Desde Argentina
Fecha: 11/Julio/2016
El Riesgo De Quedarse A Mitad De
Camino
Alberto
Medina Méndez
El recorrido ha
sido trazado y parece estar suficientemente definido. Más allá de las
eventuales coincidencias o discrepancias que, tanto desde la política como
desde la sociedad se plantean, el actual gobierno parece decidido a transitar
el sendero que ya ha elegido.
Los que no
comparten esa orientación general lo han manifestado expresamente. En muchos de
esos casos se trata de personas que han ocupado puestos de conducción y que han
demostrado con creces lo que pueden ser capaces de hacer cuando disponen de
cierta supremacía al frente de la administración de la cosa pública.
La visión del
populismo y sus programas socialistas ya han sido probadas con resultados
catastróficos demasiado evidentes. Concentración del poder, intervención del
Estado en la economía, discrecionalidades por doquier y un espíritu autocrático
que no han logrado disimular, por solo citar algunas de sus más inocultables y
despreciables características.
El debate del
presente tiene que ver con la dinámica seleccionada en esta ocasión, la
velocidad con la que se intentan implementar ciertos cambios, la oportunidad de
las necesarias reformas y la gobernabilidad imprescindible para llevar adelante
esta intrincada etapa.
Muchos factores
e ingredientes se conjugan en la actualidad y es difícil saber cómo administrar
las fuerzas para llegar a buen puerto. No existe receta infalible, ni fórmula
segura para enfrentar esta compleja transición.
Algunos
suscriben cada paso que se ha dado, avalando no solo el rumbo de esas
determinaciones, sino también sus tiempos y modos. Otros, más escépticos,
reclaman más celeridad, convicción y eficacia para cerrar pronto esta fase y
dar vuelta la página sin estériles dilaciones.
Este parece ser
el gran dilema del momento. Resolver algunos asuntos relevantes, desactivar
ciertos peligros latentes, timonear esta mutación, no parece tarea sencilla,
pero existe un riesgo implícito y es saludable ponerlo sobre la mesa,
exteriorizarlo y hablar de él con absoluta crudeza y claridad.
Ignorar esta
cuestión, hacer de cuenta que no existe chance alguna de que los escollos
atenten finalmente contra el resultado esperado, no ayuda en nada. Es
importante analizar todas las posibilidades y testear cuidadosamente la
secuencia de los hechos, para disponer de un plan alternativo que no sea
extemporáneo y permita reaccionar a tiempo.
Muchos dicen que
los gobiernos siempre tienen esa variante a su alcance y que todo está debidamente
previsto. Sin embargo, por momentos, diera la sensación de que se trata de
apuestas únicas, de callejones sin salida y que se deambula por la cornisa,
solo intentando minimizar costos políticos.
Resulta muy
razonable que la agenda contemple aspectos políticos y prevea controlar el
poder, mantener la sustentabilidad electoral y el acompañamiento cívico. Sería
ilógico que no lo tuvieran en cuenta.
Pero no menos
cierto es que cuidar ese costado importante pero no vital y poner en jaque el objetivo
principal implica asumir mayores riesgos que podrían traer complicaciones que
pueden ser absolutamente evitadas.
En concreto, la
actual gestión está intentando alcanzar la meta, pero ha elegido una estrategia
demasiado prudente, y esa actitud le puede costar caro no solo al oficialismo,
sino fundamentalmente a la sociedad.
El diagnóstico
de casi todo el arco político es que el futuro depende, en buena medida, de la
marcha de la economía. Si ella no se endereza pronto, los tropiezos políticos
no tardarán en aparecer. No es necesario que todo sea un éxito pero si es
imprescindible que se inicie el camino de la recuperación, hecho que no solo
debe ocurrir, sino que además debe ser percibido inconfundiblemente por la
ciudadanía.
Buena parte de
la esperanza del gobierno se ha depositado en la suficiente cantidad de
confianza inyectada en los actores económicos locales y foráneos. La visita de
muchos mandatarios extranjeros, los inconfundibles guiños hacia el mercado de
capitales, la eliminación de ciertas arbitrariedades y dislates del pasado, son
datos alentadores.
Pero el asunto
es más profundo. Si una parte significativa del plan que permitirá el
resurgimiento del país, depende del ingreso de inversiones desde afuera aún
quedan muchos deberes por hacer y señales contundentes que enviar a quienes
pueden mostrar genuino interés en considerar las inmensas posibilidades que
esta Nación ofrece.
Sin una
estructural reforma fiscal y laboral consistente, sin una racionalización del
tamaño del gasto estatal y un proceso de modernización de todos sus estamentos,
ningún proyecto podrá ser sostenido en el tiempo.
Las inversiones,
de todo tipo, son bienvenidas en esta difícil instancia, pero no serán las
mejores las que vendrán ahora, al menos no en el volumen deseado. Todavía esta
tierra sigue siendo destino de pícaros y oportunistas. Los grandes, los que
realmente cambian la inercia, esos capitales que no solo vienen a hacer la
legítima diferencia de corto plazo, sino que también pretenden quedarse por un
largo tiempo, tardarán en aterrizar aún.
La confianza no
se construye con un chasquido de dedos. Es un largo proceso que emite gestos
permanentemente y que al final del trayecto consigue consolidarse. Recién
cuando la credibilidad se fortalece las bondades del sistema consiguen dar sus
frutos. Suponer que eso ocurrirá mágicamente es caer en una ingenuidad
imperdonable.
El gobierno
tiene un enorme desafío por delante. Está a tiempo de hacer lo necesario sin
postergaciones especulativas. Claro que hacer lo que corresponde tiene
consecuencias negativas indeseadas. Pero no hacerlo también e implica cometer
una equivocación de una magnitud superior.
Es deseable ser
optimista. Las ganas son un requisito pero no alcanzan, ni resuelven nada. Al
optimismo hay que darle contenido y motivos suficientes para creer que todo
será diferente. Alguien dijo en cierta ocasión que "lo difícil no es hacer
lo correcto, sino saber qué es lo correcto". El gobierno con esta actitud
sinuosa, corre el riesgo de quedarse a mitad de camino.
albertomedinamendez@gmail.com
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