Desde
Guatemala
11/Octubre/2013
Rusia tiene algo que decir
Sergio Rodríguez Gelfenstein
La
Unión Soviética fue el adversario más importante que ha tenido Estados Unidos
en su afán hegemónico en el planeta. Cuando dejó de existir el 31 de diciembre
de 1991, desapareció con ella uno de los beligerantes de la guerra fría, que se
proponía superar el capitalismo para construir un modelo de sociedad más justa
y equitativa. Más allá de observaciones favorables o contrarias a esta
aseveración, su desvanecimiento significó el fin del sistema internacional
bipolar que había regido el orbe durante la mayor parte del siglo XX.
Hay
múltiples interpretaciones de lo ocurrido, pero la mayoría evidencian la idea
de que si bien las transformaciones eran
imprescindibles para seguir sosteniendo el modelo y que el resultado de las
mismas eran de difícil pronóstico, existían posibilidades para proyectar a la
Unión Soviética en el tiempo a partir de un nuevo tratado entre las repúblicas
que la componían, aun considerando que algunas
de ellas no tenían el más mínimo interés en seguir perteneciendo a la
Unión. Este propósito se sostiene en las
cifras del referéndum hecho el 17 de marzo de 1991, en el que se consultó a los
ciudadanos si querían preservar la Unión Soviética como una renovada federación
con iguales derechos en los que estuvieran aseguradas las libertades de los
individuos independientemente de la nacionalidad a la que pertenecieran.
En
la consulta participaron nueve de las
quince repúblicas, Letonia, Lituania,
Estonia, Armenia, Georgia y Moldavia que poseían alrededor del 20% de la
federación se negaron a concurrir al evento comicial. El restante 80% votó en
un 76,4% a favor del mantenimiento de la
Unión Soviética.
Sin
embargo, el curso de los acontecimientos desde marzo se aceleró. Boris Yeltsin
se transformó en el dirigente anticomunista que Estados Unidos necesitaba. Su
carácter ambicioso y su gran olfato político, lo transformaron en el líder que
logró el protagonismo, superando a otros dirigentes y relegando al dubitativo y
pusilánime Gorbachov a jugar un papel secundario en los acontecimientos que
ocurrían.
La
heredera natural de la Unión Soviética fue Rusia, que poseía alrededor del 77%
de su superficie y 51% de la población. En esa condición asumió su puesto como
miembro permanente del Consejo de Seguridad de la Organización de Naciones
Unidas, acreditándose como el único país (de la ex URSS) autorizado a poseer
armamento nuclear, lo que suponía un problema porque el arsenal atómico de la
Unión Soviética se encontraba desplegado en varias repúblicas.
El
12 de junio, Yeltsin había sido elegido presidente de Rusia. En esa condición
le tocaba conducir su política exterior. Durante su mandato, se produjo la caída abrupta de la economía que tuvo un
descenso de su PIB de un 37% entre 1991 y 1999 y, una baja en la expectativa de
vida de 67,8 años en 1992 a 65,3 en 2000. Estos datos fueron, –entre otros–
expresión de un país estancado que a pesar de su poderío militar no podía tener
el más mínimo protagonismo en el escenario internacional.
En
esas condiciones Yeltsin consideró que vincularse a Occidente y su modelo
político–económico le iba a granjear las simpatías de sus antiguos enemigos.
Ello no ocurrió. Así mismo, se vio
obligado a producir una importante reducción de sus arsenales nucleares,
mientras Estados Unidos aceleraba la expansión de la OTAN hacia el este, todo
lo cual generó resistencia en el parlamento y rechazo en la población. En este
mismo ámbito, su intento de “europeizar” Rusia fue un total fracaso.
Rusia
comenzó a perder significación como potencia mundial. Sus ex aliados se
rindieron a Occidente, su anterior zona de influencia se tornó insegura y la
nula capacidad de actuar en su entorno quedó expresamente demostrada durante la
intervención de la OTAN en Yugoslavia, cuando Estados Unidos y Europa operaron
con total impunidad imponiendo un nuevo orden mundial a la fuerza, en una de
las primeras manifestaciones de la unipolaridad naciente
Esta
situación se mantuvo durante casi todo el gobierno de Yeltsin, al final de ese
período se pudieron observar algunos cambios que, sin embargo, no modificaron la situación de debilidad de
la anterior potencia bipolar en el sistema internacional. La llegada de Vladimir
Putin al poder comenzó a transformar esa
realidad. La aspiración de los rusos se
manifestó en un artículo periodístico de la época en el que se señala que
“Putin debe restaurar lo que Yeltsin destruyó: el orgullo de sentirse parte de una gran potencia. Los
rusos quieren respeto, no compasión” En
ese marco, Putin anunció lo que sería su modelo
de política exterior: modernización económica, estabilidad política y mejora de la seguridad.
