Desde Argentina
Fecha: 11/Julio/2017
El Anhelado Punto De Inflexión
Alberto Medina
Méndez
Cierta visión intuitiva invita a pensar
que el actual derrotero tiene fecha de vencimiento y que, más tarde o más
temprano, se tocará fondo para iniciar, desde ahí, una nueva era mucho más
auspiciosa y prometedora.
Bajo esa perspectiva, el dilema que
plantea el presente pasa por identificar cuando finalmente ocurrirá ese
instante y que tiempo demandará luego, dar el giro suficiente para iniciar el
camino de la recuperación y el crecimiento.
Existe una presunción de que esa será la
secuencia de los acontecimientos y entonces el debate pasa por saber si esos
hechos deben precipitarse o si es mejor alternativa esperar a que todo se de en
forma pausada y progresiva.
Queda claro que, hasta ahora, algunos
asuntos se han embestido con determinación y se han resuelto de una sola vez,
mientras en otros casos se ha apelado a un esquema mucho más paulatino y
escalonado.
Debe admitirse que no se puede pasar a la
siguiente fase sin abandonar, de algún modo, el presente. La decisión de
postergar soluciones, de ir de a poco, de ser políticamente correcto y
excesivamente prudente no parece ser una receta que pueda exhibir garantías, ni
demasiadas certezas.
Muchos dirigentes, e inclusive ciudadanos,
sostienen que los cambios se deben encarar sin premuras, que todo es muy
complejo y que entonces se debe pisar terreno firme para luego recién hacer las
transformaciones.
Ese razonamiento puede parecer muy
interesante y hasta razonable, pero no necesariamente para todos los asuntos.
Algunas cuestiones merecen un tratamiento más expeditivo, enérgico y diligente.
No hacerlo implica asumir otros riesgos mayores que a veces no se perciben con
suficiente lucidez.
Los que defienden esta modalidad
gradualista sostienen que para avanzar se precisa de cierta sustentabilidad
política y esos consensos son siempre frágiles y de escasa consistencia. En ese
contexto, afirman que hacerlo por etapas es mucho más inteligente y también
recomendable.
El problema es, que en ocasiones, sin
tomar decisiones apropiadas y en el momento exacto, se dilapida la mejor
oportunidad de abordar esos escollos, que no esperarán los ritmos ideales que
muchos suponen.
A estas alturas, nadie puede desconocer
que la marcha general de la economía condiciona fuertemente a la política, e
impacta tanto en el clima social como en los respaldos cívicos que se precisan
para evolucionar.
Es por eso que se puede entender, y hasta
soportar, cierta parsimonia en tópicos puntuales. Sin embargo, otros, requieren
de una celeridad diferente. Es posible que la paciencia ciudadana se agote
rápidamente, y entonces la estrategia del "paso a paso", termina
siendo improcedente e ineficaz.
Los sinceramientos económicos nunca son
agradables. Cierta tendencia a la comodidad y al natural acostumbramiento de
parte de la sociedad, impiden visualizar con claridad la necesidad de poner las
cosas en su lugar.
Hacer lo correcto y lo necesario para que
todo funcione mas armónicamente, siempre tiene ineludibles consecuencias.
Muchas de esas adecuaciones implican pérdidas significativas en el corto plazo.
Es que nadie quiere abandonar la "fiesta", y mucho menos pagarla de
su propio bolsillo.
Es innegable que ciertos sectores de la
política tienen especial interés en que todo salga mal, que esto colapse y la
sociedad pida pronto un retorno a las prácticas del pasado. Pero ellos no
quieren ser "los malos de la película", por eso incentivan con sus
arengas, para que sea la misma sociedad la que llegue pronto al hartazgo y
reclame un rápido regreso al populismo.
Por eso, quienes tienen la responsabilidad
de tomar las decisiones más trascendentes, deben comprender que la paciencia es
finita, que todo tiene su límite, que la complejidad de los problemas no puede
ser la gran excusa, que la voluntad de cambio y de acompañar este periodo no es
inagotable, y entonces se debe entender el trasfondo actuando con mayor prisa.
El explosivo cóctel en el que conviven una
sociedad ansiosa por resultados concretos y un perverso sector de la política
que, sin escrúpulos ha demostrado su inmoralidad, y que está listo para
aprovecharse de cualquier error, es parte de la realidad y no puede ser
ignorado con tanta liviandad.
Claro que hacer las cosas rápidamente no
genera certeza alguna y que implica asumir enormes riesgos. Pero la supuesta
mesura, la ponderada sensatez y el ansiado equilibrio, no aseguran tampoco un
exitoso final.
Ambas posturas implican peligros. Siempre
algo puede salir mal y así desperdiciar una excelente e irrepetible
oportunidad. Pero quedarse paralizado, de brazos cruzados, y apelar al patético
discurso de que nadie estará dispuesto a volver al pasado, es demasiado ingenuo
e imprudente.
Tal vez sea el tiempo de apretar el
acelerador y apurar el tranco, aceptando que no será fácil, ni gratis. Las
decisiones osadas tienen un costo político elevado muchas veces, pero esas
facturas se deben pagar cuando aún se puede hacerlo, porque de lo contrario,
cuando sean inevitables, puede ser demasiado tarde y entonces ya no habrá
margen para lamentarse.
La historia es abundante en ejemplos de
líderes que postergaron decisiones relevantes y que cuando finalmente quisieron
ejecutarlas ya no pudieron y la sociedad, entonces, busco nuevos intérpretes
para salir de ese enredo.
Es importante dar vuelta la página,
abandonar el pasado y emprender el camino hacia un porvenir superador. Pero eso
no sucederá solo con mero voluntarismo, un poco de maquillaje publicitario y
sensibleros discursos.
La tarea pasa ahora por profundizar la
acción, hacer lo necesario sin titubeos, pagar el costo de esas decisiones con
convicción y, luego de ese proceso difícil pero imprescindible, cosechar los
frutos de haber reaccionado a tiempo. Es hora de emprender con determinación el
camino hacia el anhelado punto de inflexión.
albertomedinamendez@gmail.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario