Desde Argentina
Fecha: 11/Julio/2016
Los Aplazos Y El Pensamiento Mágico
Alberto
Medina Méndez
El renovado
debate sobre si un niño puede recibir bajas calificaciones durante su vida
escolar, permite analizar interesantes aristas del presente y conocer un poco
más acerca de cómo razona esta sociedad contemporánea.
El controvertido
tema de los "aplazos" puede ser abordado desde una perspectiva
eminentemente educativa, con una mirada sesgada hacia lo pedagógico y hasta
deteniéndose en aspectos psicológicos de la infancia.
Tal vez este
polémico asunto sirva, al menos, de trampolín para comprender porque la gente
analiza su realidad con ese prisma decidiendo de un modo incoherente con las
consiguientes consecuencias nefastas.
Desde un punto
de vista normativo se puede decidir casi cualquier cosa. Hace algún tiempo,
cuando se eliminaron las notas bajas, los argumentos se centraron en destacar
el impacto perjudicial que las mismas producían en la autoestima de los niños y
sus irreversibles repercusiones en su futuro.
Todo tipo de
ardides se aplicaron bajo ese esquema. Se reemplazó el régimen vigente por uno
con letras, más acotado en escalas, para que las diferencias entre los puntajes
asignados fueran menos perceptibles. El sistema numérico fue duramente criticado
por su crueldad y se optó entonces por quitar la chance de que un alumno
obtuviera notas de 0 a 3, iniciando la serie de posibilidades recién desde 4 en
adelante.
Más allá de las
cuestiones rigurosamente técnicas vinculadas al ámbito de lo educativo, lo que
queda en evidencia es que toda la tecnología, la astucia y la picardía parecen
estar al servicio de ocultar la verdad con maquillaje.
Se pueden
calificar a los alumnos con letras, con números, impedir ciertas notas, sugerir
a los docentes que sean más piadosos, prohibir la repitencia, disponer que se
pase de año sin mérito alguno y hasta egresar sin esfuerzo.
Nada de eso
convierte a una persona sin conocimientos en alguien preparado para enfrentar
la vida, ni tampoco logra que el que no se empeña sienta que vale la pena
intentarlo porque intuye que al final todo da lo mismo.
Los que están
realmente convencidos de que es bueno hacer un poco más, estudiar y tratar de
alcanzar lo más alto, a veces creen que el sistema no los premia y los coloca
en el mismo lugar que a todos los demás. Por lo tanto perciben, con razón, que
tiene poco sentido desvelarse para mejorar.
Los que no
quieren estigmatizar a los que fracasan, terminan creyendo que ellos no son los
verdaderos responsables de lo que les ocurre, sino que son meras víctimas de
extrañas y perversas fuerzas del mal, sin comprender que los únicos que pueden
lograr que todo cambie son justamente ellos mismos, porque son los únicos
protagonistas de su propio destino.
Nivelar para
abajo parece ser la solución de muchos. A los mejores hay que limarlos,
impedirles que crezcan. Sus éxitos están siempre mal vistos porque ponen en
situación de debilidad al resto, atemorizándolos.
Esta visión de
la vida en comunidad, donde la igualdad es un valor mal entendido, se aplica a
casi todos los asuntos cotidianos. Tal vez por esta misma razón se intimida a
los ricos, se ignora a los talentosos y se termina endiosando a los perdedores,
convirtiéndolos en victimas en vez de estimularlos a que salgan rápidamente de esa
lamentable situación.
Tapar la
realidad no parece ser una excelente idea. Modificar sistemas para que los que
no se destacan pasen totalmente desapercibidos genera un daño enorme para
todos, incluso para ellos mismos.
Es evidente que
algunos individuos se esmeran y otros no. Es una elección individual
absolutamente respetable. Enmascarar los hechos con recursos retorcidos no
cambiará esa realidad. Esconder el termómetro jamás logra camuflar la fiebre,
ni tampoco alterar mediciones consigue que quien padece una enfermedad sea una
persona sana por arte de magia.
Los indicadores
son eso, un parámetro, un dato, algo que permite tomar determinaciones. Cuando
alguien sufre un problema de salud, lo primero que intenta es obtener un
diagnóstico certero, sin mentirse a sí mismo, buscando la verdad, para desde
allí, iniciar un recorrido que le permita definitivamente curarse. Es increíble
que esa lógica individual no pueda asumirse de idéntico modo cuando se analizan
fenómenos más mundanos.
La discusión
sobre los aplazos es solo un síntoma más de la insensatez imperante. Se
insistirá en cuestionar las calificaciones de los alumnos buscando impedir que
los de peor desempeño sean visibilizados, para evitarles frustraciones, sin
asimilar que la vida es un camino repleto de aciertos y tropiezos, que nada es
lineal. Pero sin información concreta todo se hace mucho más difícil. Un número
no dice demasiado sobre una persona, pero puede ayudarla a levantarse y
superarse.
Si la inmensa
potencia que se ha puesto para disfrazar la realidad se invirtiera en
sobreponerse a los inconvenientes, seguramente todo sería más provechoso. No se
conseguirá jamás el progreso poniéndole techo a la evolución de los mejores.
Por el contrario, eso solo se logra cuando los que tienen un menor rendimiento
dan el salto, salen de ese estándar inferior y avanzan hacia el anhelado
siguiente escalón.
La gran tarea
pasa por depositar el máximo de energías en lograr que todos puedan
desarrollarse. El ingenio debe estar enfocado en cooperar con el porvenir y no
en entorpecérselo a algunos para que el resto no se sienta acobardado e impacte
negativamente en su propia consideración.
Nadie crece
engañándose a sí mismo. Nadie evoluciona falsificando la realidad. Todos tienen
habilidades. Por lo tanto, la labor consiste en descubrirlas a tiempo y son los
indicadores los que ayudan a detectarlo pronto para poder encauzar la fuerza
hacia donde realmente se justifica y de esa forma, conseguir que cada ciudadano
pueda finalmente realizarse.
albertomedinamendez@gmail.com
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