Desde México
11/Enero/2015
La
Propuesta Deliberadamente Omitida.
Por Alberto Medina Méndez
En tiempos de campaña electoral los dirigentes se aprestan a proponer
soluciones a mansalva recorriendo cada uno de los temas que preocupan a la
sociedad. La idea central es captar voluntades, sumar personas dispuestas a
apoyarlos y para eso no solo resulta imprescindible trabajar en la imagen del
candidato, sino también indispensable brindarle algún trascendente contenido
discursivo que atraiga a los circunstanciales votantes.
Bajo esa modalidad, los postulantes además de recitar grandilocuentes
alegatos y hablar de un modo políticamente correcto, suelen proponer ideas que
llevarán a cabo si eventualmente son seleccionados.
En ese contexto, prometen hasta lo imposible para lograr el
acompañamiento de sus eventuales adherentes. A veces ni siquiera explican
demasiado como conseguirán esos resultados, sino que se limitan a mencionar
objetivos generales, sin mayores precisiones para evitar que ciertos aspectos específicos
deriven en la pérdida de apoyo electoral.
Cuando la cuestión económica está en el centro de la escena, todo pasa
por allí. El candidato se muestra como un técnico solvente, que además se rodea
de profesionales prestigiosos en la materia que le aportan ese plus que todo
político desea disponer. La sensación de equipo económico, de gente que
trabajará en el asunto, resulta determinante.
Si el tópico es la inseguridad, tampoco le faltarán argumentos al
dirigente. Como en otros casos, tendrá a disposición una nutrida lista de
especialistas que aportarán su mirada y estudios pormenorizados para darle
marco formal y seriedad a esas propuestas que permitirían mejorar el presente.
Pero siempre existe un ausente sin aviso. De la corrupción no se habla.
Cierto pragmatismo dirá que en las encuestas este ítem no tiene significación.
Tal vez la gente se ha resignado y asume esa regla como parte del paisaje.
Piensa que todos los dirigentes políticos, de uno u otro modo, apelan a ella en
algún momento, o esperan hacerlo en el futuro.
Cierta crispación social se agudiza cuando las formas son demasiado
burdas, y el despliegue del corrupto es desenfrenado. Pero esa no parece ser la
mayor preocupación de una comunidad que entiende finalmente que todos son
demasiado parecidos y que solo se puede esperar algo de pudor y de discreción a
la hora de quedarse con el patrimonio de los ciudadanos.
Lo tangible es que las propuestas para erradicar la corrupción no
aparecen en la grilla de iniciativas que los candidatos están dispuestos a
sugerir a la comunidad para que los acompañen en las urnas. El nudo central del
tema no está en la agenda, pero no por una omisión involuntaria, sino por una
decisión premeditada del candidato, de su partido y de su entorno.
Si bien proponer transparencia en la administración de los recursos
estatales, una lucha despiadada contra la corrupción, el encarcelamiento de
funcionarios que se han apropiado de lo ajeno y malversado los presupuestos
públicos, podría ser electoralmente interesante, ningún candidato está
dispuesto a romper ese "código", casi mafioso, que subsiste en las
entrañas de la corporación política.
Por un lado los que están en el juego, los que gobiernan un municipio,
una provincia o desde el mismísimo ámbito nacional no cometerán semejante
error, y evitarán entonces meterse en problemas innecesariamente.
Saben que tienen mucho por ocultar y que sus gestiones no han sido para
nada honestas. Mal podrían tirar la primera piedra. Sería muy riesgoso para
ellos iniciar esa secuencia. Es que sobrepasar esa línea podría derivar en que
sus adversarios coyunturales hicieran lo propio y le pusieran sobre la mesa la
lista de cuestiones a explicar de sus propias administraciones.
Del otro lado, los que aun no son integrantes de gobierno alguno,
tienen, probablemente, alguna cuenta pendiente del pasado, de ese momento en el
que sí fueron protagonistas de esa conducción, y es posible que allí también
exista alguna historia sin una sólida explicación.
Inclusive los que nunca siquiera participaron del sistema, prefieren
dejar de lado este urticante punto. Saben que en el futuro pueden estar
sentados allí y no desaprovecharían idéntica oportunidad de manotear lo de
todos y quedarse con algo para su provecho personal y partidario.
La "caja" del Estado, en cualquiera de sus formas, sigue
siendo un botín para la política. El que llega lo usará a discreción. Unos
serán más burdos, otros más sutiles, pero todos de algún modo harán abuso de
esa herramienta. Para ello necesitan que todo esté oculto y que sea lo
suficientemente turbio para que nada se note demasiado.
En plena tarea proselitista, en ese momento clave en el que se está
convocando a los votantes para apoyar propuestas, una de ellas nunca aparece.
De juzgar a los corruptos y de terminar con esta etapa funesta en el que los
dirigentes políticos y funcionarios saquean despiadadamente a la sociedad de
una manera grosera, siempre se prefiere no hablar.
No ha sido un descuido menor, ni una distracción anecdótica, ni tampoco
una omisión impensada. Cuando de corrupción se trata, los candidatos y los
partidos políticos hacen de la lucha contra este flagelo una propuesta
deliberadamente omitida.
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