que
utiliza su poder circunstancial en el Estado, para apropiarse del dinero que no
le corresponde, no solo es un delincuente que infringe leyes y un inmoral por
su ausencia de principios éticos.
Este individuo,
es un incapaz, alguien que no dispone de ninguna habilidad, ni talento, para
generar una riqueza legítima y bien merecida. Su valoración sobre sí mismo es
muy limitada, casi nula. El no se cree apto. Sabe que no podrá desarrollarse
por sus propios medios y el único camino que le queda para lograr su meta
es saquear, sin contemplaciones, a los
ciudadanos.
Ni siquiera
tiene el coraje de los malhechores que le quitan todo a la gente a cara
descubierta. El corrupto es un ser mucho más despreciable aún, porque además de
sus burdas acciones diarias, es un cínico sin límites porque habla de la
corrupción, como si él no fuera parte esencial de ella. Utiliza palabras como
"honestidad" y "transparencia" en su lenguaje habitual, y
lo hace a sabiendas de su real comportamiento, lo que lo convierte en un
personaje mucho más repugnante.
La corrupción es
un fenómeno aberrante, pocas veces combatido con inteligencia. La sociedad
supone que solo se trata de elegir a los honestos, sin comprender el complejo entramado
estructural que ha sido pergeñado por algunos para que cualquier energúmeno
ignorante se aproveche de esas enormes grietas instaladas deliberadamente en el
sistema.
Se podrán
minimizar los hechos como estos, pero no se eliminarán de raíz hasta que no se
logre desmontar el desmesurado tamaño del Estado, la eterna discrecionalidad de
sus decisiones y su sombrío accionar.
En ese contexto,
seguirán desfilando nefastos personajes por la vida política, sin distinción
ideológica ni partidaria. Pero es trascendente entender que los corruptos, no
solo son detestables sujetos que se apoderan de lo impropio con absoluta
hipocresía, delincuentes de guantes blancos que se aprovechan de la gente, sino
también personas que no valen la pena, que no tienen ninguna aptitud y cuya
autoestima está por el suelo.
Ellos han
elegido voluntariamente el camino del mal, el más humillante de los senderos.
Legarán a sus hijos una inmensa fortuna a cambio de que convivan con la pesada
carga de sus apellidos. Su patrimonio es la prueba más irrefutable de su
absoluta impericia. Ellos solo pueden obtener dinero robando. Jamás podrán
ufanarse de haber construido un imperio genuino, ni sentirse orgullosos de su
esfuerzo. Es probable que no tengan remordimientos, ni se arrepientan nunca,
pero la sociedad jamás los respetará, ni les dará reconocimiento. Su codicia es
sinónimo de ineptitud.
albertomedinamendez@gmail.com
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