Desde Argentina
11/Diciembre/2015
El Ocaso De La Militancia
Alberto Medina
Méndez
El proceso ha sido progresivo. No ha
ocurrido repentinamente. La historia
reciente muestra, en todo caso, un agravamiento de la situación y una
profundización de esta tendencia indudablemente negativa.
El vaciamiento ideológico de los partidos
políticos ha destruido lo poco que quedaba de mística en ellos. En otras etapas
la gente se acercaba a estas estructuras porque entendía que desde allí
transformaría a la sociedad, logrando cambios que mejorarían la calidad de vida
de los ciudadanos.
Ingresar a una agrupación política
significaba transitar un sendero de grandes emociones y de enorme satisfacción.
Ese recorrido elogiable llenaba el alma y estaba repleto de actitudes muy
positivas.
Poco a poco, pero sin interrupción, la
política se fue complejizando y también corrompiendo. La acción cotidiana se delegó
a terceros, buscando quien solucione cada asunto y perdiendo buena parte de su
esencia.
Todo se ha ido profesionalizando y los
partidos no se han apartado de ese rumbo. Las organizaciones políticas, como
casi todas las otras, han decidido que sean los terceros los que resuelvan
problemas puntuales, contratando especialistas en diferentes tópicos para que
ayuden a optimizar esfuerzos.
No es que eso sea incorrecto. Al
contrario, es saludable contar con esa cooperación. Lo preocupante es que el
único motor sean los rentados, los que reciben una retribución por asumir las
tareas asignadas.
En una época, el militante pasaba largas
horas de su vida en el partido, meditaba sobre la campaña, escribía panfletos,
diseñaba carteles, los hacía imprimir, salía a colocarlos y distribuirlos con
sacrificio personal, aportando no solo su tiempo y sus ganas, sino también
dinero cuando fuera necesario.
El trabajo militante es sinónimo de
compromiso a prueba de todo, de pasión sublime y de convencimiento absoluto. La
disposición para hacer lo que sea preciso, sin importar la dificultad ni la
envergadura de la labor, solo se puede encontrar en aquellos que sienten a la
causa como propia y que su voluntad nace de las entrañas y no de especulaciones
de coyuntura.
Lamentablemente eso viene desapareciendo a
pasos agigantados y no se vislumbra nada diferente en el corto plazo. Tal vez
una excepción a esa regla sea la que sucede en ciertos sectores de la izquierda
más ortodoxa, en ese respetable socialismo. Allí aún persisten con bastante
potencia estos vigorosos hábitos de la política tradicional.
Sin embargo en el resto de los partidos,
casi todo se ha desvirtuado. En la inmensa mayoría de ellos la aniquilación de
las ideologías ha hecho su parte con éxito. La estrategia premeditada de no
fijar posiciones, de esa versatilidad a ultranza que ha abusado del
pragmatismo, solo ha expulsado sistemáticamente a los más entusiastas y
valiosos individuos.
En términos electorales ese plan ha
funcionado en muchos casos y es por eso que su dinámica es imitada. No tener
postura definida sobre casi ningún tema, ha permitido llegar a demasiados
votantes. La contracara es que nadie defiende esas "ambiguas
visiones", salvo que se los recompense.
Casi todos los partidos han elegido este
indecente criterio de prescindir del contenido ideológico y apelar a reunir
fondos para contratar los servicios de profesionales que se encarguen de todo.
Esa es la matriz del presente.
Las personas que integran las filas de
esos agrupamientos reciben salarios y en muchos casos son funcionarios. Sin ese
incentivo no lo harían y estarían dedicados a otra actividad. Para ellos la
política es un "trabajo", una profesión, un oficio, una mera
ocupación en esta etapa de sus vidas.
En los espacios afines a las ideas de la
libertad parece predominar una misteriosa modalidad. Allí abundan los que
entienden que son "otros" los que deben ocuparse de hacer que las
cosas sucedan.
Una exótica especie de extraños personajes
alienta a otros a hacer lo que ellos no quieren, ni pueden. Proponen que los
liberales se deben integrar a partidos ya existentes para cooptarlos, o crear
nuevos espacios que surjan sin flancos débiles, o inclusive sueñan con
recuperar antiguas instituciones formales para recomponerlas y poblarlas de
dirigentes y votantes.
El problema es que siempre terminan
hablando de lo que deben hacer los demás, y en casi ningún caso, asumen el
trabajo de liderar esos audaces procesos que promueven. Un vicio de ese sector
de las ideas, es que las responsabilidades primarias siempre son ajenas y no se
hace autocrítica.
Es por eso, probablemente, que no florecen
partidos con esa visión. Sin recursos suficientes, ni individuos dispuestos a
colaborar con tiempo y esfuerzo con sus propias ideas parece imposible llegar a
buen puerto. Lo que no existe en realidad es la decisión de tener una profunda
actitud "militante", porque eso implicaría resignar tiempos
personales y laborales.
El problema general es mucho más profundo
de lo que parece. Si los que pueden poner su pasión y convicciones al servicio
de una causa noble se abstienen de hacerlo, la política quedará siempre en
manos de los inescrupulosos que solo se dedicarán a ello a cambio de una
remuneración.
En ese escenario, la política solo
representará a los intereses de los dirigentes mercantilizados, esos que no
tienen ni ideología, ni principios y que solo buscan retener cargos o conseguirlos.
Así la política seguirá siendo una actividad muy redituable para algunos y no
un modo de transformar genuinamente el presente. La política vive ahora una
transición hacia otras formas, pero no necesariamente mejores. Mientras tanto
resulta absolutamente inocultable el ocaso de la militancia.
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