Al
comenzar su mandato, el nuevo presidente consideró que las condiciones de
debilidad de su país lo obligaban a hacer concesiones a Occidente. No tuvo
reparos en ello, pero paulatinamente esa opción se fue modificando ante la
invariabilidad de la respuesta de Estados Unidos que no alteró un ápice su
política pretendiendo arrodillar al gigante euroasiático. La agresión
occidental contra Irak en el año 2003, fue el punto de inflexión de la política
exterior rusa que nuevamente comenzó a asumir posiciones de fuerza en su papel
de miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU. Rusia había vuelto al
escenario mundial después de casi 15 años dando lástima. Un elemento
significativo de esta nueva orientación fue el acercamiento del Presidente ruso
hacia China, concluyendo los problemas limítrofes, incrementando el comercio
bilateral y creando en 2001 la Organización de Cooperación de Shanghái que se transformó en una contraparte de poder a
Estados Unidos en Asia.
Esta
política que se ha seguido desarrollando y fortaleciendo en la medida del
crecimiento económico y la estabilidad interna es la que permite hoy al
presidente Putin enfrentar desde otra perspectiva la nueva crisis en las
relaciones bilaterales, motivadas en el asilo temporal que el gobierno ruso ha
concedido al ex agente de la NSA, Edward Snowden.
Estados
Unidos canceló unilateralmente la reunión cumbre bilateral que debía realizarse
en Moscú a principios de septiembre. Obama se quejó diciendo que la
"retórica" del presidente ruso se asemeja a "los viejos
estereotipos de la Guerra Fría". Citó el asilo a Snowden como una anécdota
en las tensiones existentes y se burló del presidente ruso, al afirmar que
tiene "una mirada vaga, como del chico aburrido que se sienta al final de
la clase".
Aunque
en 2009 parecía iniciarse una nueva era de amistad en las relaciones
bilaterales que llevó a que ambos países
cooperaran en Afganistán y a que el gobierno de Estados Unidos haya
desmantelado el plan para construir un escudo anti–misiles en República Checa y
Polonia mientras Rusia apoyaba las sanciones del Consejo de Seguridad de la ONU
contra Irán, las relaciones se han deteriorado por el bombardeo de Libia con el
que Rusia no estaba de acuerdo o la negativa de Putin a presionar al presidente
Assad en Siria.
La
decisión de Obama ha recibido el apoyo
de republicanos y demócratas. Así mismo, en una rara ocasión, los editoriales
de The New York Times y el The Wall Street Journal han coincidido esta semana
en alabar el anuncio, dando unanimidad política y mediática a tal decisión como
es habitual en los temas estratégicos de política exterior de Estados Unidos
Por
su parte, Rusia ha manifestado su decepción por tal anuncio. Yuri Ushakov,
asesor del presidente ruso declaró que
“Estamos decepcionados por la decisión de la administración
norteamericana de anular la visita que el presidente Obama planeaba cumplir a
comienzos de septiembre a Moscú” y agregó que “es evidente que esta decisión
está relacionada con la situación –no creada por nosotros– en torno al ex
funcionario de los servicios especiales Snowden”. El asesor presidencial
terminó lamentando que esta situación sea una demostración que Estados
Unidos al igual que antes, no tiene
disposición para construir relaciones sobre el principio de equidad.
El
vice titular de Relaciones Internacionales del Consejo de la Federación Rusa,
Andrei Klimov fue más allá al afirmar que Obama “es un rehén de la situación
política interna de su país". Klimov agregó que se suponía que el
presidente estadounidense respetaba los principios de igualdad mutua y de no
intervención en los asuntos internos de Rusia, pero que en realidad "Estados Unidos se comporta como si fuera el centro del
Universo" concluyendo tajante al expresar la seguridad de que “la vida va a obligar a Obama a negociar y a
colaborar con Rusia, lo quiera o no”.
Los
tiempos han cambiado. Rusia ha vuelto a ser un actor internacional protagónico,
lo nuevo es que la retórica ha superado a la confrontación. Ese será el signo
de los nuevos tiempos y en esta dinámica
–al igual que China– Rusia tiene algo que decir.
sergioro07@hotmail.com
Publicación
Barómetro 22-08-13
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