Desde Venezuela
29/Julio/2013
Derecha Fundamentalista Vs.
Derecha Pragmática
Sergio Rodríguez Gelfenstein
Al finalizar la segunda guerra mundial, Estados Unidos, único país de
occidente que no sufrió los embates del conflicto, lanzó en 1947 el plan Marshall a fin de evitar la
influencia de la Unión Soviética en Europa. Esta decisión se inscribía en el
marco de la Doctrina Truman, que planteaba una confrontación multidimensional
con las ideas socialistas, incluyendo para ello la subversión, el financiamiento
de gobiernos reaccionarios y sus prácticas de represión, tortura y muerte. El
año anterior, Truman ya había hablado de “guerra fría”. Estas acciones dieron
al traste con las grandes alianzas antifascistas que se habían creado durante
el conflicto bélico a fin de erigir un frente único para enfrentar al nazismo y
su impacto en otras latitudes del planeta.
La implementación de la Doctrina Truman trajo evidentes repercusiones en
América Latina. Después de haber vivido un período de movimientos nacionalistas
que apuntaban positivamente hacia una
elevación de los niveles de organización política y social de distintas capas
de la población, el fin de la conflagración y el comienzo de la guerra fría
condujeron a un retroceso en la construcción de espacios democráticos de
participación. Fue la época nefasta en
que surgió el TIAR y la OEA y en que la derecha perdió el carácter nacionalista
que tuvo durante la guerra para subordinarse servilmente ante Estados Unidos.
En ese marco surgieran dictaduras en Perú, Venezuela, Haití, Cuba y Guatemala.
La llegada al poder de Eisenhower en 1953 fortaleció a los sectores
reaccionarios de América Latina, que así vivieron su primera oleada retrógrada
de la posguerra. En ese período fueron derrocados los gobiernos de Vargas
en Brasil y Perón en Argentina.
El triunfo de la Revolución Cubana casi al finalizar la década de los 50
vino a cambiar esa perspectiva. Vale decir que el año anterior, la dictadura
había sido derrumbada en Venezuela. En ambos casos se construyeron amplias
alianzas de fuerzas entre sectores populares y de la burguesía que hicieron
saltar del poder a las dictaduras pro estadounidenses. El curso posterior de
ambos procesos tuvieron que ver con las fuerzas que hegemonizaron los mismos.
La historia señala con claridad lo que
ha significado la revolución cubana, así como las implicaciones de 40 años de
democracia tutelada y excluyente para los venezolanos. En el contexto de
comienzos de los años 60 del siglo pasado, la respuesta desde Estados Unidos
fue la Alianza para el Progreso y la expulsión de Cuba de la OEA. La derecha en
el poder se plegó lealmente a los dictados de Washington.
Los años 70 parecieron traer un cambio en la actitud política de las
burguesías nacionales de América Latina. Una serie de movimientos de las
fuerzas armadas con apoyo popular llevaron al poder a militares progresistas en
Perú, Panamá y Bolivia. El triunfo de Allende en Chile y el regreso del
peronismo al poder en Argentina auguraban buenas nuevas para la región.
La respuesta no se hizo esperar. Antes que finalizara la década se habían
establecido -con el apoyo material y militar de Estados Unidos- las peores
dictaduras de la historia del continente. La aplicación de la Doctrina de
Seguridad Nacional como método de represión y control popular y la
implementación de modelos de economía neoliberal, privatizadores y excluyentes
encontraron en las derechas criollas su principal sostén cuando éstas
descubrieron que mezclar represión al movimiento obrero y a las organizaciones de izquierda, con métodos de flexibilización
laboral y apertura de mercados les haría incrementar ganancias hasta niveles
nunca antes alcanzados. Presagiaron buenos dividendos, toda vez que, si llegara
a revertirse el curso que había tomado la historia no habría riesgos: las fuerzas Armadas harían
el “trabajo sucio” y tendrían que pagar por ello. Los “civiles” no se
mancharían las manos con sangre.
La Revolución Sandinista en Nicaragua y el efímero movimiento de la Nueva
Joya en Grenada en 1979, anunciaban ser “la diferencia que marca la regla”,
pero ambas fueron abortadas con apoyo militar directo de Estados Unidos,
incluyendo la invasión en el caso de la isla del Caribe. La plenitud de la
derecha se logró cuando desapareció la Unión Soviética y el campo socialista.
La “historia había finalizado” y el capitalismo había triunfado “por los siglos
de los siglos”. Las derechas latinoamericanas se frotaban las manos. Un mundo
unipolar les garantizaría colosales ganancias.
Desataron lo “mejor” de su alma entreguista y rastrera. Se prestaron a lo
más bajo que su espíritu individualista les ofrecía y una vez superada la
década pérdida desataron el festín neoliberal.
En eso estaban cuando apareció Hugo Chávez y comenzó a cambiar la
tendencia. Fue el inicio de un proceso
de transformaciones que posteriormente ocupó a Brasil, Argentina, Uruguay,
Bolivia y Ecuador entre otros. La Alianza de Libre Comercio para las Américas
(ALCA) saltó hecha añicos en Mar del Plata y Estados Unidos se vio obligado a
comenzar a buscar alternativas. También la oligarquía de la región.
