Desde
Panamá
20/Septiembre/2014
LA
“PRIMAVERA ÁRABE” EN SU FASE ACTUAL
Guillermo Almeyra
La
etapa actual de la llamada “primavera árabe” parece dar razón a los temerosos
de los cambios sociales. Pero los levantamientos de los pueblos no son eternos
ni los procesos que inauguran son rectilíneos ni ascienden permanentemente
hacia una cada vez mayor democratización de las sociedades. Son estallidos
excepcionales que cambian violentamente la relación de fuerzas entre las clases
y sectores sociales dejando un sedimento de conquistas y cambios en las
mentalidades. Se caracterizan por reflujos y zigzagues que pueden abarcar
decenios. La República revolucionaria francesa de 1793, por ejemplo, fue
reemplazada en pocas décadas primero por el Imperio napoleónico y, después de
éste, por la restauración monárquica que se hundió con las revoluciones de 1830
y 1848 que abrieron paso nuevamente a la República…
Las
sociedades con fuerte base campesina e incluso tribal están muy lejos de ser
monolíticas. Son abigarradas y, aunque sean capitalistas, tienen peculiaridades
determinadas por la historia particular de cada región, por sus tradiciones
culturales y políticas, la existencia o no de una centralización por distintos
tipos de Estados, la subsistencia de regionalismos consolidados, los diferentes
grados de desarrollo histórico, económico y cultural, la composición étnica de
cada país y de cada región, los modos distintos en que en un mismo territorio
se combaten diferentes religiones y culturas.
En
esos países el peso desproporcionado del aparato estatal esencialmente
represivo y burocrático da a éste una fuerte tendencia al comportamiento
autocrático, reforzado por la dependencia del capital extranjero y de las
grandes potencias que inciden mucho más en la economía y en la política
“nacional” que las debilísimas clases capitalistas locales.
En
la lucha por modernizar el país mediante una nueva Revolución francesa
derribando a las autocracias, corruptas y represivas siempre se movilizan
y sublevan primero los sectores modernos urbanos (estudiantes, jóvenes urbanos
desocupados, obreros sindicalizados y clases medias golpeadas por la crisis
económica) como sucedió en Túnez contra Ben Alí. Esos sectores arrastran de
inmediato consigo parte de la burguesía comercial y otros descontentos de
diferente tipo. La rebelión une las protestas tribales, regionales, religiosas
porque las autocracias (como el Shah de Persia, Mubarak en Egipto, el tunecino
Ben Ali, el libio Gaddafi , el régimen sirio de los Assad) intentaban una
modernización por arriba tecnocrática y capitalista, fundamentalmente laica que
chocaba con las tradiciones comunitarias, solidarias y de ayuda mutua que desde
hace siglos adoptan en la región una arraigada forma religiosa, musulmana
o, como en Egipto, también cristiana copta.
Dada
la debilidad del Estado central, el Islam tejió también una comunidad basada en
múltiples lazos (escuelas y universidades coránicas, dispensarios, círculos de
ayuda mutua) que es, en cierta medida, paralela al Estado y también lo penetra
e infiltra. La jerarquía burguesa y conservadora de esa comunidad, arrastra de
ese modo numerosas capas rurales y en los sectores urbanos más pobres.
La
primera ola democratizadora logra derribar a la dictadura encabezando de hecho
la nación en esa lucha. Pero, carente de dirección y programa propios
debido a la debilidad del movimiento obrero y a la falta de tradiciones
políticas revolucionarias, aunque puede influir sobre los grados inferiores del
ejército, ni lo liquida ni construye un nuevo Estado. Eso permite la
reconstrucción de los mandos militares, depurados de los agentes más odiados
de la vieja autocracia, y le da al ejército el papel de mediador mientras da
tiempo para la reconstrucción del “orden” capitalista con la intervención del
imperialismo, que busca reforzar el nuevo grupo gobernante para evitar que el
mismo sea desbordado por la izquierda.
La
posterior “normalización” mediante elecciones cuando no hay partidos salvo los
tradicionales de la burguesía comercial o grupos con funciones de partido como
las jerarquías religiosas y la burocracia sindical, prepara un reflujo social
apoyado en los sectores más atrasados de la población, deja en minoría a
quienes derribaron la dictadura y les obliga a buscar aliados en sectores
nacionalistas del ejército y en las burguesías liberal y comercial, laica o
cristiana.
En
algunos países, como Egipto, con mayores tradiciones estatales desde Mehmet Ali
en el siglo XIX, eso conduce a un gobierno militar, neoliberal y apoyado en el
imperialismo cuya existencia misma divide a los sectores democráticos y
progresistas pues una parte de éstos cree que el poder castrense les defiende
del gobierno teocrático de los Hermanos Musulmanes. De esta forma todo parece
llevar a la reconstrucción del poder y del Estado que la primera ola
democrática había gravemente dañado…hasta que la crisis conduce a los
revolucionarios a elaborar un programa y una estrategia.
Eso
les permitirá establecer nuevas alianzas que incluyan una parte de los
campesinos y aprovechen la brecha en el campo capitalista abierta por los
conflictos entre los militares y su grupo de apoyo y los sectores comerciales y
liberales de la burguesía o grupos regionales o religiosos, como los cristianos
coptos, con base urbana tradicional. La “primavera” no muere: puede también dar
paso a un nuevo proceso, marcado por la inestabilidad permanente, el “empate”
entre las clases y subsectores sociales y nuevos impulsos y estallidos
sociales a mediano plazo.
Mientras
tanto, el primer plano de la escena lo ocuparán las fuerzas represivas, el
imperialismo y las fuerzas religiosas reaccionarias que, en nombre de la
gloriosa historia árabe, quieren canalizar el repudio al capitalismo de las
masas campesinas ofreciéndoles como futuro la perspectiva medieval de un nuevo
Califato. Pero debajo de esa fachada cava el viejo topo.
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