No toda la derecha se amoldó al nuevo contexto, lo cual les llevó a
generar fracciones que enarbolaban visiones contradictorias de la política.
Aunque ambas son reaccionarias y aliadas del imperio tienen enfoques distintos
para enfrentar la coyuntura que, en esto de la táctica y la estrategia se deben
considerar a fin de establecer las políticas más correctas.
Así, por una parte, existe una oligarquía primitiva, fundamentalista,
vinculada a los sectores más reaccionarios de la iglesia católica como el Opus
Dei, los Legionarios de Cristo y el Yunque, que se fundan en la idea de que la
civilización occidental judeo cristiana está amenazada por una oleada
“comunista” y, por tanto se sienten obligados a
arrogarse como “salvadores” de dicha civilización. Asumen una posición
altamente ideologizada, extremista que en algunas ocasiones raya en el
fascismo. En esta lógica se inscriben –por ejemplo- Fox en México, Uribe en
Colombia, Vargas Llosa y Fujimori en Perú, el partido pinochetista UDI y la
democracia cristiana en Chile.
De otro lado, ha surgido otro sector pragmático, “moderno”, empresarial
que privilegia la gerencia a la ideología, que no teme establecer relaciones
económicas con quienes adversa porque finalmente su objetivo último es asaltar
el Estado para maximizar ganancias. Son expresión de esta tendencia Martinelli
en Panamá, Calderón en México, Santos en Colombia y Piñera en Chile.
Recuerdo los grandes debates que se dieron cuando defendí esta idea en
momentos previos a las últimas elecciones colombianas. Argüía que Santos no era
lo mismo que Uribe a pesar de venir de ser su ministro de
defensa y de ser responsable de acciones violentas e ilegales en esa condición.
Sustentaba mi posición en que Santos no era el candidato de Uribe y que la
oligarquía colombiana no podía seguir soportando las grandes pérdidas que le
producía el distanciamiento en las relaciones de su país con Venezuela y
Ecuador. Lo eligieron y le dieron la orden de solventar ese problema como ahora
lo instaron a buscar la paz con las FARC para aprovechar la inmensa
potencialidad productiva de su país para producir ganancias, sin “factores
externos” que impidan tal posibilidad.
Hay que recordar que Calderón no era el candidato de Fox, como Santos no
lo era el de Uribe (esa designación recayó en Andrés Felipe Arias, hoy preso
por corrupción), tampoco Piñera el de la UDI. En todos los casos las
oligarquías se tuvieron que acomodar a la decisión de una modernidad
empresarial que acude a la política por
imperiosa necesidad económica en un mundo que ha cambiado y que hoy hace
patente la emergencia de nuevas potencias como China, Rusia, Brasil o India.
En Venezuela, pareciera que esta contradicción se instaló en días
recientes. El pasado 13 de mayo el presidente Maduro se reunió con el principal
líder de la derecha empresarial del país, Lorenzo Mendoza. Son conocidas sus
ambiciones políticas. El encuentro produjo un reconocimiento mutuo. Cuando
Mendoza aceptó reunirse con el presidente de Venezuela, estaba admitiendo esa
condición. Esta reunión fue el acta de defunción de Capriles como alternativa
de futuro de la derecha venezolana. En lo inmediato, el cónclave hizo que su absurda reclamación
pos electoral -que incluso lo llevaron a la incitación de la violencia-
perdiera sustento y validez.
Por otra parte, Maduro le ha dado un reconocimiento implícito a Mendoza
como contraparte con la que se pudiera negociar. Una vez más la oligarquía ha
optado por el pragmatismo empresarial frente al fundamentalismo fascista que
enarbola Capriles. Al día siguiente de la reunión, Mendoza comenzó a construir
su opción electoral.
Esta situación ha generado un escenario novedoso e interesante donde
imperará la capacidad táctica de hacer política. Mendoza tendrá que derrotar la
opción violenta que enarbola Capriles y construir una alternativa en los marcos
constitucionales de la república, si quiere ser el líder que la derecha
ansía. El gobierno por su parte, en lo
inmediato podrá ensanchar su trabajo con los sectores productivos (al día
siguiente de la reunión aparecieron milagrosamente algunos productos de primera
necesidad ausentes durante semanas de los supermercados), incorporarlos al
desarrollo nacional y demostrar con hechos que está dispuesto a un diálogo que ponga
en primer lugar los intereses de la mayoría y una irrestricta defensa de la
soberanía. Eso creará condiciones de mediano plazo para ampliar su base de
apoyo cuando la ciudadanía, en particular aquellos que dudan, se hagan eco de
las intenciones del gobierno de construir en paz un país distinto.
Así mismo, el gobierno debe saber administrar este nuevo escenario en que
la confrontación será de otro tipo, sin olvidar que las huestes fascistas
siguen vivas y conspirando y que Estados Unidos siempre “juega una simultánea
en varios tableros”.
sergioro07@hotmail.com
Publicación Barómetro 30-05-13
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